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Amando de Miguel

La política no es la moral con otros medios

Cuando las cuestiones éticas se llevan al Parlamento, los debates se tornan, necesariamente, agrios.

Una imagen del claustro de la Catedral de Tuy. | C.Jordá

Ni siquiera lo es la que podríamos llamar moral cívica, que no suele ser ninguna de las dos cosas. Nos ha costado Dios y ayuda (nunca mejor dicho) que los curas no se metieran en política. Pero no hemos hecho nada, pues al Parlamento le ha dado por legislar metiéndose en el terreno de la moral católica. Con eso se logrará que, otra vez, los clérigos vuelvan a remeger en los asuntos políticos. No tenemos remedio.

Las cuestiones éticas deben dejarse al margen de la actividad legislativa. Las leyes no están para facilitar el suicidio asistido, regular el matrimonio incestuoso o alentar el espíritu cainita de la guerra civil. En cambio, no estaría mal una legislación para acabar con el privilegio, fuera del tiempo, de los coches oficiales; que ni siquiera se sabe cuántos hay en España. Qué estupenda sería la regulación de un plan hidráulico para la conexión de todas las cuencas de los ríos peninsulares (la parte española, claro, cuando desembocan en Portugal). De lo contrario, seguiremos siendo un país de sequías e inundaciones a la vez. El proyecto se planteó en tiempos de la II República, pero solo se realizó, parcialmente, en la época de Franco (trasvase Tajo-Segura).

El inusitado desarrollo de las comunicaciones telemáticas aconsejaría un buen plan urbanístico para todo el territorio nacional. Sería la forma de dispersar un poco las pocas zonas harto congestionadas, aunque solo fuera para prevenir mejor los males de las posibles epidemias. La densidad de la población española no es alta (para los estándares europeos), pero se distribuye sobre el espacio de un modo irregular. Coexisten, desordenadamente, altas conurbaciones y grandes vacíos.

Sería del mayor interés que alguna vez, en las votaciones del Parlamento, se diera libertad de voto a los diputados y senadores, cuando se traten cuestiones de principio. Precisamente porque se trata de que las leyes no tengan un sesgo moralizante. Cuando las cuestiones éticas se llevan al Parlamento, los debates se tornan, necesariamente, agrios, sin posibles cesiones y componendas, que son la salsa de una política sana.

Plantear cuestiones de principios morales queda ahora como algo prepóstero. Lo siento.

España es ya una sociedad plural en el aspecto religioso, por lo que las cuestiones éticas son de imposible aplicación legal a todas las confesiones, incluyendo la de los ateos o indiferentes. Sería un disparate que el descanso semanal fuera el viernes para los musulmanes, el sábado para los judíos y el domingo para los cristianos. O, quizá, la solución salomónica supondría plantear la jornada laboral (y educativa) de cuatro días, y así todos contentos. Pero el dislate sería mayúsculo. Lo que nos faltaba para culminar la escasa productividad de los activos españoles.

Déjense las cuestiones morales a la disciplina particular de las distintas confesiones religiosas, incluyendo, paradójicamente, la de los ateos y agnósticos. La política debe ser asunto debatible para el conjunto de la sociedad, para sus intereses terrenos. Esa es la médula del progreso, ahora que tanta gente desea pasar por progresista, como si fuera una religión más.

Otra cosa es que los gobernantes de cualquier signo político vengan obligados a reconocer un hecho histórico capital. A saber, en la nación española ha destacado, desde hace quince siglos, el hecho de la religión católica. No se puede retorcer la historia cuando se olvida un dato tan elemental. Pertenece, sobre todo, a la esfera de los símbolos. Bien laica quiere ser la Unión Europea, y sin embargo su bandera, azul y estrellada, es la representación del manto de la Virgen María. Más laicos son los Estados Unidos, pero el presidente de la nación jura (no promete) su cargo sobre un vetusto ejemplar de la Biblia. La fiesta nacional de los estadounidenses es el Día de Acción de Gracias (a Dios), que une a todas las confesiones. Consiste en una exaltación de la familia en torno a una comida ritual. El equivalente, para nosotros, sería la cena de Nochebuena.

Los políticos deberían abstenerse de legislar cuando eso pueda violentar las creencias éticas de una parte sustancial de la población. Claro, que tal principio se incumple, abiertamente, en todas las legislaturas, con todos los Gobiernos y en casi todos los países del orbe occidental. España no se va a quedar atrás en esta ola progresista que nos arrastra, con suma satisfacción general. Es más, plantear cuestiones de principios morales queda ahora como algo prepóstero. Lo siento.

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