Aliados poco fiables
La culpabilidad de Pakistán
Por Antonio Sánchez-Gijón
La responsabilidad de las autoridades de Pakistán en las actividades terroristas de los grupos fundamentalistas islámicos no puede seguir ocultándose bajo la distinción que el presidente de ese país, general Parvaez Musharraf, hace entre terrorismo y la "jihad" de liberación de tierras supuestamente musulmanas. Los mismos combatientes que hacen la jihad en Kachemira intervienen en los asuntos de otros estados asiáticos por medios terroristas. Y no se trata de grupos, sino de decenas de miles de individuos, armados en su día por la agencia de Inteligencia Interservicios de las fuerzas armadas, y bajo su control, al menos dentro de Pakistán.
La estrecha unión de los mujaidines con el ejército se puso en evidencia en 1999, cuando éste les tomó el relevo en su hostigamiento a la India. En efecto, el ejército pakistaní entró, durante el verano de 1999, en el territorio de Kargil, una parte de Cachemira. El ejército traspasó la Línea de Control oficialmente establecida por las Naciones Unidas y ocupó algunos cientos de kilómetros cuadrados de territorio. Los ejércitos de Pakistán y la India chocaron una vez más, pero los indios rechazaron el ataque. Esto constituía una agresión en toda regla contra otro estado, pero no causó toda la alarma internacional que el asunto merecía. La intervención había sido preparada por Musharraf a espaldas del primer ministro Sharif, elegido democráticamente. Cuando éste, el 12 de octubre de 1999, dio órdenes de que se suspendiese el ataque, al día siguiente Musharraf le dio un golpe de estado. Este general ha renunciado a cualquier vía negociada para la solución del problema de Kachemira, y declara que la "liberación" de ese territorio es hoy un asunto de la jihad.
Musharraf no parece un hombre a la altura de la tarea que se ha impuesto: gobernar una nación socialmente primitiva, donde los grupos armados privados controlan gran parte del cuerpo político del país y con élites democráticas y liberales muy débiles. El liderazgo del propio partido de Sharif se volvió contra él después del golpe de estado, y sólo la presión del presidente Clinton cuando viajó a Pakistán el pasado año evitó que fuera ejecutado.
Con menos carisma que otros generales-presidentes del pasado, como Ayub Jan y Zia-ul-Halk, Musharraf se contenta con ser el "jefe ejecutivo" del país. Es el último alto militar que ha podido recibir alguna influencia de los ejércitos occidentales; parte de su formación militar la recibió en Inglaterra. Sus compañeros de armas prácticamente habían cesado los intercambios con centros militares de Estados Unidos, una vez que la guerra afgana contra los soviéticos se terminó y Pakistán emprendió el camino del armamento nuclear. Consecuencia de esto es una falta de influencia política de occidente sobre la institución que ha gobernado el país la mitad del tiempo desde la independencia. Hombre no del todo desprovisto de ambiciones de estadista, manifestó recientemente su admiración por Kemal Ataturk, el padre de la revolución laica de Turquía en los años veinte. No tardaron los mulàs pakistaníes en pronunciarse contra tales ideas, amenazando con una revolución religiosa. El liderazgo religioso de Pakistán no se contenta con el carácter constitucionalmente islamizado de Pakistán; también exige que se prive de libertad a los grupos de creyentes de comunidades religiosas disidentes.
El bloque religioso "ortodoxo", de enorme implantación social, desea la guerra con Estados Unidos, mientras que el gobierno necesita el apoyo y los créditos de los organismos internacionales para mantener solvente su deuda externa de 38.000 millones de dólares y así dar alguna esperanza a la economía. Es evidente que la acción de los talibanes y de la jihad es bloquear cualquier intento de modernización de Pakistán que pueda interpretarse como una dependencia respecto de los "infieles". Tal "peligro" de dependencia fue denunciado por los radicales cuando Clinton trató de mover a Pakistán a firmar el tratado de Prohibición de Pruebas Nucleares. El mayor partido islamista, Jamaat-el-Islami, movió una campaña de opinión en que 15 millones de personas pudieron manifestarse a favor o en contra de abandonar el programa nuclear, y el 98% lo respaldó. Una de los móviles del golpe contra Sharif fue precisamente la disposición de éste a firmar el tratado.
La autoría de las fuerzas armadas pakistaníes en la creación y control del movimiento extremista de tipo islamista, su programa nuclear, cuando el país no cuenta con una tradición de gobiernos democráticos, y sus tendencias agresivas demostradas, hacen de Pakistán un caso de estado perturbador del sistema internacional, que debería recibir no sólo la atención y presión por parte de los Estados Unidos sino también de la Unión Europea.
Pobres millonarios árabes
Por Carlos Semprún Maura
Francis Fukuyama, en un reciente artículo bastante sensato sobre los tremendos atentados, ponía como ejemplo de mala respuesta ante un problema real el caso de su abuelo, quien, como todos los japoneses que vivían en los EE UU, fue internado en un campo tras el ataque nipón a Pearl Harbor. Desde luego, sería grotesco, además de imposible, repetir la experiencia. ¿Cómo confinar a los miles de millones de musulmanes de todo el mundo?
Hay que recordar que los EE UU no fueron los únicos en tomar medidas arbitrarias de esta índole. En 1939, en Francia, por ejemplo, las autoridades confinaron a los alemanes en los campos de Argelia, entre otros, donde se encontraron o se añadieron a los refugiados españoles allí confinados. Eran muchos menos que los japoneses, pero la medida fue mucho más absurda, ya que se trataba de alemanes antinazis que se habían exiliado, o de judíos que también habían huido por motivos obvios; en ningún caso podían ser posibles colaboradores del nazismo.
De acuerdo, Fukuyama, no seamos musulmanes con los islamistas. El vendaval mediático sigue soplando vientos hediondos, y son innumerables quienes, como Juan Goytisolo, Susan Sontag, Jean-Pierre Chevenement y mil más, aplauden o fingen "explicar" los atentados con la retahíla progre habitual: los EE UU son culpables de todo; no hay que confundir un puñado de terroristas con el mundo musulmán; estos atentados -y los que te rondaré morena-, constituyen la protesta exaltada de los pobres del mundo "cada vez más pobres" contra la criminal mundialización liberal.
Sin temer contradecirse, los mismos que se emocionan ante la rebelión de las masas pobres, se indignan de las inmensas fortunas del terrorismo que circulan por los paraísos fiscales. Pese a las declaraciones oficiales que pretenden abrir un frente contra ese dinero sucio, soy escéptico: ¿qué van a hacer, si buena parte de esos "capitales flotantes" es legalmente saudita? Casi nadie plantea la cuestión en sus verdaderos términos ¿qué hacen los países musulmanes con sus terroristas? La respuesta es bien sencilla: los subvencionan, los protegen, los utilizan; y cuando ya no sirven, los matan, ya sean países integristas como Arabia Saudí, Irán, Sudán o dictaduras militares nacionalsocialistas como Siria e Irak.
Puesto que, de todas formas, siempre se critica más a los Estados Unidos que al integrismo musulmán, y se concede una importancia desmesurada a la ayuda norteamericana a los talibanes cuando la URSS invadió Afganistán, recordaré que, en aquellos momentos, Moscú planeó muy seriamente la guerra como posible salida del atolladero económico y social en el que se hallaba. Ya se ha olvidado, pero no sólo invadieron Afganistán, sino que instalaron en toda Europa del Este, sus misiles nucleares, que no constituían precisamente un preludio o otra paz eterna que no fuera la del sepulcro. El rotundo fracaso soviético en Afganistán (los soldados se negaban a combatir) y la firmeza occidental, rearmándose e instalando frente a la URSS los cohetes de la OTAN, forzaron a los soviéticos a abandonar sus planes bélicos. Pocos años después la URSS se desplomaba.
Por consiguiente, que un puñado de agentes de la CIA ayudará a los afganos en esa guerra tiene su lógica estratégica. No veo ninguna, en cambio, en la política que EEUU practica con países como Arabia Saudita, Pakistán, también ahora Irán por lo visto, etc... No solamente es inmoral, sino que a la larga es suicida, porque dichos países -a los que hay que añadir también Libia, Sudán, Irak y Siria- protegen, subvencionan y utilizan las redes terroristas; incluso si a veces, como ocurre con Bin Laden, dichas redes actúan por su cuenta, aunque siempre al servicio de Alá, del Corán y de la guerra santa contra los judíos y Occidente.
Tenemos otro ejemplo reciente: Sharon y Arafat deciden un alto al fuego. Inmediatamente Hamas se desmarca: la guerra santa ha de continuar contra Israel hasta su destrucción. Y claro, continúan el terrorismo. Otros países han tenido experiencias parecidas, como Francia, sin ir más lejos; porque si las catástrofes abundan en el ámbito internacional, Francia tiene un buen recuento de desastres: Argelia, Líbano, Siria, Irak, etc.
No hay que pedir peras al olmo, desde luego, pero ciertos principios cacareados a diario en Occidente, como los famosos "derechos humanos", deberían tener, al menos, una mínima consideración en las relaciones internacionales. En los países islámicos no existe la igualdad entre los sexos, y tanto la libertad de expresión como los esenciales derechos ciudadanos -y muy concretamente los de los más pobres: obreros, artesanos y campesinos- son pisoteados a diario. Son sociedades monstruosas, y lo son porque su ideología y su práctica se basan en el Corán. Punto y aparte.
Esto no significa que yo apoye cualquier acción o cualquier bombardeo. Los bombardeos rituales contra Irak por parte de la aviación anglonorteamericana me parecen ineficaces y contraproducentes, porque alimentan una propaganda imbécil, aunque eficaz. Lo del bloqueo que produciría millones de niños muertos, en cambio, es un bulo de muy mal gusto.
Comparto con algunos -no tengo la impresión de que seamos muchos- una solidaridad radical en defensa de nuestras imperfectas democracias contra la barbarie islámica. Criticamos nuestras sociedades porque consideramos que sería necesaria mucha más libertad, no sólo en el terreno económico. Exigimos una reducción radical de la burocracia estatal, con sus lacras, sus controles y su parasitismo subvencionado; pero yo me temo que la necesaria respuesta al terrorismo sirva de pretexto en algunos países, para reforzar precisamente el papel del estado, de sus burocracias y de sus controles, que llevarán aparejadas, muy probablemente, demagógicas medidas "pro árabes".
Considero que la batalla por ganar la opinión pública es fundamental. De la misma manera que el Corán lo ordena todo, desde como limpiarse el culo, hasta a quien hay que matar, la lucha contra el fanatismo islámico también debería ser global, desde la escuela (¡ay! ¿qué hacen nuestras pobres escuelas, frente a las coránicas?), hasta los medios informativos, pasando por las elecciones. Todos los métodos son necesarios para luchar contra el fanatismo islámico. Desde luego, tendrán lugar operaciones policíacas, no se puede descartar, y aún menos condenar, alguna intervención militar. Pero luchar contra la mentira, la cobardía egoísta, la propaganda que justifica y hasta ensalza el "heroísmo" de los terroristas, es tarea de todos. Y eso no lo harán los gobiernos, más preocupados por supuestos equilibrios internacionales, más timoratos frente a las potencias petroleras.
Bueno, seamos optimistas y precisemos: no lo harán solos. El ejemplo de Nueva York, en este sentido es alentador. La respuesta, la repulsa, fue unánime: ¡todos a una, como en Fuenteovejuna! Pese a la abrumadora propaganda antiyanqui, no hubo pánico, sino solidaridad; no se hundió la Bolsa de Wall Street. Y puede que, incluso, como así lo espera Funkuyama en el artículo citado, el pueblo norteamericano salga más unido y más resuelto; lo que constituiría una derrota para el islamismo terrorista.
Pero cuando hemos visto en Durban, bajo los auspicios de la ONU, una exaltación racista y antisemita tan palpable, unida a las acusaciones a Occidente con la coartada de la esclavitud -como si fuéramos los únicos en haber tenido esclavos en tiempos pasados, como si no hubiéramos sido los primeros en poner la esclavitud fuera de la ley- y además se oye a los acomplejados dirigentes de la UE declarar, tan tranquilos, que si se hubieran retirado de la conferencia, imitando a Israel y los EEUU, las cosas hubieran sido peores, se le cae a uno el alma a los pies. ¿Cómo podrían ser peores?
En este sentido, la buena reacción de José María Aznar ante los atentados del 11 de septiembre, le va a otorgar un papel fundamental en estas circunstancias, cuando ocupe la presidencia de turno de la UE dentro de pocas semanas. No podrá hacerlo peor que Chirac y Jospin, o los belgas actuales. Al contrario, mira por dónde, esperamos que lo haga muchísimo mejor.
Arabia Saudí financia el integrismo
Por Enrique de Diego
El integrismo islámico no se hubiera desarrollado sin la financiación saudí. Su carácter internacionalista ha ido parejo con el interés de la familia real saudí por generar un Islam único a golpe de petrodólar y liderado desde La Meca. El conservadurismo moral del integrismo se debe, fundamentalmente, al apoyo que las naciones ricas del Golfo le han prestado, favoreciendo su difusión mediante la financiación de mezquitas y ulemas. Son las llamadas "mezquitas del golfo", modelo único de mármol y neón verde. La sharía es ley en Arabia, uno de esos falsos países moderados, que obtiene tal consideración por su alianza con los Estados Unidos.
Ese liderazgo ha sido combatido por una radicalización constante del integrismo. Primero, a través de Jomeini, que fracasó por ser chií, y por ende, hereje para los mayoritarios sunnitas. Después por los "afganos", los internacionalistas que acudieron a la lucha contra Rusia en Afganistán, y de los que, actualmente, el líder es Osama Ben Laden.
El integrismo considera el suicidio o martirio de los terroristas como la perfección religiosa. Tiene mucho menos que ver con Palestina, a pesar de que en Occidente tienda a verse así, que con la acusación de Ben Laden de que la monarquía saudí prestó su territorio, santo por ser el del profeta, a los militares "infieles" estadounidenses para combatir a Sadam Husein. Ben Laden es una escisión del integrismo saudí, la secta violenta.
Estados Unidos ha seguido con los países árabes las directrices de Arabia Saudí, monarquía que financió la guerra de Afganistán e implicó a los norteamericanos para situar a la URSS como el gran Satán, contradiciendo el ferviente antiamericanismo de Jomeini. El enlace de esa colaboración, en efecto, fue Ben Laden.
Las razones de Rusia para ayudar a la coalición
Por Antonio Sánchez-Gijón
Rusia, para debilitar o derrotar el extremismo islámico que la ha tenido atenazada en Chechenia, no puede dejar escapar la ocasión que le ofrece la coalición internacional que se está formando. Incluso si Osama ben Laden logra escapar desde Afganistán a otro refugio, las razones para que Rusia castigue a sus seguidores permanecen en pie.
Occidente, que no ha cesado de mostrar a Rusia su disgusto por el empleo de ciertos métodos de guerra en el Cáucaso, ha pasado por alto, sin embargo, que Moscú concedió a esa provincia o república de Chechenia, después de su victoria sobre los rebeldes en la guerra de 1994-96, la posibilidad de mantener un gobierno autónomo, prácticamente independiente. Los rebeldes chechenos, no contentos con el caos por ellos creado en Chechenia, llevaron en 1999 la guerra a Daguestán, otra república de la Federación Rusa. En el ataque participaron las fuerzas de un cofrade de Ben Laden, el también saudí Habib Abderramán Jatab. Ambos comparten la fe islámica en su versión wahabí, que es la dominante en Arabia Saudita.
La acción militar de esas facciones rebeldes de Chechenia, y la terrorista contra la población rusa en Moscú y otros lugares, buscaban la desestabilización del gobierno del presidente checheno, Aslan Masjádov, que había sido elegido en enero de 1997 con el 65% de los votos. A esta legitimidad, Masjádov añadía el carisma que le daba el hecho de ser el principal arquitecto de la victoria militar sobre los separatistas en la guerra anterior (1994-96). La voluntad de los vencedores rusos de hacer la paz con los rebeldes llegó al extremo de dejar que se confiase el gobierno de Chechenia, bajo la presidencia republicana de Masjádov, a Shamil Basáyev, el rebelde que había adquirido prestigio como jefe de la exitosa incursión contra la ciudad rusa de Budiannovsk, en 1995.
El gobierno duró siete meses de 1998, al final de los cuales Basáyev se unió de nuevo a los rebeldes y a los voluntarios wahabitas, para acudir en ayuda de algunas facciones musulmanas de la república de Daguestán, federada a Rusia. Esta alianza extremista musulmana preparó la proclamación de la sharia en una región fronteriza con Chechenia. El presidente de Daguestán, Mohamedov, llamó a los rusos para expulsar a los rebeldes, que fueron contenidos en la frontera.
El ataque checheno hizo mucho en favor de los rusos, pues puso en evidencia ante el pueblo daguestaní, que históricamente desconfiaba de ellos, que la alternativa chechena, con su brutalidad y desorden, era peor que el gobierno de Moscú. Aunque las bombas que mataron a 300 civiles en la capital rusa, en septiembre de 1999, iban firmadas por un supuesto Ejército de Liberación de Daguestán, el gobierno no dudó de la autoría chechena, y de ahí a establecer la conexión wahabí-saudita entre Jatab y Ben Laden sólo había un paso.
En el ínterin, los agresores checheno-fundamentalistas en Daguestán se emplearon en una campaña de secuestros, cuyo número estimado, a finales de 1999, ascendía a 1.300 personas, muchas de ellas finalmente asesinadas.
En este pandemonium, no hay que tomar en consideración solamente la barbarie y el atraso de esas sociedades. No faltan en los planes de quienes promovieron las agresiones finos cálculos geopolíticos, tales como cercenar la presencia rusa en el tracto continental que une el mar Caspio con el mar Negro, y cortar la contigüidad geográfica entre la Federación Rusa y la república independiente de Azerbayán, que es una bonita plataforma para llevar tensiones al norte de Irán, un país mirado con recelo por las facciones wahabitas sunníes. Irán cuenta con una numerosa población azerí en el norte de su territorio, contiguo a la república independiente de Azerbayán. Mil quinientos mujaidines afganos, los aliados de Ben Laden, participaron junto al ejército de Azerbayán en la guerra contra la cristiana Armenia, aliada de Rusia en la guerra por Nagorno-Karabag de 1991-1994. Esta otra guerra semireligiosa causó más de un millón de refugiados. Y estas son las aguas donde los Ben Laden y los talibanes hacen su pesca milagrosa.
El extremismo musulmán ha conseguido la hazaña de unir en su contra a las tres mayores potencias del mundo: Estados Unidos, China y Rusia. Sólo Hitler realizó una hazaña semejante, aunque le tomó más tiempo.
Número 10
Especial Once de Septiembre
Reseñas
- El general implacableCésar Vidal
- Reforma judicial y economía de mercadoGuillermo Dupuy López
- Crónica del horrorJosé Ignacio del Castillo
- Luces y sombras del pasadoLujia Escobar
- El hombre al que Castro temióVíctor Llano
- Madera de héroeSagrario Fernández Prieto
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- Entre Jesús y MahomaCésar Vidal
- Amandín, primera memoria del sociólogoJavier Rubio Navarro
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