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Enrique Navarro

Dos años de guerra en Europa

La única manera de evitar una guerra a gran escala es que Europa esté preparada para ello.

Discurso de Putin en Moscú. | EFE

Cuando estamos a punto de cumplir dos años de guerra en Europa, debemos hacer una reflexión sobre todo lo que ha ocurrido, dónde estamos y qué puede pasar a corto y medio plazo. Lo más significativo de esta situación bélica actual es que nadie fue capaz de predecir hace dos años que estaríamos en febrero de 2024 en plena guerra, con Ucrania resistiendo y Rusia sufriendo grandes pérdidas pero todavía firmemente implantada en una amplia zona de Ucrania, aunque su victoria real sea pírrica. Podemos resumir el estatus actual desde el punto de vista operacional asumiendo que Rusia no ha alcanzado los objetivos de su invasión y ya es consciente de que no los conseguirá; y que Ucrania seguirá existiendo como estado democrático y con numerosos incentivos para ligarse a la defensa occidental, aunque podría perder la parte oriental y sureste de su territorio.

Situación operacional.

Los fracasos de las anunciadas ofensivas ucranianas el año pasado y los pequeños pero significativos avances rusos en el frente, en la zona de Bajmut y Avdíivka, con solo ayer cincuenta y dos enfrentamientos entre tropas de ambos países, sugieren que Ucrania no estará en disposición de desalojar los territorios ocupados, por mucha ayuda que reciba, incluyendo los aviones de combate. En este momento de la guerra, las nuevas estrategias de los contendientes se han adaptado a la nueva realidad.

Las fuerzas rusas están intentando avanzar en los sectores de Lyman, Bajmut, Marinka, Avdiivka y Zaporizhzhia en el este y sur de Ucrania y mantienen un hostigamiento de artillería y aviación constante en toda la línea del frente, más de 700 kilómetros, con el objetivo de evitar contraofensivas y no comprometer más vidas propias. Incluso han llegado a utilizar por primera vez el misil hipersónico Zircon, en una muestra de que están dispuestas a utilizar todo su arsenal para erosionar la moral ucraniana, ya bastante desgastada, quizás en su momento más bajo desde el comienzo de la guerra.

El Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de Ucrania, coronel general Oleksandr Syrskyi, recién nombrado por Zelenski tras el cese del anterior por graves desavenencias, declaró recientemente que la situación era "difícil" y que su objetivo actual era agotar el avance ruso. "El enemigo ahora avanza a lo largo de casi toda la línea del frente y hemos pasado de las operaciones ofensivas a las operaciones defensivas", dijo al canal de televisión alemán ZDF. "El objetivo de nuestra operación de defensa es agotar las fuerzas del enemigo, infligirle las máximas pérdidas, utilizando nuestras fortificaciones, nuestras ventajas en términos de tecnología, en términos de uso de aviones no tripulados, medios de guerra electrónica y manteniendo líneas de defensa preparadas", añadió.

Los drones en los que el mando ucraniano quiere sustentar su acción ofensiva, aun produciendo efectos muy significativos, como el reciente hundimiento de un barco de desembarco ruso en el Mar Negro, no cambiarán el curso de la guerra, aunque han permitido llevar la guerra hasta Moscú, pero al final es algo simbólico.

La estrategia de Rusia es agotar a Ucrania para fortalecer sus posiciones conquistadas y venderlas a su opinión pública como el cumplimiento del objetivo principal que era liberar a los rusos sojuzgados por el régimen nazi de Kiev. Rusia solo aspira a blindar su territorio, sacar partido de su victoria y prepararse para el siguiente golpe. Sabe que en este momento no tiene más opciones.

Un periodo tan largo de guerra nos permite extraer algunas conclusiones sobre dónde estamos y dónde podemos estar en el campo de batalla. Rusia ha perdido todo su armamento terrestre moderno, más de 3.000 carros de combate y más de mil piezas de artillería, junto a las decenas de miles de bajas de soldados más experimentados. Este desastre explica la escasa capacidad para una ofensiva exitosa a medio plazo, por mucho armamento que sea capaz de producir en las condiciones económicas tan difíciles que afronta la economía rusa. Ucrania también habría sufrido grandes pérdidas, pero los reabastecimientos militares occidentales le habrían permitido mantener los inventarios y mejorar la calidad de los sistemas y su eficacia.

En mi opinión, estamos llegando a una vía muerta que podría conducir a una situación de impasse que beneficiaría a las dos partes, pero más a Ucrania, que es quien más necesita tomar aire y recibir la ayuda militar que debería llegar a finales de este año si Trump y sus compinches en el Congreso no lo impiden.

La ayuda occidental

A pesar de lo que nos pueda indicar la propaganda, la ayuda europea ha sido muy limitada, claramente insuficiente para cumplir los objetivos de resistencia. Las numerosas deficiencias acumuladas en las pasadas décadas en la defensa europea —políticas, industriales, económicas y tecnológicas— han aflorado en un conflicto que nos afecta, hasta el punto de colapsarnos. La incapacidad para fabricar la munición de artillería de 155mm suficiente para un conflicto bastante limitado, es un botón de muestra de esta situación que llevo denunciando décadas: Europa había renunciado a su defensa. Y España más que nadie.

Pero no todo es negativo. El consenso occidental y la ampliación de la OTAN a Finlandia y Suecia son ya de por sí éxitos frente a Rusia, que no se compensarán con la derrota parcial de Ucrania. Rusia, aunque gane, saldrá mucho más debilitada, y en la jerga de Putin, amenazada, salvo que le salve la "campana Trump" en noviembre.

El Senado aprobó esta semana, gracias al apoyo de casi la mitad de los senadores republicanos, la ayuda a Ucrania por un importe de 60.000 millones de dólares, junto a un importante paquete de ayudas a Israel, Territorios Palestinos y al Pacifico. Ahora toca someter el proyecto al Congreso dominado por republicanos. A pesar de los intentos de Trump, que instó a los miembros de su partido a no apoyarlo, parece que existirá una minoría suficiente republicana para sacar adelante la ayuda que significará un salto cuantitativo y cualitativo en las capacidades militares ucranianas. El propio presidente Biden se dirigió al Congreso y llamó a los republicanos a ignorar las intimidaciones de Donald Trump y aprobar el proyecto de ley.

Esta decisión ha debido molestar mucho a Trump, que ha visto como el soporte de su partido no es tan firme como suponía. En este sentido, la invitación de Trump a Rusia para invadir a los países europeos que gasten poco en defensa ha levantado todas las alertas, sobre todo porque sus votantes se han tomado literalmente esta amenaza y esperan que la cumpla y las naciones que ya le conocen se lo toman muy en serio. El presidente estadounidense, Joe Biden, calificó a Donald Trump de "antiestadounidense" por sus comentarios sobre la guerra de Rusia en Ucrania y la OTAN y le acusó de haberse "inclinado ante un dictador ruso", algo que, según dijo, ningún otro presidente estadounidense había hecho jamás.

El líder de la minoría del Senado, Mitch McConnell, instó a los miembros de su partido a apoyar el proyecto de ley y a no olvidar el papel de Estados Unidos en el mantenimiento de la seguridad global. "Sé que en algunos círculos se ha puesto bastante de moda ignorar los intereses globales que tenemos como potencia global", dijo McConnell. "Éste es un trabajo inútil para mentes ociosas. Y no tiene cabida en el Senado de Estados Unidos".

El senador Mitt Romney, uno de los opositores más abiertos al ala "MAGA" del Partido Republicano más leal al expresidente Donald Trump, dijo que "si Vladimir Putin aplaudía su posición, era hora de reconsiderar la posición".

El futuro

Según escribió recientemente al anterior secretario general de la OTAN, el danés, Rasmussen "la victoria dependerá en gran medida de si Ucrania y sus aliados pueden superar en producción a Rusia". La industria que sea capaz de continuar suministrando cuando el otro entre en colapso vencerá, y a este objetivo deben encaminarse todas las acciones occidentales.

Por primera vez desde 1945, Europa es testigo de una guerra al estilo más clásico que creíamos superado. Una gran potencia ha invadido otro país no sólo para subyugarlo sino también para anexionarse territorio. Alrededor de 30 países occidentales están proporcionando ayuda a Ucrania para contribuir a sus esfuerzos por repeler a Rusia, que a su vez cuenta con asistencia militar de Irán, Corea del Norte y Bielorrusia. Pero hemos de reconocer que el apoyo de Estados Unidos a Kiev está flaqueando, y esto está fortaleciendo la posición de Moscú, mientras que Europa es incapaz de asumir consensos y tomar el relevo que le quiere dejar Trump.

La situación es tan grave que varios líderes políticos y militares europeos han subrayado que existe un riesgo real de que el conflicto llegue a Europa occidental. La posibilidad de que Donald Trump, que se opone a la participación de Estados Unidos en la OTAN, regrese a la Casa Blanca ha aumentado aún más las tensiones y debilita a la seguridad occidental.

"Tenemos que tener en cuenta que Vladimir Putin podría incluso atacar algún día a un país de la OTAN. Es poco probable que suceda ahora, pero nuestros expertos esperan un período de cinco a ocho años en el que esto podría ser posible", dijo en una entrevista reciente el ministro de Defensa alemán, Boris Pistorius. El ministro de Defensa danés, Troels Lund Poulsen, un liberal, redujo ese período de tiempo a entre tres y cinco años. "Podría haber una guerra en Suecia", dijo en enero Carl-Oskar Bohlin, ministro sueco de Defensa Civil y moderado. Son muchas las veces autorizadas que ven este escenario como probable.

Putin suele decir que no tiene intención de atacar a otros países, punto que reafirmó en su entrevista con Tucker Carlson. Pero también negó anteriormente públicamente cualquier plan de atacar a Ucrania. Es interesante recordar lo que dijo en el último Foro de Valdai: "Este no es un conflicto territorial ni un intento de establecer un equilibrio geopolítico regional. La cuestión es mucho más amplia y fundamental y tiene que ver con los principios que subyacen al nuevo orden internacional". En otras palabras, no se trata sólo de Ucrania y la región, sino de supuestos principios fundamentales y nada le impide defender esos principios en otros países. La acumulación de capacidades en la frontera norte con la OTAN y las amenazas a Finlandia que se han recrudecido con la elección del conservador Stubb como presidente, claramente partidario de mano dura con Putin, no son cuestiones baladíes. El reconocimiento en el Comité de Inteligencia del Congreso de Estados Unidos esta semana de que Rusia planea instalar armamento nuclear en el espacio es una prueba evidente de que estamos ante una agresión en toda regla sin límites.

En Occidente, esta perspectiva se toma cada vez más en serio. Todas estas declaraciones de los políticos europeos son un intento de impedir que eso suceda. La única manera de evitar una guerra a gran escala es que Europa esté preparada para ello. Rusia hoy es un país que, bajo Putin, busca aprovechar su debilidad. La debilidad invita a la agresión, la fuerza la disuade. Por eso las advertencias buscan generar conciencia, crear un entendimiento que ayude a los países a prepararse para algo que tiene altas probabilidades de suceder.

Pero la guerra no se juega solo en el Frente. La invasión rusa de Ucrania es una empresa enorme: el 35% de todo el gasto público ruso se destina a la guerra. China ha ayudado a Rusia a eludir las restricciones al acceso a las tecnologías occidentales, y el comercio bilateral ha crecido mucho, alcanzando más de 200 mil millones de dólares en 2023. Pero Beijing también está presionando a Moscú, por ejemplo, frenando el lanzamiento de un nuevo gasoducto ruso-chino, en un intento por presionar al Kremlin para que ceda y acepte condiciones más favorables. A pesar de ello, es evidente que Putin ha estabilizado la situación y está convirtiendo a Rusia en una economía de guerra y cuenta con aliados poderosos para saltarse todas las restricciones.

Si Estados Unidos no garantiza su apoyo, Europa está lejos de tener un elemento de disuasión creíble porque no es un frente unido. Sus fuerzas armadas están fragmentadas, tienen problemas de interoperabilidad y no están acostumbradas a luchar. Pero, sobre todo, no hay unidad política. Si los estadounidenses renuncian a su liderazgo, lo que bien podría suceder si gana Trump, no podemos realmente esperar que los europeos avancen como una fuerza unida, es una quimera.

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, dijo en un comunicado el domingo que "cualquier sugerencia de que los aliados no se defenderán entre sí socava toda nuestra seguridad, incluida la de Estados Unidos, y pone a los soldados estadounidenses y europeos en mayor riesgo". El ministro de Defensa de Polonia, que ha estado bajo control ruso la mayor parte de las veces desde finales del siglo XVIII, dijo que "ninguna campaña electoral es una excusa para jugar con la seguridad de la Alianza".

En conclusión, estamos ante una situación caótica, complicada y con unos riesgos enormes de extensión del conflicto. Lo que el votante republicano debe entender es que Trump pretende convertir el país en una Corea del Norte blindada y sorda ante lo que sucede fuera. Esto supone terminar con la doctrina tradicional republicana de que cuando América lidera el mundo, está más segura, y que si deja de ser el faro de la libertad perderá su legitimidad para dar lecciones a nadie y estará mucho más amenazada y sobre todo sola para afrontar el fin de su liderazgo militar en el mundo frente a China.

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