Enseñar lo que no se sabe
Revel hablaba de Francia, pero todo lo que contaba sobre la educación en su país es perfectamente trasladable a España.
En el año 2022 se reeditó en España El conocimiento inútil (1988) del filósofo francés Jean-François Revel (1924-2006). Un libro que es clave para comprender qué ha pasado en ciertos países europeos, como Francia o España, para que sus escolares de 15 años se sitúen en el furgón de cola del ranking de resultados de la prestigiosa evaluación internacional que realiza la OCDE y que se conoce como PISA (siglas de su nombre en inglés, Programme for International Student Assessment).
En este libro el autor mantenía la tesis de que la decadencia de la enseñanza en Francia comenzó cuando, a raíz de las revueltas de Mayo del 68, se había decidido que la escuela no debía tener por función esencial transmitir saberes; es más, que la sola transmisión de conocimientos era reaccionaria ya que contribuía a la reproducción de las desigualdades sociales. En esta idea insistió Revel en su autobiografía, El ladrón en la casa vacía (1997), cuando escribió:
Entre todas las burradas retrógradas de las ‘ideas del 68’ destacaba la ocurrencia de que la enseñanza no debía servir para transmitir conocimientos.
Revel hablaba de Francia, pero todo lo que contaba sobre la educación en su país es perfectamente trasladable a España. Un lector inocente dirá que, si no es para transmitir los saberes de una a otra generación, para qué está la escuela. Pues bien, la escuela, dominada por la izquierda desde hace ya muchos años, tiene hoy una misión más "transcendental" que transmitir conocimientos, y es construir un nuevo mundo, o más exactamente, educar al niño para que sea el germen de una nueva sociedad. Ese principio sobre el que construyó Rousseau su filosofía de la educación, como bien dijo la filósofa alemana Hannah Arendt en su fundamental ensayo La crisis de la educación (1960), lo han compartido todos los regímenes totalitarios del mundo.
Desde la implantación de la LOGSE en España, los contenidos de las asignaturas han ido pesando cada vez menos en los currículos, o planes de estudio, de las enseñanzas previas a la universidad. Cada vez se han ido redactando de forma más confusa los contenidos de los programas. Con la LOGSE de 1990 estos se dividieron en tres tipos: "conceptos, procedimientos y actitudes". Dada la dificultad, hasta para los expertos, de diferenciar los unos de los otros, quienes elaboraron la primera reforma socialista, la LOE de 2006 (cuyo objetivo principal era derogar la LOCE del PP de 2003) optaron por agruparlos bajo la denominación de "contenidos conceptuales, procedimentales y actitudinales". Debo reconocer que el PP no se preocupó demasiado por clarificar el lenguaje en las leyes (LOCE y LOMCE) que consiguió aprobar y que poco o nada han estado vigentes.
En cuanto a los currículos de la ley de Sánchez, la Ley Orgánica de Modificación de la LOE, con la doble excusa de que había que hacer un currículo por competencias y, además, seguir las directrices de la Agenda 2030, están redactados en una "jerga" que no hay realmente quien la entienda. Creo que ni siquiera los redactores serían capaces de explicar bien lo que dicen.
No es de extrañar, pues, que la primera queja de los profesores que llegó a los medios de comunicación fuera que no habían tenido tiempo suficiente para leerse los currículos y comprender lo que se esperaba de ellos. Pedían cursos de formación. No podía desear el Ministerio mejor cosa que verse solicitado para inundar los centros de formación de profesores de cursillos y seminarios para explicar su doctrina socio-pedagógica.
Ahora, según decía el diario El Mundo del pasado 1 de marzo, "las sociedades científicas, agrupaciones de profesores y facultades de educación están preparando una rebelión contra el ministro de Universidades". La razón es que el señor Subirats ha preparado un proyecto de Orden Ministerial para cambiar la estructura de la carrera de Magisterio, en el que los créditos (que van ligados a las horas dedicadas a cada materia) de las asignaturas tradicionales, Matemáticas, Lengua, Ciencias o Geografía e Historia, se ven reducidos para hacer hueco a cuestiones que podríamos llamar "posmodernas", es decir, de contenido difuso cuando no sospechosamente ideológico.
En el año 2011 la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid introdujo en el examen de los opositores a las plazas de maestro un test de conocimientos y destrezas en los ámbitos de matemáticas, lengua española y cultura general. El nivel de las preguntas no pasaba del que se pide para los escolares de 15 años. Los candidatos habían aprobado la prueba de acceso a la Universidad y, sin embargo, la colección de disparates atrajo la atención de la prensa. Por ejemplo, hubo quien clasificó a la gallina como mamífero, varios fueron incapaces de sumar dos fracciones, demasiados fallaron a la hora de pasar kilómetros a metros u ordenar números decimales. En la parte de Lengua la cosa no fue mejor, el tribunal encontró muchas faltas de ortografía y de sintaxis y un desconocimiento importante de vocabulario y de gramática. En cuanto a las preguntas de geografía, se detectaron lagunas en cuestiones tan elementales como la localización de Comunidades autónomas o de los ríos más caudalosos de España.
La pedagogía es el arte de enseñar lo que se sabe, pero hace ya mucho tiempo que parece haberse convertido en la ciencia de enseñar incluso lo que no se sabe. La pedagogía se ha considerado como una ciencia separada del objeto al que ha de aplicarse.
He tenido ocasión de hablar con responsables de los planes de estudio de las Facultades de Ciencias de la Educación, que constataban mala preparación de los alumnos cuando llegan a la Facultad, especialmente en Lengua y Matemáticas. Para ellos resultaba un problema tener que incluir en los programas destrezas que se deberían haber ya adquirido al termina la enseñanza secundaria obligatoria. Con esto quiero decir que no sobran horas de Matemáticas, de Lengua, de Geografía, de Historia o de Ciencias en las carreras de Magisterio, sino que faltan.
Ahora bien, cuando el objetivo de la educación no es transmitir saberes sino transformar la sociedad, cuando se desprecia toda la herencia cultural de nuestros antepasados porque se considera que la civilización occidental ha oprimido a la humanidad; cuando es preciso negar la realidad de la historia porque quien ostenta el poder así lo ha decidido. Cuando todo esto ocurre, el problema más grave no es lo que se ha quitado sino lo que se ha puesto en su lugar. Lo que habría que exigir al ministro de Universidades y a la ministra de Educación es que digan exactamente qué tienen los maestros que enseñar, y por tanto que aprenderse bien, en unas materias o competencias que se denominan "aprender a aprender", "relaciones interpersonales", "memoria democrática", "matemáticas con perspectiva de género" o "justicia social".
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