“... el enemigo… siempre va a ser el mismo, aunque con distintas máscaras: el judío. Porque nada hay más certero que esta afirmación: el judío es el culpable”.
El mundo entero ha hablado esta semana de las palabras que encabezan este artículo. Las pronunció el fin de semana pasado en el madrileño cementerio de la Almudena una adolescente vestida de falangista que resulta llamarse Isabel Medina Peralta.
Medina Peralta pertenece a una de las muchas facciones de la muy desdibujada Falange. Se mueve en ambientes neonazis y orgullosamente fascistas y acabará encarcelada por delitos de odio sin recibir ninguno de los apoyos con que acaba de entrar en prisión el rapero Hásel.
El acto de la Almudena nos ha recordado que, aunque en los niveles residuales en los que sobrevive desde hace lustros, sigue existiendo una extrema derecha de verdad en España, y que esa extrema derecha no está representada por el partido más decididamente constitucionalista que existe en España, que es Vox.
Si se tomaran en serio las palabras, la prensa y los rivales políticos que sistemáticamente han etiquetado de ultraderechista a Vox se darían cuenta de cómo suena un discurso realmente extremista y 1) dejarían de llamar “fascista” a Vox o 2) inventarían un nuevo calificativo para referirse a quienes fueron al cementerio a escuchar a esta chica.
La muy comprensible polvareda levantada por esta declaración antisemita nos enseña que la extrema derecha es prácticamente insignificante en España. Si las palabras de Medina Peralta han chocado tanto es porque, afortunadamente, no estamos acostumbrados a oírlas, y que así siga siendo para generaciones y generaciones de españoles.
Si alejamos el foco del nazismo para que ilumine también a otros totalitarismos, descubriremos otra verdad particularmente incómoda. Nadie con conocimientos básicos de Historia y un mínimo sentido de la decencia puede negar a estas alturas que el comunismo es el único proyecto político comparable en su monstruosidad al nazismo. Y, sin embargo, las exaltaciones del comunismo están tan a la orden del día que no son noticia ni cuando vienen de un ministro.
La Falange deformada hacia el nazismo de los camaradas de Medina Peralta no sale en las teles ni recibe dinero público. Tendrá cuando mucho unos pocos centenares de militantes y la hostilidad unánime y justificada de todo el establishment.
El Partido Comunista y su escisión venezolana que es Podemos son el reflejo exacto en la orilla izquierda de la Falange de esta joven. Sus dirigentes buscan inspiración en sangrientas dictaduras de izquierdas. Alzan el puño, enarbolan sus símbolos y reivindican sin remilgos a Lenin, Chávez, Castro y otros consumados asesinos políticos.
Pero hay una gran diferencia entre ambos extremismos: los nostálgicos del totalitarismo de izquierdas tienen coche oficial y cuenta de Twitter, se sientan en el Gobierno y salen en la tele como respetables demócratas.
A la infeliz de Medina Peralta su odiosa diatriba contra el judío le va a complicar mucho la vida, si es que no se la arruina. A Iglesias y a Garzón, sembrar el odio de clase les ha solucionado las suyas.