Borges y la infamia
Contó Estela Canto, que le conoció mucho, que, para el gran argentino, la patria era una decisión aunque podía ser sentida como una fatalidad.
La infamia es un hecho moral, y, por ello, humano. Félix Salten, autor de Bambi (del italiano bambino) hace que el tierno corzo (o cervatillo, según las traducciones) pregunte a su madre: "¿Qué es la infamia?". Y la corza madre le responde: "No sé." Y así es. Los animales no pueden ser infames. Un león no perpetra una infamia cuando caza a un búfalo o a una gacela. Sólo los hombres (y las mujeres) podemos ser infames.
Por eso, toda historia universal de la infamia es estrictamente humana, sea la de Jorge Luis Borges o la de Michel Foucault, que estudió algunas vidas infames, como conducta individual o considerada como pena social[i] en una doble y clamorosa significación. En el caso de Borges, que se centra en las conductas personales, su "universalidad" estriba en narrarla en varias civilizaciones. No es exhaustiva, pero es eficaz.
Si se quiere conocer literariamente a Borges, del que se han cumplido 125 años de su nacimiento el pasado agosto, uno de los libros que debe leerse forzosamente es su Historia universal de la infamia (1935). No es más que el primer Borges, cierto, pero está en él todo Borges, incluso el poeta.
Aunque reconoce en el prefacio inaugural que los cuentos que la componen no son otra cosa que ejercicios de prosa narrativa, ni siquiera de tema original (salvo uno, Hombre de la Esquina Rosada), concluidos con unos ejemplos de magia[ii], en la sucesión casi siempre turbadora y estimulante de sustantivos, calificativos y verbos, ya está el Borges del futuro. Fue su primer paso, titubeante, pero decisivo.
Jorge Luis Borges fue un objetivo para las infamias ajenas. Citaré tres. La primera, en la que tal vez está el dolor que parió a este libro, o no, es el despojo de su amor por la escritora Norah Lange, consumado por el también poeta Oliverio Girondo que se la birló de un manotón que lo dejó atolondrado y al borde del suicidio. Tal vez eludió ese destino cuando comprendió que "la inevitabilidad implacable de su afanosa puntería" (del rival) era insuperable.
La segunda fue la de la dictadura peronista. Liberal minarquista[iii] convencido, el argentino era un enemigo declarado, aunque pacífico, del Estado al que le soñaba una histórica desaparición. Juan Domingo Perón persiguió a Borges y a su familia. "Durante ese período gris y desesperanzado, mi madre, que andaba por los setenta años, estuvo bajo arresto domiciliario. Mi hermana y uno de mis sobrinos pasaron un mes en la cárcel. Yo mismo tenía un agente pisándome los talones", denunció.
Cuando quisieron presentarle al Innombrable[iv], Borges no quiso conocerlo. "¿Para qué presentarme a un hombre a quien no le daría la mano? La revolución tan esperada ocurrió en septiembre de 1955. Después de una noche de preocupación, en la que nadie durmió, casi toda la población salió a las calles, vivando la Revolución Libertadora". Perón había caído.
La tercera que quiero citar es la perpetrada por muchos, sobre todo por las izquierdas de todo el mundo, para impedir que fuese distinguido con el Premio Nobel de Literatura. El escritor no era afín al comunismo soviético, gran controlador de ascensos y caídas literarios desde su red de agit-prop. De hecho cuenta su amigo y coautor de muchos libros con él, Adolfo Bioy Casares, en su Borges, que decía que "la gente del gobierno ya me ve con aprehensión y no me llamaran asi nomás para hablar, porque saben que siempre que puedo exalto la Revolución Libertadora[v] y ataco a peronistas y comunistas".
Y añade en otra parte de su libro la síntesis del pensamiento borgiano sobre el tema: "El comunismo ofrece el infierno y promete el paraíso. El capitalismo asegura que, sin caer en el infierno comunista, seguiremos en la dura vida de siempre. La gente, es natural, prefiere el comunismo". E insiste Borges: "Pero qué sorpresa tendrían los que soñaron con el comunismo, como una doctrina generosa, como un orden racional, si les mostraran los dictadores, la policía secreta, los campos de concentración".
Borges intuyó también que la infamia era la herramienta amoral del totalitarismo, del cual el comunismo era una modalidad casi teológica. El poeta Ósip Mandelstam, llevado a campos de concentración por escribir un poema contra Stalin (Y cada ejecución es un bendito don/que regocija el ancho pecho del Osseta[vi]) y que murió como consecuencia, sentía que los comunistas y afines eran insensibles a las mayores infamias porque su moral del fin (Trotsky) justificaba todos los medios y disponían de un ejército de intelectuales y periodistas dispuestos a repetir la versión oficial que enmascaraba, deformaba, escondía o fingía los hechos.[vii]
El apoyo inicial, e ingenuo, de Borges a las dictaduras militares de Chile y Argentina, que prometieron acabar con el caos, el terrorismo rojo y las imposiciones socialistas y peronistas le granjeó el odio de las izquierdas que silenciaron que, junto con Bioy y otros, por ejemplo, condenaron después las desapariciones de personas, "por motivos políticos o gremiales" y se solidarizaron con sus familiares por "razones de ética y justicia".
Por eso tiene mucho interés entender qué era la infamia para Borges[viii], como la entendía, con qué comportamientos esenciales la caracterizó. Deducimos, naturalmente, que para el gran argentino la infamia se encuentra ligada a la humanidad y a su historia si bien en su libro selecciona una especie de tipología "universal" de los hechos y de los hombres y las mujeres infames. Pero en tanto que escritor, condensa su visión en unos cuantos ejemplos en los que encuentra la sustancia de la infamia, aunque en el resto de su obra se refiera también a ella como veremos.
La Infamia en su Historia Universal
Aunque Borges califica de "vacuidad" la esencia de este libro poblado de "piratas y patíbulos" y admite que la palabra "infamia" aturde en el título, no tenía pretensiones salvo las de un hombre entonces "asaz desgraciado" que disfrutó escribiéndolo. Sea como fuere, en sus relatos "candorosos" hay brillos que iluminan su percepción de la realidad infame.
El primero trata de las redenciones atroces del canalla Lazarus Morell y de su método, el manejo de la esperanza de los desgraciados de forma sistemática y gradual. Animaba a esclavos negros a escapar para ser vendidos de nuevo a cambio de un porcentaje y ser ayudados de nuevo a escapar para obtener una libertad que nunca llegaba en un círculo infernal que terminaba en el incumplimiento y la muerte. Se estaba en las tierras bajas del Mississippi de la primera mitad del siglo XIX.
La impostura es otro rasgo de su infamia. Cómo un canalla blanco, Tom Castro (y su sirviente, un canalla negro, Ebenezer Bogle, mucho más listo y astuto), engañan a una madre usurpando la identidad de su hijo muerto, un militar inglés rico y católico, es el segundo cuento. Usaron hasta a los fáciles jesuitas y otros ardides para derrotar a los parientes denunciantes tras la muerte de la madre. Pero tras fallecer Bogle, Castro perdió a su guía y fue condenado. Hasta el final de sus días afirmó, o negó, según olfateara al público de sus conferencias, que era el hijo de Lady Tichborne. El 2 de abril de 1898 murió el impostor.
Una pirata china, la viuda de Ching, en realidad, "un hombre de coraje" como todas las mujeres piratas, protagoniza el rasgo especial del infame perdón político para delitos espantosos. Tras haber saqueado ciudades, pueblos, arrozales y haber cometido crímenes de todo tipo, el emperador chino, vencido ya una vez, manda a un segundo general a enfrentarse a la corsaria. No se sabe bien cómo Ching obtuvo el perdón, dejó de piratear y de ser viuda dedicándose al comercio del opio. Ordenen a los infames por su orden.
Vayamos ahora a las bandas de Nueva York. Mucho antes que Martin Scorsese y que Puzo y Coppola, Borges trató de la infamia de uno de los personajes de Herbert Asbury[ix] en un cuento titulado El proveedor de iniquidades Monk Eastman. 15 dólares una oreja arrancada, 19 una pierna rota o 25 por una puñalada, eran algunas de sus tarifas.
"Cosmogonía bárbara" describió a aquel universo. El bandido Monk controlaba incluso electoralmente su distrito y entró en disputa con el bandido enemigo, Paul Kelly. Borges constató la infamia de las mafias, sobre todo de la política, que puso fin a aquellas sangrientas pendencias tras una escandalosa e inconveniente batalla callejera. Monk no se avino y terminó en Sing Sing. Luego hizo desorden militar y finalmente alojó en su cuerpo 5 balas anónimas. Corría el año 1920.
Billy el niño, el asesino desinteresado de Borges, título que da una idea precisa de su infamia gratuita, murió con 21 años con 21 asesinatos a sus espaldas, "sin contar mejicanos" como el que mató de un tiro sin pestañear ni avisarlo haciéndose famoso. Ese joven, que mataba porque sí, se unió a esa otra infamia, esa sí, que fue la conquista del Oeste americano por los americanos. Luego le llegó su hora desde el revólver de su antiguo amigo, el sheriff Garret, en 1880. Era de noche.
La infamia del deshonor por no defender lo propio es el tema de El incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Suké. Este fue responsable de la muerte de su señor de la Torre de Ako, al que humilló provocando su ira y su agresión, por la que fue condenado al suicidio. Pasados los años y habiendo logrado que el incivil relajara su guardia, 47 capitanes se confabularon para vengar a su señor. Activó otra infamia negándose a hacerse el harakiri y fue degollado. (Borges lo absuelve en cierto modo porque, a pesar de todo, dio origen a una hermosa venganza y a ese grupo de héroes que, por su crimen justiciero, fueron invitados a suicidarse. Lo hicieron todos. Fue en 1703 en Tokyo, antes Jedó.
No está claro cuál es la infamia de El tintorero enmascarado Hákim de Merv. Dos vulneraciones aparecen como candidatas. Una, la de la ocultación de una mentira sustrayendo su cara de las miradas de sus fieles y súbditos bajo máscaras o lienzos. La segunda, la de la herejía, desviándose de las doctrinas oficiales. La tierra que habitamos es un error. El asco es la virtud fundamental. El paraíso es despedidas y noche y el infierno fuegos mil y torturas. El Califa ordenó quitarle el velo. Al descubrirse el rostro, le vino la muerte a la que no pudo engañar.
Y llegamos a lo que podríamos llamar la infamia que sobre los demás extiende el chulo, el sobrador, el fanfarrón sin cálculo, el rufián, y la infamia que desprende la decepción del rajado agazapado en una simulación de valor. Es el tema del relato original de Borges Hombre de la Esquina Rosada, escrito en lunfardo[x]. Hay un supuesto valiente, un desafiador, una espantá inesperada por cobarde y un acuchillado. ¿Quién mata al intruso duelista? Un testigo al que "dio coraje de sentir que no éramos naides" Además, se llevó a la chica. Sucede en Buenos Aires, muy cerca del arroyo del Maldonado.
En el epílogo mágico titulado Etcétera, el teólogo protestante, Melanchton, infame negador de la necesidad de la caridad para salvarse, no sabía que había muerto y fue convertido en sirviente de los demonios. En La cámara de las estatuas, Borges aloja la infamia en quienes se recrean en la imprudencia sin respeto de las advertencias fundadas. En la Historia de los dos que soñaron, la infamia recae en quienes desprecian la veracidad de algunos sueños premonitorios.
El brujo postergado, un relato versionado por Borges como los anteriores a partir de textos conocidos, se sitúa la infamia en la ambición desmedida que promete lo que sea para alcanzar un fin y luego se niega a cumplir lo prometido. En El Espejo de tinta, donde se observa el mundo entero, la infamia ejecuta al deseo desaforado de quien quiere conocerlo todo, incluso el futuro y lo prohibido.
Para terminar, el brevísimo relato El doble de Mahoma, casi literalmente asumido de la obra De Vera Christiana Religio [1771], de Emanuel Swedenborg, parece que la infamia recae en los mahometanos que afirmaban que Mahoma era Dios, lo que forzó al Señor (de todos) a sacar al original de su infierno y exponerlo a sus fieles con toda la crudeza. Luego volvió a hacerlo desaparecer.
La infamia en el resto de sus obras
En sus Obras Completas, si las ordenamos cronológicamente, la primera infamia es el trato dado a los judíos (exterminio, expulsión, extranjería). El primer infame que surge es el caudillo y dictador Juan Manuel de Rosas, del que dijo: "Famosamente infame, su nombre fue desolación en las casas, idolátrico amor en el gauchaje y horror del tajo en la garganta." No nos detendremos en los objetos, sucesos o conceptos infames, como la luna, el infierno o la madrugada, que encubre conjuraciones. Seleccionaremos lo sugerente sin precisión de las obras en que aparecen.
Hay infamia en la muerte "enriquecida" por torturas. La hay en Mr. Jekyll por ser el mismo Mr. Hyde o en Dorian Gray por ser idéntico a su retrato pese a las apariencias. La hubo en los aliados europeos por dejar morir a Kafka en su sanatorio. Terrible infamia es la que se comete por una brutalidad distraída y en las bibliotecas hay quienes se entretienen en la búsqueda de palabras infames.
Quevedo, recuerda, trató de infames a los gnósticos (malditos, locos e inventores de disparates). Detecta Borges el valor del coraje en los infames aunque la infamia conduce a faltar a la palabra dada. Ah, y el lunfardo, "lengua especializada en la infamia y sin palabras de intención general" no podrá nunca arrinconar al castellano, como no lo hizo ninguna lengua peninsular.
Infamia descarnada es la del malevo que se emperra en esa pobre hombría vanidosa de la opresión a su mujer gritada y golpeada. Y sentencia: " En el tango cotidiano de Buenos Aires, en el tango de las veladas familiares y de las confiterías decentes, hay una canallería trivial, un sabor de infamia que ni siquiera sospecharon los tangos del cuchillo y del lupanar."
Borges cita algo tremendo: "Los dioses no consintieron que Santos Chocano deshonrara el patíbulo, muriendo en él. Ahí está vivo, después de haber fatigado la infamia." Qué manera de complementar verbos habituales con sustantivos inesperados. Pero la infamia ni son los otros ni es propia de los otros. "¿Quién de nosotros, en materia de infamia, no arrojó su canita al aire?". Por ejemplo, enterrar a una familiar en camisón y presentarse así ante Dios.
La delación es "el peor delito que la infamia soporta", al que se sometió el propio Dios que al ser todos los hombres, fue Judas. Como infame es narrar la historia de una infamia eludiendo los detalles y sin petición de desprecio. Hay quien consigue la gloria por exhibir las debilidades que muchos esconden a los ojos de la amistad y del amor. Esa fama, subraya, se parece demasiado a la infamia.
El espía es un candidato certero a la infamia. Versifica Borges: "Abjuré de mi honor./Traicioné a quienes me creyeron su amigo./Compré conciencias./Abominé del nombre de la patria./Me resigné a la infamia." Entre los dones, puede estar la infamia y poetiza: "Le fue dada la nfamia.Dócilmente/estudió los delitos de la espada/ la ruina de Cartago, la apretada/ batalla del Oriente y del Poniente."
Los pícaros no son infames de origen sino jóvenes inocentes a los que el azar arroja a la costumbre de la infamia. La Inquisición ponía especial empeño en que la infamia se advirtiera en la coroza y el sambenito de sus condenados. No como la variada infamia del cáncer. Ni como la de Perón, el del régimen abominable, ese "largo espacio de infamia".
En fin, la infamia es un hecho moral porque es humanamente posible y su historia es la sucesión de una "serie de biografías criminales". La obra de Borges, de la que pronto se cumplirán 90 años, fue un regalo literario para la lengua española y conmocionó su uso cambiando para siempre el oficio de escribir. Luego vinieron otros que embanderaron la fantasía y la magia extraídas por el argentino que se creyó poeta y mostró ser un escritor de cuentos.
"Yo empiezo siempre por un personaje real, por un tema real, cada dos o tres páginas dejo de transcribir y empiezo a inventar. Sin saberlo, estaba abriéndome camino hasta ser un autor de cuentos, que es lo que soy esencialmente ahora, tanto que mis amigos me aconsejan que abandone la poesía y que vuelva a mi verdadero oficio, a mi verdadero destino, que es el de escribir cuentos", explicó una vez.
En lo que se refiere a infamias, se encuentran en sus versos y en sus cuentos. Si no han leído a Borges, empiecen por su Historia Universal de la Infamia y verán cómo puede ser de grave y condenable el infame abandono del español que sufrimos en nuestra propia nación ("recalcar las afinidades de nuestro idioma, no sus regionalismos", insistió), y cómo puede ser de provocativa, sorprendente y mágica la lengua común de tantos millones de seres humanos.
Contó Estela Canto, que le conoció mucho, que, para el gran argentino, la patria era una decisión aunque podía ser sentida como una fatalidad. Ojalá alguna vez los españoles decidamos ser lo que somos y abandonemos el mal hábito de considerarnos víctimas de un mal azar porque podemos ser lo que decidamos.
Borges dijo de Quevedo: "Nadie como él ha recorrido el imperio de la lengua española y con igual decoro ha parado en sus chozas y en sus alcázares. Todas las voces del castellano son suyas y él, en mirándolas, ha sabido sentirlas y recrearlas ya para siempre." Vale para él.
[i] Desde hace siglos existió la pena de infamia.
[ii] Así se refiere a los seis breves relatos incluidos en su sección final Etcétera, tampoco estrictamente originales, que en la primera edición sólo fueron tres. De los relatos de tema no original cita incluso sus fuentes.
[iii] Minarquista es un anarquista templado por el liberalismo que desea la mínima presencia del Estado en las vidas de las personas hasta que sea posible su desvanecimiento histórico
[iv] De Perón no podía decirse el nombre en público tras el golpe militar que lo derrocó.
[v] Con ese nombre se conoció al régimen cívico-militar que depuso a Juan Domingo Perón en 1955.
[vi] "Osseta" era la presunta raza de Stalin situada en Georgia pero diferente de la georgiana.
[vii] Ósip Mandelstam escribió los Cuadernos de Vorónezh poco antes de morir confinado en Vladivostok en 1938
[viii] Sobre la Historia Universal de la Infamia como literatura hay libros enteros y artículos. Hay estudios incluso sobre sus prefacios. Véase el de Óscar Montanaro Meza.
[ix] Asbury, Herbert, Gangs de Nueva York. Bandas y bandidos de la Gran Manzana, 1800-1925
[x] Lunfardo, de "lombardo" (ladrón) es una jerga del Río de la Plata, "jerga artificiosa de los ladrones" afirma Borges.
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