Quiero decir, más que con el progreso, con los sedicentes progresistas, que han acaparado la etiqueta. En España, a mediados del siglo XIX, antes de que surgiera el socialismo, ya había partidos y grupos progresistas. Entre otros rasgos, se caracterizaban por un radical anticlericalismo, realmente un odio visceral a la religión católica. Los progresistas hodiernos han recogido esa tradición, tan española. Pero, como suele decirse, coloquialmente, no habrá que confundir el culo con las témporas.
Nadie discute que hay una línea de progreso o adelanto continuado en la disposición de los bienes materiales. Cuenta, sobre todo, el desarrollo de la industria, la vivienda, la alimentación, la higiene. Empero, no se puede extrapolar ese razonamiento a todas las formas de evolución. Las hay miserables. Sin llegar a tanto, la historia de los gustos artísticos, de los usos sociales, no dibuja necesariamente una línea de sistemática mejora. Cabe una ilustración: pocos españoles se sentirán satisfechos con que, en España, se haya llegado a la cota de natalidad más baja de la historia, la mínima del mundo actual. Y eso fue antes de que se fomentara el homosexualismo. El progreso fundamental de una sociedad es la de reproducirse de forma equilibrada. No es mucho pedir.
Las Cortes españolas han aprobado una ley que permite la nueva libertad de cambiar de sexo a discreción. No creo que se pueda considerar un progreso, por mucho que satisfaga al grupo de presión más poderoso: el de las feministas exaltadas. Por otra parte, el cambio de sexo a voluntad significa poca cosa si uno no se puede alterar, con la misma facilidad, el nombre y los apellidos o, incluso, la nacionalidad. Esto es, resulta bastante arduo cambiar el Estado en el que uno declara los impuestos. Por cierto, no creo que represente un gran progreso el hecho de que los españoles paguemos cada vez más impuestos. Tal tendencia va muy por detrás de la mejora de los servicios públicos.
Hay ciertas reformas, todavía, más dudosas. Por ejemplo, con la nueva ley educativa (símbolo del mayor progreso) se tiende a suprimir los centros de educación especial para los alumnos discapacitados, física o mentalmente. Hay que tener la sensibilidad de un lamelibranquio para considerar que tal medida constituya un progreso. Es, más bien, un atentado contra los derechos humanos.
Caben pocas dudas sobre algunos comportamientos de lo que podríamos considerar como progreso material. Ahí entrarían las facilidades para el trabajo telemático, la enseñanza en línea, las aplicaciones de los robots y de la inteligencia artificial, entre otras amenidades. Pero, aun así, tales mejoras técnicas (aunque se digan “tecnológicas”) crean no pocas insatisfacciones y desajustes. En definitiva, a través de ellas, se nota un cierto descenso de la calidad de la vida.
En los hoteles españoles es un uso admitido disponer de habitaciones individuales, normalmente para una persona o una pareja conviviente. Esa facilidad implica la disposición de un baño adscrito a la habitación. Pues bien, un progreso tan elemental no se cumple en muchos hospitales públicos. Es más, la situación de la actual pandemia nos ha acostumbrado a la visión, que parece retrospectiva, de grandes salas hospitalarias con docenas de camas. El cuadro parece bastante inhóspito, por decirlo con suavidad. Lo llamativo no es tanto ese atentado contra la intimidad de los pacientes como la general complacencia del público. En efecto, cunde la creencia de que “en España disfrutamos del mejor sistema sanitario de todo el mundo”. La exaltación triunfalista es la enemiga del progreso.
Un avance indudable ha sido el de la libertad de expresión y la pluralidad informativa. Pero en la realidad española del momento muestra unos medios de comunicación dominados por la propaganda y la censura por parte del Gobierno de turno. El cual se halla en connivencia con unas pocas poderosas empresas particulares. Ese control político nos acerca peligrosamente a los sistemas autoritarios, que en el mundo actual abundan más que las democracias. Aunque puedan alardear de progresismo, se comportan, en verdad, como reaccionarios. Es el caso flagrante de Unidas Podemos, situados en el Gobierno, ávidos de dictadura, aunque sea popular.