La primera gran batalla de la Nueva (o, como dice Pat Buchanan, Segunda) Guerra Fría la han perdido los Estados Unidos y Occidente. Los ganadores, obviamente, son China y sus satélites o aliados.
China es la nueva gran potencia mundial, con un récord histórico demo-genocida inigualable, según un reputado experto en la cuestión, el politólogo Rudolph J. Rummel: de los, no 100 millones, como tópicamente se dice, sino casi 150 millones de víctimas mortales del comunismo, la mitad son responsabilidad del maoísmo y sus herederos en la República Popular China (R. J. Rummel: China´s Bloody Century, 1991; Statistics of Democide, 1999). A lo que Rummel denominó democidio o "muerte por el Gobierno" (R. J. Rummel, Death by Government, 1997), en el caso de la República Popular China habría que añadir hoy los más de 5 millones de víctimas mortales del CCC (coronavirus comunista chino) en todo el mundo.
La China comunista ha demostrado así su vocación trágicamente globalista, ante la pasividad o impotencia (por no decir complacencia) casi unánime de Occidente y su debilitado líder en la era post-Trump, los Estados Unidos de América.
En su último artículo, Pat Buchanan opina que China no busca una confrontación militar con EEUU, sino lanzar el mensaje de que las alianzas estadounidenses en su zona (Japón, Corea del Sur, Filipinas, Australia y Taiwán) deben cancelarse ante la emergencia de una Doctrina Monroe propia. Ahora bien, tal mensaje ha ido acompañado en paralelo a la Presidencia Biden de un recrudecimiento de la represión política interna (en el Tíbet y en Hong Kong, contra las comunidades islámicas uigures y las iglesias cristianas), con gestos militaristas como el misil hipersónico y los 149 vuelos intimidatorios sobre Taiwán, al más puro estilo totalitario comunista.
Por suerte, existe esa otra China (República de China en Taiwán, liberal, democrática y capitalista ejemplar) y existen también otros Estados Unidos de América, diferentes del país que hoy mangonean como "our democracy" Joe Biden, Nancy Pelosi y los miembros de lo que Roger Kimball llama "The Club" (el establishment demócrata-republicano anti-trumpista), que hablan de "nuestra democracia" en un sentido descaradamente patrimonial, sin disimular su vocación oligárquica e ignorando a los casi 75 millones de votantes del anterior presidente (véase el magnífico ensayo de R. Kimball "The January 6 Insurrection Hoax", crónica agudísima de los daños colaterales de la batalla estratégica ganada por China gracias al CCC). Sin duda genera cierta esperanza, de cara a las elecciones intermedias de 2022, la reciente elección del republicano Glenn Youngkin como gobernador de Virginia.
Es asimismo esperanzador que el Parlamento Europeo haya votado una resolución sobre Taiwán (con 580 votos a favor, 26 en contra y 66 abstenciones), y que las altas autoridades estadounidenses del Pentágono y del Departamento de Estado se hayan pronunciado también en defensa de la isla que los españoles llamaron Hermosa.
Ha sido una primera batalla perdida, pero todavía nos queda la esperanza de no perder esta Segunda Guerra Fría si los Estados Unidos y Occidente son capaces de reaccionar pronto, con mayor rapidez incluso que en la Segunda Guerra Mundial, apoyando la integridad de las elecciones democráticas y rechazando sin reservas, por todos los medios, el apaciguamiento del totalitarismo comunista chino.