La apocalíptica crisis del mundo actual
La estupidez contagia a una estulticia generalizada que no se detiene ante nada, además de demostrar a cada paso una gran iniciativa propia, lo que acaba envenenando y apoderándose de todo el tejido social.
Narcisismo y estupidez. De la "Democracy" a la "demoncrazy".
Se dice que cada día se lee menos. Dado el apresurado ritmo de vida de la sociedad, así como su cada vez más empobrecida situación cultural, esto parece ser algo lógico y comprensible. Hoy en día prima lo rápido, lo fácil, lo práctico, los valores materiales y, con ello, la vulgaridad, la decadencia, la superficialidad y la hipocresía, con los televisivos reality shows a la cabeza, una cabeza sin cerebro alguno. No hay que olvidar el nivel de los políticos de profesión, ese formato democrático del sufragio universal, cual degeneración de la original democracia presocrática y ateniense. Una democracy tantas veces degenerada en demoncrazy, o sea, en locura endemoniada. En ella, el ansia de fama, dinero y poder, los trillados valores de egos, tanto personales como políticos, cada vez más inflados y enfermos, se han apropiado de la concienciación del ser humano moderno, ese hombre en busca de un alma que tan bien definió Carl Jung, y el que todavía no la ha encontrado, o la ha perdido para siempre en nuestro cada vez más decadente mundo.
Para comprender cualquier enfermedad, hay que tratar de llega a su origen, a su etiología y etiopatogenia. Así, hoy en día, una grave patología llamada narcisismo ha logrado que la humildad sincera, la sabiduría y, con ellas, la totalidad del espíritu humano, hayan descendido vertiginosamente desde los cielos, como si fueran Luciferes reencarnados en su maligna soberbia. Desde ahí, han logrado infestar y dominar un mundo cada vez más agresivo, violento, deshumanizado, e incluso desalmado. A lo que se añade lo que en su día dijo, hace tiempo, el director de cine norteamericano Robert Altman sobre la sociedad de su país, el mejor ejemplo de los dos grandes pecados de la humanidad actual, como son el egocentrismo y el narcisismo: "Los Estados Unidos se dirigen hacia la estupidez total". A partir de ahí, la impositiva monetización y americanización de la cada vez más superficial vida en el hemisferio occidental, en sus imparables vorágines engullidoras de la vida, han arrastrado tras de sí ad inferos todos sus aspectos.
Un ejemplo paradigmático de esta situación "cultural" made in the USA, es lo que en su día publicó la revista Time: el hecho que tan solo a uno de cada seiscientos norteamericanos le suena el nombre de Tolstoi. Y únicamente uno de cada once mil de ellos había oído alguna vez el nombre del conde Vrosky, el personaje coestelar de la universal novela: Ana Karenina. Esto puede ser ignorancia social, pero aún no llega al grado de poderse considerar como estupidez innata. Otro ejemplo: un estúpido es el que, mostrando siempre una gran seguridad en sí mismo, sostiene que, a una pregunta directa hecha por este autor a un abogado de Nueva York, para él Dostoievski era un espía ruso y Goethe un conocido nazi. Como digo, estas barbaridades las vivió este autor en primera persona. De forma similar, a la pregunta de dónde está Italia o España, lo habitual es que un norteamericano medio conteste algo así como que Italia es un conocido barrio de Nueva York y que España está al sur de Méjico. Decir que uno no sabe dónde está Italia o España es ignorancia, pero contestar tales idioteces entra ya dentro del máximo nivel de estupidez e incultura imaginables. Algo parecido al narcisismo de un hortera absoluto, llamado Trump, que cree saberlo todo, incluso recomendando inhalar o beber lejía para curar el Covid. Mientras, sus opuestos, los sabios, aceptan humildemente que saben muy poco o, como Sócrates, que solo sabía que no sabía nada. Paradojas de la vida. La estupidez contagia así a una estulticia generalizada que no se detiene ante nada, además de demostrar a cada paso una gran iniciativa propia, lo que acaba envenenando y apoderándose de todo el tejido social.
De ahí que de la estupidez provengan todos los peligros impredecibles y desastres incontrolables. Esto ya lo sabía Buda cuando dijo: "El egoísmo, la codicia, el miedo, el mal y la infelicidad, todo proviene de la estupidez. Así, la estupidez es el peor de los venenos". Por lo cual, no hay posibilidad de salvación, presente ni futura, para algunas sociedades, por muy poderosas que sean o se crean. Por lo que basta con tener un 51% de estúpidos, incultos o malvados, para ganar cualquier elección basada en el sufragio universal. En esta tesitura, el voto del Dalai Lama y el de El Chicle valen exactamente lo mismo. Filosófica y políticamente inaceptable.
Publicado por primera vez en 1835, el profético libro de Alexis de Tocqueville, Democracia en América, nos previene sucintamente de algunos de los peligros para el ascenso de la naturaleza humana hacia el intelecto y el espíritu. Estos han sido reemplazados por un todopoderoso materialismo, lo que ha acabado por llevar al hombre moderno a no encontrar su alma hasta convertirse en un ser alienado hasta de sí mismo. El que ha llegado a perderse en el descendente purgatorio de una soledad cósmica maquillada por la tecnología y el éxito externo a cualquier precio. Estas son las orgullosas banderas e insensibles estandartes de ese falso y terminal Mundo Feliz, que nos adelantó Aldous Huxley. Sin ir más lejos, es este oscuro estadio de conciencia el que ha creado para sí conflictos y crisis difícilmente solucionables, incluso, como cercano ejemplo, en instituciones tan prestigiosas como Caja Vital de Vitoria-Gasteiz.
Valga la paradoja siguiente para resumir lo anterior: la vida humana genuina y verdadera se ha hundido en la superficialidad. También sucintamente, he aquí tres párrafos que resumen fielmente el, asimismo profético, libro de Alexis de Tocqueville, que ya en el siglo XIX nos previno sobre algunos de los peligros de ciertas formas de democracia para el alma y el espíritu humano:
- Sobre la buena vida: "La democracia estimula el gusto por la gratificación física. Si se torna excesiva pronto predispone a los hombres a creer que todo es solo materia, y al momento les llena con loca impaciencia hacia esas mismas delicias y/o recompensas; tal es el círculo vicioso al que las naciones democráticas son conducidas. Estaría bien que vieran el peligro y lo frenaran".
- Sobre la soledad: "La democracia no solo hace que cada ser humano olvide a sus antepasados, sino que también lo separa de sus contemporáneos y descendientes; devolviéndolo para siempre hacia dentro de sí mismo, amenazándolo con encerrarlo por completo en la soledad de su propio corazón".
- Sobre el dinero: "Los hombres que viven en tiempos democráticos tienen muchas pasiones, pero la mayoría de ellas acaban en el amor a las riquezas o proceden de él. La causa de esto no es que sus almas sean más estrechas, sino que en realidad la importancia del dinero es más grande durante dichos tiempos".
Acerca de otras limitaciones y contradicciones parecidas de la democracia escribe el gran filósofo Espinoza, aunque él mismo se declare demócrata en su Tratado político- religioso. Para este gran hombre de espíritu, el problema religioso y el político son dos aspectos de un mismo problema, lo que, por desgracia, sucede hoy en día tanto en algunos países árabes como en Israel.
Por el camino que conduce hacia la creciente idiocia social, la existencia se hunde progresivamente en una espiral descendente hacia un pozo sin fondo (¿el bottomoless pit o infierno bíblico?), al que se ve abocado por la ansiedad neurótica en la que tanto la civilización occidental como, por extensión y contagio, la oriental, han sucumbido irremisiblemente. El imparable avance de la tecnología, el prácticamente infinito poder del dinero, la tantas veces cruel competitividad, y finalmente, una banalidad que a veces se hace insufrible para cualquier conciencia sensible y desarrollada, mandan en un mundo inmisericorde, en una vida sin compasión alguna liderada por luciferes políticos, muchos de ellos salidos de la creación de esa feroz y conflictiva entidad conocida como "la política profesional".
En consecuencia, la resultante pérdida de sentido vital corroe por dentro y por fuera al ser humano actual. Mientras que, a este, su chivo expiatorio y víctima propiciatoria, lo vacía de su verdadero ser esencial, uno que está más allá de cualquier ego, viviendo su solitaria existencia en el elevado estadio de un espíritu místico y transpersonal. Una naturaleza y nivel de conciencia al que, por ahora, el sistema del trillado y agotado pensamiento único solo le permite mostrar su camino en un mundo a la deriva que manifiesta su creciente confusión psicológica y espiritual en un cada vez más peligroso, tormentoso y atormentado, océano psíquico.
El mundo del ego nació en Edén
Este ser moderno, todavía humano, aunque cada vez menos, vive una simbólica, pero al mismo tiempo, veraz y real, caída edénica, progresando imparablemente merced a sus trillizas cabezas de hidra del egoísmo, el egocentrismo y la egolatría. Merced a estas enfermedades del ego, se desliza hacia el oscuro vacío de un purgatorio, cuando no infierno emocional, arrastrado por su incurable y mortificador hedonismo narcisista. Dicha dinámica descendente ha convertido a nuestras sociedades en un pulular de seres progresivamente mecanizados y robotizados que cada vez se sienten más alienados, tanto de su propia vida como del medio ambiente, mientras tratan de engañar a su grave enfermedad y empobrecida naturaleza con mil falsos artilugios. El fin de todo ello es evitar por cualquier medio que el centro de su más verdadero ser no estalle irremisiblemente en mil astillas esquizofrénicas antes de ahogarse en las arenas movedizas de un crecientemente aterrador y moribundo Mundo Feliz de Huxley.
Para agarrarnos a una última esperanza, también es cierto que, como dijo Dante, al cielo no se llega sino a través del infierno o, de forma similar, y tal como nos enseñó Holderlin, la salvación está en el centro del mal. Sin embargo, antes de ver la nueva luz hay que superar la oscuridad del caos (Sri Aurobindo), para desde él lograr saltar, justo antes de ahogarnos, a un nuevo orden ascendido conocido como metacosmesis. Todo parece transmitir que, por sinuoso y difícil que se muestre el camino iniciático que unos pocos héroes han emprendido, aún existe una cierta esperanza para el ser humano en algún recóndito lugar de sí mismo. Ahí, en lo más profundo de nosotros mismos, nos espera un paciente y aún oculto rayo de luz espiritual que se halla a la espera de poder iluminar a una humanidad, que sigue erróneamente buscando su presente y su futuro en lo visible y lo externo, mientras las respuestas que tan desesperadamente necesita, al menos una gran parte de ellas, están ya escritas en el pasado y en su interior. Y es que lo esencial es invisible a los ojos, Saint-Exupéry dixit.
Hacia una sabiduría integral y universal para todos los seres y para todos los tiempos
La sabiduría es como una pirámide que hay que ir ascendiendo hasta esa cumbre que a lo largo de la historia únicamente unos pocos seres han logrado alcanzar. En su pico más alto es algo adual, es decir que, a ese nivel de autorrealización, clarividencia e iluminación, ya no hay más dualismos confrontadores ni ignorancia de nosotros mismos, y por ello tampoco sufrimiento, crisis o conflictos, pues ahí arriba todo es Uno. Por lo que, de igual manera, la sabiduría humana, en su más elevada consideración, también sea solamente Una. No es de extrañar por lo tanto que un pequeño racimo de seres elevados, que Abraham Maslow definió como autorrealizadores —ya fueran científicos, filósofos, místicos, literatos, artistas, e incluso, muy ocasionalmente, políticos—, parezcan llegar en su pensamiento y sentimiento a conclusiones muy parecidas sobre el sentido y significado que los seres humanos tenemos la oportunidad de descubrir, y aportar así a la vida, sea esta la personal, la social o la histórica.
Desde este último estadio se puede comprender que un Goethe, inspirado en un misticismo de extracción cristiana, acabe alabando como la religión más elevada la de la Naturaleza, algo que suena muy taoísta, cuando no panteísta o panenteísta. También que el cristiano Juan de la Cruz parezca un hermano gemelo filosófico del ateo pero, a su manera, muy religioso y búdico Schopenhauer. No es erróneo considerar al históricamente vilipendiado y malentendido Espinoza como adualista y advaitista, a Einstein y a Nietzsche como espinozistas —por sí mismos confesos—, a Tolstoi, Carl Jung y Hermann Hesse como cristianos y taoístas a la vez y, finalmente a nuestro añorado Raimon Panikkar como cristiano y budista simultáneamente. Entre un misticismo menos definido encontramos a ciertos científicos e intelectuales creativos, como Aldous Huxley, Krishnamurti, al taoísta Abraham Maslow, así como a algunos de los filósofos griegos precristianos, alcanzando hacia atrás en el tiempo a Plotino y Hermes Trimegisto en algún lugar del mismo sendero y ascenso hacia la cumbre de la unidad, lo trascendente y la coincidencia de todos los opuestos. Pues eso mismo significa la palabra misticismo: unión, fusión, trascendencia, embelesamiento, plenitud. Es decir: paz; esa paz a la que solo se llega después de haber confrontado y superado todas las desuniones y ambivalencias, según también nos enseña el mismo Buda. Un posicionamiento al cual el pensamiento único del racionalismo moderno ni siquiera tiene la capacidad de imaginar su existencia.
Según se eleva el espíritu hacia la cumbre de la pirámide de la sabiduría, en cierto modo parece mirar insistentemente no sólo hacia atrás, sino también hacia Oriente, para así poder beber de sus filosofías perennes y religiosidades aduales. Probablemente, trata así de huir como de la peste de los dualismos y enfrentamientos de unas religiones occidentales basadas en una deidad personal —llámese Dios, Yahvé o Alá— que a lo largo de su más que triste historia —salvo la de sus suprasensibles fundadores y místicos seguidores— se han propuesto dirimir entre ellas una guerra inacabable. Tres religiones con similares estrategias, como son la siempre rentable explotación del miedo, la sojuzgación, el dogmatismo, el prejuicio y el ansia de poder, para con estas armas alejar al hombre de su divino centro e interponerse día-bólicamente entre él y ese Espíritu Divino que es el verdadero fundamento de su ser. A este efecto, recordemos que la palabra diablo significa precisamente eso: separador. Un intento de separación del ser humano de ese centro vivo e intemporal, llámese conciencia o alma, Âtman o tao interior, que allá tan lejos-aquí tan cerca, se esconde en las profundidades de cada uno de nosotros mientras busca desesperadamente una rendija que permita vislumbrar un resquicio de luz y respirar un aire nuevo e impoluto para salir, por fin, de una oscura cueva de Platón. Un espíritu, temporal, trascendente, o ambos, que se dirige hacia una eternidad luminosa e intemporal. Tal vez hacia ese "instante que comprende todos los tiempos", como Ken Wilber ha definido la naturaleza de la eternidad.
Es probable que solo la llegada de un cambio ascendente y drástico de la conciencia global, la llamada metanoia, sea el único camino evolucionario, sin erre inicial, que ofrezca una posibilidad de salvación, tanto a nivel individual como global. Sobre todo, sin tener que esperar a una redención en cualquier vida futura, a la manera de las (¿trasnochadas?) religiones dualistas, sino incluso en esta existencia, en el Aquí y el Ahora. Una superación que al mismo tiempo nos ayude, como individuos y como civilización global, a salir de la actual espiral descendente de un apocalíptico mundo social-político-cultural-emocional y espiritual, un infierno que, de existir, probablemente solo existe en esta vida.
Queda una ligera esperanza. La de que el mundo se puede cambiar. Pero no sin tu ayuda.
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