Aclaración sobre el liberal-minarquismo de Milei (y Jorge Luis Borges)
Borges se definió como "un inofensivo anarquista; es decir, un hombre que quiere un mínimo de gobierno y un máximo de individuo". Eso es el minarquismo.
Hay quien ha sentenciado que las elecciones argentinas de este noviembre han sido ganadas en el tablero de ajedrez del más allá por el persistente e injustamente ennegrecido Jorge Luis Borges, el gran perseguido por los totalitarios y acusado esencial por las izquierdas del mundo. Sin embargo, el escritor fue siempre antitiránico, ya fuesen los tiranos Juan Manuel de Rosas, Juan Domingo Perón, Marx-Lenin, Hitler e incluso Julio César.
A de Rosas, que maltrató a sus antepasados, lo llamó así, sencillamente tirano. A Perón, lo llamó dictador, ladrón y "viudo macabro". A los comunistas los acusó de practicar una pedagogía del odio. De los nazis denunció esa otra pedagogía del odio a los judíos, a los que defendió como ahora lo hace Javier Milei. Mejor tratado fue Julio César , al que no le dio tiempo a ejercer la tiranía debido a los puñales que se lo impidieron y tal vez, porque lloró la muerte de Pompeyo.
Si ha habido alguien que se opuso a los totalitarismos desde un anarquismo inocente, ese fue Borges. En su estancia española, Borges dijo ser "todavía anarquista, librepensador y pacifista", incluso barojiano. Había historia en ello porque su padre, Jorge Guillermo Borges, era abogado y "filósofo anarquista en la línea de Spencer" (Herbert), hasta el punto de desconfiar de toda empresa estatal, motivo por el cual su hijo no fue a la escuela estatal hasta los 9 años.
No cabe duda de la inclinación liberal-libertaria de Borges. En sus Diálogos con Osvaldo Ferrari expresó con suma claridad su preferencia por la importancia del individuo frente al Estado: "Sí, desde luego, y ahora el Estado nos cerca en todas partes, ¿eh?; y además en los dos bandos, digamos: la extrema derecha, la extrema izquierda, son igualmente partidarias del Estado, y de la intromisión del Estado en cada instante de nuestra vida".
Y, para abundancia de su posición, añadió: "Sí, actualmente yo me definiría como un inofensivo anarquista; es decir, un hombre que quiere un mínimo de gobierno y un máximo de individuo. Pero eso no es una posición política ahora, desde luego". No lo era hasta entonces, pero desde hace unos días ya lo es. Lo entrevió él mismo y acertó: "Pero, quizá sea preciso esperar... no sé si algunos decenios o algunos siglos —lo cual históricamente no es nada—, aunque yo, ciertamente no llegaré a ese mundo sin Estados".
Para colmo, también se declaraba antinacionalista. El acabóse. "Lo digo, ciertamente no por primera vez, que soy enemigo del Estado y de los Estados; y del nacionalismo, que es una de las lacras de nuestro tiempo. Eso de que cada uno insista en el privilegio de haber nacido en tal o cual ángulo o rincón del planeta, ¿no?". Pero Borges se percataba de que para el triunfo libertario se "necesitaría una humanidad ética, y además, una humanidad intelectualmente más fuerte de lo que es ahora, de lo que somos nosotros; ya que, sin duda, somos muy inmorales y muy poco inteligentes comparados con esos hombres del porvenir, por eso estoy de acuerdo con la frase: 'Yo creo dogmáticamente en el progreso'".
Una vez situado Borges, que, como es perceptible, oscila entre el anarquismo individualista y pacífico y la preferencia por el mínimo de Estado y un máximo de individuo, conviene precisar la multitud de términos que confunden a una mayoría, muy hábilmente aturdida antes y tras el triunfo electoral de Milei como ha detectado sagazmente Rosana Laviada. Se trata de inyectar en las conciencias un juicio negativo sobre el proyecto liberal de Milei antes siquiera de comprenderse lo que dice y lo que quiere hacer. Lo de siempre. Desconfiar del juicio personal del ciudadano y "concienciarlo" con consignas prejuiciosas y sectarias.
Al nuevo presidente de Argentina se le califica de liberal, liberal libertario, libertario de derechas, anarcocapitalista, extremoderechista, ultra, ultraderechista. Incluso de subastero de sus listas electorales se le acusó, o excéntrico. Todo esto se ha dicho y más, pero él se ha definido como un anarcocapitalista o liberal libertario que, en las circunstancias actuales, va a actuar como un minarquista.
Tal y como ocurrió con los términos neocapitalismo y neoliberalismo, las izquierdas paleo-filo-neo-post-populi-marxistas y nacionalistas asociados, procuran enredar las conciencias con vocabularios ad hoc concebidos para que la confusión sea máxima y nadie sepa qué significan realmente las palabras o, en caso de que sí, se atribuyan significados piratas, impostores y falsarios a las mismas palabras para desconcierto general.
Unos pocos ejemplos demostrarán el entuerto. Liberal denota desde el siglo XVI a los que defienden el ser real del individuo y sus derechos genuinos (a la vida, a la propiedad y a la libertad) y deberes (respetar máxima y pacíficamente el proyecto de vida de los demás si no lesiona el mismo derecho de los otros, sobre todos) frente al Estado. El pensamiento liberal clásico comenzó en la España del padre Mariana, siguió en la Inglaterra de John Locke y Adam Smith, en la Francia de Montesquieu y en la América de los Padres Fundadores. Entre otros muchos, claro, y en el orden que se quiera.
Pero hoy liberal no significa precisamente lo mismo en Estados Unidos. Tras el liberalismo clásico, advino el llamado "liberalismo social" (de Roosevelt a Rawls), que impulsa la presencia del Estado, socialismo débil o encubierto, en todos los ámbitos de la vida humana y ha terminado por confundirse con la desigualación selectiva de los ciudadanos con pretextos identitarios que hoy llevan al extremo los movimientos feministas, sexistas, raciales, indigenistas y de todo tipo que están instalados en las izquierdas de ambas orillas del Atlántico.
Otro ejemplo esencial es la corrupción de la palabra "libertario", en origen, signo indudable de quienes eran partidarios de la máxima libertad de los ciudadanos frente al Estado. El descrédito de la calificación de "anarquista", por su relación con la antilibertaria conducta de algunos de sus miembros partidarios del terrorismo o la propaganda por el hecho –matar a alguien es la máxima negación de la libertad del otro—, hizo que muchos anarquistas se refugiaran bajo el concepto de libertario, menos odioso, pero sin revisar su contradicción flagrante de consentir pérdidas de libertad y derechos, como los de la vida, la propiedad y la libertad.
En España, el primitivo libertarismo, de raíz inequívocamente liberal, pacífico y voluntarista sin concesiones a la dominación ni al centralismo (el inspirador de la CNT, Anselmo Lorenzo cuenta horrorizado su encuentro con un Marx autoritario y dictatorial), cayó bien pronto en manos del "comunismo o colectivismo libertario" (absurdo intelectual donde los haya) derivado de las enseñanzas de Kropotkin (víctima luego del bolchevismo) y del anarquismo terrorista de la Federación Anarquista Ibérica(FAI).
Pero no todo el barullo procede de los enemigos tradicionales de la libertad. El propio Javier Milei contribuyó bastante a desorientar a sus seguidores y a poner en suspenso los juicios sobre su figura y su papel, antes y después de su elección como nuevo presidente argentino.
Él mismo se ha autodefinido como anarcocapitalista, como liberal libertario y últimamente como minarquista. Es posible que en Argentina haya quien lo entienda bien, pero en España son términos borrosos, cuando no indescifrables para muchos.
Juan Ramón Rallo ha precisado en un sintético libro[i] cuál es el corazón mismo del liberalismo que todos los liberales, con los apellidos que se quiera, aceptan con apenas reparos. Merece la pena enumerarlos sin apenas glosa:
- Individualismo político: El sujeto moral del liberalismo "no es ni la colectividad, ni la naturaleza, ni la divinidad, sino el ser humano, entendido éste como un agente autónomo que elabora y persigue sus propios proyectos vitales de manera deliberada".
- Igualdad jurídica: Si cada individuo es soberano sobre sí mismo también los demás todos individuos lo son y por ello son sujetos jurídicamente iguales entre sí. Por ello, los derechos que un individuo posea frente al resto de los individuos habrán de ser simétricos a los derechos que el resto de los individuos posean frente a él. Esa es la igualdad democrática o igualdad moral o igualdad ante la ley.
- Libertad personal: El más nuclear de los derechos individuales es el derecho a su propia vida y eso significa que exige "sostenerse y generarse a uno mismo y a disponer de la máxima libertad que le permita "ejecutar todas aquellas acciones" que lo permitan sin dañar los derechos y la libertad de los otros. Incluso para John Rawls: "Cada persona ha de tener un igual derecho al esquema más extenso de libertades básicas que sea compatible con un esquema semejante de libertades para los demás".
- Propiedad privada: Consecuencia de la libertad es que haya derecho a usar, disfrutar y disponer de los bienes que se hayan adquirido pacíficamente. Sin la propiedad de los medios materiales que necesitamos para nuestro desarrollo, nuestra libertad se restringiría a la libertad de pensamiento y expresión.
- Autonomía contractual: Para el liberalismo, "nadie puede ser forzado a hacer aquello que no desea hacer" pero eso "no significa que no podamos asumir voluntariamente obligaciones en favor de terceros". Esto es, libertad contractual o autonomía contractual es el "derecho que cualquier individuo tiene a obligarse o no (a través de un acuerdo contractual) en favor de un tercero".
- Reparación del daño: Todo lo anterior conduce a que se permita regular las interacciones de dos o más personas, respetando igualitariamente el proyecto de vida de cada uno de ellos. Pero si lo pactado se vulnera, debe haber una sanción, esto es, la reparación del daño que el autor del incumplimiento ha infligido al detentador de los derechos individuales maltratados.
- Libertad de asociación: "Cada persona puede compatibilizar la consecución de sus propios fines individuales con los fines individuales de otros individuos. Sucede que las personas no sólo buscan coexistir o cooperar esporádicamente, sino que también aspiran a convivir; esto es, a entrelazar sus destinos en asociaciones con una personalidad jurídica propia desde la que perseguir un mismo proyecto compartido por todos sus miembros".
- Libre mercado: Esa asociación puede tener carácter económico. Nadie puede ser obligado a ejercer una profesión si no quiere. Desde el oficio u ocupación elegido, solo o con otros, se producen bienes de propiedad privada que tienen que poder ser libremente intercambiados con otros que se necesitan pero no son producidos por quienes los compran. "Dentro de la división del trabajo, pues, las personas son capaces de coordinarse de manera espontánea para cooperar económicamente entre sí a través del intercambio". En libre competencia, claro.
- Gobierno limitado: "Si los derechos individuales fueran automáticamente respetados por todas las personas —y, en caso de controversia, todos aceptaran someterse de buena fe a un mismo tribunal de arbitraje— no sería necesaria ninguna comunidad política: como esto desgraciadamente no sucede, los seres humanos se agrupan políticamente para hacer efectivos sus derechos individuales". Por ello, el liberalismo asume la existencia de una comunidad política "con un poder estrictamente limitado a defender los derechos individuales y a hacerlo de un modo no arbitrario". Ello implica los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial, equilibrados e independientes entre sí. "Por consiguiente, para el liberalismo el Estado es o un mal necesario (minarquismo) o un mal innecesario (anarcocapitalismo) pero, en todo caso, un mal".
- Globalización: Dado que todos los hombres son libres e iguales, el orden liberal tiende a la globalidad, a la extensión universal. En palabras de Ludwig von Mises, que destaca Rallo: "El pensamiento liberal siempre ha tomado en consideración a la humanidad en su conjunto, y no sólo a algunas partes de ella. No se interesa por este o aquel grupo, provincia, nación o continente. Es cosmopolita y ecuménico: se preocupa por todos los seres humanos del planeta. En este sentido, el liberalismo es humanismo; y el liberal es un cosmopolita ciudadano del mundo".
Estas son las bases del liberalismo nuclear que podemos matizar según el papel que concedamos al Estado, el "más frío de todos los monstruos" para Nietzsche, que es presentado por sus adoradores como igualador total por la violencia física o fiscal y anulador total de la individualidad también por la misma violencia. Por tanto, para ellos, la libertad no tiene sentido. Su pesimismo antropológico dicta que toda conducta humana debe ser administrada por minorías desde un Estado total que dice conocer la realidad de los ciudadanos y su destino.
Antes incluso de su elección, Milei, que se ha definido de diversas maneras, incidió en que hoy por hoy, aunque teóricamente anarcocapitalista o liberal libertario, se va a comportar como "minarquista", palabra que enlaza Estado-poder, arquía, con mínimo. Esto es, aunque su ideal sea la eliminación completa del Estado, aceptará por ahora un mínimo de Estado, ya se verá por cuanto tiempo y con cuánta intensidad. La orteguiana circunstancia pesa.
Los anarcocapitalistas como Murray Newton Rothbard y otros, entre ellos los españoles Jesús Huerta de Soto o Miguel Anxo Bastos, tal vez no lo aprobasen en circunstancias normales. Pero es la primera vez que un minarquista o liberal libertario, con frenos de mano justificados por el estado de la carretera, ha llegado al gobierno en una nación de peso internacional como Argentina. La prudencia vital se ha impuesto al rigorismo intelectual.
Cuando menos, lo trascendental de la victoria de Milei es que son esencialmente "otros" los que van a gobernar, no sólo en Argentina, sino en el mundo. Han gobernado dictadores de derechas, militares, fascistas o comunistas, encubiertos o no, y gobiernos escasamente liberales que han cebado al Estado de forma obscena. El triunfo de Milei implica que son otros bien diferentes los que van a gobernar ahora y sus resultados van a ser examinados con mucha intención y minuciosidad.
Recuerda el ya presidente argentino que durante la campaña repetían una sentencia de Einstein que viene a decir que "no hay nada más irracional que pretender obtener resultados distintos haciendo lo mismo". El PP, y otros, deberían tomar nota. De ello cabe deducir que el nuevo gobierno, que ha se ha reducido hasta las diez carteras, tal vez menos, no es el de los "mismos de siempre".
Es más, es que ya ha anunciado que lo que se va a hacer es totalmente diferente a lo que se ha hecho en todo el siglo XX y lo que va del siglo XXI. Convertir a Argentina en una nación libre y rica, con cierta concesión al nacionalismo. Para empezar ya ha anunciado su propósito de que el poder judicial argentino sea absolutamente independiente de la política y del gobierno, incluso presupuestariamente.
Su minarquismo quiere devolver la cordura y el rigor fiscal a Argentina, que en los últimos 123 años, dice él mismo, tuvo déficit fiscal durante 113 y 22 crisis de las que 20 tuvieron origen fiscal. Esto es, responsabilidad política, robo organizado. Se considera, con 12 puntos de ventaja sobre el candidato perdedor, mandatado para hacer el ajuste necesario siendo como es y va a ser "el primer presidente liberal libertario de la historia de la Humanidad". Argentina está al borde de la peor crisis de su historia. El problema no es si hay o no ajuste, que lo va a haber se quiera o no, sino quién es el que lo hace y sobre quién lo hace recaer.
Fiel a su minarquismo, Milei anuncia que el ajuste, que siempre golpeó al sector privado, esta vez va a ser sufrido por el sector público, por el Estado, por la política. El Estado tiene que ser pequeño y dejar de endeudar a los ciudadanos, pero además debe cumplir sus compromisos, pagar su deuda con los dineros de las partidas del Estado para reducir la inflación brutal del 140 por ciento que hace sufrir a los argentinos mas desfavorecidos.
Su minarquismo asume, según sus propias declaraciones de hace tres días, que no se van a afectar los derechos de propiedad derivados de los préstamos concertados por el Banco Central con los bancos privados mediante las famosas "Lelics", Letras de Liquidez, préstamos semanales que conceden los bancos al gobierno a un interés de mercado que puede llegar al 133 por ciento anual, cuyo pago con dinero fabricado por la manivela estatal acelera la inflación. Es el cepo, el meollo del mal. Pero Milei no piensa en impagos o expropiaciones, sino en soluciones voluntarias de mercado, ingeniería financiera apetecible, propone.
O paga el Estado, y reduce su tamaño y su peso, o el peligro de una hiperinflación que convierta en pobres al 95 por ciento de los argentinos es una amenaza real. Hay que recortar "donde la política roba", ejemplo, en la obra pública, que se acabará porque "no hay plata". No es que no se hagan las que se deben hacer sino que serán hechas por la iniciativa privada. Y si nadie las quiere hacer, será porque no eran necesarias salvo para los corruptos.
Habrá privatizaciones, como la del suministro de agua, que, en su tiempo, fue privada y funcionó muy bien. O de los ferrocarriles, que en su época dorada, fueron de titularidad privada y fueron de los mejores del mundo. Asimismo se plantea ceder la propiedad de las aerolíneas a los trabajadores porque no es justo que sus déficits sean pagados por los argentinos que nunca suben a un avión.
Todo comenzará con una auditoría de las tropelías del gobierno anterior y una premisa: "A la gente no se la toca". Ahora, cerca de la Navidad, se cuestiona si va a haber dinero para el medio "aguinaldo" (paga extraordinaria) del 18 de diciembre. Milei insiste en que el recorte se hará gradualmente, pero sobre otros gastos del Estado, eso sí, anunciando que las decisiones erróneas deben pagarlas los que las toman, no el resto de los ciudadanos vía impuestos, o sea, más inflación que asfixia a los más pobres.
Respecto a los rehenes argentinos secuestrados por Hamás en Israel, respecto a la defensa de dicho Estado, e incluso respecto al Papa o el brasileño Lula, el minarquismo pragmático ya ha hecho acto de presencia. Una cosa, dice, son las percepciones personales de Milei y otra el respeto institucional del presidente por la mayoría de los argentinos y sus intereses. Y en educación, fuera el ministerio adoctrinador.
Son bastantes ejemplos ya para entender cabalmente por qué Milei asume en la práctica su liberalismo libertario moderado o minarquismo, que acepta el papel del Estado, si bien reduciendo su dimensión y sus funciones al mínimo, y aparca el anarcocapitalismo teórico, que prefiere el todo mercado al Estado, por poco que sea. Pero en realidad ni una doctrina ni otra han sido jamás confrontadas con la experiencia. Sí lo han sido las estatalistas y las nacionalistas, con los resultados terribles conocidos. Por eso, los próximos dos años, tiempo que se propone Milei para que las reformas vayan haciéndose visibles, serán apasionantes.
La gran contienda de las ideas, entre quienes desean la hegemonía de un Estado, controlado por minorías privilegiadas y supuestamente clarividentes, doctrinarias y dictatoriales que asfixian la libre individualidad ciudadana y los que deseamos el máximo de individualidad sociable que minimice la presencia del Estado, se puede ahora someter a la prueba de los hechos.
Por eso de sus cenizas, también geniales, renace con Milei un Jorge Luis Borges más comprensible que, en sus Seis problemas para don Isidro Parodi, escribió:
La gente de ahora no hace más que pedir que el gobierno le arregle todo. Ande usted pobre, y el gobierno tiene que darle un empleo; sufra un atraso en la salud, y el gobierno tiene que atenderlo en el hospital; deba una muerte, y, en vez de expiarla por su cuenta, pida al gobierno que lo castigue. Usted dirá que yo no soy quién para hablar así, porque el Estado me mantiene. Pero yo sigo creyendo, señor, que el hombre tiene que bastarse.
Por eso, por la libertad y la honra se debe aventurar la vida, sentenció El Quijote. En España, cuyo camino es el reverso del trazado en Argentina, estamos empezando a entreverlo. Nada está escrito. "Dios mueve al jugador y éste, la pieza".
[i] Liberalismo. Los 10 principios básicos del orden político liberal, Deusto, 2019
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