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Agapito Maestre

Julián Marías o la verdad de la España inteligible

La derrota política de Julián Marías por decir, en 1978, la verdad, es hoy un fracaso colectivo de la sociedad española.

Julián Marías. | Archivo.

Julián Marías fue un filósofo. Uno de los más grandes del siglo XX. Garci le debe a su Historia de la Filosofía ser uno de los directores de cine más culto de Europa. Vivió en la verdad y fue el filósofo de la verdad. Marías nunca mintió. Fue la honestidad personificada. Y, sin embargo, sobre él se han vertido todo tipo de mentiras, tropelías y engaños. Recuerdo siempre con pesar una calumnia que escuché a comienzos del segundo lustro de los años noventa del siglo pasado. Charlábamos sobre lo divino y lo humano un grupo de profesores en un amplio patio, entre la Facultad de Humanidades y la de Derecho de la Universidad de Almería, yo cité a Marías y, de repente, uno de mis acompañantes me cortó diciendo: Julián Marías es un fascista. La grosera calumnia salió de los labios de Virgilio Zapatero. Me quedé desconcertado. Lo miré y lo insulté. Eres un idiota, creó que fue mi respuesta a su calumnia. Pasados los años, y después de seguir leyendo y releyendo a Marías, me parece que mi respuesta al excura y exministro de Felipe González se quedó corta.

A medida que pasan los años, la figura intelectual y humana de Marías se hace más grande. Sus palabras son pura actualidad. Son textos clave para entender algunas de las barbaridades que a diario cometen nuestros políticos. Quizá la más recordada por los seguidores de Marías se refiere a su intervención en la Comisión del Senado para aprobar el artículo 2 de la Carta Magna. Al formarse las Cortes Constituyentes de 1977, después de las primeras elecciones libres, el rey don Juan Carlos nombró a Marías senador por designación real. Estuvo casi desde el principio en desacuerdo con el proyecto de Constitución y lo hizo público con artículos en la prensa y ofreciendo alternativas en las discusiones de la comisión senatorial. Dejó claro en esos artículos su discrepancia con la ponencia constitucional. Fue ese proyecto, según sus palabras, "el primer golpe serio al optimismo político". Se perdió la gran oportunidad de hacer un documento de altura y belleza política, naturalmente, sin profanar las ideas de fondo.

La objeción de fondo es que apenas, por no decir nada, se mencionaba que España fuera una nación, a pesar de que históricamente ya lo era en el siglo XV. Fue la primera de la serie de naciones modernas que fueron apareciendo en la historia de Europa; de ahí que don Julián fuera certero al decir: "El anteproyecto recurre a cualquier arbitrio imaginable con tal de escamotear el nombre de nación" (El curso del tiempo, 1998, 432). Mientras se negaba la nación española, el texto de la ponencia daba por existentes a unas "nacionalidades" cuya autonomía se reconocía, aunque curiosa y paradójicamente no se las enumeraba, tampoco se las distinguía de otras "regiones" que tampoco eran mencionadas expresamente. Era obvio que se estaba cometiendo "una arbitraria desigualdad entre sus miembros" (ibíd., 435), ademas, y esto sí que era un drama, dejaba sin cerrar la figura del nuevo Estado. El tiempo le ha dado toda la razón al filósofo.

Julián Marías propuso como alternativa la expresión "regiones y países", en lugar de "nacionalidades y regiones". El asunto fue entonces motivo de ciento de discusiones y, hoy, sigue siendo la causa de muchos dislates y barbaridades, especialmente en Cataluña y País Vasco. Marías bien lo predijo. Entonces afirmó que el término "nacionalidades" "traerá graves problemas y no producirá ventajas para nadie". Calificó además a este término como "ambiguo y desorientador". No le hicieron caso y perdió la votación en el Senado.

En efecto, con el voto en contra de Marías y el resto de senadores de designación real, el día 25 de septiembre de 1978, fue aprobado en el Senado el artículo 2 de la Constitución con el texto que todos conocemos: "La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación española, Patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas". Naturalmente, la derrota política de Julián Marías por decir, en 1978, la verdad, es hoy un fracaso colectivo de la sociedad española. ¿O acaso existe un término mejor que el de las "nacionalidades" para fundamentar (sic) la carencia de libertades y las desigualdades ante la ley que sufrimos hoy los españoles en determinadas zonas de España? Lo dudo. Nacionalidades, hecho diferencial y otras palabras similares son causantes directas de la tragedia de la democracia española, a saber, es una quimera la afirmación: los españoles somos todos libres e iguales ante la ley.

Marías escribió y pensó para situar las cosas en la verdad. Y, por eso, los politicastros, como Virgilio Zapatero, o como todos los parlamentarios mentirosos y fulleros que votaron a favor de la segunda parte del artículo 2 de la Constitución, proyectaron siempre sombras sobre una de las personalidades más relevantes de la cultura hispánica de todo el siglo XX. Digo bien: fue persona y tuvo personalidad. Ser y tener iban de la mano en Marías. Naturalmente, las terminales mediáticas de los partidos políticos, especialmente El País, no sólo no miraron con buenos ojos al pensador, sino que trataron de arruinarlo por todas partes. No lo consiguieron. ¡Le negaron hasta el Cervantes! Desprestigiaron el premio… Su obra y su idea sobre la singularidad irreductible de la persona humana son imperecederas para comprender el aquí y ahora de España y el mundo occidental: "La persona no está dada, como la piedra o el animal. Una persona dada dejaría de serlo. El carácter programático, proyectivo, no es algo que meramente acontezca a la persona, sino que la constituye. La persona no está ahí, nunca puede como tal estar ahí, sino que está viniendo" (Antropología filosófica, Obras, X, 36). El adjetivo futurizo fue inventado por Marías para recoger esa idea de persona y, por fortuna, la Real Academia Española de la Lengua, en 2001, lo incluyó en su diccionario con el significado de "orientado o proyectado hacia el futuro".

Fue un trabajador incansable. Hacerse una mínima idea de su inmensa obra periodística, llena de gran filosofía, es muy difícil, entre otros motivos, porque aún está pendiente de colección y edición. "¡Por mí que no quede!". Fue su lema y, en verdad, lo llevó hasta sus últimas consecuencias. Allá por dónde pasó dejó su impronta, su estilo y su filosofía. En El oficio del pensamiento, obra mayor de Marías, nos dejó páginas impagables para degustar una exquisita y delicada filosofía de su filosofía; y, de paso, como quien no quiere la cosa, nos introduce en su máxima aspiración: calma activa. No dejó ni un sólo día de su vida de cultivar la virtud (sic) de la serenidad: "una ataraxia positiva, jovial y alerta". Por eso, precisamente, no debe extrañarnos que fuera el alción el símbolo de sus libros: "En este mito del alción", escribe Marías, "que podría ser el animal totémico de nuestro mundo, me parece ver la culminación de la interpretación activa, lúcida y humana del sosiego" (El oficio del pensamiento, 1958, 47).

¡Sosiego! Sosiego, sí, base psicológica de la filosofía de Marías para intimar con uno de los centros neurálgicos de sus pensamiento: España. Su España inteligible, resultado final de su curso en el Instituto de España, es obra imprescindible no sólo para enterarnos de su filosofía de la historia de España, sino para hacernos cargo de la barbarie que representan las leyes sobre la "memoria histórica". Obra grande para conocer la historia de España, hoy más necesaria que nunca ante el desbarre de la memoria histórica, y una filosofía de la historia de España tan realista como afirmativa. Este libro, cuyo título ya es toda una objeción al de Ortega, titulado España invertebrada, termina con el "mito" de que la "preocupación de España", asunto clave en la literatura española, no era una "anormalidad" o "enfermedad", ante los sanos países europeos. Al contrario, se trata de algo muy singular y rico de España: "El hombre es la única realidad que consiste en la interpretación de sí misma. No es que pueda haber una teoría sobre la vida humana, sino que esta no es posible más que cuando se entiende e interpreta como tal vida; esa teoría no se añade a la vida, sino que es uno de sus ingredientes, de sus requisitos esenciales; por eso la llamo desde hace más de treinta años teoría intrínseca. Pues bien, si esto es propio de la vida humana individual, de la de cada uno de nosotros, ¿no lo será también de la vida colectiva, de la de cada sociedad? Esa pertinaz reflexión de los españoles sobre su propia realidad, ese afán de poner en claro qué es España, en que consiste, cuál es su destino, esa actitud que parece una morbosa obsesión, obstáculo para una historia normal, ¿no podría resultar del carácter específicamente humano de esa sociedad que llamamos España? ¿No será que nuestra vida colectiva no ha perdido enteramente los atributos de la vida en sentido riguroso, la de cada cual?" (España inteligible, 1985, 11-12). Alentadora y entusiástica visión de España para aquí y ahora. Genial estudio de la realidad personal de España para sacar del pozo en el que está hundido el Estado-Nación, España, por la castas políticas y sus terminales intelectuales.

En fin, estúdiese bien la filosofía de Marías y verán que es una fuente inagotable para llevar a cabo una reforma política para sacar a este país en la democradura que la han situado Sánchez, los separatistas y la cobardía de la derecha. ¡Ah, de don Julián y el cine ya hablaremos otro día! ¡Cuánto y bien sabía este hombre de Cine!

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