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La Ilustración Liberal

Amandín, primera memoria del sociólogo

La foto que ilustra la portada de este libro es, al parecer, la que le hicieron al autor en Zamora a los tres años, con un gesto a medio camino entre la sonrisa y el llanto, a pesar del abrigo nuevo. Cierto que no es sólo su memoria, pero también, y sin duda, al menos a mi parecer, esos pasajes son lo mejor del libro, lo que con más interés se lee.

Amando de Miguel no debería necesitar presentación, pero cabe que, acostumbrados a escucharle por la radio hablando sobre lo divino y lo humano, incluso sobre temas de su especialidad, olvidemos lo que hace años era su título primero de presentación: sociólogo, pionero y catedrático hoy de la disciplina en la Complutense. Desde que se encargó de los informes Foessa en los últimos años de la dictadura, hasta los que sigue elaborando para la Fundación Complutense, parte de su tiempo lo ha dedicado a coordinar equipos de trabajo que, a partir de encuestas, trazan lo que se puede saber acerca de cómo son y opinan los españoles.

En paralelo a su trabajo especializado, De Miguel -observador, lector y escritor incansable- ha ido entregando a la imprenta libros fruto de su amplia cuanto infatigable curiosidad. Recuerdo haber leído hace años con fruición uno de sus libros, El poder de la palabra, en el que, fruto de sus estancias americanas, trazaba uno de los mapas más completos de la intelectualidad estadounidense que hayan sido elaborados nunca por un español. No mucho más tarde publicó otro, Los narcisos, con el que comenzaba una larga serie de análisis acerca de los comportamientos públicos y los puntos de vista de los españoles sobre sí mismos, a partir sobre todo de lo que sobre ellos y lo que les rodea han dejado escrito. Hasta cierto punto, su penúltimo libro, el que le valió el premio Jovellanos, Las profecías no se cumplieron, pertenece a este, llamémosle así, género personal, en el que el autor acumula y ordena con sentido, pero de forma subjetiva, sus notas de lectura.

Si todos los libros de esta serie de la que hablamos son siempre de lectura amena y provechosa, porque nos ofrecen noticias muy diversas agrupadas temáticamente y sazonadas con los comentarios valorativos del autor, este tiene, como hemos dicho, un motivo de interés añadido que nos atrapa por su intensidad y calor: el autor nos habla de sus propios recuerdos, intercalados y comparados con los escritos por otros. Pero sus memorias no han sido escritas hasta ahora, las leemos de primera mano, por lo que se puede considerar, aunque sea como licencia retórica, que Amando de Miguel nos hace una primera entrega de su autobiografía enmascarada en el contraste con otras de las que tiene noticia por haber sido publicadas.

Desde un punto de vista más sociológico, la peripecia familiar de Amando de Miguel es la de muchísimas familias españolas que en los años posteriores a la guerra civil abandonaron el medio rural hacia las ciudades para que sus hijos tuvieran más facilidades para estudiar y abrirse en la vida un mejor porvenir del que tuvieron los progenitores. Al lector de hoy le cuesta casi imaginar y no puede menos que conmoverle lo que de épico podía llegar a tener un traslado como ese en 1944. Cómo invirtieron la mayor parte del día en trasladarse en un carro cargado con todas las pertenencias familiares desde el pueblo a la capital para allí coger un tren que en veinticuatro horas más los depositaría en su destino, San Sebastián.

También son destacables, desde un punto de vista más ideológico, aunque el autor presente esa dimensión como casi irrelevante, la que era en aquel momento y circunstancias, las referencias a su paso por el Frente de Juventudes, así como la valoración que hace de la educación que recibió en los marianistas, cuyas normas le parecen más estrictas y rígidas que las de la organización juvenil del Movimiento. No obstante, hay más comprensión que resquemor, más allá de las inolvidables pequeñas injusticias, en la evocación que hace de sus primeros años de formación, algo casi insólito en los recuerdos de un intelectual español de su edad.

Y así podríamos ir comentando uno a uno los capítulos y los aspectos de su vida que nos revela en el libro, sobre los que reflexiona comparándolos con lo que hoy ocurre o con el modo en que él ha tratado a sus propios hijos: el trabajo infantil, la relación y los papeles de los padres, el despertar sexual, la vida interior o los juegos y otros modos de pasar el tiempo del niño, etcétera. Muchos son los autores con cuyos recuerdos compara los suyos. Y no son sólo autores que han alcanzado notoriedad en las letras o en otros oficios, desde Ramón y Cajal o Corpus Barga hasta los de Martínez Sarrión o Manuel Hidalgo, sino que también ha buscado la huella literaria dejada por otras personas cuyo casi único motivo de recuerdo es el libro que dejaron escrito en una rara editorial sobre sus vidas y con el que en algún momento topó De Miguel, coleccionista de libros de este género.

Así pues, este libro es absolutamente recomendable por dos motivos: uno por las reflexiones acerca de la infancia de los españoles en general, pero también y sobre todo por las confesiones que el autor nos hace de su propia infancia. Sólo se me ocurre una objeción, que éstas nos saben a poco. Esperemos que con lo que aquí nos deja escrito sobre sí mismo no se agote el venero. Amando de Miguel nos debe una autobiografía en toda regla. Promete ser apasionante.

Amando de Miguel, Cuando éramos niños, Plaza y Janés, Barcelona, 2001, 208 páginas.

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