Pisar esas calles sobre las que la izquierda tiene declarado un monopolio (els carrers seran sempre nostres) se ha convertido en una misión particularmente ingrata para Unidas Podemos y Más Madrid. Durante esta (pre)campaña madrileña, sus escasas excursiones desde las zonas ricas en las que viven a los barrios populares por los que hablan se han saldado con sonoros fracasos.
Mientras Vox llena de sincero entusiasmo las plazas del sur obrero de la Comunidad y los trabajadores hacen llorar de emoción a Ayuso con sus vítores, Iglesias y Errejón apenas son capaces de congregar a una decena de militantes cuando bajan a saludar a los pobres.
Ante el colapso de su capacidad de movilización, y ante el miedo a que les abucheen por su responsabilidad en la debacle económica que ya sufre España, la extrema izquierda se ha refugiado en las azoteas. La voz del pueblo traicionado no llega a las alturas, y el paisaje de tejados con sus chimeneas y sus antenas es el fondo más obrero con el que pueden posar sin exponerse al escarnio.
Precisamente desde una azotea, aunque en este caso bastante pija, nuestra ministra de Igualdad nos reveló con toda su crudeza la monstruosidad estética de eso que llaman "lenguaje exclusivo". En una diatriba contra el régimen de terror al que las minorías sociales estarían sometidas en el Madrid de ultraderecha de Ayuso, la princesa roja de Galapagar se refirió a lo que las personas normales llamaríamos "hijos" y "niños" como "hijo, hija, hije" y "niño, niña, niñe".
Este ejemplo de neolengua (que incluye, con el hije, un reconocimiento del no binarismo) ha sido justamente ridiculizado en las redes sociales. Algunos en la derecha ven en el recurso a este tipo de artificios una cortina de humo para tapar las carencias programáticas de la izquierda y desviar la atención del fracaso de gestión de su Gobierno. Pero, más que una estratagema o una anécdota, el lenguaje inclusivo es un método perfectamente estudiado de ingeniería social que ya tiene repercusiones sobre nuestras vidas.
El lenguaje se ha construido durante siglos mediante un proceso de sedimentación que recoge las necesidades e inclinaciones naturales de cada pueblo a lo largo de su historia. La distorsión de este proceso a través de las imposiciones ideológicas de una élite de ingenieros sociales es parte de un intento más amplio de desacreditar todos nuestros referentes y tradiciones, de arrasar con los fundamentos en que se asienta nuestra convivencia y modo de vida. El objetivo no es otro que allanar el camino para avanzar en el proceso de transformación política y social que abanderan movimientos como el sanchismo y Podemos.
Esta perversión del lenguaje tiene, además, efectos perniciosos sobre el arte, el aprendizaje y la comunicación a todos los niveles, como advirtieron los sesenta diputados franceses que prohibieron su uso en documentos oficiales, y como también ha denunciado en España Vox. Imagínense, por ejemplo, una literatura o un periodismo en que los autores estuvieran obligados, bajo amenaza de exclusión de la profesión, a incluir el femenino cada vez que utilicen un sustantivo referido a una persona. Sería, efectivamente, comprometer cualquier posibilidad de belleza en la escritura. En el caso del periodismo, se cargaría el ritmo, la claridad y la economía del lenguaje que requiere el oficio.
Casi al mismo tiempo que Irene Montero decía "niños, niñas y niñes" en esa azotea descubríamos por Twitter que algunos libros de texto ya están escritos de esa manera y hablan de "visigodos y visigodas", "conversos y conversas" y "musulmanes y musulmanas" para enseñar la historia de España. (Si no se habla, por ejemplo, de "visigodes" no es porque no hubiera personas no binarias en los tiempos de Alarico. Simplemente, las feministas del PSOE que mandan en la educación se oponen a la teoría queer de la que emana el concepto del no binarismo).
Con esto quiero decir que la tiranía de ese atentado contra la estética y el pragmatismo que supone el lenguaje inclusivo ya es una realidad bien establecida en algunas actividades y sectores sociales. La mayor parte de nuestros medios ya escriben sobre los casos de violencia que tienen como víctima a una mujer como si Irene Montero fuera la redactora jefa. Viendo el éxito que ha tenido en los medios el concepto de violencia de género (ahora ya, directamente, violencia machista), es perfectamente razonable pensar que, en una u otra forma, pronto empezará a aplicarse el lenguaje inclusivo también en el periodismo. Esto sería otro duro golpe para esta profesión tan desmejorada por los corsés ideológicos.
Evitar que nos acaben obligando también a esto es otra razón para ir a votar contra la izquierda, en Madrid y en todas las elecciones que vengan.