Semana tras semana desde antes de que llegara a la presidencia, Joe Biden nos deja dramáticas imágenes que hacen evidente su deterioro psíquico. En menos de un mes, el presidente se ha quedado en blanco o perdido directamente la noción del espacio y el tiempo en al menos tres ocasiones.
El 27 de febrero, durante una aparición pública en Texas, el político demócrata de 78 años dijo entre gestos de angustia: “¿Qué estoy haciendo aquí? Voy a perder el hilo, ahora". El sustituto de Trump en la Casa Blanca volvió a dar muestras de lo que parece un principio de senilidad esta misma semana, al olvidar el nombre del Secretario de Estado de Defensa que él mismo nombró (suponiendo que sea él el que mande) en una conferencia de prensa.
Más doloroso aún fue verle completamente desorientado durante un acto de propaganda en una ferretería de Washington. Su equipo reaccionó sacándole de allí a toda prisa, pero la degeneración de las facultades de un presidente aparentemente superado que arrastra las palabras y parece necesitar enormes esfuerzos para mantener la coherencia en sus intervenciones ya había vuelto a quedar patente.
Ver a una persona mayor sufrir de esta manera rodeado de cámaras y fotógrafos mientras intenta aparentar lucidez y fortaleza es, en primer lugar, un espectáculo doloroso para cualquiera con un mínimo de sensibilidad. Es evidente que Biden no está para grandes responsabilidades, y no digamos para la que conlleva gobernar y representar al país más exitoso del mundo en la era de la información permanente. Viendo su vía crucis ante una prensa embarazosamente servil, uno se pregunta qué pasará a puerta cerrada cuando tenga que afrontar días de reuniones con tiburones como Xi Jinping o Putin.
Biden ya dio indicaciones de su precario estado intelectual antes de ser elegido candidato. Apostando por él, su partido cometió un acto de crueldad que puede interpretarse como un intento de aupar a la presidencia por la puerta de atrás a una vicepresidenta Harris demasiado impopular para ganarse el puesto en las urnas.
Pero, una vez más, son los medios de comunicación los que salen peor parados en todo esto. Ninguno de los grandes diarios o cadenas de televisión respetables se está haciendo eco de los claros indicios de demencia que nos ofrece casi a diario el hombre más poderoso del mundo libre.
La ceguera deliberada que muestran ante la decadencia de Biden es particularmente sangrante viniendo de los mismos periodistas que, en la más siniestra tradición soviética de declarar loco al disidente, dedicaron cientos de artículos y piezas de televisión a preguntarse si alguien con la formidable agilidad mental de Trump estaba mentalmente capacitado para gobernar USA.
Pero por mucho que ahora ignoren los vídeos auténticos de Biden desorientado y escondan el problema factchequeando los que son montajes, la salud de Biden no irá a mejor. Es fácil imaginarse que, llegado un punto, la ficción sea imposible de mantener para sus protectores dentro y fuera de la política.
Y entonces, alguien en Nueva York o Washington dará la señal: ya se puede decir que algo pasa con Biden. Los grandes medios estadounidenses y quienes les copian como obedientes secretarias a este lado del Atlántico fingirán sorpresa y hasta pesar por todo lo que ha sufrido el anciano presidente. Falseando los detalles sobre cuándo empezó el problema, se verán obligados a empezar a informar.
Con un poso de amargura por la triste deriva de los medios, nosotros nos reiremos. Y seguiremos leyendo a Cuquerella y Berberana cuando queramos saber lo que pasa en América.