El terror rojo y Ortega y Gasset: una carta iluminadora a Victoria Ocampo
Fue precisamente a la concepción de una República violenta, sectaria y excluyente a la que se opuso José Ortega y Gasset.
Que en España estén dando lecciones de democracia algunos partidos políticos que estuvieron implicados en el terror rojo que existió –aunque las Leyes de la Memoria secretadas por los gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez traten de que se olvide para que se recuerde sólo el terror blanco (otros le llaman azul), que también existió—, pone los pelos de punta. Va contra la historia, contra la democracia y contra la verdad recuperar la memoria de unas víctimas en unas tumbas para enterrar a otras en su lugar.
Siempre me he preguntado por qué la izquierda española, la republicana, la marxista y la anarquista, —a la que pertenecí por ignorancia manifiesta, aunque con buena voluntad, en su vertiente más libertaria, pacifista y filocristiana hace más de 50 años—, no ha pedido perdón aún por su altísima responsabilidad por lo sucedido durante la II República y la Guerra Civil. Tiene una fácil explicación según he meditado desde hace mucho.
Debido a la presencia de "leyes de la memoria" (de la mala memoria) que limitan toda responsabilidad de lo ocurrido a la rebelión militar del 18 de julio de 1936 y dictan la amnesia total respecto de la violencia y los fraudes políticos perpetrados desde abril de 1931 e incluso antes, puedo augurar, sin temor alguno a errar, que la investigación sobre el terror rojo se va a intensificar en los próximos meses y años. Es la natural reacción ante tamaño despropósito.
No se puede olvidar lo inolvidable para tantos y no se puede tapar lo que no cabe en ningún agujero totalitario de la memoria anticipado por George Orwell, el mismo que, en su estancia en Barcelona en plena guerra civil y antes de su caída paulina del caballo comunista, versión anarco-trotskista, deseó la destrucción de la Sagrada Familia de Gaudí en Barcelona. Sí, lo dijo él mismo en pleno contagio del odio a la Iglesia predicado desde los púlpitos de la izquierda.
Ya durante el franquismo adolescente hubo conductas abiertas a la reconciliación. Luego, fuese por las razones que fuese, hasta el PCE de 1956 invitó a ella tras conocerse los crímenes de Stalin. Finalmente, y por abreviar, la Transición favorecida por el propio régimen franquista y la nueva Monarquía, trató de convertirla en política de Estado para el futuro común.
Aunque, formalmente, los partidos perdedores de la Guerra Civil no pidieron perdón jamás en cuanto que tales (algunos de sus miembros sí), se creyó que, en la práctica, la aceptación de la democracia era sincera, pese a síntomas inquietantes como el ataque a la independencia de la justicia, el intento de ocupar las administraciones más que de gobernarlas y el dobermanizar a la oposición, entre otras cosas. De hecho, el PSOE sufrió en sus carnes el terror rojo-separatista de ETA, el último terror sufrido en España, y lo combatió hasta la inesperada ascensión de Rodríguez Zapatero.
La razón es sencilla. Cualquier partido derivado del socialismo marxista no puede pedir perdón porque se siente depositario de una supuesta "ciencia histórica" que le dice que la democracia y sus valores cívicos son una farsa liberal, esto es, de los ricos (burgueses) y que, siempre por razones de oportunidad, estratégicas o tácticas, usarán sus instituciones, leyes y procedimientos cuando les convenga y cuando no, las combatirán porque su objetivo final no es la convivencia política tolerante sino la dictadura, esa que ahora no "mola" mencionar. O sea, no pueden pedir perdón porque no creen que puedan haberse equivocado o cometido crimen alguno. Es más, ser aliado de la marcha de la historia les confiere, creen, una superioridad moral incuestionable. Y así siguen.
Otra cosa bien diferente es explicarse por qué bastantes republicanos supuestamente liberales —que vieron cómo otros "rojos" asesinaban a Melquíades Álvarez y a otros moderados—, o los libertarios y sindicalistas afines y defensores poco coherentes de la individualidad y sus derechos, no lo hicieron. Aunque algunos, como el anarquista Melchor Rodríguez y otros, impidieron la consumación de algunos terrores —que luego sufrieron ellos mismos a manos, sobre todo, de comunistas y separatistas— , siguen sin hacerlo con la claridad y publicidad suficiente.
Para mí, sigue siendo inexplicable, siendo como es absolutamente necesario, que matar a otro ser humano por su fe, religiosa o política, no sea considerado una barbaridad anticivilizatoria. Por errores y crímenes históricos, han pedido perdón muchas personas e instituciones. Hasta los últimos Papas lo han hecho. Esta es la cuestión que hace débil la democracia española y facilita que, de nuevo, se reproduzca un clima de enfrentamiento como el que se vivió desde los comienzos de la II República. Ahora, desde luego, matar "no mola". Pero, ¿y si mola de nuevo en el futuro?
Recuérdese el bando de los militares republicanos sublevados en diciembre de 1930 a las órdenes de Fermín Galán, Ángel García Hernández y Salvador Sediles, antes de los planes previstos por los luego triunfadores republicanos, entre los que se encontraba, por cierto, el general Queipo de Llano. Firmado por Galán, tiene un artículo único que demuestra cuál era la intención, aterradora para cualquier adversario, de su rebelión:
Como Delegado del Comité Revolucionario Nacional, a todos los habitantes de esta Ciudad y Demarcación hago saber:
Artículo único: Aquel que se oponga de palabra o por escrito, que conspire o haga armas contra la República naciente será fusilado sin formación de causa.
Dado en Jaca a 12 de Diciembre de 1930. Fermín Galán.
Los dos primeros fueron fusilados por tal pronunciamiento y desde 1931 convertidos en héroes precursores de la II República. Pero su mensaje es claro. En España sólo se podría ser o republicano o fusilado. Fue precisamente a esta concepción de una República violenta, sectaria y excluyente a la que se opuso José Ortega y Gasset, considerado con Gregorio Marañón y Ramon Pérez de Ayala, entre otros, uno de los "padres" intelectuales y morales de la II República. Desde febrero de 1936, aquella disyuntiva premonitoria inicial pasó a ser "o revolucionario (marxista y/o separatista) o fusilado".
Un texto del vasco Manuel de lrujo, nacionalista y luego ministro del Gobierno de la República, dejó muy claro a dónde se había llegado antes del 18 de julio de 1936. Lo firmó en un artículo publicado en El Día de San Sebastián el 31 de marzo de ese año. En él se escandalizaba de que se considerara que "no había novedad en el frente":
Que en Madrid, Extremadura, Andalucía, Levante, se queman iglesias, conventos, fábricas, almacenes, casinos, casas particulares, archivos del Juzgado y del Registro; que se hace salir desnudas a las religiosas y se las somete al trato que no se da a las mujeres profesionales; que después de deshonrar a las hijas y a las esposas, son paseadas en pico las cabezas de sus maridos y padres por oponerse al ‘regocijo’; que las gentes arriendan hoteles de invierno en los pueblos del Bidasoa, en la costa guipuzcoana o en las montañas laburdinas[i], huyendo de la ‘alegría’ de sus tierras; que se asaltan y ocupan fincas por alcaldes, asociaciones o bandas de pistoleros; que se asesina a la Guardia Civil, haciendo ‘picadillo’ de sus restos exánimes; ...no hay novedad en el frente. Pero ¿puede vivirse así? ¿Es todo esto tolerable? El estampido ‘se masca’. Lo exige el ambiente. Y no tardando.
Y no tardó. Ese porvenir aterrador ya lo vio venir Ortega cuando escribió su famoso: "No es esto, no es esto" años antes.
Una cantidad inmensa de españoles que colaboraron con el advenimiento de la República con su acción, con su voto o con lo que es más eficaz que todo esto, con su esperanza, se dicen ahora entre desasosegados y descontentos: ¡No es esto, no es esto! La República es una cosa. El radicalismo es otra. Si no, al tiempo.
Por ello, eximir de toda responsabilidad histórica a todos los que condujeron a este precipicio nacional es sencillamente absurdo y convierte todo lo que pasó en inexplicable.
El propio filósofo español sufrió en sus carnes septicémicas de finales de julio de 1936 la presencia del terror rojo en su vida. En una carta que dirigió a su íntima amiga, la exquisita argentina Victoria Ocampo, la "Gioconda austral", su encontronazo con el miedo insuperable. Ocampo era una de las hermanas de Silvina, esposa de Adolfo Bioy Casares y gran escritora de cuentos y amiga de Jorge Luis Borges. Como gran amiga, a pesar de sus desencuentros posteriores con Ortega, le prestó los entonces "pesos" pesados argentinos para la sobrevivencia de su familia en París y la acogió después en Argentina.
Seguramente la carta es conocida por los historiadores y biógrafos de Ortega aunque no se le ha dado la relevancia debida, en mi opinión. Yo no la conocía. La encontré hace pocos días en un libro propiciado por la Fundación Ortega y Gasset Argentina, delicada y elaboradamente editado por su vicepresidenta, Marta Campomar. Su título es Cartas José Ortega y Gasset – Victoria Ocampo, 1917-1941. Entre el corazón y la razón, publicado por la editorial argentina Biblos este mismo año.
En la carta catalogada con el número 90, de fecha 24 de octubre de 1936, Ortega escribe a su amiga Victoria sobre la firma del breve manifiesto de apoyo a la república que le obligaron a suscribir. Como dice Campomar en una nota al final de la carta, "antes de salir de España, estando JOG (José Ortega y Gasset) enfermo y refugiado junto a su familia y otros intelectuales ilustres en la Residencia de Estudiantes, representantes de la Asociación de Escritores Antifascistas pretendieron hacerle firmar un extenso manifiesto de apoyo al gobierno republicano. JOG se negó porque contenía afirmaciones contrarias a su juicio sobre las cosas. Pero junto con Marañón, Pérez de Ayala y Menéndez Pidal firmaron otro documento más moderado y acotado, publicado en el diario ABC el 31 de julio de 1936".
La relevancia de la carta es máxima por cuanto no es su hijo, José Ortega Spottorno, ni su hija Soledad, los que relatan lo ocurrido. Es el mismo Ortega el que describe lo sucedido y la circunstancia en que enmarcaba. La carta completa es, textualmente, la que sigue:
[Carta escrita a máquina]
24 oct. 1936Querida, querida Victoria: la medida de cómo he estado todo este mes te la da el hecho de que hasta hoy no haya podido contestar tu cable y tu carta. Tu fraternal generosidad llega en ellas al extremo imaginable. Pero hasta hoy yo no he sido persona. Nueva recaída, fiebre, terribles dolores que no me dejaban un instante, debilidad espantosa. Pero no podían contestarse tu cable y tu carta con más palabras de Soledad. Además, siempre esperaba mejorar un poco al día siguiente y poder tomar la pluma.
La proposición que me haces de pasar el verano en tu casa es para mí la ideal. Por todas sus dimensiones –desde las más emotivas hasta la del clima estival y sano–. Pero es el caso que hoy por hoy no podría contestar a tu invitación. La razón de ello es que tengo infinitos problemas todavía completamente sin aclarar (olvidas que tengo dos gosses⁴⁰ –no uno– el mayor de veinticinco años, médico reciente). La base de esta insolución y obscuridad de esos problemas es que no puede aun entreverse el estado de espíritu de las fuerzas victoriosas una vez que se tome Madrid y con ello empiece a reconstruirse España. El caso es que mi situación debía ser muy favorable y que todas esas fuerzas me mostraban deferencia y respeto hasta el momento de la conflagración.⁴¹
Lo único que pueden oponer es haber tenido que firmar un manifiesto de tres líneas declarando la adhesión al Gobierno de la República.⁴² Pero todos ellos saben –y lo repiten– que fue una cosa forzada bajo las más terribles amenazas. Yo me negué rotundamente a firmar –estaba grave en aquellos días– otro que se arremetía contra los militares. Pero esta negativa indignó más a los jóvenes escritores comunistas que volvieron con nuevas amenazas. Entonces dije que solo firmaría tres líneas en que no se fuese contra nadie y que hubiese podido firmar un año antes. Así salió aquello – redactado por no sé quién– y que contrastaba tanto con el manifiesto adjunto de los "escritores antifascistas" que subrayaba su carácter forzado y de despego. Por eso, el periódico Claridad⁴³ arremetió conmigo culpándome –con razón– de ese resultado contraproducente y haciendo constar que "mi filosofía era en la que se habían alimentando las mentes fascistas". He de advertir que en aquellos días cada delación de este tipo en ese criminal periódico solía ser seguida a las veinticuatro o cuarenta y ocho horas de fusilamiento. Yo comprendí, sin embargo, que antes querrían obligarme nuevamente a algo en que mi nombre fuese utilizado en su beneficio. Y, en efecto, pocos días después volvieron –yo en la cama, medio muriendo– para que ¡hablase por radio a América! Haciendo intervenir a algunos más sensatos conseguí una demora que pude aprovechar para escapar con todos los míos, aunque no podía sostenerme en pie.
Un par de semanas más tarde la "Comisión Universitaria depuradora" me destituyó de mi cátedra como contrarrevolucionario. (Todo esto puedes libremente contarlo aunque prefiero que no como contado por mí).
Yo he salido de España convencido de que muy probablemente no volveré a ella nunca o tardaré mucho, que habré de vivir errante en esta hora de declinación física y –esto es lo curioso– sin que mi situación previa en España lo justifique, sino todo lo contrario porque yo he sido el primero en combatir toda esta demencia y criminalidad que ahora se va a ir. Pero me preocupan horriblemente mis tres hijos. Por eso espero a ver un poco claro cuáles puedan ser sus posibilidades próximas en España⁴⁴ y esto es lo que me impide poder hoy responder a tu milagrosa invitación.
Es de una exactitud fantástica lo que dices de Ramón:⁴⁵ la falta de realidad que hay en su espíritu. Últimamente lo sentíamos todos en Madrid conforme la auténtica realidad se iba poniendo más fea. No se entera nunca bien de nada y las pocas noticias que tiene las devuelve desdibujadas y con perspectiva invertida. No se deben, sin embargo, olvidar sus otras excelentes cualidades.
Veremos si puedo pronto comunicarte pronto impresiones más claras de futuro. Hoy por hoy me siento tan en el aire como el día que salí.
Mi enfermedad, por su insistencia empieza a preocuparme mucho. Menos mal que ha llegado a París mi médico Hernando⁴⁶ con toda su familia. María de Maeztu acaba de llegar a Biarritz. Según me dicen muy desecha física y moralmente porque ha pasado horrores.⁴⁷
Si sigo bien, continuaré escribiéndote estos días Tuyo".
Las notas que la editora argentina añade al final de la carta son las siguientes:
40. En francés en el original: "chicos". JOG se refiere a sus hijos varones, Miguel y José Ortega Spottorno.
41. JOG sentía que las derechas en España respetaban en su mayoría su figura y pensamiento, usado en parte por los nacionales como ideas propias.
42. Antes de salir de España, estando JOG enfermo y refugiado junto a su familia y otros intelectuales ilustres en la Residencia de Estudiantes, representantes de la Asociación de Escritores Antifascistas pretendieron hacerle firmar un extenso manifiesto de apoyo al gobierno republicano. JOG se negó porque contenía afirmaciones contrarias a su juicio sobre las cosas. Pero junto con Marañón, Pérez de Ayala y Menéndez Pidal firmaron otro documento más moderado y acotado, publicado en el diario ABC el 31 de julio de 1936. Véase Soledad Ortega, Imágenes de una vida, p. 48.
43. Periódico español que encarnaba la vertiente más izquierdista del socialismo. Fundado en 1935, existió hasta el fin de la guerra civil en 1939. Uno de sus impulsores y también director fue Luis de Araquistain (1886-1959), referente del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y duro crítico de JOG por su supuesta "ideología aristocratizante".
44. Al comienzo del exilio, JOG no quiso alejarse de Europa para estar cerca de sus hijos Miguel y José, quienes se alistaron en el bando autodenominado "nacional".
45. Se refiere a Ramón Gómez de la Serna.
46. Teófilo Hernando (1881-1976): médico, referente de la farmacología, la quimioterapia moderna y la terapéutica. Amigo de JOG y de Gregorio Marañón. A raíz de la guerra civil, se exilió voluntariamente en París hasta 1941.
47. Los horrores a los que alude JOG son el cierre de la Residencia de Señoritas (que María de Maeztu dirigía) en septiembre de 1936, la detención de su hermano Ramiro a manos del bando republicano en la cárcel de Ventas el 30 de julio de 1936 –y que llevaría a su posterior fusilamiento el 29 de octubre– y la traumática salida de España de María de Maeztu.
48. Josefina de Atucha.
Por aquellas fechas era ministro de Gobernación Ángel Galarza, anteriormente Fiscal General del Estado durante el gobierno provisional de la II República en 1931, que fue quien amenazó con un atentado personal a José Calvo Sotelo en la sesión del 1 de julio de 1936, amenaza que fue borrada del Diario de Sesiones a instancia de la Presidencia.
Esta carta, en mi opinión, da el espaldarazo definitivo a Ortega y Gasset, el gran maestro la obra de mi joven profesor particular, Agapito Maestre, en la que defiende contra quienes consideran al gran pensador como un "fascista" o similar y contra quienes le encasillaron con la izquierda republicana, que lo que realmente defendía el filósofo era una democracia respetuosa con el derecho a la continuidad y con la permanencia de los valores de la civilización europea con la reforma como método. Por ello, se la mandé inmediatamente. Como espero, habrá encontrado en ella muchos más elementos luminosos de lo que un no especialista podría detectar.
En cualquier caso, los hechos son testarudos y por mucho que algunos se empeñen en torturarlos o eliminarlos u olvidarlos, lo que ocurrió, ocurrió. Sería deseable que algún día la esperanza de reconciliación y verdad fuera satisfecha, pero para que se consiga será necesario que el marxismo y sus variantes no logren condicionar esencialmente la vida política española. Naturalmente, para ello sería necesaria la existencia de un partido socialista alejado de las posiciones fundacionales e históricas del PSOE. No sé si esto será posible si no se funda un nuevo partido que lo encarne.
[i] De Laburdi, hoy Lapurdi en francés, comarca francesa que los nacionalistas reclaman como vasca.
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