El rincón más bonito de España, donde encontró la paz el guerrero
Carlos había estipulado en su testamento que quería ser enterrado en Yuste, junto a su amada esposa Isabel de Portugal.
En el municipio de Cuacos de Yuste están enterrados los que no quisieran estar allí y no está sepultado el que expresamente pidió que lo inhumasen en la bella localidad extremeña. 180 soldados germanos que murieron en España están enterrados en el Cementerio de los Alemanes, en un emplazamiento a medio camino entre el pueblo y el monasterio de los jerónimos, subiendo por una leve cuesta uno de los caminos más bonitos de España, en medio de un robledal. El camposanto es geométrico y austero, como espera uno de la disciplina y organización de los españoles del norte. Cuando lo visito, cae la lluvia a raudales sobre las desnudas cruces de piedra, alineadas y quietas como un regimiento fosilizado, las que llevan el nombre de los soldados y oficiales que dejaron la vida lejos de sus hogares y que a la maldición del exilio guerrero suman un destierro fúnebre. El gris plomizo le sienta bien a los lugares de reposo más o menos eterno. Un par de tumbas lucen flores frescas. Imagino que algún familiar aprovecha la Semana Santa para visitar a sus lejanos parientes en el tiempo. Como suelen confesar los soldados, ellos no luchan por abstracciones como la nación o alguna ideología política, sino por sus familias y amigos. Y respecto a eso da igual el bando.
Un poco más arriba, en el monasterio, sin embargo, falta un muerto ilustre: el rey español por antonomasia, aunque no era español de nacimiento. Tiziano lo pintó como un guerrero heroico y apolíneo sobre un caballo que ni Bucéfalo. Una completa mentira la del pintor de corte, pero ya se sabe que el arte sirve más bien a la leyenda que a la verdad. En realidad, en tiempos de la batalla de Mühlberg, una de las grandes victorias del emperador, Carlos se encontraba postrado por sus múltiples enfermedades inflamatorias, de la gota a la artritis, que lo sumían en un estado de casi invalidez y dolor que lo llevarían finalmente a abdicar y retirarse a un palacete construido exprofeso junto al monasterio de Yuste en su cincuentena. Tiziano, en sus setenta, le prestó a la figura del emperador su técnica, sabiduría y, sobre todo, energía, para representarlo como un titán cuando en realidad se asemejaba más bien a un zombi.
Carlos había estipulado en su testamento que quería ser enterrado en Yuste, junto a su amada esposa Isabel de Portugal, fallecida mucho antes, y bajo el altar de la iglesia del monasterio, para lo que había hecho elevar el altar. Quería destacar su humildad haciendo que el cura pisase su cabeza simbólicamente cada vez que diera misa, para lo que realizó un estrambótico diseño de la cripta por el cual la mitad del cuerpo permanecería fuera del hueco donde se depositaría su sencillo ataúd (por ello precisamente, bellísimo). Incluso en humildad pretendía destacar el emperador. Pero su hijo, Felipe, pasó olímpicamente del titán y ni corto ni perezoso se lo llevó a El Escorial para realizar su propio plan de hacer un mausoleo para todas las figuras de la realeza muertas, donde copió muchas de las ideas del palacete-monasterio de Yuste pero a lo colosal. Hay que subrayar que, sin embargo, hizo una excepción con Isabel y Fernando, enterrados por propia voluntad en Granada, debido a que consiguió convencerlo Juan de Sessa, el primer catedrático negro de la historia, también conocido como Juan Latino por ser esa su especialidad, que defendió la causa de Granada como sede final de los restos de los Reyes Católicos en la Capilla Real de la Catedral. La historia de Juan de Sessa, o cómo pasar de esclavo a catedrático en la España del XVI, no la conocen ni los granadinos, esos especialistas en el desconocimiento de su pasado.
Al monasterio de Yuste, el César, que así llamaban a Carlos por ser fan de Julio César y su libro sobre las Galias, se llevó solo un médico pero dos maestros cerveceros. Tomaba dos litros de cerveza al día. Monacal y austero, pero alcohólico. En realidad, el que más le sobraba era el médico, que lo torturaba con sangrías que lo debilitaban todavía más, como si no fueran suficientes la gota, el reúma, la artritis y la diabetes. A sus cincuenta y seis años, el que había sido Emperador del mundo enfrentado tanto al Papa como a Lutero, vencedor de Moctezuma de México y Francisco I de Francia, estaba hecho polvo. Pero más que los viajes por toda Europa a caballo lo que le había terminado por derrotar era una dieta infernal en la que solo cabían las carnes rojas y el marisco. Las verduras y las frutas las debía considerar cosas de pobres. Sin embargo, en un último guiño del destino, al hombre más poderoso del mundo lo terminó matando un minúsculo insecto, bien cierto que todavía hoy el más mortífero asesino de humanos.
En la tienda del Monasterio de Yuste venden todas las biografías habidas y por haber de Carlos V, además de unas cuantas más de Juana la Loca y Juana la Beltraneja, Felipe II y Juan de Austria, así como otros personajes que se movían alrededor de la estrella rutilante del Emperador. En el sistema solar donde reinaba Carlos V, sin embargo, sí se ponía el sol y no podía decir el hombre que nació en la rica Gante y fue a morir a un perdido rincón de Extremadura que el Estado era él como sí hizo después Luis XIV en Francia. Aprendió pronto Carlos que ser rey y emperador tenía muchas servidumbres y no pocas oposiciones, de los demás reyes, como Francisco I de Francia y Enrique VIII de Inglaterra, a cosmovisiones enteras, encarnadas en el Gran Turco Solimán, pasando por quien competía con él por ser el abanderado de Dios en la Tierra, el Papa de Roma, Clemente VII.
Sin embargo, mejor que esos tochos sobre las idas y venidas de Carlos por toda Europa, vigilando sus dominios amenazados por príncipes avariciosos y, todavía peor, por místicos utópicos, es mejor que compre un pequeño librito escrito por Pedro Antonio de Alarcón a finales del XIX, en el que cuenta su viaje a Yuste cuando el monasterio estaba en ruinas y el turismo se realizaba a caballo y no en coches eléctricos, sorteando bandoleros en lugar de radares de la DGT, cada uno con su peligro. Entonces, el monasterio y el palacete estaban reducidos a ruinas tras pasar por allí las tropas francesas y, lo que es peor, la desidia de los propios españoles por conservar su legado. Llora y se queja Pedro Antonio de Alarcón por el espectro de Carlos V vagando entre Yuste y El Escorial, pero sobre todo llora por la propia España, zarandeada por los hunos extranjeros y los hotros nacionales:
Ya no había Monasterio de Yuste; ya no había en España comunidades religiosas; ya no había monarquía; ¡casi ya no había patria! (...) oíanse más pujantes que nunca en aquellos días, los primeros de la República, así en Extremadura como en el resto de la Península española, gritos de muerte contra la Unidad Nacional, contra la Propiedad, contra la Autoridad, contra la Familia, contra todo culto a Dios, contra la sociedad humana, en fin, tal y como lo habían constituido los afanes de cien generaciones.
Hay una serie de nodos fundamentales que crean la red estructural que configura ese territorio, esa cultura, ese histórico, en suma, esa nación que todavía se llama España. Sin duda, Granada y Valladolid, Barcelona y Madrid, entre los más famosos. Pero también existen unos nodos menos conocidos pero no por ello menos simbólicamente importantes. Por ejemplo, el retirado y hermosísimo monasterio de Yuste y el palacio anejo, humilde y pequeño, que se hizo construir el emperador Carlos V en tierras extremeñas colindantes con las dos Castillas, todavía entonces la Vieja y la Nueva. Aunque en la cercana localidad de Jarandilla de la Vera se encuentra un magnífico Parador que fue castillo de los condes de Oropesa, y donde se alojó Carlos antes de llegar a su última morada, recomiendo pernoctar en el municipio a cuyo perímetro pertenece el monasterio, Cuacos de Yuste. Por tres razones: el pueblo es el más bonito de la comarca, hay una hospedería tan hospitalaria como encantadora, pero igualmente hermosa y, por si fuera poco, el restaurante es una joya en la que hay que procurar reservar todos los días. Al final, les daré los datos de localización para reservar.
Además, desde la hospedería podrán andar el camino entre robles y alcornoques por el que se sube al monasterio. Les confieso que subí en coche, pero porque estaba enfermo y la tos y la lluvia que caía no eran los mejores aliados. Andando o en coche, la carretera es una de las más bonitas de España y cuando tras la última curva aparece de improviso la silueta de la iglesia de los Jerónimos se está cerca de sufrir un síndrome de Stendhal por la combinación tan armoniosa de naturaleza y piedra organizada.
Por supuesto, no es posible una tierra española sin una gastronomía que cuide el producto nacional y las tradiciones culinarias. Como les decía, en Cuacos hay que descansar en un extraordinario hotelito familiar, el Rural Abadía de Yuste, donde la amabilidad y la jovialidad de la anfitriona Alba se complementa con la técnica y el buen hacer en los fogones de su restaurante del chef Rubén Hornero. Los productos nacionales mejores son los propios de la Comarca de La Vera, donde la estrella es el pimentón, tanto en polvo como en escamas y como forma de condimentar de las patatas fritas a los chocolates, embutidos y mermeladas. Véngase cargado de productos extremeños porque no los encontrará fuera de allí. Se llevará el ambiente verato a su lugar de origen, de modo que el espíritu extremeño alimentará por mucho tiempo tanto su mente en el recuerdo como su cuerpo en la digestión.
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