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Pedro de Tena

Trump y la hipocresía política

¿Qué quiere hacer Donald J. Trump en realidad? No lo sabremos por sus palabras, ni por su programa explícito. Lo sabremos por los hechos.

Donald Trump le señala su asiento a Pedro Sánchez. | Atlas

Cuando me enteré de lo de la ardilla cancelada (o sea, sacrificada) en Nueva York por consentimiento de su alcalde demócrata, Eric Adams, de color negro, excapitán de policía y acusado recientemente de corrupción, tuve un presentimiento. La defensa de las mascotas que ha hecho Donald J. Trump, aunque haya sido colateral, ha sido decisiva.

Haber aludido a motivos burocráticos para ejecutar al animalito, Peanut, estrella por cierto de Instagram, impregnó el aire demócrata de Estados Unidos de un aroma a crimen en pleno acto final de las elecciones. Quién sabe cuánto influyó en ellas, si lo hizo, sobre todo por la demostración de la gran hipocresía que reina, y ha reinado siempre, en la política.

Si, como dijo Ortega, "el orangután es el hombre sincero", esto es, el primitivo o paradisíaco, que no ha aprendido a mentir, y la hipocresía es un bien que disminuye la violencia social y permite la convivencia (Óscar Wilde), ¿cómo pedir verdad, honestidad y decencia a los más peligrosos de los hombres, los políticos? Los peores de todos ellos son los que, ejerciendo la mentira y la hipocresía, acusan a otros de hacerlo. Es el caso abierto contra Trump-Vance. Los hipócritas son ellos, no los que les acusan.

Ni las encuestas ni los "Nostradamus" de campus ni los forofos –mucho menos los enemigos—, han acertado en nada, salvo Christophe Barraud, de Market Securities Monaco, que lo ha clavado pero cerca ya de la consumación. La imagen de un empate técnico y social entre Donald J. Trump y Kamala Harris ha sido desvanecida por las urnas de un plumazo, o mejor, del votazo de una nación cuya mitad, o casi, ya no vota.

Ojo con la deserción electoral masiva. Trump-Vance han ganado, sí, pero han perdido más de dos millones de votos respecto a las elecciones de 2020. Kamala Harris ha perdido alrededor de 14 millones, uno de ellos, óigase, en la demócrata Nueva York. Entre ambos candidatos apenas superan el 50 por ciento de participación.

De todas formas, no es sólo que el "ogro" caricaturizado de la izquierda la haya aventajado en sufragio popular real, algo que los republicanos no conseguían desde hace 20 años, sino que la ha vencido en la mayoría de los Estados, "bisagras" o no, en el Senado y seguramente en la Cámara de Representantes. O sea, un triunfo en toda regla.

Los autoproclamados "progres" españoles (y europeos) no entienden cómo un tipo rico, showman y superstar de la TV, patriota (America first), insurrecto, "xenófobo"[i] y autoritario a fuer de populista, con varios casos judiciales encima y decenas de delitos rodeándolo, es capaz de vencer en unas elecciones a la exfiscal de la izquierda woke Kamala Harris, la exvicepresidenta que tampoco lo entiende. Ni la derecha española ortodoxa lo comprende. Véase el informe anti Trump de FAES (del mismísimo José María Aznar) el mismo día de su victoria[ii]. Al parecer, lo real disgusta.

En todo caso, habrá que reconocer a Trump –este sí que resiste porque otros no resisten ni un ratito en una catástrofe—, que, como él ha anticipado en algunos de sus libros (cuando no los escribe él mismo menciona a su coautor[iii] y no usurpa ni plagia sus páginas), nunca tira la toalla. Precisamente así ha titulado otro de sus libros[iv]. "Cuando escucho la palabra ‘No’, ésta se convierte de inmediato en un desafío. Creo que lo imposible es, en realidad, posible muy a menudo si estás dispuesto a trabajar duro, y si eres consciente de que los problemas pueden pasar a ser oportunidades". Así lo resume.

Lo relevante del caso es que el NO que de la casta política woke en América, el NO de los partidos-amos de la declinante Europa, a derecha e izquierda, y el NO comunista bolivariano radical, no ha calado en sus votantes ni está influyendo demasiado en la política real, sobre todo en la internacional.

Artistas y escritores progres, "intelectuales" y mass media izquierdistas (con la excepción, atinada, de The Washington Post de Jeff Bezos), han dicho de todo sobre el "imbécil" Trump (Stephen King). Libros hay a patadas sobre su estupidez, su facherío, su incapacidad, su inclinación populista o su ilegalidad. Muy pocos lo defienden, siquiera algo. Ahí tienen los de Bob Woodward sobre su ración de odio, su rabia y su miedo o el de Corey Robin, sobre su mente reaccionaria, entre decenas.

Sin embargo, habrá que admitir que este bobo pérfido y antisocial ha sabido ganar democráticamente en este clima, lo que indica, al menos, que su conocimiento de la realidad social y política es superior al de sus enemigos, guste o no.

Tortas urgentes se han dado para reconocer su victoria a pesar de que le siguen llamando delincuente, (lo que tiene bemoles con Sarkozy condenado, con dos presidentes socialistas españoles, Manuel Chaves y José Antonio Griñán, condenados, con Zaplana condenado, con Sánchez cercado de imputados, con Boris Johnson como mentiroso parlamentario culpable…) a pesar de que la lista de políticos de renombre imputados, investigados y/o encarcelados es larguísima.

Unos ven en él un peligro escatológico pero muchos otros esperan de sus posibles políticas una solución estratégica para salvar algunos muebles occidentales de categoría: una China sin dispensas ni facilidades, una Rusia no agresiva, una África menos ruso-china-iraní, una India aliada, un Islam moderado (reformulación de los Acuerdos de Abraham), un Irán antiayatolás, un Israel potente para una Palestina estatal y pacífica algún día, una Europa más eficiente, leal, competitiva y autónoma, una Iberoamérica libre de la gran Colombia comunista y unos EEUU patrióticos con fronteras respetadas e instituciones no ocupadas por las grandes corporaciones y conglomerados del dinero y, por tanto, más centrados en la libertad real de sus ciudadanos. Eso y mucho más se espera. Tal vez sea mucho esperar.

Nadie puede imaginar qué hubiera sido de todo eso con una Kamala Harris que ha quedado como Sánchez en Paiporta (revisión oportuna del famoso "como Cagancho en Almagro", derechos de autor de Ignacio Ruiz-Jarabo). Ya saben que nada más conocerse su derrota en Georgia, su equipo anunció que la candidata demócrata huía de dar explicaciones a su partidarios reunidos en la Howard University, donde estudió y donde tenía el "cuartel" general. Ha tardado en reconocer su derrota y en felicitar a su puntillero.

Lo que a estas alturas hay que esperar es que Donald J. Trump, sin ataduras en Senado y Cámara de Representantes y con victoria en voto popular y Estados, cumpla lo que ha prometido y lo haga, eso sí, desde su idea de la negociación y del éxito. ¿Se sabe lo que ha prometido y qué valor tienen las promesas para él?

Respecto al valor de las promesas, hay que decir que las considera mucho, al viejo estilo de que la palabra vale más que la firma en un contrato. Lo cuenta en uno de sus libros cuando se refiere a las gestiones que tuvo que hacer para construir la Trump Tower sobre el cielo del vecino Tiffany en Nueva York . Para obtener la modificación de la ley de urbanismo y saber si contaba con los derechos de vuelo, habla de un "auténtico caballero, Walter Hoving, quien me aseguró que su palabra era sagrada. Punto". Y no es el único caso que menciona.

Respecto a su programa, digamos que para su aplicación cuenta con un Estado que tiene un gasto militar igual o superior al de todos los demás países juntos, con 14 de las 20 empresas tecnológicas más importantes del mundo (sólo hay en la veintena una taiwanesa, dos chinas, una holandesa, una alemana y una coreana del Sur) y con una proyección exterior que es el doble que la china, el triple que la alemana, japonesa o británica, el quíntuple que la de Rusia y seis veces la de Francia[v].

El programa prometido, pero, ¿y el desconocido?

¿Se conoce algún político que cumpla lo que promete en los programas que presenta? Para ello, hace falta controlar mucho, dentro y fuera de sus fronteras. Ese puede ser el caso de Donald J. Trump, que va a disponer de mayorías suficientes en todas las instituciones nacionales y de un poder indiscutido en el ámbito internacional, salvo por los enemigos históricos reales del Occidente agonizante. Pero del dicho al hecho, va mucho trecho.

Uno de sus objetivos es acabar con la inmigración ilegal. Hasta doña Ana Palacio llama a esto, inexplicablemente, xenofobia. Pero, ¿no es cumplir y hacer cumplir la ley? Preguntemos a los canarios, por ejemplo. Y no cedamos a la hipocresía barata, que el Muro de México de tres barreras fue empezado a construir por los demócratas y la Fiscalía en 1994. ¿Y quién erigió las concertinas en la valla de Melilla? Sí, sí, José Luis Rodríguez Zapatero, el amante de la dictadura venezolana.

Otro es el de imponer aranceles, sobre todo a China y a la Unión Europea, para proteger los productos industriales americanos, cuando menos. Pero, vamos a ver, ¿no fue Europa la que respondía a Trump en 2018 imponiendo aranceles a Estados Unidos sobre su aluminio y su acero, por no hablar de otros aranceles interiores bien dañinos? Y sobre China, ¿acaso China respeta algo en su afán de producir lo que sea y cómo sea? ¿Alguien se acuerda de cómo incumple las medidas de preservación del medio ambiente? De derechos humanos y libertades ni hablamos, claro.

Se llega a decir que Trump tiene en su agenda el abandono de Ucrania. Se oculta que lo que Trump dice realmente es que la OTAN debe ser pagada proporcionalmente por sus miembros pero que, en realidad, la factura más cara la paga Estados Unidos. O sea, que si la Unión Europea y los demás miembros de la OTAN quieren mantener esa guerra, tendrán que pagar su parte real. Hablar de la lucha por la democracia ucraniana con el dinero ajeno, se acabó. ¿Es tan perverso que Europa asuma su defensa militar, al menos mediante el pago de su importe?

Son ejemplos. Pero luego se verá el programa desconocido, el oculto. Más ejemplos. ¿Fue conocido el programa de Pedro Sánchez sobre el pacto con Podemos, con Bildu y con Puigdemont? ¿Cuál es el nivel de "patriotismo" ("aislacionismo" lo llaman) que Trump quiere alcanzar y a quiénes va a perjudicar o beneficiar? Véanse las bases americanas en España cuando su socio, libre de ataduras europeas, es Marruecos, al que además le unen los Acuerdos de Abraham, decisivos para la existencia de Israel, el control del petróleo, de la opción nuclear militar en Oriente Medio y la cirugía radical contra el terrorismo chiita y su alianza con Rusia y China. Ya lo dirán los hechos, que no los dichos.

La coherencia de la actitud negociadora de Trump

Es de lo único de que podemos estar seguros: Trump es un duro negociador. Incluso escribió un libro sobre ello cuando aún era muy joven: El arte de la negociación, al que ya hemos aludido y hace referencias a esa destreza en otro, El secreto del éxito. Para negociar con opciones de sobrevivir hay que saber lo que se quiere con toda claridad aunque, claro está, no se confiese jamás al contrincante.

Prefiero, con toda su gravedad, a unos Estados Unidos que negocian sabiendo lo que quieren que a una nación desorientada que no sabe dónde va porque está dejando de saber quién es. Y, al parecer, lo prefieren también los hispanos, cuyo voto ha sido decisivo en estas elecciones. Mejor esta USA que aquella que, en nombre de las grandes palabras libertad y democracia, se apoderaron de California, Texas, Cuba y Filipinas, entre otros trozos de tierras ajenas.

Las reglas de la negociación de Trump, expuestas por él mismo[vi], son claras:

Pondré un ejemplo doloroso. ¿Sabe España dónde va? ¿Qué quiere hacer con su capital de "hispanidad" en el mundo, o de iberofonía, si se quiere y como dice el Rey Felipe VI? ¿Cómo puede negociarse así con un Trump que sí tiene claro cuáles son sus intereses presentes y futuros? ¿Cómo negociar con una nación patriótica desde una patria descuartizada y con un Estado al servicio de unos depredadores amorales y partidistas?

La mentira es la fuerza principal que rige el mundo, como dijo J.F. Revel, y la verdadera política eficaz es la que es capaz de discernir lo que es verdad de lo que no lo es, porque la verdad existe. No hay otra. Acertar con las verdaderas intenciones del otro es la clave de la supervivencia. De ese modo, la gran política de cualquier Estado nacional serio es el arte de deshacer las mentiras de los enemigos reales.

¿Qué quiere hacer Donald J. Trump en realidad? No lo sabremos por sus palabras, ni por su programa explícito. Lo sabremos por los hechos. Irrumpe, de nuevo y ahora con más poder que nunca, en un mundo en el que las grandes corporaciones empresariales parecen dominar más que las viejas naciones, mientras que algunas de ellas, Rusia, China, Irán o Marruecos, por ejemplo, tienen clarísimo lo que quieren y a dónde van.

La mentira y la hipocresía son armas políticas. Pero mentirse a uno mismo, no tener claro lo que se quiere, es suicida. Lo esencial es que nosotros, España, sepamos qué somos, qué queremos y adónde ir. Si no lo determinamos, nos irá muy mal a pesar de ser una de las esperanzas posibles en el continente americano y Europa. Sólo así se negociará con Trump, y luego con J.D.Vance, ojo al parche, de manera inteligente.


[i] Seguramente no recuerdan que el muro antiinmigrantes ilegales de México (los primeros 600 kilómetros) lo aprobó y construyó Bill Clinton.

[ii] Cuando FAES lo acusa de populista y de que peligra la ayuda a Ucrania oculta que lo que dice Trump es que si Europa quiere seguir con la guerra en Ucrania, que la pague ella también. Cuando habla de Mr. Arancel no parece acordarse de cómo los han sufrido en Europa, y de hecho, la industria y la agricultura españolas, por aranceles de hecho de otras naciones.

[iii] Trump, Donad J. y Schwartz, Tony - El arte de la negociación, 1987

[iv] Trump, Donald J. - Nunca tires la toalla, 2008

[v] https://www.realinstitutoelcano.org/especiales/estados-unidos-2024/

[vi] Al final, en los apéndices del libro Nunca tires la toalla, se resumen tales reglas.

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