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Pedro de Tena

Tres discursos de un Rey

Mientras en el Rey hay una reflexión, una idea, un pensamiento sobre España, ¿qué hay de ello en el comportamiento del presidente del Gobierno?

Felipe VI | Europa Press

Que ya está uno mayor se lo recuerda, entre otras cosas, el hecho de que ha conocido a tres Borbones al frente de la Casa Real española, en realidad, a tres Reyes, si bien uno no lo fue oficialmente. Ante la Monarquía, ¿quién no ha sufrido cambios de valoración a lo largo de tanta vida? En un recital colectivo de poesía celebrado en Club Nazareth de Jerez en 1970, escribí unos versos que comenzaban con : "¡Qué más dará la F que la J¡", que muchos asistentes interpretaron como referencia oscura a Franco y a Juan Carlos como sucesor a título de Rey.

No era aquello lo que quise decir, pero nuestras amigas y novias tuvieron que merendarse las cuartillas ante la llegada de la Policía avisada por algunos leales al régimen que se indignaron por nuestras denuncias poéticas libres o rimadas con deseos de cambio. Aunque no hubo pruebas gracias a la digestión de los papeles, sí hubo testigos, lo que nos costó inquietantes y sucesivas citaciones en la Comisaría de Policía inaugurando un seguimiento que nos llevó a algunos, años más tarde, a la cárcel.

¿Éramos republicanos? Sé que lo creíamos. De lo que estoy seguro es de que ninguno de nosotros tenía idea suficiente de lo ocurrido en España cuando triunfaron las dos repúblicas conocidas, la de 1873 y la de 1931. Éramos, la mayoría, muy jóvenes. Éramos audaces o, si se quiere, ardorosos (y demasiado hormonados) y éramos muy ignorantes, muy mal informados y peor instruidos, aunque creíamos tener valor de verdad en casi todo. Nada nuevo bajo el sol de las adolescencias.

Por aquel entonces, y para no tan pocos, el rey de verdad era Juan de Borbón, Juan III, que, a pesar de haber decidido incorporarse a la tropas franquistas en la Guerra Civil, se había distanciado bastante del dictador, hasta el punto de que era convicción extendida, incluso en la propia Casa Real, que si se recuperaba la monarquía, sería el nuevo Rey por razones dinásticas. Estoril, donde residía habitualmente, era un punto de encuentro de numerosos oponentes del franquismo.

Como es sabido, Franco no quiso tal futuro para España y el príncipe Juan Carlos aceptó la Corona, operación posible gracias a muchos apoyos, también el del patriotismo institucional de su padre tras los desencuentros naturales: "¡Majestad, por España, todo por España! ¡Viva España, viva el Rey!". Fue un 14 de mayo de 1977.

Se han cumplido estos días 10 años de la proclamación de Felipe VI tras la abdicación de su padre, Juan Carlos I. Por aquel año de 2014, la decadencia de la monarquía constitucional parecía imparable. Malos ejemplos institucionales, casos familiares de corrupción, degradación de costumbres, confusión y dislates mil, pusieron a la Casa Real al borde del colapso.

De hecho, creo que la preparación de la III República estuvo en la cabeza de muchos que ahora callan. Desde luego lo estaba, en la intención de parte del PSOE, de las izquierdas neocomunistas, los exetarras y de los luego golpistas catalanes, que vieron nítidamente la ocasión.

De hecho, en 1994, 18 años después del comienzo de la Transición, tras el subidón monárquico de 1981 cuando se creyó que el Rey salvó la democracia de un golpe de Estado –ahora se sabe más sobre lo que pasó realmente—, y cuando todavía el CIS preguntaba en sus encuestas sobre el prestigio de la monarquía, la Institución era valorada con un 7,46 sobre 10. Pero 20 años después, la reputación de Juan Carlos I y la familia real había bajado a menos de la mitad. En abril de 2014, la puntuación favorable sólo alcanzó un 3,72. En julio de ese año, Pedro Sánchez lograba ser elegido por vez primera secretario general del PSOE, hará pronto diez años. Coincidencias.

Desde 2014, el CIS no pregunta, al menos directamente, sobre la monarquía a sus encuestados. No hay datos homologables a los ya conocidos. Sin embargo, esta semana El Confidencial, a través de su Vanitatis, ha dado a conocer los resultados de un limitado sondeo que muestra que, bajo la batuta de Felipe VI, la aprobación de la monarquía ha vuelto a remontar, menos entre los jóvenes y bastante más entre los mayores de 35 años, en la mitad de la muestra.

Puede parecer un logro modesto para diez años de reinado y una injusta consideración sobre la aportación de la Monarquía española a la estabilización de la vida nacional tras dos generaciones sometidas a una dictadura consecuencia de una Guerra Civil. Es muy notable que, a pesar de sus defectos y errores, el desdén por la figura de Juan Carlos I sea tan acusado.

Hasta Alfonso Guerra se ha dolido de esta "injusticia" recordando que la monarquía española fue legitimada democráticamente dos veces, una en el Congreso de los Diputados y otra en un referéndum. Calló, eso sí, que en la primera, el PSOE se abstuvo en la votación, pero bueno. Genio y figura. Cierto es que bajo los primeros gobiernos socialistas, la Casa Real estuvo, al menos, respetada, no como ahora, cercada, limitada e incluso amenazada por una parte del gobierno Sánchez.

Lo dicho por Guerra sobre Juan Carlos I a Ignacio Camacho en ABC es notable: "De faldas y de dinero se puede pensar todo lo que se quiera, pero… ¿eso puede opacar que un Rey que ha recibido de Franco todos los poderes diga que no los quiere, que quiere una democracia? Él trajo el oxígeno que necesitaba la sociedad para poder vivir en democracia… Pero hay gente que está día a día en una labor de zapa contra la institución monárquica, porque lo que quieren es abolir la Constitución".

Las circunstancias en que Felipe VI devino rey de España fueron las peores conocidas hasta 2014. La recuperación de la estimación, de la honra y del respeto por su defensa de la Nación española, se debe a muchos factores, sobre todo a su decisión de no volver a cometer errores de calado y a impulsar una transparencia de cuentas y actividades que ya quisiéramos practicara un gobierno y un presidente que no explica siquiera sus viajes aéreos en el ya famoso Falcon.

En este artículo repararé en las ideas-fuerza presentes en los tres discursos esenciales del Rey desde 2014. El primero, el de su proclamación real. El segundo, el del 3 de octubre de 2017 cuando los golpistas catalanes estaban aún en las calles. El tercero, el de la celebración de los primeros diez años de su reinado.

Primer discurso: Proclamación como Rey

La primera idea vertebral es la concepción de España y la esperanza en ella: una gran nación "forjada a lo largo de siglos de Historia por el trabajo compartido de millones de personas de todos los lugares de nuestro territorio y sin cuya participación no puede entenderse el curso de la Humanidad". Frente al patriotismo constitucional y otros patriotismos o antipatriotismos, Felipe VI subraya la evidencia de la realidad histórica de la nación española y su influencia en la historia de la humanidad, desde la primera globalización al mestizaje vital entre todos sus habitantes sin olvidar el papel de las lenguas españolas, singularmente la común, la castellana o española.

La segunda es el reconocimiento del valor político de la Transición, fruto de la generación precedente "de ciudadanos que abrió camino a la democracia, al entendimiento entre los españoles y a su convivencia en libertad. Esa generación construyó los cimientos de un edificio político que logró superar diferencias que parecían insalvables, conseguir la reconciliación de los españoles, reconocer a España en su pluralidad y recuperar para nuestra Nación su lugar en el mundo".

Los hombres y mujeres de mi generación somos herederos de ese gran éxito colectivo admirado por todo el mundo y del que nos sentimos tan orgullosos. A nosotros nos corresponde saber transmitirlo a las generaciones más jóvenes. Pero también es un deber que tenemos con ellas —y con nosotros mismos—, mejorar ese valioso legado, y acrecentar el patrimonio colectivo de libertades y derechos que tanto nos ha costado conseguir.

La tercera es que la Constitución de 1978, además de un texto legal, es una fuente de valores "en los que descansa nuestra convivencia democrática. Así fui educado desde niño en mi familia, al igual que por mis maestros y profesores. A todos ellos les debo mucho y se lo agradezco ahora y siempre. Y en esos mismos valores de libertad, de responsabilidad, de solidaridad y de tolerancia, la Reina y yo educamos a nuestras hijas, la Princesa de Asturias y la Infanta Sofía". (La Constitución se refiere a los "valores superiores de su ordenamiento jurídico como la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político", pero el Rey deduce y recuerda otros no menos importantes).

La cuarta es que el Rey es un símbolo de la unidad y permanencia de la Nación y del Estado, cierto, pero su misión no se agota en ello porque "debe arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones" y destacó entonces su respeto al "principio de separación de poderes y, por tanto, cumplir las leyes aprobadas por las Cortes Generales (de lo que algunos no se enteran o no quieren enterarse), colaborar con el Gobierno de la Nación —a quien corresponde la dirección de la política nacional— y respetar en todo momento la independencia del Poder Judicial", que es la esencia de la democracia. Familiarmente, lo ha percibido y asumido, al contrario que otros.

La quinta es que tampoco se termina el papel de la Monarquía constitucional en sus funciones establecidas, sino en la ejemplaridad moral: "Velar por la dignidad de la institución, preservar su prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente, como corresponde a su función institucional y a su responsabilidad social… Hoy, más que nunca, los ciudadanos demandan con toda razón que los principios morales y éticos inspiren —y la ejemplaridad presida— nuestra vida pública. Y el Rey, a la cabeza del Estado, tiene que ser no sólo un referente sino también un servidor de esa justa y legítima exigencia de los ciudadanos".

Segundo discurso: ante el golpismo separatista catalán

En su primer discurso de proclamación Felipe VI recordó a Cervantes y su sentencia de que "no es un hombre más que otro si no hace más que otro". Pues fue él mismo quien hizo más que otros en aquel, famoso ya, discurso, molesto para el actual gobierno, alzándose como autoridad moral y política contra el golpe de estado en Cataluña, un delito de libro contra la Constitución contemplado en el Código Penal.

En aquel gran segundo discurso que recordamos, Felipe VI definió la realidad sustancial de lo ocurrido en la jornada del 1 de octubre y la celebración forzada de un referéndum anticonstitucional. Lo sucedido fue la "culminación de un inaceptable intento de apropiación de las instituciones históricas de Cataluña. Esas autoridades, de una manera clara y rotunda, se han situado totalmente al margen del derecho y de la democracia. Han pretendido quebrar la unidad de España y la soberanía nacional, que es el derecho de todos los españoles a decidir democráticamente su vida en común".

Además, recordó el papel de las instituciones en aquellos graves momentos: "Es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones, la vigencia del Estado de Derecho y el autogobierno de Cataluña, basado en la Constitución y en su Estatuto de Autonomía" que parece todo lo contrario de lo que se está haciendo en los últimos años y meses con tal de que una única institución, el gobierno, se mantenga en el poder.

En un Estado de derecho, lo fundamental es el respeto leal de la ley: "Porque, como todos sabemos, sin ese respeto no hay convivencia democrática posible en paz y libertad, ni en Cataluña, ni en el resto de España, ni en ningún lugar del mundo". Lo que no puede ser, como fue en Cataluña entonces y lo sigue siendo ahora, es la tortura sistemática de la legalidad para que ésta diga no lo que no dice ni quiere decir. Que lo que era delito en 2017 sea amnistiado de forma torticera y anticonstitucional o que se hayan blanqueado los delitos y los actos de terrorismo de forma sistemática por un puñado de votos, es deslealtad con la ley y la Nación.

La idea de compromiso ya estuvo presente entonces cuando subrayó "el firme compromiso de la Corona con la Constitución y con la democracia, mi entrega al entendimiento y la concordia entre españoles, y mi compromiso como Rey con la unidad y la permanencia de España". El compromiso fue demostrado en aquellos momentos. De hecho fue la única institución del Estado que lo hizo con la claridad y la contundencia necesarias.

Tercer discurso: X Aniversario del reinado

Podemos considerarlo como la reafirmación del compromiso con los valores constitucionales de un rey demócrata con la Nación y su Ley de Leyes. Hay quien sigue pensando, sin fundamento, que la monarquía y la figura del Rey o Reina son incompatibles con la democracia. Desde los tiempos decimonónicos de Etienne Cabet, autor de la utopía Viaje a Icaria, se sabía que "ya se llame entonces monarquía o república, el gobierno salido del voto universal tiene un carácter republicano democrático".

De hecho, hay presidentes de Repúblicas que tienen mucho más poder efectivo en el gobierno práctico de sus naciones que los Reyes Constitucionales de la Unión Europea. Sólo con pensar en Estados Unidos o Francia resulta imposible negarlo. Como es imposible negar que la ausencia de una figura situada fuera de la confrontación partidista puede dificultar, ya lo está haciendo, la unidad nacional y la continuidad histórica necesarias.

Por eso tiene tanta relevancia la insistencia de Felipe VI en los valores constitucionales, no sólo en la letra constitucional, y en ser fieles a ellos. Por eso, añadió: "Siempre he creído en la importancia de ser coherente con los compromisos asumidos. Esta actitud es la base de la integridad e implica ser fieles a nuestros principios y valores en todas nuestras decisiones y actos; implica esforzarse en escuchar, en discernir lo que es correcto de lo que no lo es, y en actuar de forma responsable con ese discernimiento, asumiendo incluso el coste personal que ello pueda conllevar".

Y añadió: "A la Constitución y a sus valores me he ceñido —y me ceñiré siempre— en el cumplimiento de mis responsabilidades. Son guía para el ejercicio de mis funciones. Fue —y es— el compromiso de un rey constitucional, que trasciende la exigencia del deber: lo es también en el plano personal y moral, como expresión profunda de mi respeto y lealtad al pueblo español, al que me debo".

Lamentablemente, no hay un solo ensayo, o yo no lo conozco, que haya leído la Constitución en clave de valores éticos contenidos o por desarrollar a partir de su texto. Por ejemplo, el valor de la verdad en la vida pública está mencionado pero no es cultivado ni desarrollado, como lo está el de la reciprocidad que exige la tolerancia. El Rey alude además a "los principios éticos y morales que consideramos universales".

En este último discurso, al del compromiso con los valores, añade Felipe VI la ideas-fuerza de Servicio y Deber, servicio a la Nación y deber para con ella, esto es, "actuar siempre del modo más correcto y de cumplir las obligaciones de manera íntegra y ejemplar" de modo que puedan defenderse "los intereses generales" de España y la solidaridad real , columna de la cohesión social y política", lejana a singularidades interesadas y excluyentes.

No, no puede extrañarnos que la monarquía española –aunque sean lícitas las preferencias republicanas a pesar de nuestras pésimas experiencias nacionales—, esté remontando su bache histórico desde 2014 mientras que Pedro Sánchez, desde ese mismo año, no haya dejado de hundirse en el desprestigio, dentro y fuera del su propio partido. Mientras en el Rey hay una reflexión, una idea, un pensamiento sobre España, ¿qué hay de ello en el comportamiento del presidente del Gobierno? Se dice que las comparaciones son odiosas. En este caso, no. Son sencillamente necesarias. Revelan, iluminan, arrojan claridad.

Independientemente de nuestro escepticismo creciente hacia la democracia como forma coherente y valiosa de gobierno debido a la mala conducta y la falta de ejemplaridad de los partidos y dirigentes, sea cual sea la forma de su Estado, parece mejor que al frente de esta España haya alguien con la cabeza en su sitio y con un comportamiento, hasta el momento, demostradamente decente y adecuado a su posición de equilibrio institucional.

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