Colabora
Pedro de Tena

El limbo europeo a las puertas de un infierno

Que a uno de cada dos europeos le importe una higa quién gobierne y para qué y cómo da una idea primera de la emergencia civil en la que vivimos en la Unión Europea.

Von der Leyen junto a Pedro Sánchez. | EFE

Cuando un europeo se piensa a sí mismo —si es que tal ser existe y si es que hay alguno que lo haga en serio y con conocimiento de causa—, lo primero que tiene que salir a relucir es el aullido de la noche de los tiempos. Siempre se agarra uno al oscuro grito de millones de hechos y personas de los que creemos proceder. Pero se haga como se haga, siempre se supone que sabemos lo que somos: europeos. O si se quiere, por extensión, occidentales, ciudadanos de Occidente, aunque tampoco distinguimos muy bien qué significa eso que prefería tanto Ortega que hasta fundó una Revista con tal nombre.

En un mundo en que las palabras, esterilizadas, emocionadas o no, están sustituyendo a las ideas en las grandes multitudes de cualquiera de las civilizaciones que diferenciemos en este momento, sentirse miembro de alguna de ellas no significa que se compartan o se defiendan los supuestos postulados que las definen. De hecho, el odio a Europa (a su orden liberal, claro) de muchos europeos o a Occidente en sí de muchos occidentales, es verdaderamente llamativo. Debe ser el culmen del éxito de una civilización: tener por miembros de derecho a sus enemigos. Otra cosa es cuánto pueda durar eso.

En un marco racional y empírico, alguien medianamente inteligente y formado puede decir que la civilización europea es el precipitado complejo de herencias varias. Relacionemos algunas: los mitos fundacionales, la memoria y la historia, la raíz familiar, la propiedad, la transmisión del saber y sus lenguas básicas, la literatura, la moral judeocristiana, la filosofía griega, el derecho romano, los Estados nación, la idea de imperio, el patriotismo, el individualismo, el librepensamiento, el desarrollo de ciencia y tecnología, el desarrollo del capitalismo y el comercio, los derechos humanos, la democracia e incluso el comunismo, su negación casi total.

Ciertamente, para llegar al punto actual del equilibrio de la paz liberal (su libertad tranquila), su tolerancia, su bienestar, sus libertades y su sometimiento a reglas compartidas, se anduvo un largo camino de crímenes, de guerras civiles, de matanzas, de robos, saqueos e intransigencias, de avasallamiento de territorios, de nacionalismos criminales, de comunismos terribles o de exterminios, entre otras cosas. Tras las guerras civiles europeas de 1914 y 1945, llevamos casi 80 años de asentamiento de un consenso de convivencia, legalidad y paz, con ligeros repuntes de barbarie. ¿Progreso moral o pausa letal?

¿Qué es una civilización? Pregunta equivocada. Eso no es lo que importa. Lo que importa es cómo puede utilizarse dicha palabra para obtener poder. Un ejemplo: Fidel Castro Ruz y sus "civilizaciones". Está todo escrito en un libro recopilatorio de sus "ideas" sobre el "diálogo de civilizaciones", una estrategia conveniente para debilitar la victoria democrático-liberal tras la caída del Muro de Berlín. Tan arrolladora fue que hasta se creyó que la historia había llegado a su fin y que, pronto, todo el orden mundial sería liberal.

Como Castro no se cortaba un pelo, ni de la barba, un 25 de agosto de 2007, aprovechando la autoridad del coronel general Leonid Ivashov, Vicepresidente de la Academia de Problemas Geopolíticos de Rusia, que fue Secretario del Consejo de Ministros de Defensa de la Comunidad de Estados Independientes y Jefe del Departamento de Cooperación Militar del Ministerio de Defensa de la Federación Rusa, se empeñó en definir quién era y no era civilización.

"Al imperio estadounidense podría oponerse únicamente una alianza de civilizaciones: la rusa, cuya órbita incluye a la Comunidad de Estados Independientes (CEI); la china, la hindú, la islámica y la latinoamericana", dijo y se quedó tan tranquilo. Lo que es Europa o no significaba nada o, si quería decir algo, lo decía en clave norteamericana. O sea, no existía estratégicamente. Pero sí se entendía muy bien que ignorar a Europa era parte del plan de acabar con Estados Unidos. Eso sí, no digan que considerar una civilización a "Latinoamérica" no es el paroxismo de la arbitrariedad intelectual.

Pero, claro, una cosa es que te repudien por razones no aclaradas y con fines sombríos y otra cosa es que tú misma te ignores e incluso que no sepas qué eres ni qué representas ni qué defiendes en este momento de la historia en que Rusia, a la que Florentino Portero considera ya el instrumento ancilar o patio de servicio delantero de la China de las rutas, pretende restaurar lo que fue el imperio paneslavo de los Zares, o, si se quiere, la extinta Comunidad de Estados Independientes. [i]

En el tablero de las relaciones mundiales, hay quien tiene claro qué quiere ser de mayor y cuál es su estrategia para conseguirlo y otros que, si alguna vez tuvieron algo claro, ya no lo tienen. Parecería sensato que Europa, Canadá y Estados Unidos, más algunos otros desde Australia, Nueva Zelanda, gran parte de Iberoamérica, Japón, Israel o los países surasiáticos de la ASEAN[ii], tuvieran algo más clara su vocación de futuro y sus intereses. China, Irán, Rusia y sus satélites parecen tenerlo mucho más claro.

Para afrontar los cambios de la superrevolución tecnológica planetaria, digital, biogenética, neoindustrial y moral, apenas nadie puede tener claro quién es quién dado el "retraimiento" norteamericano iniciado por Obama, la opción trumpista de respeto mutuo con la Rusia de Putin y con quien sea siempre que América sea First y la inanidad militar y energética de la Unión Europea que no depende de sí misma más que para pagar el sueldo de su burocracia y cabrear a los Estados nacionales que la componen.

Acabamos de vivir unas elecciones al Parlamento Europeo. Ya de entrada parece muy anómalo o señal de peligro el hecho de que sólo la mitad de la población –con diferencias de unos países a otros—, se haya acercado a las urnas. Que a uno de cada dos europeos le importe una higa quién gobierne y para qué y cómo da una idea primera de la emergencia civil en la que vivimos en la Unión Europea. No es que sea nuevo y en Estados Unidos las cifras son similares. Es que no se recupera el prestigio de la política y de las instituciones, ni se asume la propia responsabilidad en la defensa de su propia entidad, lo que aporta una lectura pesimista sobre la posibilidad de su defensa, si fuese necesaria.

El segundo elemento es la confusión estratégica que nos han acentuado. No es que se hayan movido demasiado las piezas en el tablero, pero las que se han desplazado demuestran que las grietas crecen, no así la convergencia ni la concordancia. Por ejemplo, Ucrania. Mientras la cháchara sobre la defensa de esta nación europea sigue y sigue, han crecido en estos comicios las opciones más comprensivas con Rusia (tómese nota de la derrota de Emmanuel Macron, últimamente un enérgico defensor de operaciones militares antirrusas aunque también del triunfo de Giorgia Meloni, empeñada en combatir la agresión de Putin).

Lo que está muy claro es que, tras las elecciones europeas, cada vez está más oscuro el futuro de Ucrania. Ya se sabe cómo y por qué –elecciones presidenciales en noviembre—, Estados Unidos congeló la ayuda militar al país invadido. Por si fuera poco, bastantes admiten que Donald Trump, a pesar de todo, tiene posibilidades de ser elegido de nuevo y ocupar la Casa Blanca, lo que incrementaría las posibilidades de Putin de alargar la guerra, debilitar el flanco oriental europeo, meter miedo en el cuerpo a los vecinos que considera "propiedad rusa" y, como mínimo, quedarse con parte decisiva del territorio ucraniano. Si gana Biden –cada vez más desmoronado ante los ojos del público internacional—, ¿cambiaría algo importante? Probablemente no.

Europa está dividida entre quienes comprenden la exigencia de seguridad de Rusia y la ambición territorial del Kremlin y quienes, en clave liberal y moral, condenan la invasión y la guerra como métodos inapropiados para una civilización como la europea narcotizada por sus propios "mitos" fundacionales y éxitos pasados, que entregó la defensa de sí misma al amigo americano desde 1945, un amigo que ya ha anunciado que la defensa es par quien la trabaja y la paga.

Así llegamos al tercer elemento: el infantilismo y la mediocridad de votantes y políticos demostrados con creces en las elecciones recientemente celebradas. Se proyecta desde hace ya días en las plataformas de contenidos cinematográficos la película francesa En las profundidades del Sena, protagonizada por la apreciable Bérénice Bejo, que va de anómalo tiburón de agua dulce "fabricado" en los mares de basura.

Independientemente de otros elementos, lo que quiero subrayar aquí es el infantilismo ecologista y la mediocridad política que se retratan en sus escenas. Una Greta Thunberg a lo gabacho quiere salvar al tiburón arriesgando a todo París pero resulta devorada ella misma, una fanática acéfala en la inocencia animal, por sus fauces asesinas. Al tiempo, la alcaldesa de la capital ignora el peligro real para celebrar un presupuestado evento deportivo en el río desencadenando una tragedia.

En toda Europa, pero muy próximamente en España, hemos vivido este infantilismo y esta mediocridad en la forma en que se ha desarrollado la campaña electoral para el Parlamento Europeo. Todo puede resumirse, tal vez simplificando en exceso pero con la excusa de la claridad, en la insensatez argumentativa de Begoña sí o Begoña no. Dicho de otro modo, opción por el ombligo nacional miope olvidando otros elementos nacionales como la condición fronteriza Sur de España y la inmigración, la defensa ante el "amigo" marroquí o, ya a otra escala, la cuestión de Ucrania y los problemas de soberanía que inquietan cada vez más.

Hablar en serio y con realismo político de las cuestiones importantes se está convirtiendo en un imposible mientras nadamos en corrientes demagógicas sin freno. También en España uno de cada dos electores ha mandado "a la mierda" lo que diga, haga o represente Europa, sea lo que sea o deba ser, creyendo, como la fanática ecologista de la película, que los dientes de los tiburones, que ya han entrado en las fronteras interiores, deben ser afilados por sus propias víctimas.

Tampoco se ha hablado siquiera del problema del islamismo, cada vez más electores europeos son musulmanes, a pesar de la cercanía temporal del atentado asesino de Hamás y la respuesta de Israel. Suele hablarse de islamismo en términos despectivos y se le asimila al terrorismo y a otros fanatismos. Se le desdeña pero no se le estudia ni se le critica ni se contrapone al propio capital de valores y creencias.

La civilización occidental no se limita a los aspectos políticos. Junto a la política occidental existe un sistema de valores y de pensamiento que debemos comprender y aprender a tratarlo. Aquí nos enfrentamos a nuestro contrario moral y filosófico, no sólo a un rival político. Para entender a occidente, la mejor herramienta es la racionalidad en vez del acaloramiento o la emoción patriótica. No solo aquí, sino en ninguna parte se puede forzar una respuesta efectiva ante un modo de pensar que consideramos defectuoso. Eso sería una autodestrucción y también contraproducente.

No lo expresó cualquiera, sino el presidente "moderado" de Irán, Mohammad Jatami (1997-2005). Se trata de entender a Occidente para derrotarlo, lo que tiene todo el sentido. Se trata de minar la idea de libertad y amordazarla con la teocracia. Pero, ¿y si son Occidente y Europa, los que enloquecen mucho peor que Don Quijote y donde hay enemigos reales sólo ven molinos de viento u otras desinhibiciones estéticas? Incluso se les da el trabajo hecho, como el Sahara a Marruecos. Nunca nada tan valioso salió tan barato gracias a un simpaná.

Es decir, no hemos hablado ni debatido de nada de lo que es relevante para el presente y el futuro de las naciones que componemos la Unión Europea y la identidad histórica, política y moral que encarnamos. Tengo la impresión de que muchos europeos (u occidentales) no tenemos una conciencia, siquiera básica, de lo que realmente somos y representamos. Nos pasa asimismo a los españoles, que comprobamos que lo somos cuando los enemigos, que los tenemos, nos identifican con meridiana claridad. ¿Puede uno salvarse desde tamaña negligencia?

Se dolía el Dante en su Divina Comedia de las muchas personas de valor que sufrían de la cadena del limbo, pero no se olvide que el limbo, en realidad, era un infierno y para el poeta, está situado en el primer círculo de los nueve (por cierto, el último, la traición). Los europeos u occidentales, que lo hemos esperado todo de los derechos a la educación y a la información, pero no a sus deberes correlativos, asistimos atónitos a una representación sobre la que ni queremos ni tenemos acceso real a la formación relevante ni a la información eminente, que son las que sustentan las decisiones de calado.

Salvo para las "castas" y para los privilegiados por diferentes razones, para la inmensa mayoría de europeos, pocas cosas tienen sentido vital salvo el fútbol (deporte en general), el hedonismo despreocupado y el individualismo arbitrario sin referencia racional alguna a lo que nos ha conformado y configurado. Es que ni siquiera somos capaces de identificarnos certeramente en el mundo que vivimos. No sabemos ni quienes somos, ni de dónde venimos ni, claro está, a dónde vamos. ¿Cómo defendernos? ¿Qué defender?

¿Qué podemos esperar de una Unión Europea así, de un Occidente así? ¿Cómo nos va a extrañar que se hable de la crisis, de la derrota, de la enfermedad terminal de Occidente? ¿Estamos dispuestos a defender el modo de vida occidental cuando apenas sabemos en qué consiste tal cosa y no la valoramos como esencial para nuestra vida?

Por terminar, unas preguntas. ¿Qué pasará si después de años de guerra, de miles de muertos, de sacrificios intensos e interminables discursos, Ucrania es derrotada o mutilada o humillada o engullida? ¿Alguien tiene un plan? Y lo que es más grave, ¿nos importa más que un comino? O dicho de otro modo, ¿cuántos euros estamos dispuestos a poner sobre la mesa para que la reacción en cadena que nos lleve a la nada histórica no se produzca? En otro caso, ¿estamos dispuestos a aceptar que Eurasia, esto es, de España a China, sea otra cosa diferente a la que hemos conocido porque nos da lo mismo ser lo que sea?


[i] La CEI fue formada en 1991, tras la disolución política de la URSS, por Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán, Moldavia, Rusia, Tayikistán, Turkmenistán, Ucrania y Uzbekistán. Luego se incorporó Georgia, pero después volvió a salir y en marzo de 2014, Ucrania anunció su alejamiento tras perder Crimea y en mayo de 2018 su abandono, debido a la guerra del Dombás.

[ii] ASEAN, creada por países que detestaban el comunismo, está actualmente formada por Tailandia, Indonesia, Malasia, Singapur, Birmania, Brunéi, Camboya, Filipinas, Indonesia y Laos, 646 millones de personas y PIB anual de casi 6 billones, americanos, de dólares.

Temas

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario