Gran cosa es la amistad, un hecho universal e indeclinable, por selectivo. Por eso mismo, no hay que esperar el estricto cumplimiento de tal sueño, tan general, de tener muchos fieles amigos. Ya lo decía el huraño Pío Baroja: “Solo los tontos tienen muchos amigos”.
Hay grados y matices en los procesos de enamoramiento, como los hay en los de amistad. Es un tópico el elogio fúnebre, cuando no se sabe qué destacar del finado: “Fue siempre amigo de sus amigos”. Que es como no decir nada, tan general es el hecho social de la amistad.
En la literatura española de todos los tiempos, se encuentran episodios de posibles defecciones de los (que se creían) amigos. Después de todo, la traición de Judas a Jesús no puede ser más reveladora.
El monumental refranero castellano recopilado por Luis Martínez-Kleiser contiene numerosas ilustraciones sobre los falsos amigos, los que por dinero u otros intereses se pasan a los adversarios. Se comprende que esa especie de ética de la desconfianza o del desengaño sea bien recibida por la población de un país pobre. Que conste que la pobreza alcanza a todas las capas de la sociedad. Hay, también, pobreza de espíritu, no solo económica. Sin ir más lejos, el Quijote es un completo tratado de cómo hay que ir con cautela por la vida. La cual aparece llena de asechanzas por parte de los que se presentan en son de amistad. En algunos episodios, ni siquiera el leal Sancho resulta de fiar para el candoroso don Quijote.
Selecciono dos muestras del refranero de Martínez-Kleiser: “Llegada la ocasión, el más amigo, el más ladrón”. “Melones y amigos, muchos salen pepinos”. El pueblo practica la cautela de calar los melones antes de comprarlos, como debe hacerse para probar la fidelidad de los amigos.
Un mito con mucho ascendiente es el de que la amistad está reñida con el dinero, con los intereses económicos. Por tanto, en los ambientes de negocios o empresariales no pueden darse verdaderos amigos. Se trata de una falacia muy consoladora para las gentes del común.
Otra creencia falsa, muy general, es que los verdaderos amigos son los de la infancia, los que duran toda la vida. No existe evidencia de un hecho, por otra parte, tan minoritario. Antes bien, las amistades se tejen y se destejen a lo largo de los incidentes vitales. Por tanto, no es una tragedia que algunas amistades se desvanezcan con el tiempo; basta un mínimo de movilidad geográfica u ocupacional de los individuos en cuestión.
Un caso interesante es el de los amigos comunes de un matrimonio. Si se disuelve la pareja (y es circunstancia muy común, en casi todos los ambientes), también se deshacen los nudos con los amigos comunes. No importa que algunos insistan en que van a seguir siendo íntimos de la pareja separada. Sería un milagro que tal cosa sucediera.
En un mundo sometido a una interacción constante entre múltiples personas, es natural que los amigos participen asiduamente de tales relaciones. Pero, precisamente por eso, los amigos pueden mantenerse aunque mengüen las posibilidades de una comunicación continua. Ahora, además, se añade la posibilidad de verse o hablarse, a través de los medios electrónicos, de la internet. Es evidente que las relaciones amicales siguen siendo eternas, por mucho que se alteren las condiciones sociales, incluyendo, ahora, el confinamiento por la pandemia.