El 4-M, con perspectiva de género
Tres mujeres van a ser las triunfadoras de las elecciones en Madrid. Tres hombres serán los perdedores. ¿Estamos ante un giro hacia una democracia de género?
Tres mujeres van a ser las triunfadoras de las elecciones en Madrid. Tres hombres serán los perdedores. ¿Quiere decir ello que estamos ante un giro hacia una democracia de género? Según la candidata de la izquierda radical, Mónica García, sí, porque, sostiene, las mujeres son más empáticas y tienen un estilo de liderazgo enfocado en la compasión. Cuando se hacen estos alegatos andrófobos sobre una presunta superioridad moral de las mujeres recuerdo cómo los testigos del asesinato del líder liberal Melquíades Álvarez, en el Madrid de la guerra civil dominado por la izquierda republicana, declararon que las mayores vejaciones, insultos y humillaciones a los presos políticos en la cárcel convertida en checa provenían de mujeres.
La sororidad de Mónica García termina exactamente donde empiezan las fronteras ideológicas. Pero no sólo es que las feministas de izquierda expulsan a las mujeres y hombres liberales y conservadores de las manifestaciones del 8-M, entre insultos y agresiones, sino que consienten que sus machos alfa las aparten en los momentos clave, cumpliendo así una tradición histórica que vincula el sometimiento claudicante de Victoria Kent a Indalecio Prieto a cuenta del voto femenino en la II República a la servidumbre de Isabel Serra ante Pablo Iglesias, cuando consintió que se apropiara del primer puesto en las listas de Unidas Podemos.
Monasterio y Díaz Ayuso se han convertido en un referente sobre cómo hacer política liberal-conservadora sin ceder ni un milímetro ante la maquinaria mediática, dominada por la izquierda populista y la derecha acomplejada.
Por el contrario, las candidatas de la derecha, Isabel Díaz Ayuso y Rocío Monasterio, se han desprendido de la tutela de los líderes de sus partidos y, todavía más importante, de los estereotipos empáticos y compasivos del feminismo paternalista y condescendiente de la izquierda defensora de las mujeres-cuota. La sonrisa irónica de Isabel Díaz Ayuso (molestaba tanto a Pablo Iglesias en el debate electoral que trató de borrársela con una orden, como si fuese una de las sumisas de su partido) y la seriedad granítica de Rocío Monasterio (enervó a una de las comisarias políticas del PSOE colocada en RTVE, la misma que le había hecho un masaje en prime time a Iglesias) muestran que el feminismo en las mujeres liberales y conservadoras no pasa por la reclamación de una supuesta especificidad femenina que las haga más pequeñas y suaves; tan blandas por fuera, que se diría todas de algodón, sino en la igualdad de personas capaces y comprometidas que anteponen en el ámbito político sus mentes a sus genitales.
Por el contrario, en la senda de Isabel la Católica en el pasado lejano y de Margaret Thatcher en la inmediata proximidad histórica –los dos modelos de liderazgo femenino, firme en los principios e implacable en las acciones, que más molestan a la tribu izquierdista–, tanto Monasterio como Díaz Ayuso se han convertido en un referente sobre cómo hacer política liberal-conservadora sin ceder ni un milímetro ante la maquinaria mediática, dominada por la izquierda populista y la derecha acomplejada.
Las elecciones en Madrid tienen dos derivadas importantes a nivel nacional. En primer lugar, porque el tándem Díaz Ayuso-Monasterio podría significar la reconquista liberal y conservadora del centro y la derecha, parasitados ideológicamente por el socialismo y el nacionalismo. Por otro lado, para hacer triunfar un feminismo en clave liberal que reivindique la lucha contra los reductos de machismo y misoginia dentro de los límites del Estado de Derecho, y unas mujeres que no sean ni floreros, al estilo de Adriana Lastra, ni cuotas, a lo que se ha rebajado Irene Montero, sino, como reivindica Cayetana Álvarez de Toledo, amazónicas.
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