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Pedro de Tena

Turno de oficio: Gonzalo Queipo de Llano, amado y odiado, pero exhumado

Estamos ante una ceremonia de exhumaciones de unos "canallas" mientras se conceden honores a otros que merecen, incluso más si cabe, tal calificativo.

Gonzalo Queipo de Llano junto a, entre otros, Indalecio Prieto y Miguel de Unamuno. | Gure Guipuzkoa

Cuando Gonzalo de Queipo de Llano, el "general del Sur", entró en la Málaga republicana en febrero de 1937, abandonada por sus dirigentes que incluso sufrieron una investigación judicial por su desidia[i], la matanza de conservadores, derechistas, religiosos y muchos que simpatizaban con la insurrección armada del 18 de julio de 1936 ya se había producido. Se cuenta que Queipo dijo que iba a entrar "a sangre y sexo", pero se ocultan los miles de asesinados por las milicias republicanas poco antes.

Según el catedrático Antonio Nadal, el máximo investigador de la guerra civil en la provincia malagueña[ii] y defensor de una historia, que no memoria, para todos los asesinados, fueron 3.406 los derechistas, religiosos y "nacionales" que fueron liquidados antes de la llegada de Queipo de Llano. Pero le ha costado mucho que en el monumento a las víctimas de la guerra civil en Málaga consten los nombres de los "sacados" por los milicianos de la cárcel junto a los de los demás caídos.

Se ha extendido una leyenda, más que negra criminal, sobre la figura de Queipo de Llano, por ser considerado por las izquierdas como el más cruel de los generales que encabezaron la rebelión contra el gobierno de la II República, que no, inicialmente, contra la propia República a la que daban "vivas" todos ellos dando a entender que se alzaban no contra tal forma de gobierno sino contra su degeneración a manos de los gobiernos del Frente Popular.

Si uno fuera el abogado de oficio al que hubiese recurrido Queipo, expondría en primer lugar que la trayectoria del general fue inequívocamente republicana, que participó en las conspiraciones que dieron lugar al exilio de Alfonso XIII y a la instauración del régimen republicano y que fueron lo que él juzgó desórdenes inadmisibles y peligros ciertos para la unidad de la nación lo que explica su adhesión a la rebeldía.

Aprovecharía el turno de exposición subrayando que la especial inquina que los habitantes de "Sevilla la Roja", esa entidad supuestamente existente que fue desmoronada por Queipo de Llano en un pocos días cuando nadie lo esperaba (ni Franco ni Mola, que anuló su viaje a Francia por creer que el golpe había fracasado hasta que oyó un discurso del "general del Sur" por la radio), dispensan al personaje es consecuencia del sentimiento de culpa e inferioridad táctica del que hicieron gala en los días 18 de julio y siguientes.

Merecen poca consideración, a mi entender, las acusaciones de "matanzas" indiscriminadas de Queipo en Sevilla y no considerar del mismo modo las "matanzas" previas de las milicias republicanas. Claro es que Queipo de Llano ordenó fusilamientos y ejecuciones, algo que es imposible evitar en cualquier guerra. Ya sea a enemigos, ya sea a traidores (incluso ordenó fusilar al general Comins, que era amigo personal de Franco) o a desertores, la lógica militar se impone de forma sumarísima. El Derecho sucumbe a la Fuerza. ¿O es que, como contó Gerald Brenan, no fue una matanza la de los 512 derechistas arrojados por el Tajo de Ronda antes de la llegada de Queipo de Llano?

Alfonso Lazo, mi profesor de Historia en primero de Comunes en la Facultad de Filosofía y Letras de Sevilla en 1969, destacado socialista en su día y ahora manifiestamente contrario a la farsa partidista de la "memoria histórica" o "democrática" por ser "historiador de oficio", lo contó muy bien en su estudio introductorio sobre tres libros idolatrados por los antiQueipos que se presentan como verídicos aunque según nuestro profesor son, sin duda alguna, obras de propaganda de guerra prorrepublicana.

Son Un año con Queipo de Llano, Memorias de un nacionalista, de Antonio Bahamonde; Noches de Sevilla de Jean Alloucherie y de El infierno azul, de Edmundo Barbero[iii]. Su misión propagandística no implica que todo lo contado sobre las actividades del general fuera falso, pero "son puros y duros escritos de guerra, maniqueos por tanto, donde todos los criminales están a un lado y las víctimas al otro". Por ello, escribió en su introducción Lazo en 2005, antes de la lamentable Ley de Memoria Histórica:

Va llegando la hora, en nuestra historiografía, de un estudio imparcial, sin ideas previas, ni repetición de lugares comunes sobre la guerra civil. Y debe hacerse el estudio de la tragedia española de esa manera porque salta a la vista que en los dos bandos hubo santos y en los dos hubo criminales; que en los dos existieron gentes convencidas de la verdad de sus ideas y de la justicia de su lucha, y que en los dos fueron asesinadas personas inocentes.

Pero no ha sido así. Estamos ante una ceremonia de desentierro de unos muertos para entierro de otros, los incómodos, y exhumaciones de unos "canallas" mientras se conceden honores a otros que merecen, incluso más si cabe, tal calificativo. De los tres libros citados el más atinado, cree Lazo, es el de Bahamonde, ya que los otros dos incluso están plagados de errores de un bulto tal que acaban ensombrecidos. Por poner un ejemplo, el periodista francés Alloucherie dice que El Puerto de Santa María es un "pintoresco pueblecito colgado en la cumbre de un desfiladero". Y con los nombres acierta poco.

Bahamonde, el que en menos yerro incurre, omite la destrucción de templos en la provincia de Sevilla y la matanza de sacerdotes. Dice que "el pueblo (¿) se ha limitado a quemar las iglesias, en algunos sitios, y encarcelar a los sacerdotes, sin hacerles objeto de mayor daño". Pero los archivos que Lazo aporta arrojan otra cosa: sólo en el primer mes de guerra, 35 sacerdotes y seminaristas fueron asesinados en la diócesis de Sevilla, ya con Queipo de Llano con mando en la capital.

Otro ejemplo dejará claro que Bahamonde actuó como un adelantado de la amnésica "memoria histórica". Cuando la columna nacional Carranza entró, por fin, en Cazalla, Constantina y otros pueblos de la comarca de la Sierra Norte sevillana, las represalias llevaron al asesinato de cerca de 1.000 personas dirigentes o simpatizantes de la República. Cierto. Pero Bahamonde no narra lo que consta en los archivos.

Cuando el 5 de agosto de 1936 las tropas de Queipo, al mando de Ramón de Carranza, se acercaron a Cazalla, una masa de afines al régimen republicano "armada con fusiles y escopetas, se dirigió a la cárcel donde se encontraban detenidos todos los considerados no adictos al Frente Popular. Se les concentró en el patio de la prisión y, una vez seguros de que estaban bien rodeados, los milicianos abrieron fuego", relata Alfonso Lazo.

Y sigue: "Disparaban desde las puertas, las ventanas y los tejados de las casas vecinas al montón". Los hombres caían entre mil gritos. En aquel diluvio de balas, algunos intentaron protegerse con los cadáveres; otros se refugiaron en los retretes y, también los hubo, quienes fingiéndose muertos no lograron contener suficientemente la respiración y, al ser descubiertos, fueron rematados. Los cadáveres se enterraron en fosas comunes junto al cementerio y detrás de la prisión. La matanza culminaría poco después con el incendio de la propia cárcel, donde aún quedaban supervivientes".

Aquella era la horrorosa realidad de una guerra civil. Que Queipo de Llano, una vez convertido en dueño de las calles de Sevilla tras una arriesgada e ingeniosa operación militar-radiofónica, saliera a la conquista de los pueblos, no tiene nada de extraño. Las columnas de voluntarios, más que de militares a las órdenes de Queipo, muy relacionadas con terratenientes y propietarios, llegaban a los pueblos, los tomaban con más o menos dificultad, cerraban las sedes de los partidos republicanos y volvían a Sevilla cargados de prisioneros atados con cuerdas.

Sigue contando Alfonso Lazo que "se fusilaba por las noches y había desaparecido todo rastro de la izquierda, sino un cambio más profundo que afectaba a todos y cada uno de los ciudadanos: el triunfo de un clericalismo omnipresente y tridentino al que no escapaba ni la vida pública ni la vida privada". Cierto, por lo que resulta en buena parte pecaminoso el que la Iglesia de Sevilla, a la que el "último virrey", que le motejó Manuel Barrios, salvó del destino de otras diócesis como la de Málaga, haya pasado de puntillas sobre la exhumación de las tumbas de la basílica de la Macarena[iv].

En su turno de oficio su abogado podría seguir añadiendo datos para impedir el doble rasero habitual donde si mata el propio es un acto de valor y si mata el contrario es un acto criminal. Pero además, podría llamar a declarar a algunos testigos, por ejemplo, a una nieta que ha escrito un libro sobre su abuelo y a otro nieto que ha participado como prologuista en otro.

Se trata de los libros de Queipo de Llano. Gloria e infortunio de un general, de Ana Quevedo y Queipo de Llano y Queipo de Llano. Memorias de la Guerra Civil, de Jorge Fernández-Coppel, prologado por José Alcalá-Zamora y Queipo de Llano.

Dice la primera: "Hubo en él una serie de aspectos humanos que en parte fueron malogrados por su entorno, pero que él supo traducir en amores hacia la calle y afanes por la justicia que le han sido negados por muchos. Todos esos valores humanos y sociales me han impelido a rebelarme, como en infinitas ocasiones vi hacer a mi madre, contra sus detractores tantas veces irracionales, y contra los que le juzgaron más allá del momento histórico que le tocó vivir".

La visión de Queipo, según su hija y madre de la autora, era que "el derrotero de la República cambió y en lugar del patriotismo, las buenas intenciones y el deseo de alcanzar la salvación de España, en el país reinaba el caos: asesinatos, violencia y separatismo más radical, unidos a la amenaza de un comunismo que pretendía hacer de España su cabeza de puente para su penetración en Europa". Como Ortega, cada vez que se enteraba de algún atropello o desmán, el general repetía: "No era esto, no era esto lo que buscábamos" (con la República).

Tampoco era el que luego fue el "general del Sur" el preferido por los rebeldes para Sevilla – ni él mismo lo quería—, porque había sido un republicano indudable, porque era de Valladolid aunque vivía en Madrid y había sufrido una agresión directa de José Antonio Primo de Rivera en el café El Lyon D'Or de Madrid. Recuérdese que su padre, el dictador Primo de Rivera, había allanado el domicilio conyugal de Queipo y lo mantuvo en la cárcel casi 90 días.

Añade su nieta la incomprensión que siente ante "la aplicación de tantos a la tarea de hacer que desaparezca de la historia su figura, primero minimizándola y arrebatándole cualquier atisbo de mérito y humanidad, y después convirtiéndola en la imagen típica y tópica del fascista, asesino y represor. Las memorias de Queipo de Llano habrían sido decisivas para echar por tierra tanta falsedad". Pero no las escribió.

A modo de unas memorias tenemos el libro de Fernández-Coppel ya mencionado. En el prólogo, su nieto dice: "Soy el hijo de Ernestina Queipo de Llano, la hija mayor del general, y de Niceto Alcalá-Zamora y Castillo, también el hijo mayor de Niceto Alcalá-Zamora y Torres, presidente que fue de la II República Española". Además, ha sido catedrático de la Universidad Complutense, especialidad Historia Moderna de España, en términos "técnicos", desde 1500 a 1808, aunque centrado en los siglos XVI y XVII.

El retrato que el abogado de oficio podría hacer de su defendido sería: "Era hombre poderoso, arrogante, bastante ‘prusiano’, contra la imagen que se suele evocar de él, y de elevada estatura, que le hacía a uno sentirse seguro siempre en su compañía. Muy simpático, con un peculiar sentido del humor, desarrollado sin duda y matizado durante sus años sevillanos, que hubieron de templar la austeridad severa y aspereza de los caracteres de su Castilla la Vieja original; le gustaban las gentes… capacidad de organización y energía y actividad incansable de aquel gigantón de ojos claros y cierta apariencia germánica, tan impaciente que quería que sus órdenes se cumplieran anteayer, exigiendo sin misericordia el cumplimiento de horarios estrictamente castrenses".

Regaló a su nieto El Quijote con una dedicatoria tardía: "Quiso ponerme una dedicatoria, que desde luego representaba, junto a los consejos de conducta futura al nieto, un pequeño testamento ideológico o vital. Me advertía de los hombres de ideales, tan ‘expuestos a puñadas y manteamientos’, que oponía a los de móviles egoístas y groseros, que son los más y triunfan con ‘bajezas’".

Su nieto José trata de desmontar la visión difamatoria derivada de la acusación de "procacidad y violencia de sus charlas a cuyo sesgo pragmático antes aludía, así como al volumen de la represión nacionalista en el área meridional. Pienso que la atrocidad de una sola muerte no puede ser disculpada, pero sí explicada en el terrible clima de intransigencia radical y barbarie, emergente en los últimos meses republicanos, al que tanto contribuyeron desde púlpitos, escaños y lujosos aposentos, cuando quien pensaba de distinta manera o era lector del periódico inadecuado, o, simplemente, fastidiaba, estaba de más y procedía su eliminación".

Y añade: "En todo caso, no se llegó en el castigo de crímenes horribles y de estúpida destrucción del tesoro artístico nacional a los extremos de crueldad y sadismo en el martirio y la muerte que tuvieron lugar en el otro bando, hoy candorosa o maliciosamente beatificado".

Reflexiona al fin: "Por desgracia, una mitad de España estaba resuelta al silenciamiento o aniquilación de la otra mitad y a casi todos les obligaron a ‘elegir’, mientras la Tercera España, que preconizaba Niceto Alcalá-Zamora —L’Ére nouvelle, 12 de mayo de 1937— apenas contaba en sus filas con unos pocos centenares de cerebros lúcidos. En fin, que sucedió lo que tenía que suceder y la guerra la ganó, no nos engañemos con cifras de ayudas, quien mejor organizado estaba, abriendo las puertas de una segunda y mucho más infausta, mojigata y siniestra dictadura, encabezada por un hombrecillo mezquino, falto de toda generosidad y sin talla en ningún aspecto". Palabra muy benévolas de un nieto.

Como se ve, si Queipo de Llano hubiera recurrido al turno de oficio para su defensa, argumentos tendría. Otra cosa, claro está, sería la decisión del Tribunal en una institución judicial independiente de los demás poderes del Estado.


[i] Francisco Largo Caballero, de quien se dice dijo "Para Málaga, ni un fusil ni un cartucho" e Indalecio Prieto, entre otros muchos, son, para muchos, los instigadores de la "desbandá" por su indiferencia ante la caída de Málaga y permitir la hegemonía naval de Franco en el Estrecho.

[ii] En su libro Considerando: abandono y deshonor en la pérdida de Málaga relata los hechos y aporta el sumario de la investigación republicana sobre el comportamiento de los dirigentes socialistas.

[iii] Un año con Queipo de Llano. Memorias de un nacionalista, de Antonio Bahamonde, seguido de Noches de Sevilla de Jean Alloucherie y de El infierno azul, de Edmundo Barbero. Edición y prólogo de Alfonso Lazo, Ediciones Espuela de Plata, 2005.

[iv] Incluso dos cofradías, la de san Gonzalo y santa Genoveva, tienen mucho que ver con Queipo de Llano (Gonzalo) y Genoveva Ortí, su esposa. Pero en la historia oficial de la primera no se menciona siquiera al general. En la segunda, al menos se anota: "Toma su nombre de la esposa del general Queipo de Llano."

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