El juicio de Netflix a Dominique Strauss-Kahn
A diferencia de los tribunales, que decidieron sobre hechos y conductas supuestamente delictivas, Netflix hace de Strauss-Kahn un juicio moral.
La otra noche vi en Netflix el documental sobre Dominique Strauss-Kahn, también conocido en la prensa como DSK. El imputado de la habitación 28016 es una serie de cuatro episodios. Fue estrenada este mes de diciembre y reconstruye los escándalos sexuales que en 2011 provocaron la caída en desgracia del entonces director del FMI. En aquella época, DSK era también el favorito en todas las quinielas para disputarle la presidencia al entonces Jefe del Estado francés, Nicolás Sarkozy, en las elecciones de 2012.
Como sugiere el título, el tema central del documental es la acusación de abuso sexual formulada contra Strauss-Kahn por la limpiadora del hotel Sofitel de Nueva York Nafissatou Diallo. Esta madre soltera nacida en Guinea denunció a DSK a la policía el 14 de mayo de 2011. Diallo sigue asegurando hasta hoy que Strauss-Kahn empleó violencia física para abusar sexualmente de ella y acabar eyaculando en su boca. Los hechos se produjeron en la habitación del hotel que ocupaba el denunciado, en la que Diallo dijo haber entrado con la intención de hacer limpieza. Poco después del incidente, DSK fue detenido en el aeropuerto de Nueva York, desde donde se disponía a viajar a Francia.
Si obviamos la presencia constante de una periodista de Le Monde manifiestamente hostil a DSK, el documental presenta un balance riguroso y equilibrado de unos hechos que culminaron con la acusación retirando por falta de pruebas los cargos contra el político socialista francés. Lo ocurrido en la habitación 28016 se reconstruye a través de un completo abanico de testimonios del que solo falta el del propio DSK, que, según se nos dice después, declinó participar en la serie. La propia Diallo, sus abogados, los fiscales, el personal de seguridad del hotel y algunos de los amigos y compañeros de partido de DSK son los personajes más destacados de un elenco al que se deja hablar sin las trampas efectistas que la música de fondo y el juego de imágenes le permiten a un documentalista.
Escuchando todas estas voces descubrimos que DSK no negó haber tenido relaciones sexuales con Diallo, pero mantuvo que había habido pleno consentimiento. Sabemos también que, más allá del testimonio de Diallo, no existían pruebas de la supuesta agresión sexual, y que la credibilidad de la denunciante estaba en entredicho por haberse inventado una violación en grupo para obtener asilo en Estados Unidos. En estas circunstancias, el tribunal terminó acordando con la fiscalía retirar los cargos, al no existir posibilidades reales de que DSK fuera declarado culpable. La decisión provocó una ola de indignación en la prensa y los círculos de activismo feminista y de izquierdas de Estados Unidos. El documental también se ocupa con rigor de estas reacciones, y no escatima algunas coincidencias que parecen incriminar al Elíseo de Sarkozy en la fabricación del escándalo.
Durante los tres primeros episodios, que se enfocan en la acusación del Sofitel, el documental es sorprendentemente justo para una producción de una plataforma con un largo historial de activismo me too como es Netflix. Al término de estos tres episodios la serie deja al espectador con una idea clara de los hechos que pueden establecerse objetivamente, y de las versiones sobre los que es imposible establecer. Hasta ese momento, el documental no empuja al espectador hacia ninguna conclusión sobre la honradez de Diallo, la veracidad de su acusación o el acierto de la decisión de los jueces de soltar sin juicio al acusado.
Las cosas, sin embargo, cambian radicalmente a mediados del último episodio. Tristane Banon, una joven periodista francesa que acusó a DSK de intentar violarla en 2002, toma protagonismo. Y, aún más importante, aparece una antigua prostituta con la que DSK mantuvo relaciones sexuales en el pasado. A partir de ese momento el documental renuncia a su trama coral y pone todo el énfasis en el testimonio de esta última mujer, al que acompaña de música dramática para advertir al público de la gravedad de lo que oye.
Los documentalistas que tan imparcialmente nos habían llevado de la mano por esta historia toman ahora partido con las acusadoras, y parecen decirle al espectador: puede que Strauss-Kahn no fuera ni siquiera juzgado, pero el hecho de que lo acusen tres mujeres de cosas parecidas dejan claro que ese hombre es un monstruo.
Lo artero de la forma en que la serie trata a DSK en su recta final es particularmente evidente en el testimonio de esta ex prostituta, a la que se identifica como Mounia R. La mujer describe sus traumas de su infancia en una familia desestructurada que la llevaron a la prostitución a los 17 años, y cuenta cómo prestó servicios sexuales para Strauss-Kahn en un encuentro que a ella le resultó especialmente desagradable. Hice, o le dejé hacer, cosas que me repugnaban, dice la mujer con horror, y explica que aceptó porque si no no habría cobrado por sus servicios.
Como dice el vivaz abogado de DSK, nada en el testimonio de Mounia R. sugiere que su cliente la forzara a hacer lo que ella no quiso, o que ella objetara a proceder con ninguna de las prácticas que demandaba Strauss-Kahn. Durante toda la entrevista, Mounia R. presenta como un escándalo que DSK estuviera relajado, mantuviera relaciones sexuales con otras prostitutas y disfrutara de lo que a ella tanto le repugnaba, como si esto no ocurriera en muchos tipos de trabajos.
Mounia R. fue una de las chicas que alguien reclutaba para las orgías de DSK, un caso en el que el político fue acusado en los tribunales de proxenetismo agravado. Strauss-Kahn fue finalmente absuelto en este proceso, en el que, como dice su abogado, había sido procesado por ser cliente de prostitutas. La acusación de Tristane Banon también fue desestimada por la justicia, y DSK no ha sido condenado en ninguno de los tres casos.
Más que como un elemento crucial que refuerza la defensa del exjefe del FMI, las absoluciones de Strauss-Kahn son presentadas por los documentalistas como una brutal injusticia hacia las denunciantes, como si la mera acumulación de acusaciones y una voracidad sexual que DSK no niegan lo convirtieran automáticamente en un violador en serie que debe ser condenado.
A diferencia de los tribunales, que decidieron sobre hechos y conductas supuestamente delictivas, Netflix hace de Strauss-Kahn un juicio moral. Los autores del documental saben lo que es la justicia, como lo demuestran los tres primeros capítulos. Pero la tentación de condenar a quienes para ellos es un monstruo parece ser más fuerte que su sentido de la integridad y acaban perpetrando un me too contra Strauss-Kahn, que acertó al no salir en la cinta.
Poco antes del final, DSK dice que su único error fue no entender lo que la gente esperaba de un político. Su abogado, Richard Malka, dice sobre el proceso por proxenetismo a su cliente:
Podemos esperar de un personaje público toda la moral que queramos, y si no estamos contentos no le votamos, pero eso no es un delito penal, es otra cosa.
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