Perón en la Moncloa
En España gobierna el monstruo de Frankenstein, cuyos órganos extraídos del cadáver bolchevique se conectan con las vísceras del naZionalismo racista.
El 1 de marzo, el presidente argentino Alberto Fernández inauguró las sesiones del Congreso de su país con un discurso que incluyó una feroz diatriba contra el Poder Judicial y la prensa independiente. Dos días después, la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner tildó de “perverso y podrido” al sistema judicial cuando prestó declaración, por vía telemática, ante la Cámara de Casación, en una de las diez causas penales que pesan sobre ella por delitos que van desde el enriquecimiento ilícito y el blanqueo de capitales hasta un pacto con la dictadura iraní para dejar impunes a los sicarios yihadistas que volaron una institución judía en Buenos Aires en julio de 1994, con un saldo de 85 muertos y 300 heridos. También se ensañó con los periodistas que indagan en sus fechorías. Y simultáneamente gestiona, desde su trono, el indulto para sus cómplices en el latrocinio, una panda de delincuentes que han sido juzgados, condenados y encarcelados, y a los que idealiza como “presos políticos”. ¿Les suena?
El quilombo en España
La hostilidad de la mafia peronista contra la justicia y la prensa independiente es incurable, como lo es su aversión a la decencia y el Estado de Derecho, fobias que comparte con todos los movimientos que beben de la misma fuente tóxica cargada de ingredientes totalitarios de derecha e izquierda. Si en Argentina el peronismo nació financiado por la embajada de Alemania nazi y terminó entrenando a sus asesinos montoneros en la Cuba comunista, en España gobierna el monstruo de Frankenstein, cuyos órganos extraídos del cadáver bolchevique se conectan con las vísceras del naZionalismo racista, impregnado todo ello por un apetito desenfrenado de poder.
El quilombo imperante en España no tiene nada que envidiar a su modelo argentino. Gerardo Pisarello y Pablo Echenique pueden firmar el certificado de convalidación. En Argentina es la vicepresidenta quien controla con puño de hierro el timón ideológico del Gobierno, marcándole un rumbo autoritario, polarizado y clientelista. Es ella quien coloca en puestos clave a sus subordinados más obsecuentes y venales, bajo la mirada atenta de su hijo; y es ella quien fragmenta la sociedad con discursos cargados de odio.
En España es el vicepresidente segundo quien desempeña el mismo papel envilecedor, arremetiendo contra la Justicia y contra la prensa independiente, estigmatizando a la oposición con arengas de déspota bananero, conchabándose con los enemigos internos y externos de su propio país y abominando de la Monarquía parlamentaria y de las garantías constitucionales a los derechos de los ciudadanos libres e iguales.
En ambos casos –el argentino y el español–, tenemos la colaboración complaciente de unos monigotes presidenciales entretenidos con el usufructo del poder mal habido.
El fantasma de Perón habita en la Casa Rosada de Argentina y en la Moncloa.
Combatiendo al capital
Causarían risa, si no fueran burdos instrumentos de estafa, las invocaciones del peronismo y el sanchi-comunismo a la justicia social. El himno oficial del primero reza, en una de sus estrofas: “Por ese gran argentino/ que supo conquistar/ a la gran masa del pueblo/ combatiendo al capital./ ¡Viva Perón! ¡Viva Perón!". ¿Combatiendo al capital? Lo que combaten el peronismo y el sanchi-comunismo es el derecho de propiedad legítimamente adquirido, para sustituirlo por los chanchullos lucrativos de los gerifaltes y de los afines a su banda, ya sean plebeyos trepadores o potentados de rancia alcurnia. Ayer Perón disfrutó de la opulencia en la mansión de Puerta de Hierro, como hoy la disfrutan la señora Fernández de Kirchner en sus tropecientas propiedades, Pablo Iglesias en el casoplón de Galapagar y Carles Puigdemont en el palacete de Waterloo… para mayor escarnio de la buena gente abducida que los sustentó o los sustenta con sus votos y sus impuestos.
Otra coincidencia reveladora
El dúo Alberto Fernández-Cristina Fernández de Kirchner está librando una guerra sin cuartel contra el Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, encabezado por el opositor Horacio Rodríguez Larreta, que gana por mayoría absoluta todas las elecciones que se celebran en su jurisdicción y que se perfila como posible candidato futuro a presidente. Los mandamases peronistas le escamotean la parte del Presupuesto General de la Nación que le corresponde al municipio. Y animan a los piquetes de descamisados, premeditadamente condenados a la indigencia y la servidumbre, para que invadan el centro urbano y le apliquen una dosis cotidiana de tumultos y saqueos.
Otra coincidencia reveladora: el dúo Sánchez-Iglesias hostiga a Madrid y a Isabel Díaz Ayuso, en los planos personal y colectivo, por medios políticos y económicos, con el mismo encarnizamiento incivil con que el dúo peronista ataca a Buenos Aires y a su jefe de Gobierno. Aunque en España las hordas salvajes no pueden desahogar sus bajos instintos en la capital del Reino, sino que lo hacen principalmente en Barcelona.
Es precisamente en Cataluña donde se perciben con mayor espectacularidad los efectos devastadores del quilombo peronista importado de Argentina. He aquí un territorio enfermo de una manía crónica de supremacismo identitario, sometido a los caprichos de unos caudillos enfrentados entre sí y sublevados contra la civilización circundante. La población está fragmentada por el sectarismo cainita de los sátrapas. En las calles impera la ley del más fuerte, que en este caso es una marabunta de matones rapiñadores y pirómanos embrutecidos. Las fuerzas del orden retroceden, acorraladas y obligadas a guardar sus armas o, peor aun, a entregarlas. Y atrapada en el apocalipsis languidece una burguesía que renunció a las virtudes de la sensatez y la iniciativa emprendedora y que ahora lamenta, intimidada y empobrecida, haber allanado el camino a sus verdugos… entre los que se cuentan sus propios hijos.
El salvavidas
La sociedad catalana, atascada en la ciénaga del procés, incurriría en el colmo del masoquismo si permitiera que terminen de ahogarla con su insolencia unos tartufos infectados de peronismo que despreciaron, desertando de la ceremonia, el salvavidas que fueron a ofrecer Volkswagen y Seat en presencia del Rey de España.
Ahora se vislumbra un amago de resistencia en un manifiesto de los empresarios catalanes, descafeinado porque aprueba la torticera mesa de diálogo que figura en la versión catalana y no en la española. Si quieren salvarse tendrán que robustecer su lenguaje, pasar de las palabras a los hechos y coordinarse con todos los demócratas españoles para desperonizar, unidos, las madrigueras de la Moncloa y Barcelona.
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