El sistema educativo tiene que soportar varios lastres: políticos que pretenden convertirlo en una correa de transmisión de su ideología, pedagogos que lo contemplan como un campo de experimentación de sus delirios, alumnos abonados a la desidia y adictos a los videojuegos (o, lo que es más grave, como émulos posmodernos de las Juventudes Hitlerianas), profesores con apuntes tan amarillentos como su vocación (o, lo que es peor, con vocación de ingenieros de almas), comparaciones con otros sistemas educativos que no tienen en cuenta ni el contexto social ni los valores culturales…
Pese a lo que pudiese parecer, no es el peor de dichos males la pedagogía oficial. Aunque cada cierto tiempo cambia la denominación de lo que ha de ser evaluado, los profesores suelen adaptarse solo burocráticamente. Si la teoría es cuando se sabe todo pero nada funciona y la práctica es cuando todo funciona pero no se sabe por qué, la Pedagogía es esa rama del saber científico consistente en que nada funciona y nadie sabe por qué.
La última medida estrella de la ministra socialista de Educación ha sido prohibir de facto las repeticiones de curso. Ahora los alumnos aprobarán cuando a pesar de haber repetido varias asignaturas muestren "madurez". Lo que traducido al día a día de los centros, y dado que los alumnos repetidores pueden ser perezosos pero no son idiotas, se traducirá en mostrar su mejor versión durante el último mes de curso. Es cierto que en España se repite demasiado, pero pretender arreglar dicho fallo estructural del sistema con un aprobado general es como querer solucionar la fiebre de un paciente rompiendo los termómetros.
En España no sirven como modelos ni Finlandia ni Singapur porque la realidad es muy otra. En concreto, la mediocridad congénita del país. Los españoles nos hemos hecho a ser de calidad media. No lo digo como una crítica sino como una evidencia. La excelencia nos da pereza, demasiado esfuerzo para pasar de ser notables a ser sobresalientes. Si algo caracteriza al sistema educativo español es la falta de una masa crítica de alumnos excelentes. En el Democracy Index hemos conseguido entrar en el club de las democracias plenas, pero siempre en el borde inferior y sin esperanza ni ganas de llegar a ser como Noruega o Nueva Zelanda. En cuanto a las universidades, nadie espera que ninguna de ellas vaya a figurar jamás entre las diez primeras, pero se celebra como un éxito estar entre las doscientas más punteras del mundo.
En España prima la felicidad sobre otras consideraciones vitales. Y de ahí esa preocupación por no angustiarse demasiado ni sufrir mucho estrés. En el escudo de España habría que sustituir el lema latino Plus Ultra, apropiado para los tiempos de Hernán Cortés y Felipe II, por el de Aurea Mediocritas, encarnado por líderes como Rodríguez Zapatero y Rajoy, tanto monta, monta tanto, José Luis como Mariano.
Hay un vínculo espiritual entre la propuesta socialista de pasar de curso pese a tener varias asignaturas suspensas y el indulto a los golpistas catalanistas. En ambos casos el Gobierno rehúye coger el toro por los cuernos porque le supondría enfrentarse a poderosos intereses creados y profundas dinámicas sociales. Como siempre, sin embargo, queda abierta la esperanza de la resistencia individual, profesores y estudiantes, ciudadanos e intelectuales, que heroicamente resisten la comodidad mórbida de la mediocridad y, haciendo caso omiso a la calma chicha del bien-estar, cada día se arremangan para trabajar sin prisa pero sin pausa en la defensa de los valores superiores del bien-ser: verdad, objetividad, rigor.