La decadencia de Occidente
Ahora mismo se produce, silenciosamente, el canto del cisne de la hegemonía estadounidense.
Me sumo al centenario de un libro muy influyente: La decadencia de Occidente, de Oswald Spengler. El voluminoso trabajo se escribió entre 1918 y 1923, al tiempo del final de la Guerra Europea y la epidemia española de la gripe. Considera que las civilizaciones tienen una cuasi vida biológica, por lo que su eventual decadencia se encuentra programada por la evolución.
Las dos guerras mundiales (1914-18 y 1939-45) supusieron el despliegue de la civilización occidental a todo el mundo, pasando la centralidad de Europa a los Estados Unidos de América. Ese país fue el verdadero triunfador de ambas contiendas. Suya fue la idea de la Sociedad de Naciones y de la Organización de las Naciones Unidas. Las dos entidades se propusieron el desarme mundial, no hay que decir que con escaso éxito.
Ahora mismo se produce, silenciosamente, el canto del cisne de la hegemonía estadounidense. Se acaba de firmar (por teleconferencia) el pacto entre los Estados Unidos, el Reino Unido y Australia. Se acoge al horrísono acrónimo de Aukus, por las iniciales de los tres países en orden alfabético. Se supone que, tácitamente, cada uno de ellos incorporará los numerosos satélites de uno u otro continente. Por desgracia, el nuevo convenio se concentra, primero, en el desarrollo de submarinos de propulsión nuclear. La finalidad es contener la nueva hegemonía mundial que asoma en China. Es una posición defensiva y temerosa de las tres grandes potencias angloparlantes. No se hacen cargo de su decadencia industrial y comercial respecto al auge de China, por otra parte, un régimen totalitario.
Desde luego, la nueva coalición se aleja mucho de la posición geográfica de Occidente. Esa es una voz que ha perdido significado. Lo decisivo es que de ese concierto occidental se encuentra ausente la Unión Europea, a pesar de la exageración de ese marbete, que excluye a Rusia y al Reino Unido. Así que, con más propiedad, podríamos hablar de la decadencia de la Unión Europea. Ni siquiera se muestra capaz de reproducirse demográficamente; debe sobrevivir con la ayuda de una continua inmigración exterior, por lo general poco productiva.
La entente angloparlante ya no se enfrenta a Alemania (como en las dos guerras mundiales) ni a Rusia (como en la guerra fría), sino a China. Ese es el nuevo escenario del choque de civilizaciones. De momento es más comercial que bélico, en medio de una pandemia, curiosamente, originada en China.
Ni qué decir que España no tuvo ningún papel relevante en las dos guerras mundiales, ni lo tiene ahora, en este nuevo enfrentamiento a escala planetaria. Ni siquiera cuenta mucho en la Unión Europea, a pesar de ser uno de los socios grandes, por el tamaño de su economía. Pero, como queda dicho, la Unión Europea ya no es protagonista de la confrontación con China.
Las ideologías dominantes en la actual civilización occidental se han elaborado, sobre todo, en los Estados Unidos de América. Al menos en ese país han conseguido la plena legitimidad para imponerse. La lista se podría sintetizar en estas tres etiquetas: ecologismo, feminismo y cientificismo. China solo admite la última, de forma exagerada.
Cunde la sensación de que el virtual encontronazo entre China y la Aukus se va a producir en el dominio científico, que ahora se presenta como tecnológico, sobre todo en el aspecto de las comunicaciones electrónicas. Los que a sí mismos, en chino mandarín, se llaman "el imperio del centro" (del mundo) carecen de petróleo, pero dominan la producción de chips electrónicos y sus derivados. Los chinos conquistarán, con cierta probabilidad, el planeta Marte; simbólicamente, el dios de la guerra. Imagino que serán los primeros en obtener energía del elemento más común del universo: el simplicísimo hidrógeno. Será el comienzo de la gran revolución industrial de nuestro tiempo, o mejor, del que viene a continuación.
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