Tres centenarios mexicanos
No fueron mexicas sino novohispanos criollos quienes operaron el gran cambio que condujo a la actual nación hispanoamericana.
El pasado día 7, la cuenta de Twitter del Gobierno de México (@GobiernoMX) lanzó el siguiente trino:
Tan conmemorativo año pretende, por emplear la fórmula zweigiana, aunar tres momentos estelares acaecidos en el territorio sobre el que hoy se asientan los Estados Unidos Mexicanos. La primera fecha nos llevaría al tiempo en el cual el Quinto Sol, Huitzilopochtli, transformado en águila, se posó sobre un nopal alzado en un islote alrededor del cual se levantó la ciudad de Tenochtitlan. Hijo de Coatlicue, la diosa de la falda de serpientes, y hermano de la diosa luna, Coyolxauhqui, a quien, según la leyenda, derrotó y desmembró, arrojándola desde una montaña, Huitzilopochtli, dios tutelar de los mexicas, también era llamado el Colibrí Azul. A él y a otros dioses del panteón zoomorfo al que pertenecía se les ofrecía sangre humana y sacrificios, con los cuales se trataba de evitar un fin catastrófico.
Los 500 años señalan la fecha de la "invasión europea". De los tres centenarios, este es, a nuestro juicio, el que amerita un comentario más elaborado. Permite, incluso, señalar una fecha concreta: la coincidente con el día de san Hipólito de 1521, jornada en la cual la ciudad de Tenochtitlan cayó, después de que un europeo nacido en Cáceres, el capitán García de Holguín, prendiera a Cuauhtémoc cuando este, a bordo de una canoa, trataba de romper el cerco de las tropas de Hernán Cortés. Según cuentan las crónicas, llevado ante el de Medellín, el último tlatoani puso su mano en el puñal que Cortés llevaba en su cintura y pidió que le matase, acaso para morir sacrificado. El Imperio mexica quedaba de este modo sujeto a la obediencia de Carlos I de España, que a su vez era la cabeza del Sacro Imperio Romano Germánico, circunstancia esta, unida a la presencia entre los hombres de Cortés de soldados no nacidos en España, que justificaría el uso de la expresión "invasión europea", fórmula que suavizaría el habitual encono de las autoridades mexicanas para con el español Hernán Cortés, encarnación de todos los males para los intoxicados por la Leyenda Negra, pero que también permitiría eludir la, por distintos motivos polémica, palabra España. Cabe, también, interponer otra objeción a la particular formulación de este quinto centenario: la pretendida atribución europea de aquella "invasión", pues por todos es sabido que en el asedio que finalizó aquel 13 de agosto participaron decisivamente, con el aporte de guerreros pero también con el decisivo apoyo logístico, naciones étnicas, singularmente la tlaxcalteca, enemigas de esos mexicas que, por metonimia, han dado nombre al actual México que, según esta mítica versión oficial, se fundó hace siete centurias.
Lo que cristaliza a partir de 1821 no es, ni mucho menos, una restauración del mundo de Moctezuma, sino una transformación de la sociedad virreinal que se estableció tras la conquista española de un territorio ocupado por pueblos indígenas que no coexistían de manera armónica.
Por último, la independencia mexicana nos lleva a 1821, año en el cual culmina un proceso cuyo origen suele establecerse en el 16 de septiembre de 1810, cuando el cura de Dolores, Miguel Hidalgo y Costilla, hizo sonar la campana de la iglesia y, seguido por una turba de indígenas y artesanos, lanzó el grito "¡Viva Nuestra Señora de Guadalupe! ¡Viva Fernando VII!¡Mueran los gachupines!", en el cual, por cierto, no aparece la palabra México. Un grito que le procuró la excomunión, motivada, en palabras del obispo Manuel Abad y Queipo, por ser el cabecilla de un grupo de "perturbadores del orden público, seductores del pueblo, sacrílegos y perjuros".
1821 conduce al Plan de Iguala, que propugnaba un México independiente bajo un monarca de la casa Borbón, circunstancia que nunca se dio. Sobre los cimientos virreinales se levantó el primer México, que pronto perdió una enorme parte de su territorio ante el empuje, de resabios masónicos y providencialistas, del vecino del norte.
Aludimos a tales estructuras imperiales hispanas porque sostenemos que lo que cristaliza a partir de la última fecha celebrada no es, ni mucho menos, una restauración del mundo de Moctezuma, sino una transformación de la sociedad virreinal que se estableció tras la conquista española de un territorio ocupado, en efecto, por pueblos indígenas que no coexistían de manera armónica. No fueron mexicas sino novohispanos criollos quienes, apoyados en las instituciones hispanas, tanto civiles como religiosas, operaron el gran cambio que condujo a la actual nación que ha decidido ilustrar tres centenarios con la figura de un dios, Quetzalcóatl, que, legendariamente, remite a Hernán Cortés y a los pálidos barbudos que un día llegaron desde Oriente para traer la cruz y la espada, pero también la pluma con la que comenzó a expandirse el idioma español, hablado hoy por los casi 130 millones de mexicanos sobre los que gobierna un hombre apellidado López Obrador.
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