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Marcel Gascón Barberá

¿De qué color es el asesino de Boulder?

Cada noticia, cada tragedia o incidente que llega a la esfera pública es tratado ya siempre como munición ideológica. 

Creative Commons – Tim Pierce

El martes, cuando empezaba a caer el sol en la mayoría de ciudades de Europa, un varón joven vestido con ropa de camuflaje entró a un supermercado de la ciudad de Boulder, en el estado de Colorado (USA), y abrió fuego indiscriminadamente contra los allí presentes. Diez personas cayeron asesinadas en el ataque.

Antes de dar su opinión sobre unos hechos que admiten bien pocos matices, muchos tuiteros se hicieron la misma pregunta que, según Meghan Markle, quitaba el sueño en Buckingham durante su embarazo de Archie: ¿de qué color de piel será el protagonista?

A los pocos minutos de que perpetrara la masacre, el autor fue detenido por la policía. Un vídeo difundido al momento en las redes sociales le muestra caminando, en calzoncillos o pantalón corto y con las manos y la pierna ensangrentadas, esposado mientras es escoltado por los agentes.  

El vídeo parecía responder a la inquietud de los de la obsesión cromática. El detenido era un hombre barbudo de piel blanquecina. Ahora ya podían hacer su interpretación, y allá que fueron.

“Los hombres blancos violentos son la mayor amenaza terrorista para nuestro país”, decía Meena Harris, sobrina de la vice Kamala. Un tal Uzair Hasan Rzvi, que según su perfil se dedica a la verificación y es periodista de AFP en el sureste de Asia, también hizo alusión a la raza del asesino: “Ha sido detenido y no lo han matado asfixiado o a tiros porque no era mestizo, negro o musulmán”. 

Estas ideas fueron repetidas en multitud de cuentas, mientras que en otras se atribuía el crimen a la “arrogancia blanca” y el “supremacismo” del sujeto. 

Pero los acontecimientos dieron un giro inesperado cuando, al poco tiempo de la carnicería, la policía reveló que el asesino era un hombre de 21 años nacido en Siria y llamado Ahmad al Aliwi Alisa. Algunos, como la sobrina de Kamala, que borró su tuit, justificaron su error en que el asesino siguiera vivo: cómo no pensar que era un hombre blanco si no le habían disparado, como al parecer hace la policía siempre que el sujeto es algo negro.

Cada noticia, cada tragedia o incidente que llega a la esfera pública es tratado ya siempre como munición ideológica. Nada ni nadie tienen valor o importancia por sí mismos. Solo en función de cómo puedan utilizarse para meterle el dedo en el ojo al otro y confirmar prejuicios.

La única solución es volver al principio básico de considerar al individuo por sus actos, no por su pertenencia a uno u otro colectivo.

Además de agotadora y aburrida, esta manera de mirar el mundo está en conflicto con la verdad y la justicia

Cuando vivía en Sudáfrica solía escandalizarme el trato condescendiente, cuando no despectivo, de algunos dueños de bares de raza blanca al personal negro. Y al ver alguno de esos incidentes me decía: qué cruel es la Sudáfrica blanca con los negros, ¿cómo no van a ser pobres? ¿Cómo no va a haber resentimiento? Pero después veía a algún empleado negro –a veces el mismo que había sido humillado– tramposo, arrogante e indolente y rectificaba: ¿cómo pueden progresar y esperar respeto, sí ellos mismos no respetan ni se respetan?

Igual que la interpretación de casos particulares con los prejuicios como único prisma, las generalizaciones a partir de hechos concretos llevan a la esquizofrenia. O renuncias a ellas o acabas deformando la realidad, porque los grupos no son bloques homogéneos y las personas nunca actúan de la misma forma.

Por eso la única solución es volver al principio básico de considerar al individuo por sus actos, no por su pertenencia a uno u otro colectivo o por el azar genético que ha determinado su raza, su sexo o sus preferencias afectivas y sexuales. Solo así podemos vivir con ciertos consensos básicos, y esperar que se nos juzgue por lo que hacemos, no por la etiqueta que ha decidido ponernos otro. 

Justo lo que no hicieron quienes esperaban que el asesino fuera blanco, y lo contrario de lo que hacen en España quienes determinan la culpabilidad y la inocencia de la gente en función de su sexo, clase social o filiación política.

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