La debacle afgana de Biden ha desatado un alud de solidaridad retórica hacia las mujeres afganas que no se concretará en nada. Viene, en la mayoría de los casos, de pacifistas fanáticos que rechazan la idea misma de Ejército, lo que impone inevitablemente una pregunta: ¿cómo, si no por la fuerza de las armas, puede liberarse a las afganas del salvajismo talibán?
Pero a nadie sorprenden ya este tipo de hipocresías y, a estas alturas, sólo cabe preguntarse si de verdad se puede hacer algo por los pobres afganos a los que aguardan días negros bajo el imperio de la literalidad de la sharía.
Una condición indispensable a la hora de buscar soluciones es atender a su viabilidad. Frente a lo que pretenden algunas almas bellas, la tragedia que el regreso impuesto a la Edad Media supone para los afganos no puede aliviarse con una absorción masiva de refugiados.
Si los países prósperos y democráticos recibieran a todos, vendrían a Occidente hasta los ministros del Talibán, y en Afganistán sólo quedaría ese personaje imposible que es Zabulon Simantov, a quien los medios han bautizado como "el último judío de Afganistán". El Talibán, es verdad, se quedaría sin cuadros con los que imponer la ley islámica. Sin adúlteras a las que lapidar ni manos de ladrones que cortar.
Pero nosotros importaríamos una cantidad de población imposible de absorber en nuestros mercados de trabajo estancos, o de mantener con nuestro sistemas sobresaturados del bienestar.
Por no hablar de lo que ya estamos viendo en toda Europa: lo difícil que sería inculcarle a una porción de sociedad cuasi-medieval y practicante de una religión a menudo agresiva, como es el islam, ideas que a nosotros nos parecen innegociables. Por ejemplo, sobre los derechos y capacidades de las mujeres.
Descartada la importación masiva de afganos como solución, podemos volver a preguntarnos: ¿hay realmente algo que hacer por los que más sufrirán, además de firmar manifiestos inútiles y rasgarse las vestiduras en Twitter? ¿Podemos hacer algo por ellos, o por algunos de ellos, sin arruinarnos en el intento?
El llamado Fondo Nazareno ofrece una respuesta inmejorable a la cuestión.
Esta organización cristiana estadounidense se dedica a salvar a miembros de minorías perseguidas de la esclavitud sexual y laboral y del tráfico de órganos. En los últimos años ha rescatado a centenares de personas, muchas de ellas cristianas, de territorios asolados por la guerra, la pobreza o la sharía en Oriente Medio, África o Haití. (Aquí pueden ver y leer, en inglés, las historias de estos rescates).
La deserción estadounidense de Afganistán ha llevado al Fondo Nazareno a marcarse un nuevo objetivo: extraer sanos y salvos a los cristianos del país. En unos pocos días, el Fondo Nazareno consiguió recaudar, a base de donaciones particulares, cerca de 30 millones de dólares, que espera le sirvan para rescatar a miles de cristianos y otros perseguidos y transportarlos a los países que ya se han comprometido a acogerlos.
Hasta el cierre del aeropuerto de Kabul este domingo, más de 5.000 cristianos afganos habían sido extraídos de forma selectiva y controlada en vuelos fletados y pagados por el Fondo Nazareno, que se ha comprometido a seguir trabajando para buscar vías de evacuación para las minorías que quedan en el país.
Por lo que parece, el empeño no está teniendo el apoyo de la desastrosa Administración Biden. Según uno de los fundadores del Fondo, el periodista conservador Glenn Beck, personal estadounidense en el aeropuerto de Kabul ordenó que se quedaran en tierra cientos de afganos que iban a ser evacuados por el Nazareno.
Pase lo que pase con los esfuerzos para sacar a todos los perseguidos por motivos religiosos, el éxito parcial que ya ha cosechado la iniciativa es un ejemplo de que no hay empresa imposible si se tienen las suficientes dosis de audacia, ingenio y determinación para conseguirla.
En los pocos días que ha durado la caótica evacuación de occidentales y sus aliados afganos, el Fondo Nazareno ha salvado a miles de personas de la muerte y la persecución más implacable. Y lo ha hecho sin provocar una crisis migratoria en otros países o recibir un céntimo de las organizaciones internacionales o el Estado.