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Pedro de Tena

Pedro Sánchez, el despatriador

¿Qué es un despatriado? Alguien que ha sido despojado de la patria, no meramente un desterrado, un exiliado o un transterrado por un régimen político adverso.

Miguel de Unamuno. | Cordon Press

Cuando se visita la isla española de Fuerteventura, inevitablemente debe tenerse presente a don Miguel de Unamuno y a Josefina Plá. Como de la gran hispano-paraguaya ya hablamos en Libertad Digital, hagámoslo ahora de este donquijotesco caballero vascoespañol, que tiene dos estatuas en la isla. Una, de tamaño natural y urbano, en Puerto del Rosario, la antigua Puerto de Cabras, capital de los majoreros, y otra, menos cercana en todos los sentidos, como hincada en las aulagas de la Montaña Quemada, bien cerca de la mole sagrada de Tindaya, que refrescan en su ladera los persistente vientos alisios.

¡Oh, la trágica sed de la Montaña
Quemada bajo el sol que se reía!
Ni llorar su dolor ella podía;
cenizas de volcán visten su entraña.
A su pie me acordaba de mi España
que ni bebe rocío de alegría
ni llorar sabe, y su dolor confía
a un cabezal de paz, roca ermitaña.

En su cima dijo querer enterrarse en caso de no poder hacerlo en su Bilbao natal o en la Salamanca de sus hijos. Quién sabe si a lomos de Clavileño, Alonso Quijano y Sancho volaron a la isla "negra". Lo cierto es que Unamuno se prestó a escribir una nueva aventura de su propio Quijote por las tierras de Fuerteventura, su Atlántida y su Ínsula Barataria, donde también hubo gigantes y molinos.

Sabido es que Unamuno fue desterrado, o despatriado, como también llama él mismo más certeramente a su estado penal, a su entrañable isla de Fuerteventura, potente y venturosa por afortunada incluso en su pobreza. Eso sí, con humor dijo alguna vez que patearía todos sus rincones hasta encontrar el adecuado para confinar en él al general Primo de Rivera. Luego, reflexionando más sagazmente, decidió que el peor destino que podía imaginar para el dictador era recluirlo en una biblioteca.

Por raro que parezca, hay pensadores y escritores que más que otra cosa se constituyen en destino vital para quienes los leen. En mi caso, leí Del sentimiento trágico de la vida a los 17 años y creo que ese afán de inmortalidad personal, ese fervor por la España ancha y justa, ese combate por la libertad contra toda autoridad arbitraria, y ese deseo de ser uno mismo, propio, auténtico, sin fiascos ni mentiras, es como un cilicio –así llamaba a las espinosas aulagas majoreras– que se clavó en un alma adolescente para siempre jamás. Como se clavó en ella la amargura por la sorpresa del desencanto y la desilusión causados por quienes hablan de unas cosas y hacen las contrarias con la intención de engañar y desposeer.

Unamuno, después de abandonar la isla donde estuvo unos meses, decidió escribir un Cancionero, que originalmente se dijo iba a llevar el título de En la frontera. Cancionero espiritual de un doble despatriado, aludiendo, tal vez, a su condición de desterrado político en 1924 y a su condición creciente de desterrado interior en la España de los Hunos y los Hotros que le tocó vivir hasta su muerte a finales de 1936.

Exiliados, desterrados, transterrados y despatriados. Qué sino terrible de una España incapaz de abrazar a todos sus hijos o, si se quiere, de algunos hijos incapaz de hermanarse bajo ella. De todas estas palabras, quizá la más dolorosa es la de "despatriado", que ya fue usada en el siglo XVIII[i] aunque adquirió envergadura en el siglo XX. El propio Unamuno, que así llamó a Cervantes y a sí mismo, Ramiro de Maeztu señaló a los despatriados de la cultura, "muchacho despatriado"[ii] llamaron a Juan Ramón Jiménez en París, y asimismo se sintió Manuel Machado en su estancia francesa.

¿Qué es un despatriado? Alguien que ha sido despojado de la patria, no meramente un desterrado, un exiliado o un transterrado por un régimen político adverso. Los regímenes pasan, pero la patria permanece. El despatriado es privado de su patria, aunque siga viviendo dentro de sus fronteras.

Escribió Unamuno en una de las notas de El resentimiento trágico de la vida: "Ya no podremos vivir en España los inteligentes y limpios de corazón. Y yo con más de 72 años, teniendo a mi cargo a los niños ¿dónde? Otra España, la España ―una Anti-España― que se prepara y el triste ocaso de la España eterna fuera de España, en la emigración. ¿Y el emigrado en su patria? ¿el despatriado en ella?...".

Mi amiga Mar Gijón, aguda y peleona, incapaz de decir sí cuando hay que decir no, no y no, como don Miguel, se preguntaba el otro día si sólo era ella la que sentía que el tiempo parecía haberse desencajado, parado, al menos desde 2020, con el engaño sanchista sobre la pandemia y su falso comité de expertos como principio de su interminable sarta de mentiras. Le respondí que incluso desde antes me ocurría algo parecido. Pero mi explicación es diferente: nos están despatriando y eso produce la detención del tiempo histórico por desconcierto y desorientación.

Como en el caso de la rana hervida, no lo notamos cuando el fuego era aún lento, desde los primeros tiempos a la época de Zapatero y a los destiempos de Rajoy. Pero desde la llegada a la vida española de Pedro Sánchez, nos han puesto a hervir tan velozmente que muchos advertimos ya cuál es la enormidad del daño final que puede causar la despatriación de la España de la Transición, esa, tal vez la primera, que quiso reconciliar, reunir y ser mucho más que dos.

"La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas", dice todavía el artículo 2 de nuestra Constitución vigente. Es la única vez que se menciona la palabra "patria", si bien se vincula inequívocamente a la unidad de la nación española.

Esta semana pasada, el Congreso de los Diputados aprobó la Ley de Amnistía que liquida el Estado de derecho, que otorga impunidad a un golpe de Estado, que hace que España se rinda ante los independentismos, que manda a la mierda política (Yolanda Díaz) a todos los que disienten, que es la "primera derrota del régimen del 78" (Gabriel Rufián), que intimida a todos los que no quieran aceptarla como ha querido el gobierno y sus socios por solo cinco votos de diferencia, que califica ya de reaccionarios y fascistas a los que la recurran…Y, no se olvide, desgarra aún más al ex Poder Judicial, al que obliga a aplicarla bajo amenazas visibles.

Con esta decisión muchos millones de españoles nos sentimos definitivamente despatriados, una operación de calado estratégico que comenzó muchos años antes, tal vez desde la aprobación de la misma Constitución que hoy sucumbe ante sus enemigos. Era la primera constitución política nacional desde 1812 que no era la de unos contra otros pero el gobierno social-comunista-separatista ha querido volver a las barbaridades.

¿O no es una barbaridad que, por conseguir el apoyo de un puñado de votos que sostienen a un gobierno, se esté destrozando la convivencia, la confianza institucional, el decoro respetuoso al Código Penal, la identidad nacional e incluso al mismo PSOE, uno de los grandes partidos sobre el que ha girado la gobernabilidad española desde 1976, va a hacer 50 años?

Que apenas nadie habló de la amnistía hasta el 23 de junio de 2023, es un hecho conocido y destacado. La razón era obvia: la amnistía no aparece en el texto constitucional, ni se contempla en la legislación europea y muchos de los que ahora la defienden cínicamente, la negaron poco antes. Esa es la prueba decisiva de su carácter arbitrario y mendaz. No es el estudio sosegado de un cambio constitucional el que la ha introducido sino la necesidad de siete votos por parte del gobierno más despatriador desde el del felón Fernando VII.

Sus sectarios partidistas aducen que disponen de una mayoría democrática. No es cierto. Tienen una mayoría absoluta provisional devenida del concierto amoral e interesado de numerosos grupos políticos. Pero esa simple mayoría absoluta, por antinatural que sea, podrá ser legal, pero no legítima cuando de lo que se trata es de alterar las reglas de juego de la democracia española, de su poder judicial y, seguramente, del futuro de la nación.

La Constitución remite a mayorías especiales, más exigentes y necesarias para amplios consensos, cuando de lo que se trata es de la reforma de la Constitución y de las normas y valores a los que se acoge. De hecho, habla de una mayoría de tres quintos del Congreso y Senado (210 diputados y 160 senadores) para poder llevarla a efecto o, en el caso de reformas claves como es el asunto de la amnistía, por una mayoría de dos tercios del Congreso y el Senado (233 diputados y 177 senadores). Además, deben ser sometidas a referéndum nacional.

Lo que se ha hecho ayer es desconstitucionalizar la reforma de la Constitución que es una forma sibilina y taimada de despatriarnos, de birlarnos la nación como Estado de Derecho y alterar sustancialmente los procedimientos y las reglas de juego mediante subterfugios legales o componendas de modo que las mayorías cualificadas ya no sean necesarias.

Se ha aprobado por 177 votos en el Congreso lo que hubiera exigido, según el espíritu constitucional, 233. No se ha consentido que la oposición parlamentaria tuviera opciones de rectificación de lo que es, de hecho, una reforma constitucional amplia que se ha saltado las reglas de juego. Lo que se ha perpetrado es la despatriación constitucional de España.

Por interpretar el relato de Julio Cortázar, alabado por Borges, Casa tomada, nos encontramos con que las extrañas y oportunistas alianzas parlamentarias nucleadas alrededor del PSOE y la necesidad de mantenerse en el poder de Pedro Sánchez, están logrando la alteración de los procedimientos aceptados y los espacios políticos. Gracias a esta ocupación paulatina, se está permitiendo expulsar de la casa democrática común a la mitad de los españoles, como poco, y a reventar la soberanía nacional que consiste, como es conocido, en "la capacidad del Estado para definir su política interior y exterior de forma independiente, sin ninguna interferencia o influencia externas"[iii].

Es más, es que ni siquiera existe ya la "soberanía" del gobierno que ha preferido una mayoría perversa y anómala, de la que está prisionero (mucho más ahora con las amenazas judiciales que cercan a la "presidenta del Gobierno") a otras mayorías posibles que no hubieran necesitado poner patas arriba el edificio constitucional español y forzar la despatriación de media España mediante la construcción de un muro de la vergüenza inaceptable erigido con ayuda de asesinos, recolectores de nueces manchadas de sangre, golpistas y xenófobos nacionalistas.

En el final del cuento de horror del argentino, la invasión paulatina de sus estancias sin más defensa de los inquilinos que el cierre a cal y canto de las mismas y la reducción de sus espacios cotidianos de libertad, conduce a un final atroz. Cuando no quedaba más que el zaguán para habitar, los protagonistas deciden abandonar la casa, que ya no era su casa, y tirar la llave a la alcantarilla "no fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada".

Transterrado, exiliado, expatriado o desterrado, como otros parecidos, son términos que hacen referencia a un desplazamiento del propio territorio nacional. Pero, ¿qué término usar cuando es el paisaje legal e institucional habitual el que deja de existir tal cual era de modo que, aunque uno siga en él, ya no está en la misma estructura de valores y costumbres en la que nació y se crió? El más adecuado es el usado por Unamuno y otros: despatriados, el conjunto de aquellos a los que se le ha despojado de la continuidad nacional en la que vivían y se formaron libremente tras su aprobación por mayoría absolutísima en las urnas.

Unamuno no salió del territorio nacional cuando la dictadura de Primo de Rivera lo confinó en la isla de Fuerteventura. Seguía en España pero la nación había pasado de ser una monarquía constitucional fraguada por la Restauración a ser un régimen autoritario con el que, por cierto, colaboraron con impudor los socialistas y ugetistas de Largo Caballero mientras eran perseguidos otros sindicalistas y políticos. Por eso, Unamuno fue realmente despatriado, desposeído de la España que conocía y en la que floreció, aún oponiéndose a sus defectos.

Que al ser tu majadería
absoluta en general,
le añade la amena gracia
de ser constitucional.
Se empareja a tu doctrina
doctor auto-intelectual,
disciplina en tus discípulos
de ganado extralegal.
Al pilón que te solaza
les arrastras del ronzal,
más, íojo!, que hay botellazos
y puedes acabar mal.

Aclaro que eso fue algo que escribió Unamuno a su despatriador, Miguel Primo de Rivera, poema XIII del Romancero del Destierro. Está por escribirse un Romancero del Despatriamiento o de la Despatriación de España dedicado a Pedro Sánchez y a su antecesor, José Luis Rodríguez Zapatero.

¿Cómo ha sido posible este proceso? Llevará tiempo analizar y comprender cómo ha ocurrido algo así a partir de las normas constitucionales y los usos democráticos esenciales. Lo importante ahora es, sobre todo, impedir que la despatriación absoluta de una mayoría de españoles sea posible.

Oponerse a la tiranía en ciernes (retrasar la publicación de la Ley de Amnistía al 9 de junio para eludir sus consecuencias en la elecciones europeas es otro signo inequívoco de malversación de las actuaciones) y librarse de Pedro Sánchez, el despatriador —cómo se parece esta palabra, por Dios, a destripador—, es la tarea inmediata. Ahí está la oportunidad europea. Aprovechémosla. Ni un paso atrás.


[i] Por ejemplo, en La Justina, de Gaspar Zavala Zamora, 1790

[ii] Un poema del propio Juan Ramón lleva ese mismo título.

[iii] La derrota de Occidente, Emmanuel Todd, Introducción.

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