¿Por qué ataca Pedro Sánchez a Israel? La ideología decolonizadora
Fíjese en ese término aparentemente inocuo, "colonialismo europeo", porque es sobre el que gira toda la inquina antisemita contemporánea.
Pedro Sánchez es un animal político instintivo. Mientras que para el común de los mortales el sentido fundamental es la vista, para un político como Sánchez es el olfato. Huele la sangre del enemigo herido, así como las oportunidades de alianzas que le benefician. Se habla mucho de que no tiene ningún respeto por la verdad, pero esto no es estrictamente cierto. Lo que sucede es que cree en la verdad instrumental, en la verdad utilitaria, en la verdad como aquello que le hace sobrevivir a él y a su organización, el PSOE, y su ideología, el socialismo.
Sin duda, hay un componente exclusivamente pragmático en su apuesta a favor de Hamás (lo que como buen político orwelliano denomina "alto el fuego" y "ayuda humanitaria"), pero también hay un fondo intelectual. Pedro Sánchez considera que sus mentiras factuales son verdades políticas. Para ello ha tenido que cocerse a fuego lento en la marmita de los relatos legitimadores de las mentiras políticamente correctas que forman el estado mental del "progresista" típico que no sale de la burbuja mediática del New York Times, el New Yorker, The Guardian, BBC y Sky News, ciñéndonos al ámbito anglosajón.
Pero en esta galaxia de medios de adoctrinamiento "progre" destaca una revista que es el arsenal de munición ideológica de fondo para la intelligentsia de izquierdas: New Left Review. A Pablo Iglesias le entusiasma citar a Perry Anderson a propósito de Israel como si fuese el Papa jurando sobre la Biblia. En concreto, la tesis fundamental de Anderson sobre la que pivota el odio eterno de la progresía hacia el Estado judío:
Un movimiento de nacionalismo étnico europeo se convirtió, inseparablemente, en una forma de colonialismo europeo en ultramar.
Fíjese en ese término aparentemente inocuo, "colonialismo europeo", porque es sobre el que gira toda la inquina antisemita contemporánea. Perry Anderson es quien suministra las claves del conflicto palestino-israelí para la izquierda en dos artículos seminales: Precipitarse hacia Belén (NLR, 2001) y La casa de Sión (NLR, 2016). La caracterización de Israel como "colonia pionera" la tacha de enemigo a batir por dicho pecado original imborrable. Para la ideología del decolonialismo la culpa de todos los males proviene del eurocentrismo: la idea de que existe una cultura superior, identificada como la civilización, radicada en Europa y que trata de imponer sus puntos de vista, conductas e intereses al resto del mundo. Con la derivada de que son los judíos quienes mejor encarnan la universalidad y la racionalidad que son las marcas de la casa de ese eurocentrismo con rostro judío, de Wall Street en Nueva York al Muro de las Lamentaciones en Jerusalén. Para el decolonialismo, la modernidad, la ilustración, el liberalismo, el capitalismo, el imperialismo y el humanismo no son sino variantes del colonialismo diseñado en Berlín, París, Londres, Roma… que ha abierto sucursales en Tel Aviv y Jerusalén con vistas a Gaza y Cisjordania, como antes lo habían hecho en Argelia y Sudáfrica. Y del mismo modo que franceses y holandeses fueron vencidos por los nativos en África, también deben ser derrotados los judíos por parte de los buenos salvajes roussonianos de Hamás y Hezbolá.
Para esta criminalización de los judíos Perry Anderson manipula los hechos sutilmente con expresiones como: "Desde 1948, Israel ha librado cinco guerras", lo que lleva a pensar que fue Israel quien las empezó. O se refiere a la Segunda Intifada haciendo caso omiso al rechazo a la solución de los dos estados para judíos y árabes por parte de los palestinos liderados por Arafat en Camp David en 2000. Tiene un pequeño fallo esta satanización de los judíos como "colonos etnicistas" que se desplazaron para crear Israel a un territorio administrado primero por los turcos y luego por los ingleses: que eran casi todos socialistas. En el colmo del cinismo ideológico, Anderson se rebaja a calificar dicho socialismo como "subjetivo" para evitar reconocerlo como tal, ya que una adscripción ideológica de izquierdas al sionismo le hundiría el cliché del israelí como colono imperialista. De hecho, el reconocimiento socialista originario de Israel llevaría a tener que reconocer que son precisamente Hamás y demás movimientos de "liberación" árabe los que son reaccionarios, étnicos, tribales y, sí, colonialistas.
Todo el resto de la argumentación de Anderson se puede volver igualmente del revés. La acusación de apartheid a Israel es ridícula dado que, por ejemplo, fue un juez árabe israelí el que envió al jefe del Estado, Moshé Katsav, a prisión: George Karra es el jurista árabe israelí que llegó a ser incluso juez del Tribunal Supremo de Israel. Lo que es impensable es que un judío pueda siquiera vivir entre palestinos en Gaza y Cisjordania. Sería inmediatamente asesinado. Lo que implica a nivel colectivo el exterminio de todos los judíos. El genocidio contra los judíos es una realidad hoy en Oriente Medio como amenaza actual sobre una posibilidad potencial que se expresa en el grito "Palestina libre desde el río hasta el mar".
En la retórica antisemita enmascarada de Anderson el sintagma dominante es "colono judío", con el que intenta que la culpabilidad del "colono" despiste de la infamia de tildar a los judíos de provocar un nuevo Holocausto, esta vez como verdugos ("es el manto del judeicidio el que encubre las acciones del Estado sionista"). En un más que esperable giro de guion respecto a la realidad, Anderson se inventa que fue el Estado de Israel el que "lanzó un ataque postrero contra los ejércitos árabes". Sí, un ataque, pero en defensa propia contra la agresión de tropas egipcias, iraquíes, libanesas, sirias y transjordanas, apoyadas por voluntarios libios, saudíes y yemeníes, que comenzaron la invasión del recién proclamado Estado israelí.
Hay que entender el ataque de Pedro Sánchez contra Israel dentro de esta perspectiva decolonialista que trata no solo de sustituir la centralidad de Occidente, sobre todo en sus aspectos intelectuales, sino de eliminar los referentes culturales para cambiar la hegemonía hacia modelos políticos vinculados al populismo y el socialismo bolivariano. Sánchez se plantea dejar de ser cola de ratón occidental para convertirse en cabeza de león decolonialista. De fondo, la pérdida de centralidad de la izquierda clásica, jacobina en sus orígenes y marxista en su plenitud, en Occidente y su intento de reconvertirse en una ideología de nuevo exitosa, lo que pasa por reivindicar la violencia que le dio sus grandes éxitos.
Eso sí, Anderson les reconoce a los judíos que son muy buenos no solo ganando Premios Nobel y entrando en las Facultades de Matemáticas sin necesidad de cuotas de género o raciales, sino también colonizando. Cuando son buenos, son buenos, pero cuando son presuntamente malos, son mejores.
Se expoliaron tierras y propiedades a una velocidad y una escala nunca antes alcanzadas por ningún colono en la historia colonial.
Frente a la realidad de que Israel es una de las democracias más avanzadas del mundo (Freedom House, 77/100 y Democracy Index, 7,93/10), Anderson describe al Estado israelí como una república basada en la sangre y la fe. Es decir, para Anderson no hay diferencia significativa entre, pongamos, Irán e Israel. Dicha cuestión se resolvería rápidamente si le diésemos a Anderson a elegir entre vivir en el país dirigido por los ayatolás o en Israel. Aunque cabe la posibilidad de que Anderson, como hiciera Foucault en su día, entonase un cántico a favor del movimiento decolonizador de los fundamentalistas persas chiís contra la decadencia colonizadora europea, liberal y blanca.
De fondo, pervive junto al antisemitismo tradicional europeo, el no menos habitual antiamericanismo de la izquierda marxistoide. Israel es visto no solo como un nido de judíos, sino también como el primer bastión de los EE. UU. en Asia (estando los EE. UU. también dominados para la paranoia decolonialista por los judíos. Antisemitismo elevado a la segunda potencia). Nunca jamás Anderson menciona el hecho fundamental del conflicto israelí-palestino: que los Estados musulmanes dictatoriales y fundamentalistas pretendían exterminar a todos los judíos de Israel. Pero es que precisamente dicha colusión entre dictadura y fundamentalismo forma parte de la apología que hacen los decolonialistas en cuanto que opuesto negativo de las democracias liberales occidentales, de las que Israel constituye una representación si no perfecta, al menos sí ideal dadas las circunstancias extremas en las que se desenvuelve.
Aun así, con todo, el momento más infame del artículo de Anderson es cuando considera que Arafat en Camp David se arrodilló ante Bill Clinton. Anderson es la encarnación de aquellos que temía Arafat a la hora de aceptar el plan que hubiese conseguido la paz entre Israel y Palestino. Pero Anderson es de los que usan a los palestinos como carne de cañón para su objetivo único, que es la destrucción de Israel y el exterminio de los judíos. Fouad Ajami describió la alucinación ideológica que sufren los palestinos por culpa de intelectuales como Anderson, que les han vendido la moto decolonialista hasta tal punto que tienen "un rechazo innato a rendirse ante la lógica de las cosas, la creencia de que un misterioso poder superior siempre vendrá a rescatarlos, como si las leyes de la historia no se aplicaran a ellos".
Y es que la estrategia de los Perry Anderson y Edward Said, el intelectual palestino decolonialista por excelencia, no pasa por ninguna negociación ni compromiso con Israel. Dado que hacen una equiparación simplista y mecánica entre Israel y Argelia-Sudáfrica, no cabría ningún pacto con racistas-imperialistas-colonialistas. Los Anderson-Said nunca dejarán que la realidad les enturbie sus ensoñaciones victimistas, aunque ello suponga el sacrificio de miles de palestinos e israelíes inocentes, a los que se les ha sumido en una lucha de etnias en una contradicción irresoluble de la que solo puede salir vencedora una de ellas. Del mismo modo que Marx rechazaba los acuerdos entre burgueses y proletarios porque era ley de la historia que los segundos debían derrotar a los primeros hasta su exterminio.
Si las guerras no han permitido derrotar a los judíos, ¿qué les queda? La estrategia Gramsci: la propaganda y la batalla cultural. Hay que presentar a la opinión pública a los judíos como genocidas para de esta forma eliminarlos con buena conciencia. Si Netanyahu es Hitler, y era legítimo acabar con Hitler… Con trucos retóricos baratos como hacer ver que "semita" refiere tanto a judíos como a árabes con la intención de inutilizar la acusación de antisemitismo. Preparando la masacre con bonitas canciones al estilo de "Palestina, libre del río hasta el mar". El próximo Holocausto será retransmitido por televisión, con las masas ululando de placer y una banda sonora en la que alternarán canciones de Ismael Serrano con las de Roger Waters.
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