El Papa y Cuba
La visita de Juan Pablo II a Cuba despertó encontrados sentimientos entre los demócratas cubanos que, en el exilio o en el interior, luchan contra la última dictadura comunista del hemisferio occidental. En tanto que algunos temían que la presencia del Papa en La Habana, luciéndose junto a Fidel Castro, sirviera a éste para adquirir una aureola de respetabilidad de cara a la comunidad internacional, otros, teniendo en cuenta el importante papel jugado por el Pontífice en favor de la resistencia de Solidaridad contra el régimen comunista polaco, pensaban que la visita serviría para fortalecer la movilización democrática contra una dictadura que acaba de celebrar su cuarenta cumpleaños, la más larga que haya conocido América Latina en este siglo.
Son aquellos quienes acertaron. Pero, probablemente, ni siquiera los más escépticos respecto de esta visita entre los opositores cubanos pudieron imaginar el enorme provecho que de la visita de Juan Pablo II a Cuba sacaría Fidel Castro. La operación resultó un éxito diplomático y de relaciones públicas para la dictadura en toda la línea, y, lo que es todavía más lamentable, sin que aquella tuviera que hacer la menor concesión importante, sólo pequeños gestos carentes de toda significación de medio alcance.
A diferencia de lo que fueron sus claros pronunciamiento en contra del totalitarismo marxista cuando visitó los países del Este europeo en pleno auge de la Unión Soviética, el Pontífice mostró una notable discreción política respecto a la naturaleza del régimen cubano, limitándose, en sus presentaciones públicas, a vagas y abstractas alusiones a la libertad -que el educado Comandante en Jefe aprobó, aplaudiendo con simpatía ante las cámaras. Y, en cambio, fue de una claridad y contundencia rotundas al condenar el embargo de Estados Unidos a la isla y pedir que se levante, por el daño que causa a los cubanos de a pie. De modo que, ante la prensa, la opinión y los gobiernos del mundo entero, quedó flotando la sensación de que el impacto político principal de esta visita fue la solidaridad de la más alta autoridad católica con el empeño del régimen castrista de que cesen las abusivas presiones del todopoderoso Estados Unidos contra una indefensa y empobrecida islita del Tercer Mundo, y su apoyo a la tesis castrista de que todos los problemas económicos de Cuba resultan, no de las políticas estatistas y colectivistas del régimen, sino de las agresiones y el acoso estadounidense. ¡Un verdadero regalo del cielo para Fidel!
El Sumo Pontífice hizo llegar al Jefe Máximo una lista de cerca de cuatrocientos detenidos en las cárceles cubanas, por cuya suerte intercedió. El amable anfitrión dijo que tomaría en cuenta esta gestión, por razones humanitarias. Y, en las semanas siguientes, en efecto, un puñado de aquellas personas, elegidas principalmente entre las que servían penas por delitos comunes, fueron liberadas y expulsadas de la isla. Pero ni uno solo de los disidentes políticos conocidos, ni los encarcelados por su valerosa defensa de los derechos humanos -pisoteados cada día por el régimen sin el menor embarazo- figuraron entre los favorecidos por la generosidad del Comandante en Jefe. De entonces hasta ahora, según las estadísticas de organizaciones como Amnistía Internacional y America's Watch, el número de detenidos políticos en la isla, en vez de disminuir, ha aumentado ligeramente.
¿Han obtenido algunas ventajas, en razón de la visita papal, los católicos que viven en Cuba? Ellos han sido siempre minoritarios, pero, pese a ello, fueron severamente acosados por el régimen castrista, que cerró los seminarios, expulsó a todos los religiosos extranjeros, y puso múltiples trabas al culto católico. Sólo los sacerdotes y creyentes alistados en una militancia anti-imperialista y revolucionaria -seguidores de la Teología de la Liberación- fueron bienvenidos en la isla en las últimas cuatro décadas. Al parecer, gracias a la visita del Papa, algunas de estas trabas han sido suavizadas, se ha reabierto un seminario, y se permite, aunque vigilada por los Comités de barrio de Defensa de la Revolución, una discreta actividad parroquial. Pero la Jerarquía no ha obtenido el derecho a tener una estación de radio propia que reclamaba, ni programas televisivos, ni una publicación diaria. De modo que, incluso en este específico dominio de la acción pastoral e institucional, los logros de la visita de Juan Pablo II resultan también mínimos.
En cambio, para el régimen cubano, la visita de Juan Pablo II ha significado que todos los gobiernos democráticos del mundo occidental, incluido el de Estados Unidos, hayan renunciado de manera que parece definitiva a ejercitar cualquier presión en favor de la democratización de Cuba. Por el contrario, todos se esfuerzan ahora por emular a Juan Pablo II en su buena disposición para evitar herir la exquisita sensibilidad del Comandante en Jefe, sin mencionar siquiera esos feos temas como son el millón y medio de exiliados cubanos, o el inmutable verticalismo político del régimen castrista, que sigue sin tolerar la menor crítica, sin abrir el más pequeño espacio para la oposición, y que continúa con su política de reprimir sin misericordia a los activistas de derechos humanos que se atreven a abrir la boca. Estos temas, se diría, han pasado a ser tabú.
Ahora se trata sobre todo, para las democracias avanzadas, de capturar una cabecera de playa económica, en una isla a la que el hambre ha llevado a subastarse a sí misma, aprovechando el embargo que la Casa Blanca mantiene a regañadientes (pero, sin duda, no por mucho tiempo más) para ganarles el futuro mercado a los maniatados empresarios norteamericanos. ¿Qué importa que esta política constituya un balón de oxígeno que alarga un poco más la existencia de la moribunda revolución castrista y las miserables condiciones de sus víctimas? Como es evidente que el régimen no durará un segundo más que lo que dure Fidel Castro, conviene "posicionarse" desde ahora, estratégicamente, para ganar bazas sobre los futuros competidores cuando Cuba sea una sociedad abierta.
España ha tomado el liderazgo, o poco menos, en esta política de acercamiento al régimen cubano con miras al postcastrismo. El gobierno de José María Aznar, que inició su gestión con una clara posición principista de apoyo a la democratización y de distancia crítica frente a la dictadura, luego de la visita del Papa, en un volteretazo espectacular, ha pasado a vivir una suerte de idilio apasionado con el régimen revolucionario, que, en la práctica, ha superado el celestinazgo con la tiranía cubana que propició el anterior gobierno socialista. Pero éste, al menos, no recibió a Fidel Castro en la Moncloa, ni le envió a los Reyes en visita oficial, como ha anunciado que hará el gobierno popular, al cumplirse los cuarenta años de régimen castrista.
El argumento con que los gobiernos de los países democráticos justifican esta actitud es el nulo efecto que ha tenido la política de confrontación con La Habana mantenida por Estados Unidos (lo cierto es que el famoso embargo jamás se aplicó: sólo Estados Unidos lo mantuvo y Cuba pudo siempre comerciar con todos los otros países del mundo). Con su visita y sus discursos en la isla, el Papa Juan Pablo II ha dado su bendición al nuevo sistema: ayuda humanitaria y fomento de inversiones en la isla, para levantar los ínfimos niveles de vida en que han caído los cubanos, y, al mismo tiempo, muy discretas gestiones con el Comandante, que, apelando a su humanidad y compasión, vayan atenuando los rigores de la represión y abriendo pequeños agujeros en la muralla totalitaria por donde circule un poco de aire libre.
Pobres cubanos: primero, los gobiernos civiles y elegidos de los países latinoamericanos los traicionaron, oponiéndose en nombre de la "solidaridad continental" a toda acción de hostigamiento internacional que pudiera debilitar a la dictadura y obligarla a evolucionar hacia la democracia (política que tuvo excelentes resultados en Sudáfrica o Haití); luego, las democracias avanzadas decidieron que comprarse Cuba podía resultar una buena inversión a largo plazo, aunque ello significara apuntalar a Fidel Castro; y, ahora, nada menos que el ocupante del trono de San Pablo -¡un Pontífice conocido como el más anticomunista de la historia!-, guiado sin duda por las más nobles intenciones, ha puesto su granito de arena para alargar por unos cuantos años más (¿cuántos más?) la interminable agonía del pueblo cubano.
Número 1
Reseñas
Retratos
El rincón de los serviles
- La libertad intelectualFederico Jiménez Losantos
- El Papa y CubaMario Vargas Llosa
- Las mentiras del 98José María Marco
- El caudillo ChávezCarlos Alberto Montaner
- La cultura amortizadaJavier Rubio Navarro
- Hay que cerrar el FMIIan Vásquez
- Prohibido jugar con dinamitaAleix Vidal-Quadras
- Crisis ¿qué Crisis?Lorenzo Bernaldo de Quirós
- La libertad como naciónGermán Yanke
Despues de argumentar que la lucha armada era la salida para América latina en el '67, la "tortilla" se dió vuelta y ahora (y hace los años que tiene este artículo y aun más atrás...) clama contra los gobiernos democráticos izquierdistas apoyados por sus respectivos pueblos, puestos en el gobierno por ellos, y defendidos por ellos mismos. Lo único que queda claro es que Vargas Llosa prefiere desconocer la realidad política de nuestra América y de paso le da la espalda a esa América indígena que lleva en su sangre pero que le duele reconocer como propia. Parece que le encantaría ser europeo o estadounidense. Pero es latinoamericano, mal que le duela. Y así como a él le duele ser latinoamericano a Latinoamérica le duele que él lleve sangre indígena pero que con sus hechos y pensamiento la niegue. ?
este articulo es una mierda y punto todos a favor de la una sociedad comunista, pa lante?
Señor Mario Vargas LLosa, le ruego tenga la bondad de enviarme a mi correo su e-mail. Le tengo tres notas que, opino, pueden interesarle. Mi tel en Paita. Piura 073-612539. ?