A principios de noviembre, el Consejo de Europa puso en circulación una campaña en la que pedía, en nombre de la "diversidad", "respeto para el hiyab", el pañuelo con que se cubren la cabeza las mujeres en la cultura tradicional musulmana. La iniciativa fue duramente criticada por quienes ven en este accesorio un símbolo inequívoco de la sumisión de la mujer en el Islam. A los pocos días, el Consejo retiró la campaña, que había sido defendida y financiada por la Comisión Europea.
A finales de noviembre, el Corriere della Sera informaba de la existencia de una guía interna que recomendaba a los funcionarios europeos evitar el uso de la palabra Navidad y eliminar de sus discursos públicos cualquier referencia al cristianismo, por indirecta que fuera. El documento había sido encargado por la Irene Montero de Bruselas, Helena Dalli, y recibió un alud de críticas que ha acabado provocando su retirada.
"No es un documento maduro y no cumple los estándares de calidad de la Comisión", ha balbuceado en un tuit la comisaria europea de Igualdad, sin explicar dónde están los fallos y qué hay que mejorar en la próxima edición. Según la propia Galli, la guía tenía el noble objetivo de "ilustrar la diversidad de Europa y destacar la naturaleza inclusiva de la Comisión Europea con respecto a todos los modos de vida y creencias de los ciudadanos europeos".
En nombre de una neutralidad que no respeta al felicitar el Ramadán o celebrar el uso del hiyab, la Comisión Europea asume una vez más la agenda del antioccidentalismo woke al pedir que se excluyan los símbolos cristianos del espacio público, al tiempo que fomenta los de otras religiones. Además de privar a la inmensa mayoría de los europeos, sean creyentes o no, de referentes comunes sin los que no se entiende nuestra historia y forma de vida, la diversidad que promueve Bruselas apela a la sensibilidad y la libertad religiosa para castigar, curiosamente, a la confesión más tolerante y respetuosa con el distinto.
Mientras exige perfil bajo al cristiano, la Comisión Europea anima a quienes menos lo necesitan a afirmarse y exhibir sin restricciones su adhesión a una fe islámica que se manifiesta, mucho más a menudo que el cristianismo, en comportamientos agresivos y autoritarios hacia los apóstatas, los laicos y los creyentes de otras religiones.
Al adoptar recomendaciones como las que contenía la guía interna, Bruselas nos dice implícitamente a la gran mayoría de europeos de raíces cristianas que nuestra herencia es algo irrelevante que ha de esconderse para no ofender a otras culturas.
Este mensaje contrasta radicalmente con el que la propia UE transmite a los creyentes musulmanes. Para Bruselas, el origen religioso de las fiestas navideñas es una mera anécdota que debemos ignorar en aras de la inclusividad y una mejor convivencia. Pero el hiyab o el Ramadán son elementos esenciales de la identidad musulmana que es necesario proteger y respetar para garantizar los mismos valores democráticos con los que justifican enterrar nuestro sustrato cristiano.
Lo que propone Bruselas a la mayoría europea de religión o tradición cristianas es un desarme unilateral en lo espiritual, que se produce ante la pujanza demográfica de un islam que no ha abandonado su vocación expansiva y está aprovechando la deserción occidental para ganar terreno en tierra de infieles.