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Agapito Maestre

¡Ganó Trump, sabemos qué pasará!

La ambigüedad calculada del izquierdismo totalitario ha sido derrotada.

J.D. Vance, junto a Trump. | EFE

La ambigüedad calculada del izquierdismo totalitario ha sido derrotada. Ha ganado la claridad de una idea: EE.UU. es un país de ciudadanos libres e iguales ante la ley. La idea de ciudadanía, lejos de obscurecerse con monsergas identitarias, ha vuelto a emerger como si fuera la primera vez que se presentaba a las elecciones presidenciales. Y ha ayudado, decir lo contrario sería mentir, la rememoración de algunos éxitos históricos del pasado. Sí, durante su anterior mandato en la presidencia de EE.UU, no hubo apenas guerras significativas en el mundo. Quizá ese hecho se convirtió en un motivo importante para que muchas personas votarán por Trump antes que por Harris. Otros muchos confían en que Trump acabe con la guerra de invasión de Rusia contra Ucrania; conseguirá, según sus seguidores, de modo rápido y eficaz una paz duradera. He ahí otro deseo compartido por millones de votantes de Trump que le han llevado a la Casa Blanca. Y, obviamente, millones de personas han entregado su voto a Trump por que ayudará sin reservas a Israel; más aún, se pondrán al frente de quienes luchan en el mundo contra el antisemitismo. Y nadie duda de que Trump negociará con los chinos, como antes negoció incluso con los de Corea del Norte, para evitar más conflictos bélicos en el mundo. Negociar, sí, negociar y negociar es hacer alta política. Es El arte de la negociación (sic).

Ganó Trump por mil motivos y unas cuantas razones, sin descartar nunca el odio al contrario de cualquier votante en el mundo entero, o sea, no se vota a alguien sólo por sus virtudes sino también por rechazo del contrario; la candidata demócrata generaba, en efecto, más repulsión que atracción, porque fue elegida en su partido tarde y de malas maneras y, por otro lado, nada demostró, durante su vicepresidencia, que justificara su candidatura a la presidencia de los EE.UU. Su ambigüedad calculada en temas centrales de la vida cotidiana, durante la compaña electoral, consiguió antes alejar que atraer a sus antiguos votantes. Las consignas del partido demócrata fueron tan ofensivas del ciudadano medio que muchos de sus partidarios se fueron a la abstención y, sin duda alguna, otros muchos cambiaron su voto al partido republicano. Es obvio que ese último dato, los millones y millones de votos que han pasado de los demócratas a los republicanos, demuestra con contundencia que la sociedad norteamericana no está polarizada y enfrentada como la presentan los medios de comunicación más afines a las consignas totalitarias del partido demócrata. Entre esos eslóganes propagandísticos hay uno que ha sido derrotado, esperemos que por mucho tiempo, con la victoria de los republicanos. Esa penosa, reiterativa y perversa frase, repetida incluso por los adversarios de Harris en el mundo entero, se refiere al enfrentamiento extremo y radical, al borde de la violencia, de dos opciones políticas. Falso. Sí, el "ideologema" de la polarización de la sociedad "useña", eje central del programa del partido demócrata para amedrentar a la ciudadanía más desarrollada moral y políticamente de USA, ha saltado por los aires hecha añicos con estos resultados electorales. El mapa electoral de EE.UU. es movible, o sea, no estamos ante una sociedad estancada en viejos prejuicios de derecha e izquierda, buenos y malos. Trump ha roto el maniqueísmo, sin duda alguna, totalitario —o conmigo o contra mí— de una sociedad incapaz de evolucionar… Hasta un condado que, desde 1892 votaba demócrata, ha cambiado su voto hacia el partido republicano: mire, querido lector, a Texas, también ahí "Trump ha marcado un hito, ganando el condado más hispano del país, Starr, con 16 puntos de ventaja sobre Harris". La "visión" de polarización, casi de guerra civil, entre los ciudadanos ha desaparecido, sobre todo si tenemos en cuenta los resultados electorales en Estados importantes, como Pensilvania, Georgia, Nevada y Arizona, donde antes ganaban los demócratas y ahora ganan los republicanos.

Trump, lejos de polarizar y enfrentar, atrae y reconcilia. Nunca se perdieron libertades en su anterior mandato. Potencia la libertad, porque pacta y logra consensos. Si le llaman basura a sus votantes, se pone el chaleco del camión de la basura. Si se meten con la empresas de hamburguesas más importantes de USA, se pone a freír patatas en McDonald… Eso no es populismo. Es la reacción lógica de un líder democrático contra quienes denigran a su pueblo, o sea, a todos y cada uno de sus ciudadanos sin importarle la raza, el sexo, los orígenes familiares o cualquier otra "identidad" contingente… Hace alta política. Defiende la ciudadanía. Jamás se ha escondido por vericuetos politiqueros. De mala ideología.

Deberíamos seguir buscando motivos y razones de esos resultados electorales, sin duda alguna, espectaculares, porque nos darían un mapa completo de los problemas más acuciantes de EE.UU. y sus repercusiones en el resto del planeta, pues que este país, a pesar de los pesares, sigue marcando las pautas y los derroteros por los que va el mundo. Y, entre esas razones, no me cabe la menor duda de que el liderazgo de Trump, como vengo manteniendo hace tiempo aquí, ha sido y es capital para entender estos resultados electorales. Dejen, por favor, de analizar a esta figura en términos "psicológicos", o sea, escondan en sus viejos "almarios" la pendejada: "coste que no me gusta Trump, pero…". El gran análisis político, desde Platón hasta Schmitt, pasando por Tocqueville, Weber y Ortega, es ontología o no es. Se habla y escribe sobre lo real o se dicen paparruchadas que acaban en la imbecilidad: "es mi opinión". Dejen ya de hacer el majadero.

Aunque sospecho que todavía habrá miles de obtusos "analistas" hablando de la mala imagen de Trump en el mundo, o sea de que es poco menos que un payaso y otras lindezas parecidas, Trump siempre demostró más inteligencia política que todos sus críticos juntos. Sí, ha ganado con holgura en todas partes, en voto popular y en votos electorales, en el Congreso y en el Senado, etcétera, pero aún tendremos que leer y escuchar el balbuceo "politológico", un pervertido ideologema, del partido demócrata sobre el rechazo que genera Trump. Es menester ser torpe intelectualmente hablando, y mala gente desde el punto de vista moral, para seguir repitiendo tal patraña. Combatámosla, porque seguirá persiguiéndonos, durante mucho tiempo, en todo tipo de tertulias esa terrible consigna del partido demócrata, comprada por la izquierda mundial y la derechona española sin puñetera idea de política: "Trump genera animadversión". ¡Imbéciles!

Trump, lejos de generar odio y violencia, enfrentamiento y conflicto innecesario, ha traído y trae exactamente lo contrario. Ha puesto en evidencia a la casta política mundial, porque él no es, nunca lo fue, el símbolo de la antipolítica sino de la genuina política. Ha demostrado, otra vez, su enorme capacidad de movilización entre sus bases y su extraordinaria habilidad para hallar votos y partidarios en ámbitos que tradicionalmente no eran republicanos. ¡Déjense, pues, de conjeturas ridículas y majaderías "contrafácticas" sobre qué habría conseguido un candidato más "centrista"! Trump ha ganado por su convicción en los valores de la sociedad civil. También en EE.UU. lo mejor está en la sociedad civil. Es el pueblo en acto, o sea, el ciudadano el protagonista de la política. Quizá por eso ha mejorado sus resultados en todas partes. Da igual que nos fijemos en el colectivo de votantes por diferencia de raza o sexo; por zonas urbanas o rurales; por el centro de las ciudades o por las afueras, en fin, por niveles de renta y ciudades… En todas partes ha crecido. Es obvio que los resultados son mucho mejores que hace cuatro años, aunque haya crecido la abstención, pero esto es otro cantar…

Sobresale una nota definitiva del liderazgo democrático que ejerce Trump en EE.UU. Nadie debería olvidarla para saber qué trae Trump al mundo civilizado. Ha sabido rodearse de los mejores. Destaca, sin duda alguna, el elegido para la vicepresidencia: J. D. Vance. He ahí una de las clave de su triunfo. En esa elección demostró, sin duda alguna, su inteligencia y pasión por hacer política, o sea, por reconciliar a una sociedad que está dividida por la casta política que no pretende otra cosa que "legitimar" sus intereses privados. La esposa de Vance, mujer inteligente y abnegada, sabía bien lo que decía, cuando aconsejo a su esposo con irónica inteligencia: "Vete con el enemigo". Ahí hallarás a tus verdaderos amigos.

Vance no es, como insisten todavía algunos compañeros de este periódico, la otra cara de Trump. No, amigos, no se confundan. Vance no sólo defiende lo mismo que Trump sino que a los dos los une una misma convicción. Ya sé, ya sé, uno es rico de cuna y el otro pobre de solemnidad por su familia, uno fue criado entre algodones y el otro tuvo que luchar hasta para ponerse un nombre (J.D.Vance), uno fue a universidades privadas y otro a públicas de segunda, uno apenas pasó por el ejército y el otro fue un marine en la guerra… Y, sin embargo, tiendo a relativizar la afirmación de que "la historia de Trump y la de Vance son lo más opuestas que pueden ser las historias de dos hombres blancos". Cierto es que la superficie que uno y otro pisan están en las antípodas. Los contextos, las circunstancias en las que se desenvuelven sus vidas, son muy diferentes, pero el fondo de la historia de estos dos hombres es casi idéntica: la superación constante del hombre por ser mejor en todos los ámbitos.

La claridad de esa idea en la mente de millones de votantes le ha dado la victoria al partido republicano de Donald Trump. En fin, dos libros les exhorto leer para saber qué ha pasado en EE.UU. con la llegada de Donald Trump. Uno lo ha escrito su vicepresidente, su título es Hillbilly, una elegía rural (Editorial Deusto), y el otro su esposa, se llama, simplemente, Melania, son las memorias de una mujer nacida en la antigua Yugoslavia y su llegada a EE.UU. Son dos historias personales, muy personales, hasta lograr ser ciudadanos ejemplares de un gran país.

¡Viva Trump, carajo!

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