Franco y yo
A lo mejor este intento sanchista de derribo de la reconciliación nacional nos devuelve, por reacción, a la orteguiana aspiración de una España como proyecto sugestivo de vida en común.
Cuando digo Franco, digo Francisco Franco Bahamonde, general en jefe del ejército vencedor de nuestra Guerra Civil y Jefe del Estado Español hasta su muerte en 1975. Pero cuando digo yo, no me refiero sólo a mí mismo sino a los pocos jóvenes que, cuando aquél murió en la cama sin el más leve peligro de derrocamiento por parte de la oposición política, teníamos entre 20 y 30 años y nos creíamos en posesión de verdades tan evidentes e inmutables como las del Movimiento Nacional.
La inmensa mayoría, como en nuestros días, mutatis mutandis, iba al fútbol, a Misa, a las ferias, a las playas, a ligar en los guateques, al trabajo, en España o fuera, o al Colegio, o los Institutos o la Universidad. Esto es, la juventud que yo conocí o era entusiasta de Franco, mucha, o era indiferente a todo potingue político, tal vez incluso más, o no lo era del todo pero no querían arriesgar, no sé cuánta, pero poca.
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