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Santiago Navajas

Trump es el peor, si exceptuamos a todos lo demás

En esta época de populismos de izquierda y derecha, el liberalismo está en hibernación y la socialdemocracia, muerta.

Donald Trump. | EFE

Creo que el apoyo a Bush se debe a que no queremos ser dirigidos por las pretensiones de la costa Este. Se trata de no querer que nos dirija gente que intenta imponernos su retorcido sentido de la moralidad, que no es moral. Eso ocurre constantemente, y hay un resentimiento real.

Tom Wolfe explicaba así a unos periodistas del tabloide socialista inglés The Guardian por qué apoyaba a Bush Jr. en vez de a Al Gore, a quien consideraba el mayor fraude científico entre los candidatos jamás presentados a la Casa Blanca. Para Wolfe, Gore era uno de los principales responsables de haber convertido el cambio climático en una industria, interesada en el alarmismo para extraer recursos de los estados y orientar la política científica e industrial hacia pseudosoluciones espurias y supersticiosas. A Zapatero le sacó casi un millón de euros (en esto se gastan los socialistas los impuestos) para distribuir en todos los institutos de España un DVD en el que Gore detallaba mentiras, medias verdades y disparates sobre el calentamiento global reconvertido en apocalipsis climático. Donde Wolfe escribía "Bush", pongan ustedes "Trump" y entenderán buena parte de lo ocurrido en las elecciones actuales en EE. UU.

El ahora cancelado Errejón escribió el prólogo de un libro de un académico progre titulado La superioridad moral de la izquierda. Que Errejón, acusado de abusos sexuales y drogadicto confeso, se erigiera en un campeón de la moralidad nos recuerda que debemos desconfiar de quienes presumen de ella. Además de Errejón, tenemos a otros como el papa Francisco, Charles Manson y Ted Kaczynski (más conocido como "Unabomber").

Tras la victoria de Trump, resulta interesante una frase de Errejón en dicho prólogo:

Ninguna experiencia revolucionaria ha construido hegemonía en torno a la identidad "izquierda" —si lo comparamos, por ejemplo, con la identidad nacional o, en menor medida, la de clase—, pero eso no impidió que la izquierda se sulfurara.

En el fondo, sospecho que nadie admira más a Donald Trump que Errejón, quien ve cómo Trump logró con la identidad nacional ("Make America Great Again") algo similar a lo que la izquierda posmoderna ha intentado hacer con identidades líquidas como el género o la racialización, abandonando el concepto clásico de clase que definió a los socialistas del siglo XX. Pero, claro, cómo unos pijos gentrificados que citan a Tony Gramsci pero frecuentan más a Johnny Walker pueden pretender hacerse pasar por obreros y trabajadores…

Errejón también es un exponente de un fenómeno lingüístico peculiar: los izquierdistas han dejado de hablar en español o inglés, y ahora hablan en "politiqués". Una asesora del Partido Demócrata explicaba en CNN:

No somos el partido del sentido común… Dejen de hacer alarde de virtudes y hablen a la gente como si fueran personas normales… Hasta que hagamos eso, deberíamos dejar de culpar a otras personas por nuestros propios errores.

El sentido común es discutible, pero es indiscutible que el sexo es binario, que la energía nuclear es una energía limpia y que el crecimiento económico es preferible al decrecimiento empobrecedor; estos son algunos de los puntos en los que discrepa la izquierda posmoderna, negacionista de la ciencia y adicta a simulacros intelectuales de figuras como la feminista queer Judith Butler y el racista antiblanco Ibram X. Kendi.

Bernie Sanders, el demócrata marginado por su partido para imponer a dos mujeres-cupo, también lo expresó claramente:

No debería sorprendernos que un Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora descubra que esta lo ha abandonado a él. Mientras los líderes demócratas defienden el statu quo, el pueblo estadounidense está enojado y quiere un cambio. Y tienen razón.

La Nueva Derecha de Trump, JD Vance y Marco Rubio ha abandonado el liberalismo de libre mercado y proponen proteccionismo, política industrial, un salario mínimo más alto, etc. Es decir, populismo económico, algo que también busca la izquierda aunque con hipocresía y victimismo. Por otro lado, y como ha reconocido el propio Pablo Iglesias, en política internacional, Biden y Harris continuaron el marco que había establecido Trump al trasladar la embajada de EE. UU. a Jerusalén, una medida mencionada por otros presidentes pero solo concretada por Trump.

Ese atrevimiento, frente al apoyo de Obama al régimen iraní y a grupos como Hamás (televisiones públicas afines a la izquierda, como la BBC, se niegan a calificarlos de terroristas), ha llevado a que intelectuales musulmanes como Amjad Taha se manifiesten claramente a favor de Trump:

Ayer comenzó una nueva era. Por eso todo Oriente Medio celebró la llegada de Trump a la presidencia. Un Estados Unidos fuerte debilita a los radicales islamistas en Irán, Gaza, Líbano y Sudán. En 2025, se producirá una mayor normalización de relaciones, como en el caso de Israel, y los Hermanos Musulmanes serán prohibidos en todo el mundo.

Una característica importante es que la victoria de Trump significó la derrota de los medios hegemónicos, convertidos, al igual que las principales universidades, en panfletos orwellianos al servicio del "wokeísmo". The New York Times y The New Yorker, exponentes culturetas del racismo inverso y la ideología de género que domina la mente socialista posmoderna, fueron barridos en las calles de Nueva York, mientras que el New York Post, único gran periódico que apoyaba al candidato republicano y que fue censurado en la época de Twitter pre-Musk, celebraba con Coca-Cola.

La derrota de los grandes medios, al servicio de los clichés de la izquierda, fue posible gracias a "mavericks" de la comunicación en Internet como Joe Rogan, cuyo podcast es el más escuchado y casi fue cancelado por sectarios como el cantante Neil Young, y Elon Musk, un fundamentalista de la libre expresión cansado de la censura políticamente correcta en Twitter. Musk, sin pensarlo dos veces, compró la red social, de la que Trump había sido expulsado, para darle un giro liberal que está horrorizando a la izquierda. El Festival de Cine de Berlín ha anunciado que abandona la red social. Sin duda, Instagram y Tiktok le vienen mejor al cine propagandístico que patrocinan los berlineses. Tanto Rogan como Musk habían sido simpatizantes del Partido Demócrata, pero horrorizados por la deriva "woke" de la izquierda, le dieron la espalda a quienes defienden la mutilación infantil en nombre de la ideología de género y promueven el antisemitismo desde instituciones antes prestigiosas como Harvard.

Tom Wolfe concluía diciendo a los progresistas de The Guardian que "La élite progre no tiene ni idea". En realidad, es peor: "élite progre" es una combinación de contradicción en los términos, analfabetismo pedante y nihilismo moral. En España, además de los sanchistas, tenemos esa peculiar combinación de hipócritas socialdemócratas que se declaran antisanchistas pero también antitrumpistas, muy común entre los líderes del PP. En comparación, hasta alguien como Donald Trump aparece como una versión testosterónica de Ronald Reagan. No olvidemos que quienes ahora tachan a Trump de nazi llamaban fascista a Reagan. Y si Reagan era fascista, es porque aquellos que nos negamos a seguir el discurso izquierdista somos considerados enemigos de sus dogmas. Trump y Milei son los nuevos Reagan y Thatcher de los 80, aunque más conservadores y menos liberales; claro que, desde entonces, la izquierda ha alcanzado niveles de delirio ideológico, negacionismo científico y actitudes inquisitoriales a la altura de Foucault apoyando a Jomeini y Toni Negri huyendo de Italia acusado de terrorismo

En esta época de populismos de izquierda y derecha, el liberalismo está en hibernación y la socialdemocracia, muerta. La culpa es nuestra, y también lo será la responsabilidad de una posible resurrección. Pero eso es otro debate.

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