Ortega es imprescindible para entender España
Sin su filosofía política es imposible analizar la tragedia política más importante de España, a saber, la desaparición de la Nación española.
Si Ortega y Gasset viviese hoy, en un país radicalmente desnacionalizado y un Estado en decadencia, entre otros motivos, porque ha desaparecido en partes clave del territorio nacional, o habría entrado en un proceso de depresión sin posible solución, o estaría en el medio de la calle gritando: "No es esto, no es esto". Es obvio que escribiría en este periódico, o cualquiera de los otros medios críticos con el gobierno, porque nunca aceptaría que la estabilidad de un gobierno de España dependiese del apoyo de los ex-terroristas de ETA y de un fugado separatista de la justicia. ¡Para qué especular acerca de su opinión sobre una ley de amnistía que rompe con el Estado-nación y los fundamentos del Estado de derecho! Se moriría de vergüenza ajena ante el triste espectáculo de un partido, el PSOE, que ha rendido el Estado a un grupo de facinerosos, porque para Ortega el Estado es, "ante todo, un Poder público respetable, y porque respetable, respetado. ¡Ah, no haya duda! Como el Poder público por la dignidad de sus palabras y de sus actos, por la altitud de su moral y de su gesto sea respetable, se puede estar seguro de que será automáticamente respetado".
La obra de Ortega, ay, se le entre por donde se le entre, es clave para aquí y ahora. Pero, abandonemos todo tipo de conjeturas e hipótesis de academicismo de salón, y vayamos al grano. La filosofía política de Ortega no es que sea sólo actual, sino que sin ella es imposible analizar la tragedia política más importante de España, a saber, la desaparición de la Nación española. Digámoslo directamente: la extraordinaria filosofía política, especialmente sus ideas de Nación, Estado y Europa, son imprescindibles no sólo para hacer el diagnóstico de nuestros males democráticos, sino que son la placenta nutricia para salir de este carajal infernal al que nos ha llevado el socialismo, el comunismo, el separatismo y, sin duda alguna, unos partidos de derechas que siguen funcionando con esquemas particularistas similares a los del sanchismo.
La España del siglo XX era para Ortega una España invertebrada. Y, por desgracia, sigue siendo nuestro mayor problema. Creímos durante algún tiempo, especialmente el de la Transición, que la cosa iría a mejor, pero hoy, como en 1917, 1931 y 1936, "la clave española se ha estremecido y el arco periclita". Textos del 17 son tan válidos hoy como en su tiempo. Por ejemplo, otra vez su Bajo el arco en ruina tiene validez; sí, ya no es el ejército ni las Juntas militares, sino el propio gobierno de España "el que corta el último cíngulo de autoridad normal que ceñía el cuerpo español". La intención y el propósito, según nos ha dicho Sánchez, no son otros que reivindicar para el Gobierno, o mejor, para el propio Sánchez "un régimen de seriedad", corregir abusos, asegurar aquellos medios materiales y técnicos sin los militares, en el año 1917, es lo que pide, o mejor, exige hoy Sánchez para sí mismo. No hays cuales" la democracia no funciona. En pocas palabras, lo que el Ejército reivindicaba para lo más democracia que la que yo impongo. ¡Terrible! ¡Cómo no releer Bajo el arco en ruina! Siempre en la España trágica es actual este texto. También lo fue en los años treinta.
En realidad, todos los textos de Ortega, y digo bien, todos los escritos que Paulino Garagorri, en 1969, publicó en los volúmenes 10 y 11 de sus Obras Completas (estos textos están editados de modo tan destrabado, por decirlo suavemente, en la nueva edición que no merece la pena recomendarla) son imprescindibles para entender la historia política de España, pero son aún más importantes para circunstanciar la tragedia de la desaparición de la democracia en manos de unas élites políticas que, aparte de desconocer la historia de España, están empeñadas en despreciar a quienes les pueden enseñar, como sería la obra de nuestros filósofos. Por eso, cuando se habla de Ortega, no debemos dejar de insistir en que toda su obra y vida tuvieron un único fin: ser un servicio de España. No es extraño que, ante la incuria habitual en que caen cotidianamente los políticos profesionales, la intervención política de Ortega fue casi siempre cumplida como un deber penoso del buen ciudadano. Vieja y nueva política (1924), La redención de las provincias (1924) y Rectificación de la República (1932) son tres libros de diferentes épocas que responde filosóficamente a ese deber ciudadano.
Por otro lado, esas obras anuncian una de las singularidades de la filosofía de Ortega, a saber, su apertura constante ante el devenir de la vida. Los libros de Ortega no son cerrados y dogmáticos, sino abiertos y pendientes de una "última justificación"; merece la pena releer en ese sentido la nota que puso a una edición de La rebelión de las masas: "En mi libro España invertebrada, publicado en 1922; en un artículo de El Sol titulado Masas (1926), y en dos conferencias dadas en la Asociación de Amigos de Arte, en Buenos Aires (1928), me he ocupado del tema que el presente ensayo desarrolla. Mi propósito ahora es recoger y completar lo ya dicho por mí; de manera que resulte una doctrina orgánica sobre el hecho más importante de nuestro tiempo".1 Sus libros se presentan como obras abiertas, de ahí que a cada paso se pregunte por su sentido, utilidad o servicio para su país. Hay una búsqueda permanente por hallar o fijar las intuiciones o los sentimientos políticos de su filosofía como mediaciones para la emancipación de su sociedad.
Utilizo la expresión sentimiento político —retomo aquí lo he escrito en mi libro El gran maestro— en el sentido que le dio Antonio Tovar en su trabajo sobre la obra de Platón. Se trataría de intuiciones a mitad de camino entre la experiencia y el trabajo del pensamiento. Ortega, como el Sócrates de Platón, se situaría entre el ámbito de la acción política y la reflexión, entre la aceptación de las normas de la polis y el intento permanente de cambiarlas con filosofía. Entre enseñar principios morales para mejorar la cultura política y participar en la política activa se mueve el pensamiento de Ortega. El camino es peligroso. Si uno no camina erguido y con inteligencia, fácilmente puede engolfarse por uno de esos senderos y terminar desconsiderando al otro. De ahí que toda su participación en la vida política va precedida por amplias y profundas consideraciones sobre el subsuelo de la política.
Pensar los efectos prácticos de su doctrina de la crítica a la rebelión de las masas para construir una sociedad democrática, que es el principal fin de sus prólogos y epílogos a la famosa obra, revela la absoluta necesidad de Ortega por armonizar vida y obra. A veces esa necesidad le resulta al lector demasiado inquietante, y otras un placer para seguir leyéndolo, pero jamás nos conduce al abismo de la fría reflexión o el fácil sentimentalismo. Esos prólogos y epílogos son formas de expresión de la razón vital e histórica. Son poderosos puentes para salvar el precipicio entre el sentimiento y la razón. Son genuinas intuiciones o sentimientos políticos. Reitero que utilizó el término sentimientos —eludo a propósito el vocablo ideas— políticos, porque es más amplio que el de doctrinas o conceptos, o sea, recoge mejor que otros la calidad espiritual que hemos recibido los occidentales de la cultura política griega en general, y aristotélica en particular; en fin, no me cabe la menor dudad de que Sócrates, Platón y, por supuesto, Ortega aceptarían que la Política es algo similar a lo que Aristóteles otorgó al hombre como su última diferencia respecto a los otros animales, o sea, lo político vendría a identificarse con lo espiritual y, seguramente, superior del hombre .2
Como he repetido en diversos lugares, también aquí reitero: los sentimientos políticos de Ortega hicieron un largo camino, pero a partir de su retirada de la vida parlamentaria por asco de lo que estaba sucediendo, especialmente con la aprobación del Estatuto de Autonomía de Cataluaña, adquieren una nueva envergadura. Su aclaración es la ocupación dominante del nuevo programa filosófico. Replantea y problematiza las posibilidades de su filosofía. Esa operación se lleva a cabo como si tratara de un filósofo del mundo clásico: sentimientos e ideas van de la mano. La vida, incluida la vida política, no puede desprenderse de su trabajo filosófico; a veces, naturalmente, esas vidas se cruzaban, otras marchaban en paralelo, pero jamás se despreciaban o negaban una a la otra. Baste recordar la reacción de Ortega ante la posible publicación de su Prólogo para alemanes para hacerse cargo de la relevancia de lo filosófico entrelazado con lo político. Este Prólogo para alemanes fue escrito por Ortega para las traducciones en alemán de sus obras, o mejor dicho, para su obra de 1923 El tema de nuestro tiempo, pero cuando estaba a punto de ser publicado, tuvieron lugar los sucesos desgraciados de Munich en 1934, que repugnaron tanto a Ortega, "que telegrafié prohibiendo su publicación". 3 ¡Qué otra reacción política podía esperarse de un filósofo-ciudadano, liberal y demócrata! Cualquier otra respuesta, seguramente, hubiera traicionado sus "sentimientos" políticos.
Veinticuatro años después, en 1958, ese Prólogo fue publicado como obra póstuma. Este texto es un canon para mantener que también algunos prólogos son genuinos libros. Es todo un ejemplo para entender no sólo la obra de Ortega, sino también para evaluar cómo una obra surgida de una ocasión muy particular se hace universal. Aquí Ortega se hace una pregunta aparentemente sencilla: ¿por qué su filosofía, que se dirige a los españoles e hispanoamericanos, tiene tanta influencia en Alemania? Pero a poco que meditemos caeremos en la cuenta que se trata de una cuestión estrictamente filosófica; más aún, diría que ha sido la principal pregunta de todos los grandes filósofos, al menos, desde que Platón la formulara en uno de los textos fundacionales de la filosofía política, la famosa Carta VII. Quienes se han atrevido a contestar esa pregunta sobre la plausibilidad vital y política de su propio pensamiento, especialmente para lugares y ambientes muy alejados para los que fueron concebidos, han hecho genuina biografía filosófica, gran filosofía; quienes se formulan esas cuestiones, sin duda alguna, son filósofos siempre dispuestos, o mejor, en estado de alerta, para comenzar de nuevo a pensar por qué el propio pensamiento, la reflexión, es ya acción. Praxis.
El prólogo para alemanes es, obviamente, un libro clave para hacerse cargo de las principales intuiciones o sentimientos políticos que Ortega fija en su obra. Sus últimas páginas contienen una de las piezas más grandiosas de literatura patriótica que jamás se hayan escrito en la Europa contemporánea. Debería leerse en los colegios para que sepan los niños qué es un español. Ese final es la mejor carta de presentación de España en Alemania y en el mundo. Es una genial manera para no sentir vergüenza de los patanes hispanos que han acusado a Ortega de tener un concepto simplista de modernidad:
Ello es que para mí no fue un instante dudoso que yo debía conducirme a la inversa a la inversa que el Gelehrte alemán. Me destino individual se me aparecía y sigue apareciéndome como inseparables del destino de mi pueblo. Pero el destino de mi pueblo era, a su vez, un enigma, tal vez el mayor que hay en la tradición europea (…). Somos, en efecto, el pueblo que más radicalmente ha pasado del querer ser demasiado al demasiado no querer ser. ¿Cómo es esto posible? ¿Qué significa? ¿Cuál puede y debe ser la moral hacia el futuro de un pueblo que lo fue todo, una vez, en el pretérito? Conviviendo con los jóvenes de Alemania se levantaban con frecuencia de mi alma vahos de afectuosa y sonriente melancolía cuando les oía decir, muy convencidos, que el alemán no había llegado aún a ser, a tener un perfil propio y un estilo de vida. Este ´no ser aún'que es le privilegio de la juventud era sentido por ellos como un dolor mientras yo llevaba dentro el opuesto: el dolor de ´haber sido ya' y la terrible pregunta de si se puede volver a ser, el ansia del doctor Fausto.
(…). Mi raza ha sido siempre una raza muy extraña, muy extraña. Las ideas que sobre ella corren son completamente falsas y mis compatriotas son los primeros en no tener la menor sospecha de quiénes son, de cómo son (…). Ahora bien, una de las cosas más decisivas que con verdad pueden decirse de España es que, relativamente a las demás razas de Europa, es y ha sido siempre el pueblo popular, esto es, que vivido predominantemente de su piso bajo, de las clases sociales inferiores. Hemos padecido casi sin interrupción una aristocracia deficiente, en cierto modo, la ausencia de minorías selectas. Casi todos nuestros defectos y desdichas así como todas nuestras glorias provienen de este gigantesco hecho que podíamos denominar el anormal popularismo de España. Nuestro arte —plástico o poético— es casi exclusivamente popular: asciende de las anchas regiones que hacia las alturas, como la savia vegetal. Nuestra obra histórica más ilustre, más sustantiva ha sido la colonización de América. Pero esta colonización no fue labor de Estado ni de minorías egregias ni de compañías industriales: fue lo podía ser la obra directa y espontánea del pueblo que no es sino pueblo, fue ´población', creación de pueblos, de razas, de naciones, sea en forma de mestizaje, sea porque el emigrante español supo arraigar en las tierras vírgenes botánicamente, como sólo el pueblo sabe arraigar. Apenas recién llegado era ya autóctono.4
Amén debería escribir aquí, como he hecho al presentar a D´Ors y Unamuno para entender la España de hoy. Pero hoy hago una excepción para remarcar, por si acaso alguien todavía lo duda, lo siguiente: Porque fue consciente de que su voz venía de ese pueblo jamás pactó con el poder. A pesar de las lecturas ideológicas que se han hecho de su vida y obra, demostró con creces que fue un filósofo-ciudadano. No fue un oportunista político. Justificó sobradamente su comportamiento socrático. Su filosofía y su acción fueron siempre de oposición y crítica a los regímenes políticos que le tocó vivir. Su voz crítica, molesta para los gobernantes, estuvo fundamentada en el foro público y, además, usó para expresar su pensamiento el principal soporte de la cultura política moderna, el periódico: "En nuestro país, ni la cátedra ni el libro tenían eficiencia social. Nuestro pueblo no admite lo distanciado y solemne. Reina en él puramente lo cotidiano y vulgar. Las formas de aristocratismo aparte han sido siempre estériles en esta península. Quien quiera crear algo —y toda creación es aristocracia— tiene que acertar a ser aristócrata en la plazuela. He aquí por qué, dócil a la circunstancia, he hecho que mi obra brote en la plazuela intelectual que es el periódico".5
Es obvia la voluntad de Ortega acerca de que su pensamiento tenga consecuencias sobre el pueblo del que surgió. Como los grandes poetas españoles de tradición popularista, Ortega le devuelve, bien que transformada y embellecida, enriquecida, la herencia que recibió: "Mi vocación era el pensamiento, el afán de claridad sobre las cosas. Acaso este fervor congénito me hizo ver muy pronto que uno de los rasgos característicos de mi circunstancia española era la deficiencia de eso mismo que yo tenía que ser por íntima necesidad. Y desde luego se fundieron en mí la inclinación personal hacia el ejercicio pensativo y la convicción de que era ello, además, un servicio a mi país. Por eso toda mi obra y toda mi vida han sido servicio de España. Y esto es una verdad inconmovible, aunque objetivamente resultase que yo no había servido de nada".6 He ahí la conjunción de dos formas de expresión del poder, del poderío de la inteligencia, de la filosofía de Ortega, que es otra forma del poder, pero, sin duda alguna, poder, con el poder de la nación, España. Ortega entero se presenta al "servicio de España". Ortega repite, repite y repite, como solo los grandes filósofos hacen creación de la repetición, que su destino individual era inseparable del destino de los españoles.
¡Amén!
1ORTEGA Y GASSET, J.: La rebelión de las masas. Revista de Occidente, Madrid, 1930, pág. 7. Cfr. también OC IV, 375.
2Cfr. TOVAR, A.: En el primer giro.Espasa-Calpe, Madrid, 1941, pág. 142 y ss.
3(VIII, 13)Ortega está refiriéndose a la famosa "Noche de los cuchillos largos" que llevó a cabo Hitler en Múnich, en junio de 1934, que acabó con la ejecución de los altos cargos de las S.A.
4OC IX, 164 y 165.
5ORTEGA Y GASSET, J: Obras. I, 3ª edición corregida y aumentada. Espasa-Calpe, Madrid, 1943, pág. XVII.
6Ibídem, pág. XV.
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