La Ley de Memoria Democrática del PSOE y sus aliados en la extrema izquierda y el golpismo nacionalista es un intento de engañar al pueblo, embaucar a los académicos, falsear la Historia, falsificar la democracia y deformar la Transición. Por ello debería denominarse más bien Ley de Mistificación Antidemocrática. Hay que reconocer a Sánchez la coherencia en continuar lo peor de la tradición de su partido, responsable en gran medida de la deriva autoritaria de la Segunda República, así como del golpe de Estado de 1934, cuando no quiso reconocer pacíficamente la alternancia en el Gobierno.
Mario Noya recomendó una docena de libros "para combatir la liberticida norma que pretende perpetrar el Gobierno social-comunista". Permítanme que les hable de mi libro favorito sobre la Segunda República y la Guerra Civil. Fue escrito por alguien a quien Serrano Suñer, el cuñadísimo de Franco, describió como "el hombre más funesto que había visto nacer España". ¿Azaña, Largo Caballero, Companys? El caso es que tuvo que huir del Madrid republicano porque los sindicalistas de la UGT lo amenazaban con darle el paseo.
¿Qué tipo de hombre era el que hacía coincidir en el odio hacia su persona a los franquistas y a los socialistas?
José Castillejo tenía un pedigrí irreprochablemente democrático, republicano y liberal. El franquismo lo apartó de sus cargos académicos "por su pertinaz política antinacionalistas y antiespañola en los tiempos precedentes al Glorioso Movimiento Nacional". En el Coloquipo Lippmann celebrado en París en 1938, la reunión de liberales que iba a inventar el neoliberalismo, solo había dos invitados españoles: Ortega y Gasset, que no pudo asistir, y nuestro Castillejo, un intelectual vinculado a la Institución Libre de Enseñanza junto a Giner de los Ríos y Menéndez Pidal. Castillejo murió un poco más tarde en el exilio, concretamente en Londres; al año siguiente del fallecimiento, también en la capital inglesa, de otro ilustre exiliado de las dos Españas autoritarias y fratricidas: Manuel Chaves Nogales.
En Londres, Castillejo pulió el borrador (en inglés) de Democracias destronadas. Un estudio a la luz de la revolución española, 1923-1939. Este es el libro que Pedro Sánchez no quiere que leas. Ha dicho su hieródulo, Félix Bolaños, ministro de la Presidencia, que "ninguna fuerza democrática debería tener problema con una ley que homenajea a las víctimas del franquismo". Tiene razón. El problema es que los socialistas pretenden robarle la voz a los que fueron tanto víctimas del franquismo como de los socialistas, los comunistas, los anarquistas y, en general, todos aquellos que torcieron el original rumbo liberal de la Segunda República para convertirla en un monstruo de autoritarismo, censura, violencia, golpismo, lucha de clases y xenofobia.
La tesis de Castillejo es novedosa: sitúa el problema de la deriva autoritaria de los diversos regímenes españoles en Miguel Primo de Rivera y su dictadura, que comenzó un modo revolucionario de hacer la política que cancelaba el éxito español que se había iniciado con Cánovas del Castillo y su estilo prudente durante la monarquía constitucional de 1876. El cordobés Alcalá-Zamora intentó seguir el ejemplo de moderación del malagueño Cánovas del Castillo pero, subraya Castillejo, Azaña y los socialistas le empujaron por la senda revolucionaria.
Si Primo de Rivera despeñó a España por el barranco revolucionario, sería la Ley de Defensa de la República lo que marcó "el reconocimiento del fracaso republicano, un homenaje a los métodos del dictador, una renuncia a la democracia liberal y una declaración de guerra civil, guerra que larvada o abierta ha estado presente en España desde entonces". Dicha ley se aprobó en octubre de 1931. Un mes antes había publicado Ortega y Gasset un artículo en el que advertía sobre el radicalismo revolucionario. Un mes después, el filósofo planteó en una célebre conferencia una Rectificación de la República. Sin embargo, Castillejo veía en ese último trimestre de 1931 el fin de cualquier esperanza de república liberal. Es sintomático que un siglo después sean los legatarios de los que hicieron todo lo posible para descarrilar la república constitucional del 31 los que estén destruyendo las bases de la convivencia que se cimentaron en el 78. Hoy se puede aplicar a los socialistas, los podemitas y los nacionalistas lo que Castillejo escribió sobre lo que hicieron los revolucionarios de izquierda a la Constitución republicana:
Junto a la declaración de derechos liberal estaban los posibles cimientos de un Estado totalitario.
Todo historiador que se precie es revisionista. Como todo científico y filósofo. O se es revisionista o se es parásito. Ambos son legítimos. No todo el mundo puede ser lúcido, original y audaz. Otra cosa es confundir ser revisionista con ser un comisario político y un activista partidista. La Ley de Mistificación Antidemocrática pretende crear unas checas ideológicas para perseguir a los disidentes, adoctrinar desde preescolar hasta el doctorado y callar a los revisionistas. Si de verdad fuese una Ley de Memoria Democrática, lo primero que tendría que hacer Pedro Sánchez es pedir perdón en nombre de su partido por el asalto a la república democrática y liberal que realizó casi toda la izquierda para convertirla en una república dictatorial y socialista. Pero el PSOE reivindica a criminales políticos como Largo Caballero y Álvarez del Vayo (que tras su siniestro mandato durante la guerra civil, y llevado por su lógica terrorista, terminaría fundando el FRAP). Sánchez está a años luz de Castillejo, víctima de los franquistas y de los socialistas, que ya en el exilio del que no volvería declaró:
Si me preguntaran quién corre con la responsabilidad de la Guerra Civil, tendría que responder: yo, no hice lo suficiente.
En su tumba en Londres hay una inscripción en la lápida: "A great spaniard who died in exile". Un gran español, un gran demócrata, un gran republicano y un gran liberal que murió en el exilio. Una memoria democrática que no sea sectaria ni inquisitorial pasa por reivindicar a los grandes olvidados de una guerra y una revolución de las que fueron responsables los totalitarios de la extrema izquierda y la extrema derecha, aquellos que querían una democracia sin ley y una ley sin democracia, como sentenció Pablo Casado, recogiendo el espíritu de José Castillejo.