Pedro Sánchez, Almodóvar, Bardem y otros chicos de la subvención
Incluso el rey de la mentira necesita de unos bufones que le mientan a él. Allá donde en Almodóvar hay postureo, en Bardem hay fanatismo.
Nada más producirse el brutal atentado de Hamás contra civiles indefensos israelíes, la tropa habitual de miles de artistas de izquierdas salieron a protestar enérgicamente contra… Israel. Con los cuerpos todavía calientes de los asesinados y con cientos de secuestrados torturados y violados por los terroristas islamistas, los intérpretes Tilda Swinton, Charles Dance, Steve Coogan, Miriam Margolyes…; los directores de cine Michael Winterbottom, Mike Leigh y Asif Kapadia…; las escritoras Marina Warner, Jacqueline Rose, Gillian Slovo y Courttia Newland…; los poetas Hugh McFadden y Anthony Anaxagorou…; los artistas Nan Goldin, Tomás Saraceno, Mark Leckey, Peter Doig, Laure Prouvost, Anthea Hamilton… elevaban su voz para denunciar "la violencia contra todos los civiles, independientemente de su identidad, y pedimos que se ponga fin a la raíz de la violencia: la opresión y la ocupación". Ninguno de ellos, sin embargo, consta que se haya plantado en mitad de Gaza para exigirle a los terroristas de Hamás que entreguen las armas y, sobre todo, los israelíes secuestrados.
No es que fuesen equidistantes entre los terroristas y sus víctimas, sino que culpaban a los israelíes de los ataques de los terroristas ("la ocupación"). Claro, era tan abyecta la carta que muchos de los artistas firmantes se retractaron inmediatamente. Es verdad, como les recordó Ricky Gervais en una ceremonia de los Globos de Oro, que la mayor parte de ellos son unos analfabetos funcionales que no han leído dos páginas en su vida. Pero incluso para los que consideran a John Lennon el más grande filósofo de la historia, por haber escrito ese pastiche cursi para unicornios que es Imagine, era demasiado no mencionar el brutal ataque de Hamás.
Ya entonces, los siniestros antisemitas disfrazados de pacifistas propalestinos empezaron a repetir lo de "crímenes contra la humanidad" y "genocidio". Al odio contra los judíos se suma el desprecio infinito hacia la verdad de los que están instalados en la guerra étnica y la posverdad. Es trivial que no hay ningún genocidio de los judíos contra los árabes o los musulmanes, fundamentalmente porque si eres árabe y/o musulmán donde vas a estar más seguro y con tus derechos más garantizados va a ser en el Estado de Israel, sobre todo si eres mujer u homosexual.
Por supuesto, Pedro Sánchez se unió a la ceremonia de la confusión, con una visita a Oriente Próximo que solo sirvió para dar alas a los fundamentalistas. Pero hay que tener en cuenta que Sánchez concibe la política más bien como una obra de ficción, como una performance artística, que como una actividad orientada al bien público, la verdad factual y la armonía ciudadana. Pedirle honestidad, rigor y respeto a la verdad a Sanchez es suponer que tienen algún compromiso con los principios éticos, la moralidad pública y el respeto a la realidad. Pero Sánchez se concibe como un galán cinematográfico con un público entregado a su fotogenia y su labia. Al modo en que Johnny Guitar le suplicaba a Vienna que le mintiese diciéndole que le quería, los socialistas le imploran a Pedro Sánchez que les mienta prometiéndoles que les va a decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
Pero incluso el rey de la mentira necesita de unos bufones que le mientan a él. En España estamos sobrados de aduladores de Sánchez a cambio de una subvención. Mientras que Javier Marías rechazaba cualquier galardón oficial porque consideraba que era para sinvergüenzas al servicio del poder, para parásitos de los gobiernos de turno que se involucran en juegos políticos por el poder, los privilegios y el estatus, Pedro Almodóvar representa paradigmáticamente el opuesto del novelista madrileño, siempre rondando a los poderosos tanto de las instituciones políticas como culturales, a sabiendas de que allá donde no llega su arte, una vez interesante desde la heterodoxia, llega su influencia personal, tan zalamero y servil como ahora ortodoxo y sumiso. Mientras que Javier Marías era la encarnación del crítico radical y constante de la clase política, fuese del color que fuese, Pedro Almodóvar es el representante más obvio, a fuer de patético, del artista que no duda en arrastrarse ante el que denomina sin rubor "Mr. Guapo", como si Sánchez fuese un chico Almodóvar más, aunque hablando con más propiedad habría que tildar a Almodóvar de "chico de Sánchez", dado que son artistas como él los que se convierten en marionetas, correas de transmisión y portavoces mediáticos del líder de turno del PSOE, una de cuyas sucursales en el escenario institucional es la Academia de Cine, como también es un tentáculo de Ferraz el Ateneo de Madrid. Por supuesto, también fue Almodóvar un chico de la ceja zapateril.
El caso de Bardem es diferente porque en su caso sí que hay un poso político auténtico, aunque igualmente mefítico. Allá donde en Almodóvar hay postureo, en Bardem hay fanatismo. Almodóvar es un hipócrita sumiso al poder establecido y el statu quo, mientras que en Bardem nos encontramos con el peligroso radicalismo del sectario. Al pedir la misma consideración penal para Netanyahu y para Hamás, en realidad está jugando al relativismo obsceno de los que ponen en la misma balanza a las víctimas y a los verdugos. Porque Bardem lo que trata de ocultar con su equidistancia es que si los palestinos están muriendo en Gaza es porque Hamás los usa como escudos humanos y como carne de cañón contra la legítima pretensión israelí de recuperar a los secuestrados, que están siendo violados y torturados, además de asegurar sus fronteras para impedir que vuelva a suceder un atentado. Con su actividad terrorista, tanto Hamás como Hezbolá en el Líbano no están haciendo sino poner más clavos en el ataúd de las esperanzas palestinas de tener algún día algo parecido a un Estado propio, aunque fuese como autonomías dentro de Jordania y Egipto, países musulmanes que no quieren a los "hermanos" musulmanes porque saben que están contaminados de la alienación islamista y la violencia fundamentalista que constituye la marca de la casa de las franquicias de Irán y Catar en Oriente Próximo.
Del mismo modo que en los años 30 del siglo pasado, los denominados Comités Antifascistas no eran sino marionetas del totalitarismo comunista, con miembros como Octavio Paz que participan de buena fe ingenua pero engañados, otros como Pablo Neruda eran concienciados secuaces del terror bolchevique. En la actualidad, es la alianza de vileza entre simulacros como Sánchez e impostores como Almodóvar la que traza el horizonte de los que se mueren por comprar publicidad mediática para ocultar la corrupción y la mendacidad y los que matan por un puñado de premios en festivales internacionales. La campaña de propaganda contra los judíos en particular y contra la verdad en general no se veía desde tiempos de Goebbels y Münzenberg. Como entonces, las palabras que más se usan son "paz", "justicia social", "solidaridad entre los pueblos" y "progresismo". Como entonces, las realidades que patrocina la alianza del crimen ideológico son la dictadura, la opresión, la mentira y la muerte.
Por muchas chaquetas rosa que vista Almodóvar pretendiendo que sigue siendo un joven rebelde intempestivo, por muchos sermones que dé Bardem aprovechando que le ponen delante un micrófono, y por mucho que Sánchez se crea realmente que es guapo, bueno y progresista, lo cierto es que como en los años 30 la verdad, la ética y el compromiso está del lado de los que como André Gide entonces se atreven a denunciar la corrupción socialista, el antisemitismo progre y el autoritarismo de izquierdas. Muchos años después, Octavio Paz confesó:
Gide fue maltratado y vilipendiado en el congreso, incluso se le llamó ‘enemigo del pueblo español’. Aunque muchos estábamos convencidos de la injusticia de aquellos ataques y admirábamos a Gide, callamos.
Hoy, la plana mayor de la intelectualidad y el artisteo de izquierdas sigue callando. Es su sino.
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