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Amando de Miguel

Los nuevos escoliastas

El género de los escoliastas contamina muchos artículos de opinión en los periódicos españoles.

Pixabay/CC/manolofranco

Como es natural, me veo en la necesidad (y el gusto) de acudir de cutio a la lectura de los llamados libros de pensamiento o de ensayo. Es el hábito cotidiano más frecuente. Por fortuna, ahora dispongo de más tiempo que nunca para tal menester. Por comodidad, me detengo más en los autores españoles contemporáneos (y, a menudo, coetáneos). La selección la da mi especialidad, pues mi asignatura como profesor, durante tantos años, versaba sobre la estructura de la sociedad española del siglo XX.

Confieso una primera impresión desalentadora. Estos autores, que podrían pasar por afamados científicos sociales, intelectuales o pensadores, son, más bien, escoliastas. Me explico. El argumento y el tono de estos textos del pensamiento español contemporáneo no pasan de ser un centón de citas, comentarios y notas sobre los autores extranjeros más acreditados. Vienen bien como traducción y difusión de las ideas influyentes en el mundo. No obstante, añaden muy poco. Se nota que se han redactado con fichas de los autores leídos, aportando muy poco esfuerzo personal. Que conste que también yo he utilizado ese método desde la época de estudiante. Recuerdo el examen de licenciatura, un ejercicio escrito en el que los alumnos se encerraban en una sala durante dos o tres horas. Podían llevar cuantos libros y apuntes quisieran. Debían escribir, durante ese tiempo, sobre un tema propuesto, en ese momento, por el tribunal. Yo no llevé ningún libro. Solo cargué con una pesada maleta con diversos ficheros, que contenían las papeletas que había ido rellenando con las citas de los autores leídos a lo largo de la carrera. Me tocó desarrollar un tema sobre la planificación económica y el Estado de Bienestar o algo parecido. Sobre el cual contaba yo con cientos de fichas, por orden alfabético de subtemas y autores. Elegí unas cuantas y empecé a escribir. Rellené varios pliegos rayados, los típicos de la burocracia académica de entonces. Me dieron premio extraordinario. Había realizado un perfecto trabajo de escoliasta. Hoy, sería incapaz de escribir un libro de ese modo.

Me entretengo en ese recuerdo de hace 60 años porque ilustra lo que quiero decir. Muchos de los libros de pensamiento que ahora me embaúlo parecen haberse redactado de la manera descrita en mi certamen de licenciatura. Es un sistema fácil para escribir, pero vacuo para leer y sacar algo de provecho.

Mi amigo Damián Galmés me suele enviar larguísimos correos, a vuelatecla, sobre su interpretación de la historia española, en especial la parte ideológica o de pensamiento. Contienen fascinantes ideas, sustentadas en algunas atrevidas especulaciones etimológicas (que es lo suyo), a propósito de otras sugeridas en mis artículos. A veces son textos muy discutibles, pero siempre originales y sugerentes. Da gusto chapuzarse en tales lucubraciones. Son lo contrario del género de los escoliastas al uso.

Encuentro una justificación para el predominio del género de los escoliastas. Muchos de ellos son profesores (en ejercicio o en el trámite de ascenso) y se acostumbran a escribir para que los textos sean útiles a los estudiantes.

Por alguna misteriosa razón, los editores españoles prefieren publicar libros basados, fielmente, en las lecturas de otros extranjeros. "Como dice Fulanito" es la entrada de muchas frases. Conviene que el tal Fulanito sea un nombre foráneo, a poder ser poco conocido por el público español. Es decir, a la industria editorial española le gustan los escoliastas.

Lo malo es que el género de los escoliastas contamina muchos artículos de opinión en los periódicos españoles. Nos ilustran sobre lo que se dice más allá de los Pirineos, pero nos quedamos in albis respecto a las ideas del autor. Resuena aquí una cosa buena: la pléyade de buenos traductores con que ha contado el gremio editorial español. Bien es verdad que los trujimanes de los últimos decenios han perdido calidad respecto a la generación de sus antecesores, los de hace más de cincuenta años. Pasa algo parecido con los profesionales que doblan las películas extranjeras. Es la ley de la entropía: con el paso del tiempo, todo se degrada.

Encuentro una justificación para el predominio del género de los escoliastas. Muchos de ellos son profesores (en ejercicio o en el trámite de ascenso) y se acostumbran a escribir para que los textos sean útiles a los estudiantes. Los manuales universitarios se organizan de modo que se comenten las obras influyentes y den cuenta de los distintos autores de ciertas materias. Ese mismo tono pedagógico se traslada, sin querer, a los libros de pensamiento o de ensayo y a los comentarios periodísticos carentes de creatividad. Bueno, tampoco es tan malo. No pretendo ser juez, sino testigo.

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