A Europa le está empezando a pasar con el dogma puritano y buenista que importamos de USA lo que a las feministas superspreaders del 8-M con la talla 38.
Cuando, con un presidente para el arrastre que nadie sabe cómo aguantará una cumbre, Estados Unidos se entrega por completo a la enloquecida dictadura woke, los principales líderes del Viejo Continente parecen despertar de su larga siesta.
Merkel, Macron y Johnson empiezan a dar signos de lucidez ante los peligros que supone la moda totalitaria que ellos mismos contribuyeron a imponer. Repasemos los brotes verdes más recientes.
En enero y febrero, la canciller alemana y el presidente de Francia –copríncipes de la Unión Europea como el propio Macron y el obispo de la Seu d’Urgell lo son de nuestra querida Andorra– coincidieron en criticar la expulsión de Trump de Twitter por ser un precedente peligroso para la libertad de expresión.
Al otro lado del Canal de la Mancha, el Gobierno del errático Boris Johnson se ha propuesto poner coto a la ofensiva woke contra los símbolos nacionales y la libertad de cátedra con la creación de una institución ad hoc para combatir la cultura de la cancelación.
Pero la señal más potente de todas la ha dado la ministra de Educación Superior de Francia, Frédérique Vidal, que ha advertido de las funestas consecuencias para la democracia de lo que ha llamado con admirable precisión y falta de complejos “islamo-izquierdismo”.
“Creo que el islamo-izquierdismo está devorando nuestra sociedad en su conjunto, y que las universidades no son inmunes y son parte de nuestra sociedad”, ha declarado esta semana Vidal. La ministra sigue así la estela de su jefe, Emmanuel Macron, que se comprometió tras la decapitación del profesor Paty a manos de un musulmán fundamentalista a combatir con toda la fuerza democrática del Estado el “separatismo islamista”.
Teniendo en cuenta que esta forma de ver el mundo disolvente y corrupta (me refiero a lo woke) que con tanta disciplina ha promovido el establishment tiene sus orígenes en el Mayo francés y sus aledaños, no es descabellado pensar que Europa se merece esta colonización castradora. Pero esto no significa que no tenga derecho a apartarse de la vía cuando ve llegar el tren, y sería una excelente noticia que así lo hiciera.
Y mientras las clases políticas de otros países empiezan a batirse en retirada ante la constatación de los efectos del juego, el Gobierno de España sigue plenamente inmerso y chapoteando despreocupadamente en el barro. La inmigración ilegal sigue desbocada, sin que ningún ministro se atreva a abordar el problema como un adulto. Los separatistas catalanes tienen aún más mando tras las elecciones autonómicas del 14. Arden las calles en hogueras que aviva una mitad del Gobierno, y la otra calla porque traicionaría sus prejuicios ideológicos si afrontara lo que pasa.
Y en medio de todo eso, con leyes nuevas que profundizan las que ya nos lastran, avanzan la censura y la atomización social en identidades culturales, raciales, territoriales, de clase y de género.