La Tercera Vía
En los últimos tiempos, la llamada Tercera Vía está de moda en toda Europa y, por supuesto, en España. El País-Aguilar acaba de publicar un libro con ese título, firmado por el primer ministro británico, Tony Blair. Este se une a una larga lista de títulos británicos que con mayor o menor fortuna han abordado este tema y a la espantosa costumbre de los políticos de intentar siempre dejar su "huella" teórica. Asimismo, la estrategia de centro reformista planteada por el presidente del gobierno español, José María Aznar, se interpreta en amplios sectores de la opinión como una expresión, esta vez desde el centro-derecha, de ese mismo fenómeno. Si se leen con un mínimo detalle las ponencias del Congreso del PP, el aroma tercerviísta lo impregna todo. El centro-derecha español se siente más cómodo con las suaves formas del centrismo que con las más aguerridas del thatcherismo o del reaganismo. A la vista de la actitud de los socialistas españoles, el partido de Aznar parece ser el homólogo del New Labour en lugar del Old PSOE.
La búsqueda de una vía intermedia entre dos puntos del espectro político ni es una novedad ni ha significado siempre lo mismo. En la Europa de la post-revolución francesa, el liberalismo doctrinario aparecía como una tercera vía entre la reacción y el radicalismo. En la de finales de siglo, el corporativismo católico se ofrecía como un punto medio entre el capitalismo y el socialismo y, en la de entreguerras, los movimientos fascistas se definían como una alternativa al decadente demoliberalismo y al comunismo. En la historia reciente de España, la UCD, el centrismo, fue un intento más de esa misma naturaleza y, además, una muestra de la tendencia degenerativa que suelen padecer este tipo de enfoques en las sociedades democráticas: la indefinición constante, la búsqueda enfermiza del consenso en todo y para todo y la falsa vieja idea de que la verdad siempre está en el justo medio. Ahora bien, en todos esos proyectos centristas, domina un componente ideológico sobre los demás: por ejemplo, el liberalismo en los doctrinarios y el estatismo en el corporativismo o los fascismos.
Ese último punto es muy importante ya que, en la práctica, la esencia de la tercera vía se reduce a una cuestión: cómo se interpreta y se gestiona desde la izquierda y desde la derecha el consenso ideológico o las ideas dominantes existentes en una sociedad. Estas suelen ser el resultado de la actuación de políticos de oferta, es decir, aquellos cuyas ideas desafían aspectos básicos del statu quo político, cultural, social y económico vigente en un momento determinado, logran la aceptación de sus propuestas por la mayor parte de la población y de esta forma dan lugar al nacimiento de un nuevo consenso o paradigma, que condiciona durante un largo período de tiempo los contenidos de las ofertas programáticas, de las fuerzas políticas, con vocación de convertirse en gobierno. A esta categoría pertenecen entre otros Franklin D. Roosevelt, De Gaulle, Reagan o Thatcher. En este contexto, los políticos de la tercera vía siempre son administradores, más o menos competentes, de un consenso forjado por las ideas de otros. Por ello, la bondad o maldad de sus actuaciones dependerá de la bondad o maldad de las ideas dominantes, ya que son gestores de la opinión, no creadores de ella.
Por otra parte, en las democracias, las ideologías casi nunca logran imponer la totalidad de su ideario. En este sentido, todos los regímenes son mixtos y en ellos conviven y se plasman visiones distintas sobre la organización social, económica y política. En este contexto, el tema fundamental es cuál es el componente principal de la mezcla, el núcleo central de ideas alrededor del cual los partidos con vocación de mayoría articulan sus programas. Desde el final de la II Guerra Mundial hasta las dos crisis del petróleo (1973-1979), el consenso en la mayor parte de las democracias occidentales se tradujo en la concesión de un papel preponderante al estado, materializado en elevados impuestos, una intensa regulación de la actividad económica y el desarrollo de un ambicioso Estado de Bienestar. El estatismo era el paradigma imperante y la derecha ofrecía como tercera vía una alternativa entre la socialdemocracia y el socialismo real. Curiosamente fue otro primer ministro británico, el conservador Harold Macmillan, quien teorizó esa opción en su libro The Middle Way (Londres, 1938), título idéntico al ofrecido a la imprenta por Blair casi medio siglo después. Entonces, el objetivo del líder tory era el mismo que el del líder del Labour ahora: renovar el discurso de su partido, aceptando lo esencial del paradigma dominante.
El derrumbamiento del socialismo real y la crisis de la socialdemocracia han desplazado el consenso hacia los principios del liberalismo, es decir, hacia la conversión del mercado en el principio básico de articulación del orden social. Ahora, la cuestión no es cuánto mercado sino cuánto Estado. Este fenómeno es independiente del color político de los gobiernos. De la misma manera que, durante décadas, la derecha aceptó la sustancia de los planteamientos estatistas para llegar al gobierno, la izquierda de finales de siglo se ve forzada a asumir la base del discurso liberal si desea alcanzar el poder y mantenerse en él. Este hecho lo refleja el libro de Blair con una precisión extraordinaria. Parodiando a sir William Harcourt, cuando escribió hace casi un siglo: "Hoy todos somos socialistas", Blair podría decir "Hoy todos somos liberales".
Los programas socialdemócratas comenzaron a implantarse en una economía europea destruida por la guerra, en pleno boom de natalidad y bastante cerrada al exterior. En ese entorno era posible crecer y, a la vez, desarrollar ambiciosos programas sociales con una presión fiscal y una intervención estatal crecientes, ya que los costes de esas iniciativas sólo se materializaron décadas más tarde cuando el sistema alcanzó su madurez. Sin embargo, las condiciones que hicieron posible la construcción de ese modelo han desaparecido, y éste no puede sobrevivir en el entorno de la globalización, como ha señalado Anthony Giddens, Director de la London School of Economics y uno de los teóricos más influyentes del New Labour (The Future of Welfare State, IEA, 1998). La solución automática de la izquierda a todos los problemas, conceder más poder al estado, no funciona.
El interés de la Tercera Vía blairita no estriba en el planteamiento de una alternativa al liberalismo, sino en el diseño de una oferta programática dentro del cosmos intelectual de la ideología liberal, lo que supone una radical revisión de los supuestos doctrinales de la gauche, en concreto, de sus fundamentos socialistas. En otro reciente estudio (Is There a Third Way?, IEA, 1998), tres destacados intelectuales del New Labour -Anthony Giddens, John Lloyd y Paul Ormerod- discuten con el liberal Michael Novak, el futuro de la izquierda. Sus planteamientos son muy interesantes: ven el estado socialdemócrata como un problema, no como una solución; reconocen la quiebra del Welfare State y no descartan reformas de corte liberal (por ejemplo, la introducción de un sistema de pensiones en régimen de capitalización o la privatización de la sanidad); asumen la necesidad de una reforma fiscal sin rechazar la posibilidad de una flat tax o impuesto proporcional; no abogan por intervenir sino por liberalizar los mercados, y consideran que el crecimiento económico ha hecho mucho más por aumentar el nivel de vida de las rentas más bajas que todas las medidas de redistribución puestas en marcha por los gobiernos socialdemócratas. Por ello oponen factores tradicionalmente ajenos al discurso socialista (la importancia de los incentivos, de la iniciativa y de la responsabilidad individuales…) a la retórica redistributiva clásica.
Por otra parte, algunas de las preocupaciones metaeconómicas de la nueva izquierda blairita (el deterioro de las comunidades, la ruptura de las familias, el sentido del deber…) están en lo más hondo del pensamiento liberal. Adam Smith o Tocqueville, por poner dos ejemplos, han escrito páginas memorables sobre el ethos moral y cívico necesario para el funcionamiento de una sociedad libre. A su vez, han roto con el victimismo, es decir, la idea según la cual los males materiales de los individuos son consecuencia de la existencia de una estructura social injusta, y critican la cultura de dependencia provocada por muchos de los vigentes programas de asistencia social, otra de las consecuencias no queridas, causadas por las políticas socialdemócratas y denunciadas por los teóricos liberales desde hace muchos años.
A la hora de la verdad, la Tercera Vía blairita es un diagnóstico brillante y a veces demoledor de la vieja izquierda en sus dos versiones, la blanda socialdemócrata y la dura comunista. Sin embargo, sus planteamientos positivos, sus formulaciones políticas concretas o son simples reescrituras de los programas liberales clásicos o son vagas declaraciones de principio sin contenido real alguno. Así pues, la nueva izquierda se mueve en el plano doctrinal entre el plagio y el vacío lo que, si bien puede desilusionar a los doctrinarios, resulta muy tranquilizador para los ciudadanos de a pie que, a lo largo del siglo xx, han experimentado en sus carnes los diversos experimentos socialistas. Lo mejor de la Tercera Vía, junto a su aceptación de las bases del discurso liberal, es su magnífico uso del marketing. Resuelve cualquier grave problema de definición, añadiendo al sustantivo problemático el adjetivo "nuevo" y ya está. En este sentido, Giddens es un maestro y Blair no deja de ser un aprendiz.
La renovación intelectual de la izquierda dentro de los parámetros del paradigma liberal es uno de los fenómenos más importantes de esta centuria si bien, de momento, parece ser una planta que sólo se desarrolla en el mundo anglosajón. Si la línea anglosajona logra contaminar a sus homólogos continentales, Europa puede embarcarse en una etapa de prosperidad y estabilidad sin precedentes. Una izquierda liberal, desligada de los tics estatistas y colectivistas del socialismo clásico, es un elemento fundamental para enfrentar el siglo xxi. De hecho reconstruiría las viejas líneas divisorias entre conservadores y liberales, vigentes durante la etapa más brillante y constructiva del Viejo Continente, aquella que terminó con la Gran Guerra de 1914 a 1918, descrita con singular acierto por Stefan Szweig como la Edad de Oro de la libertad y de la seguridad.
Tony Blair, La tercera vía. Madrid, El País-Aguilar, 1998.
Número 1
Reseñas
Retratos
El rincón de los serviles
- La libertad intelectualFederico Jiménez Losantos
- El Papa y CubaMario Vargas Llosa
- Las mentiras del 98José María Marco
- El caudillo ChávezCarlos Alberto Montaner
- La cultura amortizadaJavier Rubio Navarro
- Hay que cerrar el FMIIan Vásquez
- Prohibido jugar con dinamitaAleix Vidal-Quadras
- Crisis ¿qué Crisis?Lorenzo Bernaldo de Quirós
- La libertad como naciónGermán Yanke