El marxismo, una religión sin Dios
El marxismo necesita tanto al cristianismo como lo odia, aunque lo quiere destruir como contramodelo.
Extracto de El marxismo, una religión sin Dios, de Víctor Miguel Pérez Velasco, doctor en Psicología y ex secretario Federal del Partido Sindicalista, escisión del CNT, donde militó hasta que decidió marcharse durante su incorporación en Izquierda Unida.
Algunas contradicciones entre marxismo y cristianismo
Nuestra hipótesis es que el marxismo se está sacralizando o lo ha concluido ya, motivo que nos conduce a remarcar la importante conexión con el cristianismo, ya sea directa e indirecta. La relación del marxismo con el cristianismo es paradójica. Por un lado, ha necesitado de él para existir, pero por otro lo rechaza y lo combate de forma radical y sin ambigüedades. El marxismo necesita tanto al cristianismo como lo odia, aunque lo quiere destruir como contramodelo. En buena medida, le imita y depende de él en demasiadas cuestiones. En esta relación entre el odio y la necesidad, el marxismo exhibe su vocación religiosa no teísta y su vínculo inevitable con el cristianismo, del cual procede.
Los motivos de los marxistas para odiar y admirar al cristianismo son varios. Veamos los tres principales móviles para el odio: primero, el origen del marxismo se desgaja del humanismo cristiano; segundo, el cristianismo es percibido como un competidor cultural y social; y en tercer lugar, es un adversario activo ante las propuestas sociales, económicas y morales marxistas. Pero, aunque a regañadientes, los marxistas admiran e imitan a los cristianos al menos en otros tres aspectos: por su eficacia proselitista; por su implantación social y por su estructuración jerárquica, lo que deviene en una sólida implantación de más de 2.000 años en el mundo, y con más de 2.300 millones de creyentes. Por estas tres razones el marxismo, en cualquiera de sus versiones, socialdemocracias, socialismos y comunismos, exhiben una cristianofobia fácilmente detectable.
Pero el mejor ejemplo de la incompatibilidad entre marxismo y cristianismo, en especial con el catolicismo, se encuentra en la reacción del papa León XIII y su encíclica Rerum novarum, donde la Iglesia católica abordaba la cuestión obrera y escenificaba su rechazo hacia los movimientos sociales de mediados del siglo XIX en general y del marxismo en particular. Mediante dicha encíclica, publicada el 15 de mayo de 1891, el catolicismo se alejaba de cualquier presupuesto revolucionario en lo social y en lo económico. Además, marcaba distancias tanto con el liberalismo capitalista como con el socialismo en cualquiera de sus versiones, abriendo paso a la aparición de la democracia cristiana, lo que suponía una implicación de la Iglesia en cuestiones sociales y políticas. También proponía una nueva alternativa a las colectivizaciones propuestas por socialismos, comunismos y anarquismo o al capitalismo salvaje, el distributismo. Este movimiento, que el inglés converso Chesterton defendió con ahínco, era una nueva opción que combinaba la ética de la propiedad privada y la defensa de los pequeños propietarios frente a la producción en masa, pero tuvo una acogida desigual entre los diversos países católicos europeos. Lo fundamental de la Rerum novarum fue la afirmación de las diferencias teológicas entre el cristianismo católico y el marxismo político que MacIntyre defendía. Excluimos al liberalismo de esta pugna porque nunca tuvo pretensiones de ser una religión especialmente, por su culto al racionalismo. En otras palabras, una colisión entre dos religiones que querían andar diferentes caminos, sin un punto de encuentro posible, y con una ambición hegemónica compartida. Lo que realmente se buscaba desde la Iglesia católica como resultado final era frenar ideológicamente que el auge de las iniciativas socialistas, tanto marxistas como anarquistas, muy desarrolladas en Europa, continuaran avanzado sin oposición doctrinal, económica y social.
Desde una perspectiva estrictamente marxista, Alsadir MacIntayre, en su publicación Marxismo y cristianismo (2007), aporta una interesante conexión entre marxismo y cristianismo que no deja a nadie indiferente. En general, la tesis de este autor sería que el marxismo debería haber sustituido al cristianismo a tenor de las respuestas incompletas que esta religión tradicional habría dado, según él, a las demandas de las sociedades cristianas. Esto supondría que el marxismo y su trasfondo filosófico, social, moral y económico, estaría en condiciones de suplantar como religión, satisfactoriamente, a un cristianismo excesivamente conservador y obsoleto para con las exigencias de los nuevos tiempos. He aquí uno de sus argumentos:
Mientras que los pensadores de la Ilustración anhelaban un tiempo en el que la interpretación supersticiosa de la existencia humana representada por el cristianismo sería sustituida por una interpretación racional del hombre y la naturaleza, lo que ha sucedido de hecho es que el cristianismo —en la medida que ha perdido apoyo— en las sociedades industriales avanzadas, no ha sido sustituido por nada… Resulta más bien que las mismas preguntas se preguntan cada vez menos, y que en buena medida priva a los hombres de toda interpretación global de su existencia. (MacIntayre, 2007: 31).
Pero su línea argumental no se agota ahí, sino que proporciona nuevos y agudos argumento dignos de ser tomados en consideración, por ejemplo:
El marxismo no está, en modo alguno, en una relación de antagonismo frontal respecto del cristianismo, sino que más bien —y justamente por ser una versión de la versión secularizada de a teología cristiana que había hecho Hegel—, tiene muchos de los rasgos de una herejía cristiana. El marxismo está mucho más cerca de esto que de la incredulidad no cristiana. El marxismo es, en consecuencia, una doctrina con el mismo alcance metafísico y moral que el cristianismo, y es la doctrina secular posterior a la Ilustración que tiene semejante alcance… Más aun, el marxismo era y es una transformación del cristianismo que, como sucede con algunas otras herejías, daba motivos para reafirmar elementos del cristianismo que habían permanecidos ignorados y oscurecidos por muchos cristianos. (MacIntayre, 2007: 10).
Igual que el marxismo aprendió ciertas verdades del cristianismo, así el cristianismo a su vez ha necesitado y necesita aprender ciertas verdades del marxismo. (MacIntayre, 2007: 16).
Como puede apreciarse, MacIntyre aborda esta relación del cristianismo y marxismo desde una visión preferentemente filosófica y moral, pero al margen de los datos empíricos que hacen del marxismo un modelo de propuesta política acompañada de sufrimiento, sacrificio, dolor y empobrecimiento de las sociedades donde se ha aplicado de forma total y duradera. Además, insiste en reconocer que el marxismo es una religión que debería ser considerada por sus propios méritos, como la heredera del cristianismo:
Sería posible adelantar la tesis de que el marxismo es el heredero de algunas de las funciones del cristianismo, tanto en su sentido más débil como en su sentido más fuerte, de lo que yo pretendo hacer en este ensayo. La tesis más fuerte, que además es muy familiar, afirma que el marxismo es simplemente una religión, o al menos una teología, por más que sea una religión atea…La tesis más débil es sencillamente que el marxismo heredó algunas de las funciones de una religión, sin heredar nada de su contenido. Este ha sido ciertamente, el punto de vista de muchos marxistas… Así pues, el marxismo comparte en buena medida tanto el contenido como las funciones del cristianismo en tanto que interpretaciones de la existencia humana, y esto es así porque es el sucesor del cristianismo. (MacIntayre, 2007: 34-35).
Von Mises, en su obra crítica con el socialismo aporta una visión en buena medida discrepante a la defendida por MacIntyre. Para el autor germano, a pesar de las debilidades del cristianismo y su expresión occidental más potente, la Iglesia católica, el cristianismo y el socialismo (marxismo), difícilmente se pueden reconciliar y mucho menos que la primera sustituya a la segunda. Éste era el anhelo de Gramsci con su estrategia de sustituir en Occidente "el sentido común cristiano por el sentido común socialista para conseguir el consentimiento político de sus ciudadanos". Para Von Mises (2007: 429 y ss.) "la Iglesia solo es adversaria del socialismo cuando éste trata de imponerse sin contar con ella. Es hostil al socialismo realizado por ateos, porque minaría las bases de su propia existencia". Para tener este estado de opinión, continúa Von Mises, "la experiencia que ha tenido la Iglesia con el ateísmo de los bolcheviques en Rusia y con el anticristianismo nacionalista de los hitlerianos alemanes ha debido de inclinarla a comprender que no es el liberalismo, sino al contrario, los adversarios más resueltos de éste, quienes precisamente constituyen para ella el verdadero peligro… De este modo la evolución política ha aproximado a la Iglesia al liberalismo". El autor germano concluye su análisis sobre cristianismo y socialismo con una sugestiva conclusión que no debería dejar a nadie sorprendido cuando asevera que "en los escritos de los defensores de la fe se nota una comprensión creciente del programa económico del liberalismo y de los servicios que ha prestado el capitalismo a la civilización. Quizás se halle justificada la esperanza que el cristianismo y el liberalismo puedan trabajar juntos en la reconstrucción de la civilización que sus enemigos comunes han destruido" (Von Mises 2007: 430). En resumen, para este último autor el futuro del cristianismo no está vinculado a ninguna alianza con los socialismos en cualquiera de sus versiones, sino que se encontraría más cómodo aliado con las políticas liberales, como de hecho se está constatando en los últimos años, a pesar del escarceo fallido con el movimiento de la Teología de la Liberación.
Puede concluirse que, en la sacralización de ciertas ideas políticas en Occidente, el paralelismo del cristianismo con tales ideas, por diversas razones a veces paradójicas, fue en buena medida clave de la sacralización de algunas de ellas y en especial del marxismo, que se desgaja de esta religión tradicional, pero prescindiendo de su sentido teísta. No obstante, y a pesar de esa coincidencia parcial entre la moral socialcristiana y la socialista, los cristianos desconfían —basándose en la experiencia histórica soviética— del socialismo como punto de apoyo para la continuidad de sus iglesias, lo que acentúa sus contradicciones.
Si en el siglo XIX, una buena parte de los autores afines al marxismo apostaban por que éste sustituiría al cristianismo, lo que facilitó su ‘sacralización’, hoy en día las iglesias cristianas se sienten más seguras y protegidas en brazos del liberalismo.
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