Según la Wikipedia, que recurre a "especialistas" para catalogar al partido "de ultraderecha o de extrema derecha", Vox se fundó el 17 de diciembre de 2013. En casi siete años y medio de actividad, los cuadros o simpatizantes de este partido "de ultraderecha o de extrema derecha" no han protagonizado ni una sola algarada o acto de violencia política. Muy al contrario, a la muy peligrosa "ultraderecha" le ha tocado el papel de víctima en prácticamente todos los incidentes de esta naturaleza que hemos sufrido en España desde entonces.
El último de ellos se dio hace unos días en la Ceuta de después de la invasión marroquí. Con gritos de "racista", "hijo de puta" y "Alahu Akbar", una turba de evidente vanguardia mahometana cercó este lunes el hotel en el que se hospedaba Abascal para impedirle salir a la Plaza de África a hablar con los medios. Abascal ya venía de sufrir un atropello: el perpetrado por la Delegación del Gobierno y el TSJA al no autorizar, invocando el riesgo de incidentes debido a actos de boicot que sí se celebraron, una concentración de su partido en la ciudad autónoma.
En su libro Alegato por la democracia, el hoy israelí y antiguo preso de conciencia soviético Natan Sharansky escribe sobre lo que él mismo acuñó como "la prueba de la plaza pública" de las democracias:
Si una persona no puede plantarse en medio de la plaza de su ciudad y expresar sus ideas sin miedo a ser detenido, encarcelado o agredido, esa persona no vive en una sociedad libre, sino en una sociedad sometida al miedo.
Como ya hizo al celebrar mítines en Sestao, Vich o Vallecas, Vox ha aplicado el test de la plaza pública en Ceuta, y los resultados vuelven a ser concluyentes. Los seguidores de Vox, que en las últimas generales fue el partido más votado en Ceuta, no tienen derecho a manifestarse en su ciudad cuando les plazca. La autoridad gobernante lo considera una provocación.
A las fuerzas hostiles a la libertad, representadas en la península por la izquierda y los separatistas, se suma con gran protagonismo en Ceuta el Islam, una novedad de la que conviene tomar nota, visto el vigor que caracteriza la acción política de una parte sustancial de esta comunidad en Europa.
Pero la osadía de Abascal y los suyos (a quienes los hechos, como se ha visto con la invasión migratoria en Ceuta, van dando la razón en cada vez más cosas) no es solo un termómetro de la calidad de nuestra democracia. También sirve para medir el compromiso de los demás partidos con la nación, la Constitución y la libertad de expresión y manifestación.
Al inaugurar su campaña para las madrileñas en Vallecas, Vox puso en evidencia a todos los partidos de izquierda, que, en un manifiesto de inequívoca inspiración batasuna, aplaudieron los boicots y calificaron de provocación la presencia del partido en el barrio.
Con el viaje de Abascal a la ciudad autónoma, también se ha retratado el PP. Primero el de la ciudad, que firmó con el PSOE y los dos grupos musulmanes de la Asamblea un manifiesto muy parecido al de la izquierda madrileña sobre Vallecas. Y después al nacional, que por boca de Cuca Gamarra hacía a Abascal responsable de lo ocurrido y se negaba a condenarlo.
En la defensa que hace Abascal de las fronteras y la soberanía de España, el PP ve, según el manifiesto firmado, "una innecesaria y preocupante excitación del estado de ánimo" de los ceutíes y un desafío a la convivencia. Y esto justo después de que Mohamed VI perpetrara con la invasión de falsos inmigrantes a Ceuta una agresión sin precedentes recientes contra España.
Con este nuevo cordón sanitario contra Vox, en el que, horas después del órdago de Marruecos, se da la mano con el activismo islamista en España, el PP vuelve a demostrar que no se cree la Constitución, es parte hasta las últimas consecuencias del Estado Emotivo del que hablaba Cristina Losada y siempre apuesta por el apaciguamiento en los momentos decisivos.