Para que no te suba la tensión viendo Netflix
La nueva religión obligatoria, el culto woke, se va afianzando en todos los ámbitos de la vida. Pero aún cabe sortearla.
La nueva religión obligatoria, el culto woke, se va afianzando en todos los ámbitos de la vida. En Netflix, por ejemplo, es casi imposible ver una película, o una serie, sin moraleja, reprimenda o voluntad de ejemplo.
Los malos siempre son europeos varones, cristianos y conservadores. ¡Con lo que darían de sí, para la causa feminista, las historias de sumisión de la mujer en el Islam! O para el género detectivesco una investigación sobre yihadistas en las barriadas de Barcelona, París o Londres. ¿Y qué me dicen de los dramas y largometrajes épicos que saldrían con las vidas de los cristianos nigerianos masacrados? O de los millones de venezolanos exiliados.
Pero ya sabemos que este tipo de películas no interesan. En el guión de la inmensa mayoría de películas de Netflix, la empresa y Occidente tienen la culpa. El terrorista, como la crispación y las fakes news, viene invariablemente de la derecha blanca supremacista. Ya no hay gays o inmigrantes malos, igual que no hay tradicionalistas (europeos) buenos. Y siempre hay un negro, o un moro, bueno que, de la mano de una mujer empoderada, ayuda a salvar a la sociedad de una amenaza capitalista o fascista.
Podría seguir, pero ustedes ya saben de qué les hablo. Y, para evitarles el mal rato de quitar una serie porque ya saben desde los créditos que el pederasta es el cura, quiero recomendarles cuatro películas de Netflix que aún se pueden ver sin someterse a una sesión machacona de catequesis progre.
Pueden empezar por la cinta norirlandesa Bad Day for the Cut, una tragicomedia ácida, violenta y apolítica, aunque vaya, de alguna forma, de política, con personajes universales y generalmente bien construidos y un misterio que no se desvelará hasta el final. Bad Day for the Cut cuenta la historia de Donal, un granjero soltero de mediana edad muy unido a su madre.
La acción comienza cuando su madre, una anciana aparentemente apacible y sin enemigos, es asesinada una noche en su casa. Donal se entrega entonces a la venganza mientras intenta desentrañar el móvil. No ha sido doblada al español y debe verse en versión original y con subtítulos.
En ‘Boi’ descuella una Barcelona loquillesca, pletórica sin necesidad de procramarlo en su condición de ciudad y creadora de una españolidad única.
Otra opción excelente es El patrón, una película argentina basada en hechos reales que recrea la cruzada de un abogado por salvar de la cárcel a Hermógenes, un humilde carnicero argentino que acaba en la cárcel por asesinato. Además de un buen fresco de la Argentina contemporánea, como suelen serlo todas las películas argentinas, el largometraje de Sebastián Schindel consigue crear en el espectador la insoportable sensación de angustia que llevó a Hermógenes a clavarle un cuchillo a su acosador.
El patrón está inspirada en un libro sobre el caso real del criminólogo Elías Neuman. La película demuestra que se puede hacer drama social e incluso denuncia sin caer en la sobreactuación woke.
Vayamos a continuación a Old Boys, una ligera comedia danesa en forma de road movie construida en torno a las aventuras de Vagn, un conserje cincuentón (o quizá sesentón) al que se dejan olvidado en el baño de una gasolinera durante un viaje a su Suecia con el equipo de fútbol de jubilados en que es portero.
El talante sosegado y la buena madera de la que está hecho Vagn les harán sonreír y sentirse bien durante toda la película, a la que no le faltan personajes originales y no arquetípicos y situaciones cómicas. Como la del granjero irlandés, Old Boys no está doblada al español y debe verse con subtítulos, lo que ayuda a apreciar la interpretación del personaje de Vagn (Kristian Halken).
Por último, quiero recomendarles Boi, mi película favorita en esta lista. Dirigida por Jorge M. Fontana y protagonizada por un magistral Bernat Quintana, esta película catalana nos presenta el debut en su trabajo de chófer de lujo de un joven de clase media barcelonés con vocación de escritor.
En un principio, la película parece estar trazada en torno al eje del misterio de las oscuras actividades que han traído a Barcelona a sus dos primeros clientes. Pero está tan bien trazada que el misterio acaba siendo lo de menos.
La música, las imágenes, las reflexiones al volante de Boi (así se llama el protagonista) y los personajes que le acompañan en su trabajo traen a la pantalla del ordenador (o de la tele, si usted es de los que usa una conexión HDMI) el dandismo de una Barcelona noctámbula, seductora, descreída, individualista e insolentemente adulta.
Una Barcelona loquillesca, pletórica sin necesidad de procramarlo en su condición de ciudad y creadora de una españolidad única, que se manifiesta, por ejemplo, en el botones del hotel donde se alojan los chinos de Boi.
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