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Pedro de Tena

Marine Le Pen: escuchar y comprender, ¿para qué?


¿Cómo es posible que desde el extendido deseo de ser libre de la Transición española se haya llegado a este simplismo panfletario que se cierne sobre todas las cuestiones políticamente debatibles?

Marine Le Pen. | Europa Press

Salvo en caso de la primera etapa de Vox en España, nunca he visto una imposición ideológica tan radical a la hora de calificar, mejor descalificar, a una opción política y a su máxima representante. Lo que ha ocurrido y seguirá ocurriendo con Marine Le Pen es sencillamente un sistema de linchamiento perfectamente orquestado por todas las izquierdas y algunas derechas europeas como directores. Le Pen es culpable sin juicio.

Lean lo que lean, desde El País, naturalmente, al ABC e incluso El Mundo y otros, a Le Pen se le etiqueta, muchas veces incluso antes de que comiencen los análisis y artículos (intoxica, que algo queda) de ultraderechista, extremoderechista, fascista (movimiento que sólo existió en Italia), ultranacionalista, pronazi, facha, populista de derechas… En fin, una buena colección de andanadas que ayuda a juzgar y a condenar pero no a comprender ni a valorar.

Para que no quede duda alguna, mi posición es la de quien, fiel a la aspiración raciovitalista y argumental, quiere conocer los hechos comprobados antes que los panfletos intencionados. Quiere después proceder a su examen crítico y juicioso para finalmente decidir sobre la cuestión y desembocar en una acción consecuente. Todo lo contrario al "decisionismo irracional" que se impone a quien sigue la consigna de su jefe sin cuestionarse nada.

En un estudio preliminar del libro de Christian Graf von Krockow sobre la libertad y la decisión en Jünger, Schmitt y Heidegger, nuestro Agapito Maestre se pregunta cómo es posible que de la voluntad de ser libre surjan "formas inauditas de sometimiento voluntario". Aplicando a nuestro aquí y ahora, ¿cómo es posible que desde el extendido deseo de ser libre de la Transición española se haya llegado a este simplismo panfletario que se cierne sobre todas las cuestiones políticamente debatibles?

Cita Agapito una frase de Manuel Azaña que encuentra en la Antología de sus textos que hizo en Alianza Editorial hace muchos años Federico Jiménez Losantos: "Libertad es el objeto. Liberalismo es el modo. Quien lo detesta o lo rechaza no renuncia a ser libre, se opone sencillamente a que lo sea yo". Dicho de un modo contundente, reaccionemos ante los administradores de condenas con argumentos ocultos que tienen que ver más con el poder y el dominio que con la racionalidad.

Dado que el debate argumental es inevitable en la comunicación humana[i], lo que se hace es ocultar las razones reales argüidas para suministrar a las "masas" meramente las conclusiones, no las del debate, que no se celebra, sino de la propia decisión impuesta. Esto es un ataque a la libertad de cada ciudadano y un desprecio por su capacidad de libre decisión razonable. Por eso se llama "masas" a los ciudadanos. Sólo importan en tanto que número porque conceden un poder que luego no pueden controlar. Ante esto, se debe reaccionar.

Es decir, como el gran pensador colombiano Nicolás Gómez Dávila, el reaccionario auténtico, que reaccionaba ante la indigencia intelectual y moral, no me sitúo en las castas, la de izquierda, extrema o no, ni en la de la derecha, extrema o no ni en la de los centros imaginarios, esa escala ideológica ideológicamente impuesta, sino enfrente de todos ellos. No lo perciben pero se alinean como un nuevo primer estado oligocrático ante unos ciudadanos dispersos a los que les resulta fácil manejar, atropellar, dejar indefensos e incluso confundir y robar.

No me gusta cómo se comportan, ni me seducen muchas de sus ideas, ni me creo sus constantes prejuicios, ni sus tam-tams emocionales, ni su ausencia de escrúpulos, en demasiados casos, ni de moral, en casi todos. En general, los acuso de falta de gratitud y de lealtad esencial hacia quienes les votan. Haciendo de la mentira, la ocultación y la deformación un mecanismo habitual, es imposible fiarse de ellos ni confiar en sus calificativos, casi siempre descalificativos, cuando se refieren a otros.

Ya pasó con Vox, partido legal y constitucional que, nada más nacer, fue vilipendiado como lo fue el PP antes y ya no recuerda. Si a éste se le llamó franquista, fascista y derechista, al primer partido de Abascal —ahora parece inexplicablemente otro—, se le llamó extremoderechista, ultraderechista, nacionalista, españolista. fascista y de todo. Tanto que un servidor y bastantes otros —poco amigos de carné de partido alguno que así seguimos afortunadamente—, firmamos un Manifiesto por su derecho a la existencia política. Ni siquiera Vox lo tuvo en cuenta.

Dicho esto, vamos a tratar de empezar a comprender qué significa Marine Le Pen, no sólo para Francia sino para la Europa que conocemos ahora dominada por el eje de lo "políticamente correcto" incuestionable salvo que se quiera ser insultado o zarandeado. Se trata de eludir los anatemas y las inquisiciones estúpidas como la advertida en los social-comunistas franceses que se manifestaron contra Le Pen ¡nada más conocerse que había ganado las elecciones!

Entonces, elecciones, ¿para qué? Si no sale mi candidato, ¿rompo las urnas y dinamito la democracia? La cuestión es si nos atrevemos a comprender por qué Le Pen ha ganado las elecciones francesas y por qué puede gobernar y, seguramente, presidir la nación vecina en poco tiempo.

El problema que tienen las consignas, los decretos mentales, los ordenos y mandos morales y políticos o los argumentarios debidos es que pierden de vista la realidad vital de las decisiones ciudadanas cotidianas. Una de ellas, contundente, ha sido que los franceses, en su mayoría, han votado a Le Pen. Podrá decirse que la tercera parte de los franceses está alienada, que casi media Francia es estúpida y que vota contra sus intereses "objetivos" (que son los que define la izquierda que son) –tonta forma de perder el tiempo– o podemos tratar de entender por qué lo han hecho.

Lo primero de todo es que se ha perdido el miedo a su tendencia política. Según el mundo mundial, extremista de derechas. Según Agrupación Nacional, que es el nombre del partido y no Frente Nacional, que fue el partido fundado por su padre Jean Marie Le Pen, expulsado por su hija a causa de su racismo y su radicalismo, se trata de una derecha moderada, republicana y defensora de la autonomía de Francia dentro de la Unión Europea. O sea, ha intentado "desdiabolizar" su causa y su partido, demonizados sin descanso durante dos décadas.

Para los amigos de la consigna, fíjense en el carajal en que se mete la propia Wikipedia. Cuando se fija en la ideología de Agrupación Nacional (hasta 2018, llamado Frente Nacional), dice, consecutivamente: Conservadurismo nacionalista, nacionalpopulismo, nacionalismo francés, nacionalismo económico, proteccionismo, soberanismo, populismo de derecha, euroescepticismo, antiinmigración, antiglobalización, (históricamente) antisemitismo y liberalismo económico. Todo en el mismo saco a pesar de sus evidentes contradicciones.

Confundir deliberadamente las ideas políticas de Marine Le Pen con las de su padre es manipular los hechos, si bien hay quien concluye todo un libro [ii] afirmando que lo que hace la hija es fortalecer inteligentemente el extremismo de su padre. Pero eso es decir que algún cambio ha tenido que haber porque el partido se ha fortalecido (lo votan más franceses) y ha retocado, cuando menos, elementos de forma orientada a ampliar su influencia.

Pongamos unos cuantos ejemplos. Ya en 2012, Eric Zemmour, periodista del periódico conservador Le Figaro y luego gurú del pensamiento de la nueva derecha, acusó a Marine Le Pen de estar deslizándose a la izquierda. Se señalaba su aceptación de las uniones civiles para parejas del mismo sexo en lugar de la oposición previa, la aceptación del aborto incondicional y la retirada de la pena de muerte de su programa. Tampoco se opone abiertamente a la reproducción asistida para parejas lesbianas y mujeres.

¿Antisemitismo? Cuando fue elegida presidenta del entonces Frente Nacional atendió al diario israelí Haaretz en la que dijo ser simpatizante de Israel y, contra su propio padre, condenó "toda forma de antisemitismo provenga de donde provenga". ¿Salir del euro? Ya no se habla de ello. ¿Rusia? Condena sus acciones en Ucrania pero quiere mantener lazos con un gran suministrador de productos energéticos. ¿Hace Pedro Sánchez otra cosa?

El propio libro va desmintiendo que no haya habido cambios relevantes. Sus enemigos la califican de ultranacionalista para descalificarla. Como españoles, vivimos en el absurdo intelectual y político de un gobierno social-comunista que, para gobernar, se apoya en cuatro ultranacionalismos y un internacionalismo desdibujado y se autotitula progresista. En la Francia de Le Pen esto no será posible jamás. Si hay acuerdo vergonzoso entre Macron, ya Micron, y las izquierdas, se verá. Por lo pronto, Le Pen ya ha advertido a Puigdemont.

Dos nacionalismos catalanes –uno de derecha y otro de izquierda, ambos xenófobos respecto a los españoles y uno abiertamente rusófilo—; dos vascos, uno de derechas, con la xenofobia antiespañola en los genes y otro que tiene en sus filas a destacados terroristas y el clásico internacionalismo socialcomunista, hoy mirando más al neocomunismo hispanoamericano sí son aceptables pero no el nacionalismo de Le Pen como si su nacionalismo, que ni roba ni mata, fuera peor que los nuestros.

Veamos. Cuando Le Pen afirma querer el bienestar de la nación francesa, ¿qué pecado comete? ¿Hay algún país serio que vaya contra su identidad, su historia y sus intereses? Ni siquiera la España del gobierno de Pedro Sánchez, ejemplo preclaro de cómo demoler una historia nacional y un futuro mejor posible, puede decir abiertamente que se quiere cargar la nación española aunque lo haga, desde la energía a las pensiones, desde la cohesión nacional y la política exterior a la independencia judicial. Imaginen a Biden o a Trump deseando acabar con Estados Unidos y ¡diciéndolo!

En el libro que citamos, se alude a los cuatro pilares básicos del pensamiento de Marine Le Pen que, siendo nominalmente los mismos que los formulados en la primera etapa del partido matriz, Frente Nacional para la Unidad Francesa, han modificado su contenido de forma llamativa, al menos, en lo que se refiere a las expresiones públicas. Para otros, sus fundamentos filosóficos no existen o son postizos. Sólo hay, se ha escrito, una "ideología ambiente que transpira a través de sus discursos de campaña electoral".

Bueno, al menos hay discursos y sus discursos riman unos con otros, no como en el caso de un Pedro Sánchez que cambia de discurso y de opinión como quien cambia de camisa. Para colmo, fíjense en los comentarios, que no discursos, de gente tan "racional" y "científica" como Irene Montero, Yolanda Díaz, las forofas de "arderéis como en el 36", la coherencia económica-moral del "rojo" de Galapagar y sus fieles e infieles. Que gente así califique y descalifique a su antojo, es para ruborizarse.

Los cuatro pilares que destaca Michel Eltchaninoff, en su muy hostil libro planeado contra Le Pen, son:

¿Será posible debatir y argumentar racionalmente sobre todos ellos sin que medien las descalificaciones habituales?

Podrá discutirse si hay o no un fundamento filosófico tras sus propuestas pero se ha contado que el gaullista Paul-Marie Coûteaux le recomendó a Marine Le Pen unas lecturas que no sabemos si consumó. Platón, Chateaubriand, Zola, Houellebecq, Renaud Camus, ambos paladines contra el "gran reemplazo" de la sociedad francesa por una umma musulmana hegemónica. Pero en 2012, ya decía:

No quiero que Francia se convierta un parque turístico para unas cuantas semanas en verano. No quiero que se convierta en un vasto Disneyland para entretener a niños evadidos delante de una naturaleza que se dice preservada. No quiero que se convierta en una reserva de indios donde los últimos campesinos se vuelvan jardineros de paisajes. El suelo fecundo por el trabajo de nuestros ancestros, los pueblos construidos por siglos de esfuerzos merecen algo mejor que el destino de los museos helados, congelados, petrificados.[iii]

Y también:

Es el Estado fuerte quien ha sabido a través de los siglos unificar la Nación, contener los feudos y los comunitarismos, aniquilar la tribalización, desarrollar nuestro territorio y ofrecer progresivamente a todos una educación, una salud, una seguridad y unos servicios públicos de calidad.

Con la mano en el pecho, como nuestro caballero de El Greco, ¿es este un mensaje al que una población cansada de una democracia deteriorada por inconsistencias, inmoralidades e incumplimientos haría oídos sordos? Parece que los franceses lo han tenido muy claro el pasado día 2 sin que ni el centrismo lechoso ni las izquierdas se inclinen por una mínima reflexión.

Fíjense en Macron, que puede pasar en un santiamén de ser el rey Sol de la 6ª República, más o menos moderada, a ser un mamporrero de la izquierda más extrema capaz de componer tras los Pirineos otro gobierno Frankenstein. Todo vale contra Le Pen sin percatarse de cuál es la raíz vital del descontento que va a llevar a la presidencia, antes o después, momento en que los hechos harán su trabajo verificador.

Hay muchos temas que invitarían a la reflexión a muchos ciudadanos que siguen queriendo democracia y nación, en un marco constitucional que se cumpla, pero que advierten que hay enfoques evidentemente equivocados en algunos asuntos capitales. No rehuyamos el tema de la inmigración percibida como invasiva, grave ya en unos países como Francia, más que en otros, pero preocupante en muchos y latente en todos.

¿Qué dice Le Pen sobre la inmigración de este tipo? Que es un tema de calado nacional que debe ser consultado a los ciudadanos mediante un referéndum. Se admite el derecho a la diferencia pero combinado con las reflexiones por pensadores como Alain de Benoist, Alain Finkielkraut y otros sobre la identidad "malherida" del pueblo francés. Recuerden la novela Sumisión, de Michel Houellebecq, en la que imagina una Francia islamizada.

O hay un problema o no lo hay. Si lo hay, como cree Le Pen y creen muchísimos europeos, hay que proponer medidas para resolverlo. Las suyas son dificultar las peticiones de asilo, considerar francés a quien nace de padres franceses, reservar las ayudas públicas a los franceses y a quien demuestre llevar cinco años trabajando legalmente en Francia. Además, no se aceptará de ningún modo la inmigración ilegal y se expulsará a los inmigrantes delincuentes.

En la sociedad española, el simplismo consignero y la táctica de la fangoterapia conduce al gobierno a calificar como facha, antisistema o extremoderechista a todo aquel que se atreva siquiera a pensar sobre estas medidas. Ha habido incluso ministros socialistas que defendían la entrada en España de cualquiera "sin papeles". ¿Para qué un DNI, un certificado de penales, o médico o profesional?

Hay que situarse, no a la derecha ni a la izquierda ni en el centro, sino enfrente de todos los que niegan el derecho a un debate razonado y argumentado sobre los problemas vitales que tiene la Europa actual y cada una de sus naciones-Estados miembros. Si no se hace, la realidad vital saldrá a la luz por donde pueda o le dejen. Es lo que hace en Francia con Le Pen y en otros países con otras nuevas formaciones políticas. Que a nadie le quepa duda que lo mismo ocurrirá en España si una reforma real y vital de esta democracia malherida no se afronta.

La propia Marine Le Pen lo resume en su libro Para que viva Francia, que puede aplicarse con esmero a otras naciones:

Escuchen otras opiniones que las de los expertos "oficiales", y siempre busquen saber qué interés real defiende quien se expresa con aplomo. En nuestro país hay una verdadera confiscación de la expresión pública por una casta, un pequeño número de personas, aquellos que escuchamos siempre y en todas partes, y un desprecio permanente por la sabiduría del pueblo. Y hay un mundo entre lo que esta nueva aristocracia nos presenta cada día como el único camino posible y las opciones que realmente se necesitan para trabajar en pro del interés general.

Hay que pensar, más que obedecer. La clave es atreverse, perder el miedo a ser libres.


[i] Hoppe, Hans-Hermann, La ética de la argumentación

[ii]Su autor, Eltchaninoff, Michel, Dans la tête de Marine Le Pen, es un filósofo inclinado a entrar en la cabeza de los demás como Putin o Le Pen. No está traducido al español.

[iii] La cita aparece en un artículo de Ernesto Castro, de 2017, sobre los fundamentos filosóficos de Le Pen.

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