Una de las lecturas inolvidables de mi infancia fue la novela histórica Amaya, o los vascos en el siglo VIII. Vivía yo en San Sebastián, y desde entonces todo lo vasco me interesa. Últimamente me he carteado con mi amigo Jesús García Castrillo, lingüista eminente y buen conocedor del euskara o vascuence. Su tesis confirma una sospecha que muchos teníamos. No se trata de un idioma anterior al latín, y menos aún coetáneo de la Torre de Babel; se desarrolla en los primeros siglos de la Edad Media, con el influjo principal del armenio.
Somos muchos los que nos hemos preguntado por el milagro del arte románico, sobre todo francés y español (la parte de los reinos cristianos), a partir del siglo X. Fueron siglos oscuros en los que la población autóctona se dedicaba, penosamente, a cultivar la tierra o a guerrear. ¿De dónde salieron los constructores de las maravillosas iglesias románicas? Fueron, fundamentalmente, las nutridas cuadrillas de armenios. Provenían de un territorio cristianizado antes de que lo fuera el Imperio Romano. En Armenia habían levantado numerosas iglesias de piedra. Ese origen oriental del arte románico se advierte, de forma eminente, en los cimborrios de las catedrales de Zamora y Salamanca. Hay otras muchas huellas culturales. Se conservan actualmente en los típicos deportes populares vascongados: cortar troncos y levantar piedras. Es una afición que no se conserva en otras regiones de Europa.
Lo que me interesa destacar ahora es el notable paralelismo entre el idioma armenio y el vascuence. García Castrillo lo ha demostrado con todo tipo de pruebas. A pesar de que puedan contar otras raíces y, desde luego, la influencia del latín vulgar, el euskara fue una lengua que se formó en la Alta (y oscura) Edad Media por influencia de los armenios. No es casualidad que las primeras palabras escritas, tanto del castellano como del vasco, aparezcan en un códice de San Millán de la Cogolla (La Rioja) alrededor del siglo X.
Muchos de los canteros y leñadores armenios se concentraron en el norte de España y el sur de Francia, acogidos al aislamiento de sus valles. Fue una forma natural de confinamiento (como diríamos en la jerga actual) frente al azote de las recurrentes pestes. Como es natural, terminaron por mezclarse con la población aborigen. El argumento de García Castrillo me ha convencido.
Por tanto, nada de la leyenda de la autoctonía romántica de los vascos en el siglo VIII como herederos directos de los tiempos de Noé. El vascuence no es, precisamente, el idioma hablado en el Paraíso Terrenal. Se trata de una construcción medieval, paralela a la de las lenguas romances, a partir estas del latín vulgar. Con lo cual se demuestra, de paso, que no puede sostenerse por más tiempo la hipótesis de la pureza racial de los vascos.
Se ha difundido otra teoría lingüística: la proximidad entre el euskara y el beréber del Magreb. Podría ser, también, consecuencia de una rama de las migraciones armenias por las costas africanas del Mediterráneo. Armenia ha sido siempre una nación de emigrantes, machacados por los poderes vecinos de su lugar de origen.
No pretendo ser original, ni puedo exhibir méritos de la ciencia filológica, que no poseo. Pero "nada de lo humano me es ajeno", según la máxima de Publio Terencio Africano, que San Agustín hiciera suya.