En mayo de este año el rey de Marruecos, Mohamed VI, se vengó de la obsequiosidad de España con el líder del Polisario abriendo la verja de Ceuta a más de 8.000 de sus súbditos, varones jóvenes y menores.
La avalancha migratoria dirigida sembró el pánico y el caos en la localidad, de poco más de 80.000 habitantes. Por capricho del sátrapa que nos ha tocado cerca, Ceuta había sido invadida por una fuerza de choque más o menos consciente de su misión que representaba casi un diez por ciento de la población asediada.
España aún paga la manutención de los menores que no han podido ser expulsados, ha de sufragar los gastos del proceso judicial sobre su retorno y se habrá quedado con un buen número de infiltrados que el rey vecino puede activar en el momento y en la ciudad que más le convengan.
Pero los costes del acto hostil de Rabat van mucho más allá de estas cuestiones concretas. Todos a ambos lados de la frontera saben ahora que Marruecos puede golpear a España en el momento que quiera, con una invasión en toda regla que nosotros no trataremos como tal por nuestros prejuicios buenistas.
Algo parecido a lo que ocurrió en Ceuta está pasando en las fronteras nororientales de la Unión Europea. Desde que, también en el mes de mayo de este año convulso, el dictador bielorruso Lukashenko secuestrara un vuelo low cost para detener a un periodista crítico, la Unión Europea ha castigado al régimen de Minsk con duras sanciones.
Como era de esperar, la dictadura no se quedó de brazos cruzados. "Hasta ahora parábamos a los inmigrantes y las drogas", dijo Lukashenko en reacción a las represalias occidentales. Y añadió: "A partir de ahora, todo esto os los comeréis vosotros".
Dicho y hecho. Como ensayó nuestro entrañable Mohamed en Ceuta y hace el sultán turco Erdogan cada vez que se enfada con Bruselas, Lukashenko está azuzando hacia territorio enemigo a quienes para él no son más que perros. Miles de inmigrantes de Oriente Medio han entrado ya ilegalmente en Lituania. El flujo ha empezado a extenderse a Letonia y Polonia, y a Lukashenko le viene una ganga con el éxodo afgano.
Bielorrusia no está precisamente al lado de países como Irak, y la operación de llevar a los inmigrantes a las puertas de la Unión Europea no es del todo sencilla. Pero las dictaduras son extremadamente eficaces a la hora de hacer el mar. Minsk ha logrado atraer a estos inmigrantes convertidos en sus agentes regalando visados en sus embajadas en Oriente Medio y, probablemente, pagándoles los vuelos.
Por suerte para todo el continente, Lituania, Letonia y Polonia no están gobernadas por cretinos, y sus Gobiernos se han tomado la crisis como lo que es: un ataque intolerable que no puede ignorarse en nombre de la compasión. Y ya han comenzado a enviar tropas. Y a construir vallas.