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Pedro de Tena

Marco Rubio, hispano y republicano, contra la decadencia de Estados Unidos

Rubio ha escrito varios libros. Uno, su autobiografía que tituló Un hijo americano y publicó en 2012.

El senador republicano Marco Rubio. | Wikipedia

Podemos considerar que el futuro gobierno de Donald J. Trump lo componen 21 personas por ahora. 13 de ellas han escrito uno o más libros, algunos muy famosos, como el de J.D. Vance, que ocupará la vicepresidencia de los Estados Unidos. Su Hillbilly elegy, traducido al español como Elegía americana, fue adaptado para la gran pantalla con el título Hillbilly, una elegía rural, que puede verse en Netflix y que obtuvo un Óscar y la nominación de Glenn Close como mejor actriz de reparto en 2020. De hecho, fue un bestseller reconocido por The New York Times.

Otro de los altos cargos del gobierno Trump es el que será Secretario de Estado, Marco Rubio, nacido en Miami de padres inmigrantes que huyeron de la dictadura castrista. Abogado, y senador por La Florida desde 2011, es un político de larga trayectoria que obtuvo su primer cargo en la Cámara de Representantes de su Estado en 2002. De origen cubano, su padre era "mesero" de banquetes (camarero) y su madre, luego dedicada a su familia, trabajó en un hotel y en una fábrica de sillas, cerrada ahora.

Rubio ha escrito varios libros. Uno, su autobiografía que tituló Un hijo americano y publicó en 2012. En su dedicatoria consta esto: "Agradezco a la comunidad cubana en el exilio por recordarme diariamente el valor de la libertad y la independencia." Quien desee saber más de su vida personal y política debe emprender su lectura y, por cierto, tiene traducción española y un gran acompañamiento fotográfico.[i]

El último, muy relevante, publicado en 2023 y que aún no ha sido traducido al español, lo ha titulado en inglés Decades of decadence. How our spoiled elites blew America´s inheritance of liberty, security, and prosperity. Puede traducirse como "Décadas de decadencia. Cómo nuestras malcriadas élites arruinaron la herencia de libertad, seguridad y prosperidad de Estados Unidos".

De hecho, tras dedicarlo "a mis padres, que vinieron a Estados Unidos y vivieron el sueño americano, y a mis hijos y a su generación, por quienes lucho todos los días para asegurarme de que no lo perdamos", el libro comienza con una cita del gran intérprete de la decadencia del Imperio Romano, Edward Gibbon, en la que subraya la inconsciencia que mostraron las élites romanas sobre su propio destino. Toda una declaración de intenciones.

Ya me advirtió Agapito Maestre que Rubio comenzaba el libro mencionando a Hegel, fenómeno que a los filósofos y aspirantes nos sorprende y nos anima. Y así es. El libro comienza demoliendo la tesis de Francis Fukuyama, que el de Florida considera hegeliano. Para este autor, la historia habría llegado a su fin con la consagración de las democracias liberales como único horizonte político de futuro tras la caída del Muro de Berlín y el descrédito del comunismo y de todo totalitarismo.

Y saca consecuencias: "En pocos años, la sensación de que la historia había terminado cambió la forma en que los responsables políticos estadounidenses pensaban sobre nuestro lugar en el mundo. En lugar de trabajar para asegurar que Estados Unidos mantuvieran su fuerza interna y su posición como la superpotencia dominante del mundo, nuestros líderes promulgaron políticas que pusieron a este país en un camino de lento e inevitable declive".

Esto no estaba en el libro original de Fukuyama. Por eso remacha: "El resultado son niveles sin precedentes de apatía y sentimientos antipatrióticos, especialmente entre los jóvenes. Nuestras élites decadentes han llegado a creer que las cosas que solían importar — la naturaleza humana, el patriotismo y la comunidad— ya no importan. Creen que la era de los conflictos globales ha terminado, y que el único trabajo que queda por hacer es sentarse, enriquecerse y criticar sin cesar nuestra historia".

Es más, es que ni el comunismo desapareció de China[ii] ("incluso a medida que China se integró más en la economía global, en gran parte gracias a la ayuda de Estados Unidos, su gobierno se volvió aún más opresivo, memento Tiananmen), ni de Cuba ni de Rusia ("Vladimir Putin no aceptó la caída del imperio al que había servido durante dieciséis años con el tranquilo encogimiento de hombros que se espera de hombres como él. No avanzó ni se sometió a un gobierno democrático liberal") sino que comenzó a extenderse por África y Sudamérica, como en Venezuela, Brasil, Colombia, Bolivia y Argentina, entre otros, con diferentes modalidades.

En las últimas décadas, una élite globalista se ha empeñado en desmoronar las mejores tradiciones de Estados Unidos debilitando a una nación que le parece demasiado religiosa, atrasada ideológicamente e imperialista. Pero, mientras tanto, Rusia invadió Ucrania para restablecer su imperio, China pretende suplantar a Estados Unidos como la superpotencia preeminente del mundo e Irán quiere disponer de armas nucleares para "actuar con impunidad en el escenario mundial".

Mientras tanto, en Estados Unidos se pierden empresas, fábricas y empleos. Ya no basta el salario de un solo miembro de la familia para asegurar el bienestar de todos. El Ejército no cumple su misión. Las nuevas drogas, fentanilo, que vienen de China y entran por la frontera de México, destrozan a las familias y a las comunidades. Todo esto dice y lo corrobora con datos contundentes.

Sube el costo de la energía por la presión del ala izquierdista sobre el clima y la energía "limpia" y se enseña a los niños que "Estados Unidos no es más que una nación de piratas construida sobre el principio de la supremacía blanca." De ese modo, hasta China ha dicho que EUU carece de autoridad moral para exigir el respeto a los derechos humanos gracias a la izquierda norteamericana y sus acusaciones de racismo y discriminación entre otras.

Estas élites han extendido la idea de que "Estados Unidos es una nación malvada y que no hay nada bueno en nuestro país por lo que valga la pena luchar" y no dejaron una patria más fuerte que la que heredaron viendo, como vieron, el ascenso de China y sus aliados. Enviaron "nuestra economía" al resto del mundo y pusieron las política de identidad y género por encima de las familias, las comunidades y el orgullo nacional. La democracia se plegó a una tecnocracia de expertos y se debilitaron las instituciones.

No, no ha habido fin de la historia sino que la historia ha regresado, pero necesita una nueva dirección. El "progresismo", sobre todo marxista, conduce al desastre económico e institucional, ignora la realidad internacional y desata por soberbia intelectual guerras culturales internas. Es por ello que el hispano y republicano Marco Rubio se plantea que es preciso un cambio radical que representa el movimiento "Hacer a América grande de nuevo" (MAGA) que lidera Donal J. Trump.

He tenido la impresión de releer a un viejo militante socialista o socialcristiano cuando Rubio destaca que "como resultado, los oligarcas estadounidenses de ambos partidos políticos se han vuelto históricamente ricos y se han alejado más de la vida estadounidense…La decisión de rescatar a las instituciones financieras en octubre de 2008 reveló la desastrosa desconexión entre las finanzas y la economía real…y hasta qué punto los empleos, los ahorros y, en última instancia, las comunidades de los trabajadores estadounidenses están sujetos a un juego de números abstractos en Wall Street y en todo el mundo corporativo de Estados Unidos."

No es que los bancos sean perversos como dicen los socialistas americanos (Bernie Sanders) sino que la influencia financiera se ha hecho superior a lo debido: "El corazón palpitante del capitalismo estadounidense siempre han sido las empresas que fabrican cosas. Los héroes del capitalismo estadounidense son los empresarios-fabricantes, las personas que innovan y crean algo, desde los propietarios de pequeñas empresas hasta los líderes corporativos que sienten la obligación de invertir en Estados Unidos".

Incluso conmueve cuando cuenta los efectos de la crisis de 2008 sobre las clases medias y bajas: "Al final, el gobierno concedió rescates históricos a Wall Street y no hizo nada por los millones de estadounidenses que sufrieron como resultado de la arriesgada manipulación de las finanzas estadounidenses por parte de Wall Street. No importaba qué partido estuviera a cargo." Lo sufrió en la propia hipoteca sobre la casa familiar.

Y apuntilla: "Cuando la crisis terminó, los principales bancos de inversión recibieron miles de millones de dólares para salvarse, mientras que las personas cuyas hipotecas habían negociado no obtuvieron nada. Estas eran las mismas personas que pronto perderían sus empleos en la recesión que siguió a esta crisis, y que lucharían durante años en medio de la recuperación económica más lenta en la historia de nuestra nación". Claro y terriblemente veraz.

La idea de un capitalismo del bien común

Una de las ideas más clarificadoras de cuál es el significado del trumpismo entre los trabajadores y sectores populares es la que Rubio llama "capitalismo del bien común", mejor aún, capitalismo del bien común nacional. El socialismo es lo peor porque no asigna bien los recursos, trata de controlar las vidas, rentas, salud, educación y porque conduce a regímenes autoritarios.

Pero el capitalismo sin trabas, tal como se ha entendido, tampoco es adecuado para la mayoría de los ciudadanos de un país. "El capitalismo es el mejor sistema económico que jamás se haya creado", pero pocos creen que sea perfecto. "Los capitalistas deben preocuparse por la salud y los valores de una nación, no sólo por sus ganancias finales", explica Marco Rubio.

Y añade: "Pienso en el capitalismo de la misma manera que pienso en el fuego. La civilización humana no podría existir sin el fuego. El fuego es algo importante y bueno. Pero no es un bien absoluto. El fuego desbocado es destructivo. El fuego hay que atenderlo y cuidarlo. Lo mismo ocurre con el capitalismo. El capitalismo debe ser cuidado por capitalistas que prioricen el bienestar de sus trabajadores, la fortaleza de sus comunidades y la salud de su nación. El capitalismo debe ser cuidado por trabajadores que entiendan sus obligaciones de trabajar y contribuir responsablemente a nuestra nación".

Las inversiones en industrias claves para el bien común nacional no pueden obedecer a las meras reglas del mercado (pone por ejemplo las "tierras raras", claves en el futuro tecnológico), pero en ellas, como en otras áreas, "Estados Unidos siempre debe retener no sólo la capacidad nacional, sino también el liderazgo mundial." Esto es capitalismo sí, pero con sentido nacional.

Rubio tiene en mente el ascenso de China, la presencia rusa y el peligro iraní de manera especial. A lo largo de todo el libro, se analiza detalladamente cada uno de esos obstáculos para la viabilidad futura de Estados Unidos, pero, por razones de espacio, prefiero centrarme en su idea de la "guerra cultural".

La guerra cultural

Fue Barack Obama, señala Rubio, quien dio paso a esta guerra con su obsesión por definir quién, qué y cómo debe ser el Otro. La definición demócrata de quién es el Otro es sencillamente el que no es liberal (en sentido americano) o demócrata. Lo acusa de no comprender la ruta que conduce al futuro, sólo visible y evidente para los demócratas. O sea, Obama declaró la guerra cultural a la mayoría de los americanos que no pensaban como ellos, desde las armas a la religión, desde el matrimonio gay al aborto, desde la inmigración incontrolada al cambio climático, el debilitamiento internacional o el tamaño del Estado.

Lo que los demócratas de Hillary Clinton creían era que la suma de sus minorías identitarias iba a conformar definitivamente una gran mayoría para siempre jamás. Pero no vieron que cuando "llegaran los inmigrantes hispanos, en muchos casos después de meses de huir de las dictaduras socialistas en sus países de origen, no se desviarían hacia el Partido Demócrata, sino más bien hacia el que siempre había apoyado un gobierno más pequeño y más libertad personal, y advirtió contra un cambio social radical repentino impuesto desde arriba."

"Los partidarios del nuevo orden mundial liberal se habían embarcado en una campaña histórica y unilateral para rehacer los Estados Unidos de América a su imagen progresista y casi marxista", remarca Rubio. Y contagiaron con ese espíritu a muchos miembros de élite del Partido Republicano. Es más, parecía que ambas élites directoras estaban de acuerdo en condenar la disidencia en torno a su agenda global.

El patrón de conducta política se extendió a los países europeos. "Primero, los activistas de la izquierda radical establecen una regla dura sobre un grupo que ahora, según ellos, merece un derecho constitucional especial que antes no existía; luego, presionan al presidente para que anuncie su apoyo a esa regla; luego, por último, etiquetan a cualquiera que no se suba a bordo de inmediato como intolerante, racista o alguna otra frase woke que conlleva la amenaza de cancelación inmediata." Y cómo no, median sentencias de una Corte Suprema controlada por no elegida. Seguro que nos resulta familiar.

Es el fin de la igualdad, cree Rubio, que diferencia agudamente entre socialismo (control de la economía) y marxismo (control de toda la vida) porque no se trata ya de eso, sino de introducir la desigualdad. "De acuerdo con esta nueva clase de marxistas estadounidenses, debemos aprobar políticas que no traten a todas las personas como iguales, sino que hagan de la raza (u otras identidades) un factor primordial en nuestra formulación de políticas." Esto es, la igualdad no se consigue sino con la desigualdad. Cabalgando contradicciones, dirían algunos.

De hecho, los seguidores del marxismo son pesimistas antropológicos. "La gente, en su opinión, necesita ser controlada, y necesita ser controlada por un pequeño puñado de personas que son mejores, más inteligentes o más morales. Porque si no controlas a las personas, obtendrás resultados desiguales. Las personas acumularán riqueza, se discriminarán unas a otras y no asignarán los recursos de la manera adecuada." Para ello usan las escuelas, los artistas, los intelectuales y lo que sea. Gente no adoctrinada, pues, es gente peligrosa.

Pero la irrupción de Trump, un nuevo Reagan, fue decisiva porque, además de desafiar culturalmente las imposiciones woke, defendía los intereses de los norteamericanos de a pie, sobre todo, los asalariados. "El Partido Republicano se convirtió en el partido del trabajador estadounidense, y el Partido Demócrata se convirtió en el partido del financiero estadounidense e influencer de TikTok", liquida Marco Rubio.

Libro clarificador que aporta realidades sólidas y explicaciones convincentes de por qué Trump ha ganado holgadamente las elecciones y por qué las élites demócratas de Kamala Harris, siguen sin entenderlo. Curiosamente, el lector español se sorprenderá de lo mucho que se parece lo ocurrido en Estados Unidos con administraciones demócratas a lo que ha sucedido en España desde la mutación del PSOE con Rodríguez Zapatero a la cabeza. La diferencia es que aquí aún estamos en un proceso incierto y allí las urnas ya han sentenciado.


[i] Otro, de la misma editorial, Harper Collins Publishers, se tituló Sueños Americanos: Restaurando las oportunidades económicas para todos

[ii] Se refiere Rubio a genocidios silenciados en Occidente como el de comunidades musulmanas y/o étnicas que son obligadas por centenares de miles a vivir en campos de concentración dirigidos por el Partido Comunista Chino.

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