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Agapito Maestre

La soledad de Israel

Es imposible tratar la cuestión judía escondiéndose en la distinción formal entre el antisemita y el perseguidor del Estado de Israel

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El 7 de octubre de 2023 el Estado de Israel sufrió un ataque terrorista de tal magnitud y crueldad que se ha convertido en un Acontecimiento singular para la filosofía, o sea para el Saber. Igual que el pensamiento cambió después de Auschwitz, como dijera Adorno, el ataque de Hamás del 7-O transformará las formas intelectuales de abordar el mal. Este Acontecimiento también fortalecerá determinados pensamientos que en la historia del Estado Israel fueron cuestionados. Sigo manteniendo, en efecto, que es imposible la crítica, eso que se llama el pensamiento crítico, sin enfrentarse al llamado "problema judío", o sea, a la pregunta y a las variadas respuestas que ofrece la inmensa cultura judía de nuestra época al resto del mundo. Esa cultura, por fortuna, tiene un cuerpo político propiamente judío: el Estado de Israel. Ya no puede abordarse la cuestión judía sin el Estado de Israel. Este Acontecimiento ha venido a ratificar que el hombre antisemita y el tipo que niega el Estado de Israel son una y la misma cosa, y viceversa.

Hannah Arendt estaba en lo cierto: "Aprendí algo al ensayar su respuesta a la pregunta qué es un judío", y lo acuñó en una frase: "Si a una la atacan como judía, tiene que defenderse como judía. No como alemana, ni como ciudadana del mundo, ni como titular de derechos humanos, ni nada por el estilo. Más bien: ‘¿Qué puedo hacer yo concretamente como judía?’. A lo cual sumaba, en segundo lugar, el propósito decidido de unirme a alguna organización por primera vez. Unirme a los sionistas, claro está, que eran los únicos que estaban preparados. No habría tenido sentido unirse a quienes se habían asimilado". En otras palabras, es imposible tratar la cuestión judía escondiéndose en la distinción formal entre el antisemita y el perseguidor del Estado de Israel. La existencia de un cuerpo político judío, de un Estado de Israel, fuerte, seguro y democrático hace posible la implicación de todos los judíos, como ha dicho Feldman, en un vigoroso debate político. Pues bien, después del 7-O, el Estado de Israel nos vuelve a interpelar a todos los hombres libres. No valen escapatorias de almas bellas: o defendemos Israel o somos proclives a justificar el terrorismo.

El odio al judío ha llamado la atención de los filósofos de todas las épocas. La nuestra no es una excepción. Inquieta a los filósofos y a cualquiera que estudie la condición humana. El antisemitismo, la desconfianza ante el judío, persiste en el mundo entero. Se ha expresado con especial virulencia en el último año. Al salvaje pogromo del 7 de octubre de 2023, otro intento de aniquilación del pueblo judío, el mundo ha respondido con más antisemitismo. He ahí el drama de Occidente. Cuando no se ha alentado la barbarie de esa acción criminal, se ha mirado para otro lado. La justificación del mal radical ha sido la tónica dominante. He ahí el "espíritu" de una época dominada por el fanatismo y la crueldad. Mostrar exactamente eso, ese espíritu maligno, dominante en nuestro tiempo, es lo que pretende el filósofo francés Bernard-Henri Lévy en su libro La soledad de Israel.

Lévy descubre con inteligencia y pasión, y muchos conocimientos sobre la situación política internacional, la novedad, la terrible novedad, que nos ha traído el pogromo del 7 de octubre de 2023. La crueldad y vesania de los asesinatos de ese día marcarán un antes y un después en la historia de la infamia contra los judíos. Es un parteaguas en la historia universal de la infamia. Este Acontecimiento, siguiendo al filósofo Reiner Schürmann, tiene el poder histórico de instaurar una nueva era. Lévy logra mostrar de modo sobresaliente en este Manifiesto, naturalmente a favor de la supervivencia del Estado de Israel, que el mundo entero está implicado en esa terrible matanza. Quizá la más terrible después de la Shoá. La carnicería del 7 de octubre de 2023, acompañada por la captura de rehenes, no tiene precedentes por su magnitud, crueldad y manera de proceder. Lo imprevisible de ese "acontecimiento", permanecerá a lo largo de la historia. Algo inimaginable en una mente sana. Siempre habrá un "infrangible nudo de oscuridad", inexplicable, aún cuando creamos saberlo todo sobre una acción programada para exterminar a miles de seres humanos.

El acontecimiento del 7 de octubre ha provocado tres grandes convulsiones. El primer latigazo ha afectado al centro del alma judía. Israel está obligado a ir a la guerra, porque es atacado por todos los frentes (Gaza, Hezbolá, grupos yihadistas de Cisjordania, Irán, los hutíes de de Yemen, Siria y las milicias chiés de Irak). Es una cuestión existencial. El 7-O trajo un terrible mensaje: no hay lugar en el mundo en el que los judíos estén a salvo. El mal del 7 de octubre ha interpelado, en segundo lugar, a la conciencia de todos los que viven en otros lugares. Lo sucedido no ha dejado indiferente al resto de las naciones. El sufrimiento de los niños inocentes ha encogido el alma de millones de seres humanos: "Esas criaturas que son pureza, inocencia, una página en blanco que espera ser escrita por la vida… ¿Acaso esos bebés no son la prueba definitiva de la insoportable crueldad de Hamás?". La tercera sacudida del 7-O, si bien pensamos quién está detrás del mal, no es menos trágica. El mundo entero vio algo que no habría querido ver: Israel estaba más solo que la una para enfrentarse a China, Rusia, Irán, Turquía y el yihadismo.

Israel no es, después de ese Acontecimiento histórico, un peón ni nada parecido del mundo libre. Es solo un punto, un "foco, del que nacen una luz y una palabra sin las cuales algo del ser humano se perdería". El dolor y el sufrimiento provocados por el 7-O confirmará, en efecto, a quienes rezan en el mundo entero, porque Israel gane esta guerra.

La segunda parte de este Manifiesto, huelga decir que suscribo por entero su espíritu y casi todo su contenido, se refiere al negacionismo de la barbarie del 7-O. Borrar, sí, ese terrible suceso, casi en el mismo tiempo que se estaba dando, fue lo que añadió maldad a la maldad. En España mucho lo denunciamos a los pocos días esta perversidad. En estas mismas páginas recuerdo mis consideraciones contra algunas ministras del gobierno de Sánchez que se alineaban con una defensa fanática de Hamás. El gobierno de España no sólo no desautorizó la defensa que hizo de Hamás la ministra de Derechos Sociales, sino que guardó silencio. También denuncié que la mayoría de los medios españoles de creación de opinión pública se alinearon con la llamada "causa" palestina y negaban la singularidad criminal del 7-O. Pareciera que el tópico antisemita, llegué a decir, hubiera entrado en las venas de la prensa española sin solución posible. Como si la cosa no tuviera trascendencia política, los medios de comunicación no quisieron prestarle atención a la deriva criminal que va del maltrato al judío hasta su total eliminación. La prensa malvada y obtusa se reía del viejo apotegma de los cristianos viejos: "no podéis vivir entre nosotros como judíos"; tampoco prestan atención al paso posterior: "no podéis vivir con nosotros"; y, lo que es peor, no entendían lo que los nazis decretaron más tarde: "no podéis vivir". El último mensaje del 7-O no era otra cosa que la renovación de esa sentencia.

Los medios de comunicación españoles, como el Gobierno de España, no querían ver la singularidad criminal que traía el 7-O. La negaban. El hecho estaba delante de nuestros ojos, pero había que negarlo. Había que "reprimir, acallar, olvidar el alcance del crimen masivo, cruel y planificado del 7-O". España no estaba sola en este proceso malvado de negar lo evidente. Lévy pasa revista a todo tipo de negacionistas, especialmente norteamericanos y franceses, y deja con las vergüenzas al aire a Organizaciones No Gubernamentales (ONG) como Amnistía Internacional y Cruz Roja. Bravo. El coraje del Manifiesto se prueba en la denuncia concreta de instituciones y personajes, como Mélenchon y António Guterres; este último, secretario general de la ONU, aparece, y con toda razón, como un agente clave para invisibilizar a los prisioneros, difuminar a los muertos y relativizar el martirio de miles de judíos el 7-O. La organización ONU Mujeres, la UNESCO y otras similares han perdido por completo la poca ética que le quedaba a las Naciones Unidas. Consiguieron que el negacionismo funcionase bien, rápido y en tiempo real.

Y eso no es lo más grave, sino que se le pide a Israel que no haga nada, que no se defienda. Sí, "el 82 por ciento de los Estados del planeta le exigen la contención que jamás le pidieron a ningún otro Estado agredido y amenazado con ser destruido". "Aún no habían secado sus lágrimas", se queja con amargura Lévy, "pasado su duelo ni encontrado a sus cautivos. Aún había un padre que, habiendo enterrado a su hijo, iba de administración en administración para intentar recuperar su cabeza, de la que había oído decir que había sido vendida por 10.000 dólares en un mercado de Gaza, y ya se les exigía que dijeran cuál era su plan, su proyecto, su visión.. qué futuro imaginaban para un pueblo palestino cuyos dirigentes solo pensaban en aniquilarlos". Terrible. Tragedia sobre tragedia. Y, sin embargo, Israel saldrá adelante, sencillamente, porque Lévy está convencido de que la tragedia fue siempre griega, no judía. Israel sobrevivirá.

A dar razones sobre su pronóstico, en verdad, sobre el sentido del Estado de Israel para el mundo entero, dedica la tercera parte de su libro. ¿Por qué el Estado de Israel y no la asimilación? Porque es la mejor manera de que Auschwitz, como dijera Adorno, no se repitiera. Ahí está todo. Esta solución, sin embargo, no deja resuelto, al menos en términos intelectuales, el problema que en todas las épocas tuvo el el pueblo judío: la pugna entre el nacionalismo y el cosmopolitismo. El pueblo judío es una referencia imprescindible para saber de verdad, en carne viva, como he repetido varias veces, qué llevan adentro las palabras nación y cosmopolitismo ("ciudadano del mundo"). Obligados a vivir en la diáspora, quién podría dudarlo, los judíos han conservado su cultura, pero, además, han conseguido un Estado, y, en cierto sentido, se han cumplido las promesas de Yahvé. Los judíos tienen un Estado. Ojalá el Estado de Israel siga siendo compatible con la dispersión judía por el mundo. Ojalá el sionismo del siglo XXI sea capaz de recoger en términos políticos las múltiples propuestas intelectuales para que Israel siga siendo una nación de referencia del mundo libre y democrático. Y, sobre todo, ojalá el mundo democrático preste atención a las difíciles relaciones entre Israel y el país que alberga más judíos del mundo, EE.UU.

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